Recostado en la cama, mirando el techo blanco de su celda, Gorgo se encontraba en paz. Tranquilo, sin deseos de escapar, sin urgencias, sin temor. Solo paciente, sonriente… y sereno.
El tiempo es relativo cuando sabes que tu estadía terminará con la muerte.
Su reputación como "el asesino de dojos" le bastaba para que nadie se atreviera a molestarlo. Y aquellos que realmente podrían vencerlo… tenían cosas más importantes que hacer que buscar pelea.
Han pasado cuatro años desde su enfrentamiento con Max, Oliver y Gouten. De todos ellos, su memoria siempre regresaba a uno: Oliver.
Ese niño fue el único que logró hacerle dudar. De no haber peleado contra ellos, jamás habría hallado paz en su propio castigo.
Cuatro años de encierro. Cuatro años sin necesidad de levantar los puños. Cuatro años sin violencia… y por fin, Gorgo logró lo que jamás pudo alcanzar en libertad: no hacer daño.
Ese autocontrol le salvó la vida. Cualquier pelea lo habría condenado a pena de muerte.
Su compañero de celda rara vez estaba con él. Y cuando lo estaba, se acurrucaba en una esquina, temblando, evitando la cercanía como si su sola presencia quemara.
Un golpe metálico sacudió la calma.
Gorgo alzó la vista, interrumpido en su quietud por el sonido seco de una porra golpeando los barrotes. Frente a su celda, un guardia esperaba con gesto impaciente.
―Garilla… toma tus cosas y sígueme. ―ordenó con voz firme.
Gorgo frunció el ceño, en un gesto más confundido que molesto.
― ¿Mis cosas? ¿Para qué? ―preguntó con tono neutral.
El guardia lo miró, sin intenciones de explicarse.
—Tú solo obedece.
Gorgo tomó sus pocas pertenencias, arrastrando los pies tras el guardia. La duda se le adhería a la cabeza como sudor frío.
—¿Me van a cambiar de celda?
—No… solo cállate.
—Entonces ¿por qué tengo que llevar mis cosas?
—Garilla, te ordeno que guardes silencio.
Bufó con fastidio, sin obtener respuestas. Lo guiaron hasta el patio, directo a una vieja pared manchada con lo que parecían huellas de impactos y salpicaduras secas, como pintura vieja… o sangre. Los agujeros eran del tamaño de puños. No parecía una pared… sino un altar de ejecuciones.
Gorgo fue detenido justo enfrente. Al mirar hacia atrás, se encontró con una fila de oficiales armados, fusiles listos.
—¿Qué va…?
Uno de los presentes dio un paso al frente.
—Adam Nodert… en nombre de la ley de los Estados Unidos, se ha dictaminado tu ejecución inmediata.
Los ojos de Gorgo se abrieron con horror.
—¡¿Adam Nodert?! ¡No! ¡Yo me llamo Gorgo Garilla! —gritó, retrocediendo hasta que su espalda chocó con el muro.
—¡Recarguen!
—NO, NO, ¡NO! ¡ES UN ERROR!
—¡Apunten!
—¡NOOOOO! ¡ES UN ERROR! ¡YO NO—!
—¡DISPAREN!
Gorgo se cubrió con los brazos.
El eco de los disparos retumbó contra el muro. Sintió las vibraciones, el estallido de las balas quebrando la piedra detrás de él… pero ningún dolor. Abrió los ojos.
—El martes 17 de junio del año 2010… Nodert Adam fue ejecutado.
Los guardias bajaron lentamente los rifles. Gorgo, jadeando, se revisó el cuerpo con desesperación. Nada. Ni una gota de sangre.
—¡¿Qué mierda está pasando?!
Uno de los oficiales, sin siquiera mirarlo, respondió con frialdad:
—Fue tu falsa ejecución.
—¿Eh?... ¿falsa…? —balbuceó Gorgo, aún procesando.
No hubo más explicaciones.
