Ficool

Chapter 34 - un problema para nada divertido

Oliver y Gouten se acercaron a Hanabi con paso firme, aunque los nervios eran evidentes. No sabían cómo reaccionaría al saber que a Gouten… le salía una cola parecida a la de un simio, justo desde la base de su espalda.

Hanabi los observó sin cambiar su expresión de asombro. Ambos se detuvieron frente a ella. Gouten estaba por hablar, cuando:

—Tenías… una cola —dijo Hanabi con la voz baja, los ojos pálidos.

—Sí… pero podemos explicarlo… —se apresuró a decir Oliver.

—Porque… eso no es normal. No eres un Ardipithecus —añadió Hanabi, mirando fijamente a Gouten—. Y los Ardipithecus no tenían cola.

Ambos chicos se miraron, completamente descolocados. «¿Está hablando de evolución humana…?»

—No… Hanabi… —advirtió Oliver, con un tono serio—. Esto no tiene nada que ver con la evolución humana…

—¡Además, ¿dónde me viste cara de chimpancé?! —saltó Gouten ofendido.

Pero no tuvo tiempo de quejarse más. Oliver le soltó un manotazo en la nuca, haciendo que su cabeza cayera hacia adelante.

—¡No es momento para quejarte! —le gritó Oliver, frustrado y nervioso—. Hanabi, nosotros no somos humanos…

La declaración dejó a Hanabi aún más congelada.

—Max nos va a matar… —susurró Gouten desde el suelo.

—No somos humanos —repitió Oliver, mientras pisaba la mano de su primo—. No somos de la Tierra. Venimos de otro mundo… ¡pero venimos en paz!

—¡Idiota! —le gritó Gouten, empujándolo hacia atrás—. ¡Decir que sos un alien y después que venís en paz es lo más genérico que existe! ¡¿Quién se va a tragar eso?!

Gira para mirar a Hanabi, con los ojos tensos.

—Te callas… o te silenciamos —soltó Gouten, con un tono que intentó ser intimidante.

Oliver le encajó una patada en el trasero a Gouten tras escuchar su amenaza. «¿Cómo te atrevés a amenazar a la nieta del maestro?»

—¡Estoy buscando soluciones, Oliver! —le gritó Gouten, sobándose el trasero. Luego giró hacia Hanabi—. ¡Te callas o te abducimos!

—¡Pero lo estás empeorando todo! —protestó Oliver, incrédulo.

—¡Ya que somos aliens, que nos tenga miedo…! —masculló Gouten, frustrado.

Ambos se quedaron callados al verla. Hanabi fruncía el ceño, como si acabara de tener una revelación.

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Oliver intentó ser sensato y explicar.

Gouten recurrió a las amenazas y la intimidación.

Pero Hanabi no captó ninguna de ellas.

Con solo ocho años, sin conocimientos sobre seres de otros mundos, solo pudo refugiarse en el único lugar donde los "aliens" existían: la ficción.

Y desde esa lógica… Oliver y Gouten ya no eran sus amigos. Eran amenazas. Invasores que, si no eran detenidos, conquistarían su mundo.>>

—¿No va a decir nada? —murmuró Gouten a Oliver, sin poder ocultar su nerviosismo

En ese momento, Hanabi le encajo un golpe en la tripa a Gouten y una patada en la rodilla a Oliver, para luego echarse a correr llamando a su abuelo.

―estamos fritos… ― gruñe Gouten, agarrándose el estómago.

―idiota…― le insulta Oliver agarrándose la rodilla.

Gouten y Oliver corrieron tras la chica, desesperados por atraparla, pero ya era tarde. Hanabi había alcanzado la casa y estaba contándole todo a su abuelo. Los chicos, al ver la puerta cerrarse tras ella, ya podían oler sus funerales.

A Gouten le vino a la mente la advertencia de Max, esa amenaza que aún flotaba en el aire como una fragancia de puro terror.

—¿Te acabas de echar un pedo? —le preguntó Oliver, frunciendo la nariz.

—Tengo miedo… —respondió Gouten con voz temblorosa.

Baldur salió de la casa con paso tranquilo, y se acercó a los chicos con una expresión serena.

—Hanabi me contó todo —anunció con calma.

—Lo sentimos… —dijeron al unísono Gouten y Oliver, cabizbajos.

