—Do'cientos… el señor Qui'entos me dijo que escuchó un disparo, y me mandó a controlarte… —entró bromeando Richarzon a la oficina, hasta que su mirada se posó en el agujero de bala en la pared.
—Nada importante… liberé a Gorgo —respondió Do'cientos, sin levantar la vista del monitor.
—¿A Gorgo? ¡Genial! ¿Dónde está?... quiero darle la bienvenida con una cerveza… —dijo Richarzon, animado.
—Oh, claro… lo llevaron al taller de ingeniería —comentó con la misma paz aterradora.
Richarzon se detuvo en seco. Lo miró con el ceño fruncido, la sonrisa congelada en el rostro.
—¿"Lo llevaron"? —repitió, sin entender—. ¿Por qué lo llevarían a ingeniería? ¿Le pasó algo en la cárcel?
—Van a limpiar su cuerpo y conectarlo al traje Handling…
Richarzon parpadeó. Sintió un nudo formarse en el estómago.
—¿El traje Handling…? ¿Ese no era el que se desarrollaba para manipular la mente y los movimientos de un cuerpo?
—Correcto —asintió Do'cientos, sin emoción.
Silencio.
Un frío artificial recorrió la habitación, como si las luces fluorescentes supieran lo que estaba por venir.
Richarzon tragó saliva, incómodo. Se aflojó el cuello de la camisa con un gesto nervioso, dejando al descubierto el brillo tenue de una cadena de oro con un pequeño medallón.
—Ah… usas el collar que te regalé… ¡Qué amable eres! —comentó Do'cientos con una alegría falsamente entusiasta.
Los ojos de Richarzon se abrieron como platos. Sin pensar, intentó arrancarse el collar del cuello, pero la cadena era más resistente de lo que parecía. Entonces, como si respondiera a su pánico, la cadena se ajustó sola. No lo ahorcaba, pero lo apretaba lo justo para recordar quién mandaba.
—¡¿Qué mierda te pasa?! —rugió, forcejeando sin éxito.
—Yo que vos… no tiro del collar —advirtió Do'cientos, sin despegar la vista del monitor—. Dentro del medallón hay un explosivo. Lo suficientemente potente como para hacerte un agujero de lado a lado en el cuello.
—¡¿Crees que eso me va a detener de matarte acá mismo?! —gritó Richarzon, en postura de ataque.
Pero Do'cientos alzó el brazo derecho, mostrando un brazalete metálico en su muñeca.
—Un paso más… y tu garganta queda esparcida por mi oficina —dijo con voz de hielo—. Y si llegas a matarme antes de que lo detone… no importa. Si este brazalete deja de sentir mi pulso, el collar explota igual.
Richarzon se quedó paralizado. La furia vibraba en sus puños. Solo su mandíbula temblaba, como si contuviera las palabras que deseaba gritarle al monstruo que tenía enfrente.
—¡Explícate! ¡¿Qué mierda te pasa?! —bramó Richarzon, la voz desbordada de furia—. ¡¿Desde cuándo traicionas a tus propios hombres?!
Do'cientos bajó lentamente los ojos hacia él, con una expresión casi compasiva.
—Perdóname, Richar… No estaba en mis planes someterte así. Pero vos plantaste la semilla de mis dudas… desde aquel día en que dijiste: "Si Gorgo se revela, yo pelearía a su lado".
—¡Hijo de puta! —escupió Richarzon, con los ojos desorbitados—. ¡Eso no justifica nada! ¡Me diste este collar dos años antes de conocer a Gorgo! ¡¿Estuve doce años cargando un explosivo en el cuello… sin saberlo?!
El silencio fue espeso como plomo.
Do'cientos no respondió. Solo lo miró, con esa mirada ambigua entre culpa y frialdad quirúrgica.
—¡Maldito…! —gruñó Richarzon entre dientes, la voz quebrada entre ira y decepción—. ¡Por eso siempre me costó sentirte como un amigo!
—Nunca me consideraste un compañero, ¿no?... Desgraciado…
Do'cientos se levantó con calma, alisando su camisa como si fuera un presentador de infomerciales.
—Solo sos un producto adquirido por la corporación Dinero —dijo con una sonrisa fabricada—. Y como buena empresa ambiciosa, protegemos nuestros bienes. Evitamos pérdidas… a toda costa.
Richarzon apretó los puños, el collar le pesaba como un yugo invisible.
—A partir de ahora, tu contrato será modificado —continuó Do'cientos, ya como si estuviera leyendo cláusulas—. Doce horas de trabajo operativo, tres de soporte, y cinco como mi guardaespaldas personal. Te quedarán… cuatro horas para dormir. Si tenés suerte.
—¡¿Esto es una jodida broma…?!
Do'cientos se giró, con una mueca que no era sonrisa, pero se le parecía.
—Eso estás deseando, ¿no?...