Un parpadeo, y ya estaba fuera de la prisión. Vestido con la misma ropa vieja, con sus pocas pertenencias en una bolsa de plástico. El cielo abierto lo golpeó con una luz que no veía desde hacía años.
Delante de él, un lujoso auto negro lo esperaba. Apoyado sobre el capó, relajado y con mirada letal, Do'cientos lo observaba como si no hubieran pasado los años.
—Cuánto tiempo, grandulón… —dijo con voz seca—. Sube al auto.
Los ojos de Gorgo temblaban. Se giró para mirar la prisión y comenzó a caminar hacia la entrada. Pero un guardia le bloqueó el paso con el brazo extendido.
—Estás libre… ven aquí al auto —dijo con calma.
—¿¡Libre?! —preguntó Gorgo, exaltado—. ¿De una cadena perpetua? Sí, cómo no…
—¿Cuándo acaba la broma?
—No es ninguna broma, Gorgo —replicó Do'cientos sin levantar la voz—. Sube al auto.
Gorgo apretó los dientes.
—Con un demonio… —gruñó, mientras se subía al asiento trasero.
El auto arrancó. Desde el asiento trasero, Gorgo observaba en silencio cómo Do'cientos lo conducía al destino más obvio de todos: la sede de la Corporación Dinero.
—¿Cómo hiciste para liberarme de una condena perpetua?... —preguntó con voz tensa.
—Sobornamos al juez que te condenó —respondió Do'cientos, sin apartar la vista del camino—. Después, trabajamos en encubrir tu desaparición del sistema. Duplicamos tu identidad, intercambiamos nombres… y listo.
—¡Eso no responde nada! ¡¿Por qué casi me fusilan?!
—Provocamos un enredo de registros —dijo, con calma robótica—. Hoy un tal Adam Nodert debía ser liberado. Usamos su nombre, duplicamos su perfil… y le pusimos tu cara.
Gorgo parpadeó, incrédulo.
—Entonces… ¿el que murió fue…?
—Murió Adam Nodert, con tu rostro —interrumpió Do'cientos—. Legalmente, él fue ejecutado. Tú, en cambio… tú fuiste liberado con todos los papeles en orden. Eres Gorgo Garilla, hombre libre.
—¿Y el verdadero Adam?
—Muerto también —dijo, sin emoción—. Matamos tu falsa identidad… y al tipo al que le pertenecía.
El silencio cayó como una lápida en el interior del auto.
—¿Y por qué liberarme? —preguntó Gorgo, con la voz cargada de incredulidad—. ¿Después de cuatro años? ¿Después de haber fracasado en mi trabajo?
—El plan iba a fracasar de igual manera —respondió Do'cientos, calmado—. Entiendo que Baldur te haya vencido. El viejo superó a Noeredor… Hiciste mucho, lograste vencer a Max, aunque no pudiste matarlo. Pero no te preocupes, ahora contamos con mejores herramientas y seguiremos adelante con mi plan.
—Yo… yo quiero renunciar…
—No hables —cortó Do'cientos—. Dejemos los arreglos para la oficina, no me agrada hablar del trabajo en la carretera.
Gorgo se quedó en silencio, su mente repasaba los recuerdos: «Nunca llegué a enfrentarme a Baldur», pensó, sintiéndose pequeño e impotente. «Fue ese mocoso de Oliver quien me venció, quien me hizo cuestionar todo. ¿Cómo le digo que fui derrotado por un niño de seis años con esteroides?»
Ambos llegaron a la corporación en silencio. Subieron en el elevador hasta el quinto piso. Gorgo debatía internamente si debía seguir callado o rechazar todo de una vez.
Caminaban por el pasillo, hasta que finalmente entraron a la oficina de Do'cientos. Se sentaron frente a frente, separados solo por un elegante escritorio de madera y un monitor.
—Bueno… ¿en qué estábamos? —preguntó Do'cientos con falsa calma.
—En que renuncio —respondió Gorgo, seco y directo.
—Ja… qué buen chiste —río Do'cientos, con sarcasmo—. ¿Cuál era el asunto del que ibas a hablar?