—No se preocupen —respondió el anciano, relajado—. Era evidente que no podrían esconderlo por mucho tiempo. Haberlo logrado durante dos días ya es todo un logro.

Los chicos lo miraron con sorpresa.

—Le expliqué a Hanabi todo sobre ustedes. Sobre su planeta, sobre cómo los cuidé desde que llegaron…

—Muchas gracias, maestro… —suspiraron ambos, aliviados.

—Ahora, por favor, pídanle disculpas a Hanabi y llévense bien con ella —les pidió con una sonrisa cálida—. Se los ruego.

—Sí, maestro… —murmuraron al unísono, como niños regañados.

Tras prometer no decirle nada a Max porque ya sabía cómo se pondría, Baldur se retiró a la casa con calma, dejando a Hanabi frente a los chicos.

La niña salió lentamente, clavando la mirada en Oliver y Gouten. Una mirada fría, desafiante, muy distinta a la tranquilidad de su abuelo. Casi como si ni siquiera le creyera a él.

Baldur desapareció por la puerta, anunciando que llamaría a Max para la cena.

Oliver dio un paso al frente, intentando sonar sincero.

—Hanabi… lo sentimos. Hablamos mal, estábamos nerviosos y…

—Ni se molesten —lo cortó Hanabi, cruzándose de brazos—. Mi abuelo me contó todo. Y ya saqué mi conclusión…

Ambos primos se miraron, confundidos.

—¡Ustedes tienen la capacidad de controlar mentes! —les gritó, señalándolos con el dedo—. ¡Le lavaron el cerebro a mi pobre abuelito! ¡Y me las van a pagar!

—¡Esto es absurdo! —se quejó Gouten, llevándose una mano a la frente.

—¡Vuelvan a su planeta o los erradicaré! ¡Esto es una guerra! —gritó Hanabi antes de desaparecer tras la puerta de la casa.

Oliver se quedó paralizado, procesando lo que acababa de pasar.

—¿Nos acaba de declarar la guerra? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y confusión.

—Yo creo que sí… —asintió Gouten, encogiéndose de hombros.

—Tenemos diez años. Supongo que somos lo suficientemente maduros como para no seguir este ridículo juego —intentó convencerse Oliver.

—Yo no me lo tomé en serio. ¿Qué puede hacer ella? Tiene ocho años y cero experiencia en artes marciales —comentó Gouten con calma—. En caso de que nos ataque… tenemos las de ganar.

—Yo creo que el problema acaba aquí…

<< A la mañana siguiente >>

Un fuerte bostezo salió de la boca de Gouten… solo para abrir los ojos y descubrir que el mundo estaba de cabeza.

Giraba por el cuarto en círculos, en un patrón repetido, como ropa en una secadora.

—¿¡Qué?! ¡¿Cómo?! —gritó, al ver que estaba atado de los pies al ventilador de techo.

Al mirar alrededor, notó un soporte con un cuchillo tirado en el suelo, cerca de la trayectoria de los giros. No representaba peligro… pero tampoco era casualidad.

—¡Oliver! ¡Ayuda! —clamó desesperado.

—Tengo mis propios problemas… —gruñó la voz de Oliver desde el baño.

Gouten alcanzó a verlo: estaba amarrado, boca abajo, con la cabeza dentro del inodoro.

—¿¡Cómo llegaste ahí!?

—¿Cuántas veces te dije que le tires a la cadena…?

Oliver se impulsó con la pared y, con una vuelta bien calculada, salió del escusado. Contuvo la respiración: el hedor era inigualable.

Caminó hasta el cuarto y vio a Gouten girando como un trompo, atado del ventilador. En el suelo, el cuchillo seguía en su soporte. Al fijarse bien, notó un corte leve en la mejilla de su primo.

—Intentó ahogarme en el inodoro… y a ti empalarte con el cuchillo aprovechando el giro —declaró Oliver, agachándose a recoger el cuchillo con gesto analítico—. Pero puso el ventilador en potencia uno, y el inodoro no tiene suficiente agua como para cubrirme la cabeza entera…

—¡¿Por qué analizas eso!? ¡Ven y desátame!

—Primero, una ducha. Mi cabello apesta.

—¡Imbécil! ¡Estoy de cabeza!

—Jodete por no tirar la cadena —le respondió Oliver, entrando al baño. Se escuchó el agua correr, mientras Gouten seguía girando sin rumbo, como un idiota colgado de un ventilador vengativo.