Richarzon se para recto, mirando a Do'cientos ahora con desdén.
― ¿Cuál es tu próximo trabajo de mierda? Conociéndote, tus planes se comienzan a llevar a cabo cuando ya sabes usar los recursos… ― le murmura con una mueca de fastidio ― dime que hacer o me meto un tiro yo solo…
Do'cientos solo sonríe complacido. Dándole la espalda a Richarzon solo para ver atreves del ventanal a sus espaldas.
…
<< 2 horas atrás >>
Oliver y Gouten estaban tumbados en el sofá.
Oliver abrió los ojos con un fuerte dolor en el cuello. Se incorporó con esfuerzo, girando la cabeza para mirar a su primo.
Gouten soltó un quejido y se llevó una mano a la nuca.
—Maldito seas, Max… —se quejó—. ¿Por qué rayos nos golpeó?
—Tal vez por la tele… —respondió Oliver, sobándose el cuello—. Pero es raro que nos haya noqueado.
—Quizá solo quería que no molestáramos… —sugirió Gouten—. Aunque no entiendo por qué me enroscó la cola bajo el pantalón… se me acalambró toda.
Oliver lo miró, levantando una ceja.
—¿Te das cuenta de lo raro que suena eso?
—Estoy hablando de mi cola Senkayne —aclaró Gouten, serio.
Oliver miró por encima del respaldo del sofá, buscando a Max, pero no estaba en la sala.
Gouten, por su parte, encendió el televisor y buscó el canal donde solían pasar Dragon Ball, pero ya había terminado. Había pasado hora y media desde que terminó el episodio.
—¡Se le fue la mano! —se quejó—. ¡Nos noqueó por dos horas!
—Vamos a buscar a Max… —propuso Oliver, poniéndose de pie y caminando hacia la puerta principal.
Al calzarse y asomar la cabeza por la puerta, Oliver vio a Baldur en el jardín, acompañado de una niña. El viejo le señalaba el lugar mientras le explicaba cosas. Sin dudarlo, Oliver se acercó para saludar.
El crujir de los pasos sobre el césped fue suficiente para que Baldur girara y, al reconocer a Oliver, le sonriera con calidez.
—Por fin despiertas… —le dijo el maestro.
—¡Hola! —interrumpió la niña con entusiasmo, soltando la mano de su abuelo para alzar la suya—. ¡Mucho gusto! ¡Me llamo Hanabi Brauner!
—Hola —respondió Oliver con una sonrisa—. Mi nombre es Oliver Songoku. Es un placer conocerte —agregó, haciendo una leve reverencia en señal de respeto.
—¿Brauner? Maestro… ¿es familiar suya? —preguntó curioso.
—Ella es mi nieta —respondió Baldur, haciendo un gesto hacia ella—. Es la cuarta miembro del dojo. Espero que puedan llevarse bien los cuatro…
—Sí… —dijeron los niños al unísono.
De pronto, los tres giraron la cabeza al escuchar un estruendo a la izquierda. Gouten corría por el costado de la casa con toda velocidad, como si intentara pasar desapercibido. Max estaba cerca, agachado junto a un árbol, arreglando una pala con el mango quebrado.
Sin aviso, Gouten dio un salto y le encajó una patada en la espalda a Max.
—¡¿Cómo te atreves a noquearnos?! —gritó, aferrándose al cuello de Max como un mono furioso.
—¡Suéltame, maldito enano! ¡Te voy a hacer puré! —gruñó Max, tratando de quitárselo de encima—. ¡¿Cómo te atreves a golpearme por la espalda?!
—¡Es mi venganza, maldito descarado! —gritó Gouten, mientras Max lo tomaba del cuello del dogi y lo inmovilizaba con fuerza entre sus brazos.
—Escúchame bien… —susurró Max, cambiando su tono a uno más contenido y serio.
—¿¡Qué querés!?
—No grites… —ordenó, bajando aún más la voz—. Esconde la cola… que Hanabi no la vea. Ella no sabe nuestro secreto, y no tiene por qué enterarse.
El agarre de Max se volvió asfixiante, como si quisiera dejar en claro que no era una sugerencia.
—Si llega a enterarse y empieza a mirarnos raro… —continuó, llevando sus labios cerca del oído del niño— haré que vos y Oliver pasen un mal rato. Así como nos lo hará pasar a mí y a Baldur si tenemos que explicarle todo…
—¿¡Por qué tanto secreto!?
—Este mundo nunca tuvo contacto alienígena… o al menos, no todavía…
—Bueno… le aviso a Oliver entonces… —dijo Gouten, calmándose. Hizo una breve pausa, y preguntó—: Una última cosa… ¿quién es Hanabi?
Antes de recibir respuesta, su cara se estrelló contra el suelo, de un empujón seco. «¿¡Lo primero que haces al despertar es golpearme y no saludar a la invitada!? ¡Qué mal educado!»
― ¡Lo siento!