—¡En mi renuncia! —gritó Gorgo, alzando la voz—. ¡No quiero trabajar más aquí! ¡Yo estaba cómodo pudriéndome en la cárcel y me sacan así, sin previo aviso!
—¿Te das cuenta de lo patético que suenas? —preguntó Do'cientos con desprecio.
—¡Claro que lo sé! —respondió Gorgo, furioso—. ¡Pero para mí era lo correcto! ¡Después de seis años de pura mierda! ¡Seguir una cadena perpetua sin alimentar el ciclo de violencia! ¡Era lo más justo que podía hacer!
—A mí no me levantes la voz, grandote bueno para nada —murmuró Do'cientos, con voz baja, cargada de veneno.
—¡Nunca logré enfrentarme a Baldur! —gritó Gorgo, con los ojos al borde de las lágrimas—. ¡Unos mocosos de seis años me interceptaron en el dojo y me dieron una paliza que no puedo borrar de la mente!
Golpeó la mesa con el puño.
—¡Uno de esos mocosos me hizo replantearme la vida! ¡Me quebró! ¡Me rendí! ¡Y fui yo quien se entregó a la policía, por mi cuenta! ¡Nadie más! ¡Yo solo!
Esa fue la gota que derramó el vaso. Do'cientos se quitó lentamente los lentes de sol, los dejó sobre la mesa y clavó la mirada en Gorgo con unos ojos vacíos, sin alma.
—Sabía que eras un idiota blando… pero en el fondo te tenía como alguien leal e inteligente. Agradezco que no hayas mencionado a la corporación durante tu interrogatorio… nos encubriste —dijo, y soltó una carcajada honesta, casi burlona—. Seguro que ahora mismo… te estás arrepintiendo, ¿no?
Antes de que Gorgo pudiera responder, él continuó:
—¿Niños de seis años? Qué patético.
Respiró hondo, borrando su sonrisa.
—Estás endeudado, Gorgo. Lo que invertí aquel día no fue barato. Vas a tener que pagar… hablamos de unos 22 millones de dólares, más los 750 mil que costó tu liberación.
Gorgo ni se inmutó.
—Metete las deudas en el culo —gruñó—. La verdadera pena tú me la das… molestando a un anciano y a un par de mocosos por un puto meteorito del que ni siquiera hay registro.
Se inclinó hacia el escritorio.
—Mátame de una vez… no pienso trabajar para tu montaña de mierda.
Do'cientos solo bufó, repleto de rabia. Abrió un cajón, sacó un revólver pesado y lo sostuvo con una mano mientras miraba de reojo a Gorgo. El exsoldado tragó saliva, más por sorpresa que por miedo.
El jefe abrió el tambor del arma. Las seis balas estaban ahí. Sin prisa, dejó caer cinco al suelo. Giró el tambor con un chasquido y lo cerró.
—Quiero ser un hombre justo, Gorgo… —dijo, con un tono tan falso que apestaba a mentira—. Juguemos un juego… ¿conoces la ruleta rusa?
—Jodido sádico de mierda… —le murmuró Gorgo entre dientes—. Mátame de una vez…
Pero sus palabras se ahogaron al ver cómo Do'cientos se apuntaba el arma a la cabeza. Y sin titubeo, gatilló.
¡Click!
Lo hizo de nuevo.
¡Click!
Una tercera vez.
¡Click!
Cuarta.
¡Click!
Quinta…
¡Click!
Gorgo no pudo evitar abrir los ojos de par en par.
—¿¡Cómo mierda…!?
Do'cientos bajó el arma con una sonrisa inquietante.
—Soy un hombre suertudo, Gorgo…
—¡Eres un enfermo! ¡Eso eres! —gritó Gorgo, en un estallido de furia e incredulidad.
—Es curioso cómo la suerte te salva hasta de tus actos más estúpidos… —replicó Do'cientos, con su tono sermoneante, como si estuviera explicando una lección en una clase de filosofía retorcida.