El día transcurrió con sorprendente normalidad, como si Hanabi hubiera olvidado su declaración de guerra. Para Oliver y Gouten, aquello fue un alivio. Al fin podían retomar sus rutinas sin miedo a trampas escondidas.

Cada uno entrenaba con un propósito claro:

Oliver buscaba construir su propio estilo.

Gouten luchaba contra su impulso instintivo, intentando refinarlo.

Y Hanabi daba sus primeros pasos, torpes pero decididos, en el mundo de las artes marciales.

Una mañana, reunidos los tres frente a Baldur, el viejo maestro les reveló un nuevo paso: el estilo Mizutai, la rama marcial propia del Colegio Agua. Un arte marcial fluido, inspirado en la adaptabilidad del agua y su capacidad para envolver, resistir y moldear.

Oliver sorprendía con su habilidad para imitar cada postura con naturalidad, como si el flujo del Mizutai naciera en su interior.

Gouten, por el contrario, se mareaba con los movimientos circulares, incapaz de fluir.

Y Hanabi, pese a sus deslices y movimientos erráticos, no retrocedía ni un paso.

Baldur los observaba en silencio. Esto no era solo una lección. Era una prueba.

Quien más se armonizará con el Mizutai, estaría un paso más cerca de ser considerado digno sucesor del título que una vez fue suyo: el Pilar del Agua.

<< al segundo día en la mañana >>

Oliver despertó con el colchón flotando en un rio cercano. El susto se apodero del chico, quien salto al agua y corrió a su cuarto, no pudiendo entrar debido al seguro de la puerta. corrió a la ventana, encontrando la persiana y vidrios abiertos.

De un brinco entro y rápidamente busco a Gouten. No lo vio en su cama, no estaba en el baño o bajo la cama. Un grito ahogado de quejas se escuchó desde el armario.

Al abrir la puerta, encontró a Gouten envuelto en cinta adhesiva por todo el cuerpo, como si fuera una oruga.

Oliver suspiro aliviado, y procedió a romper la cinta para liberar a Gouten.

― ¡esta mocosa está loca!¡¿cómo diablos me envolvió en cinta sin despertarme!? ― cuestiona Gouten apenas se le liberaron los labios.

― ¡eso no importa ahora! ¡ella abrió la ventana y se expuso a un alto riesgo! ― le grita Oliver ―yo amanecí en el lago, ¿qué hubiera pasado si te llevaba a ti en lugar de a mí?

—Hubiera sido terrible… me habría convertido en Gouron —dijo Gouten, aún con cinta en el brazo—.

¡Y Max me mataría!

—¡Max no importa ahora! —le regañó Oliver, más serio—. ¡Hanabi pudo salir herida! ¡Tenemos que hablar con ella y Explicarle el peligro que esto representa!

La puerta se abrió de una patada.

Max entró con fuerza, haciendo que ambos peguen un salto.

—¿Está todo bien?... —preguntó, con la voz más baja que lo usual.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —replicó Oliver, atento.

—Fui al mercado… y me di cuenta de que me estaban espiando —dijo Max, mirando directamente hacia la ventana abierta.

Sin preguntar, les dio una bofetada a cada uno.

—¡¿Qué les dije sobre la ventana?!

—Fue sin querer… —respondió Oliver, bajando la mirada.

—¿Dónde está tu cama?

—…en el lago… —respondió tímido.

Max parpadeó.

—¿Qué… qué demonios pasó?

—Hanabi nos gastó una broma —respondió Gouten, con tono seco.

Max se quedó helado. Literalmente.

—Ya sabemos que fue peligroso, no hace falta que nos sermonees —dijo Oliver.

Max no dijo nada.

Solo miró la ventana, como si imaginara lo que pudo haber pasado.

—Cierren todo con llave esta noche… —ordenó Max.

—Hoy no planeamos dormir… —murmuró Gouten, serio por primera vez en días—. Tenemos que controlar esto. No quiero convertirme en una bestia por culpa de una niña.

Oliver asintió.

—Estoy de acuerdo… Tomaremos turnos para dormir.

—Yo estaré atento a todo —agregó Max, girando para marcharse.

Pero Oliver lo detuvo con la voz.

—Max… ¿a qué te referías con que te espiaban?

Max se detuvo. Su espalda se tensó.