Gorgo se quedó helado, fuera de lugar.
—Mira… —continuó el jefe con parsimonia.
Apuntó de nuevo a su sien. Dio un sexto gatillazo.
Click.
Silencio.
La bala no salió.
—Este revólver es casi nuevo… —comentó con extrañeza, sin perder la compostura—. No debería encasquillarse…
Giró la muñeca con desdén, apuntó a una pared lateral, y presionó el gatillo por séptima vez.
¡BANG!
El disparo resonó con fuerza, agujereando la pared como una sentencia atrasada.
― ¡¿A dónde quieres llegar mostrándome este retorcido juego?! ― le pregunta con furia Gorgo.
―es una demostración de que esto es real, Gorgo… ― le comenta ― ¿un juego?... esto quiere decir que Tu vida es prácticamente un juego orquestado por mí, Gorgo…
―uh? ― balbucea, dando un paso atrás
―memoriza Gorgo… Cuántas veces desde que te conozco ¿mencioné la palabra "suerte"?...
―no… ― negó con la cabeza, retrocediendo…
―la pelea contra Richarzon yo la gane… no fue suerte…
―Por qué mierda…. ¿un boxeador voltearía a ver al público justo cuando está evadiendo un golpe?...
«―tu actuación de hoy fue increíble, no tenías chances de ganar, tu victoria fue meramente suerte… el error de Richarzon te condujo a la victoria…―le explica Do'cientos»
―hijo de… yo… ¿iba a perder esa pelea?...
―es curioso ¿no?... ¿Por qué nadie aposto en esa pelea a tu favor? ¿Por qué el eterno perdedor le ganaría a la joven promesa? ¿Dónde está el sentido? ¿me explicas?...
—Nunca fue una oportunidad lo que me diste… —murmuró Gorgo, en shock, las manos temblándole de impotencia—. Me diste una correa… y me manipulaste…
¡¿Cómo?! ¡¿Cómo este juego de suerte te benefició a vos… y a mí me arruinó por completo!?
—Es mi don… —respondió Do'cientos con calma—. Le llamo "Trébol"… es como un milagro.
Se puso de pie lentamente, con la tranquilidad de quien tiene el destino ajeno en la palma de la mano. Sacó una sola bala del bolsillo, la metió en el tambor del revólver y lo cerró.
—Nací con un 100% de suerte. Los actos al azar siempre me favorecen. —Le apuntó a Gorgo mientras hablaba, como si fuera una charla informal—. También puedo repartir mi porcentaje a otras personas… y alterar la buena suerte a mala suerte. Suena inútil, ¿no? Pero si lo usas con sabiduría, llegas lejos.
Extendió los brazos, como mostrando su imperio invisible.
—Mira mi lugar… y mira el tuyo.
Hubo un silencio helado.
—Cuando me inyectaron el suero… —balbuceó Gorgo, atando cabos.
—Sobreviviste porque te di el 100% de mi suerte. Luego… te la saqué de nuevo.
—Te voy a matar… maldito hijo de puta… —gruñó Gorgo con los ojos inyectados en sangre—. ¡Te juro que te voy a matar!
Pero el disparo del revólver no hizo ruido. Sólo un "paf" seco se estrelló contra su cuello.
Gorgo retrocedió tambaleando, y al tocarse, extrajo una pequeña bala de plástico con aguja. El líquido dentro era viscoso… como el de una jeringa.
—Dulces sueños, grandote… —le susurró Do'cientos, sonriente—. Le daremos buen uso a tu cuerpo. El suero es un experimento caro… no lo voy a tirar a la basura.
—Te van a matar de la forma más horrible… hijo de puta… —balbuceó Gorgo, ya con media cara paralizada, la lengua pesada—. Es una promesa…
Y cayó de cara al suelo, como un titán derrumbado.
—Mi suerte lo impedirá… —le respondió Do'cientos con tranquilidad, dejando caer el revólver sobre su nuca como quien cierra un libro.