<< [un grave error] >>

—No… nada. Iba a contar un chisme, pero se me olvidó —respondió.

Los chicos no insistieron.

—Están bastante preocupados ya… no quiero sumar otro problema. Mejor lo hablo con Baldur.

Y se marchó.

Durante el día, Oliver y Gouten se vieron obligados a entrenar solos.

Baldur, por primera vez desde que llegaron, decidió dedicar su jornada entera a pasar tiempo con Hanabi.

Eso frustró por completo los planes de confrontarla sobre los ataques nocturnos.

Nadie habló del tema.

Y cuando abuelo y nieta regresaron, ya era demasiado tarde.

Max, sin otra opción, preparó la cena en silencio.

Y antes de que las primeras estrellas se asomaran por el cielo, envió a Oliver y Gouten directo al cuarto.

― ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué justo hoy tenía que pasar todo el día con ella?! —gritó Gouten, caminando nervioso de un lado a otro, como un animal enjaulado.

― Qué mala pata… —murmuró Oliver, cruzado de brazos—. Pero eso no cambia el plan.

Son las siete. La hora de dormir es a las diez.

Podemos turnarnos: cinco horas cada uno, y llegamos a las ocho de la mañana.

Gouten chasqueó la lengua, molesto, sin responder.

―Si tan solo le hubiéramos explicado bien las cosas… nada de esto habría pasado.

―Tuvimos la oportunidad, y los nervios nos arruinaron a ambos. No podemos quejarnos ahora —respondió Oliver.

Gouten suspiró largo, aceptando la verdad en silencio.

―Duerme tú primero. Te despertaré si pasa algo.

―Está bien… —murmuró Oliver, rascándose la parte baja de la espalda.

De pronto, se quedó quieto.

Había sentido un bulto… algo… una línea curva bajo la piel.

Apenas unos milímetros por encima de la cintura. «Mi… ¿cola?»

El pensamiento lo dejó sin aliento. No sabía si debía alarmarse o emocionarse.

Decidió callar. Tal vez fue su imaginación.

Cuando el reloj marcó las diez, Oliver se recostó.

En la completa oscuridad del cuarto, Gouten mantuvo los ojos bien abiertos, atento a cada sonido del exterior.

Cuatro horas pasaron,

lentas, espesas,

como un caracol cruzando todo un patio de punta a punta.

Gouten apenas parpadeaba.

Los codos sobre las rodillas, la vista fija en la ventana cerrada,

con las persianas filtrando apenas un aliento pálido de luna.

Solo se oían los suspiros de Oliver

y el canto obstinado de los grillos,

como si estuvieran contándole un secreto a la luna.

Entonces se oyó.

Un grito.

Agudo. Crujiente. Femenino.

Cortó la noche como un cuchillo en un mantel.

Y todo quedó en silencio.

Oliver se incorporó de golpe.

Gouten ya estaba de pie, encendiendo la luz, los puños tensos.

― ¿¡Qué fue eso!?

―Fue Hanabi… no tengo dudas ― masculló Gouten, encarando la puerta mientras se tronaba los nudillos.

Pero Oliver lo sujetó del brazo, con fuerza.

Lo empujó contra la cama.

―No seas estúpido… no podemos salir…

Y luego bajó la voz.

―Además… ¿por qué gritaría así?

―De seguro es una trampa… habrá notado que estamos despiertos ―susurró Gouten, sin apartar la vista de la puerta.

―Gouten… ¿y si está en peligro?

―Si estuviera en peligro… no podríamos hacer nada… ―tragó saliva.

Entonces se oyó el segundo grito.

Más fuerte.

Más claro.

― ¡Suéltenme!

La voz de Hanabi.

La súplica desesperada de alguien que ya no está fingiendo.

Ambos se congelaron.

El rostro de Oliver se tensó.

El de Gouten, también.

― ¡Esto ya no es un juego! ―exclamó Oliver, levantándose.

― ¡Pero no podemos salir! ―replicó Gouten con furia. Sus ojos estaban cargados de rabia… e impotencia.

Oliver miró alrededor.

La habitación parecía cerrarse sobre ellos.

Las ventanas selladas. Las puertas cerradas.

Unos 20 metros los separaban de Hanabi.

Era inútil gritar.

Si nadie la había escuchado a ella… mucho menos los oirían a ellos.

Solo quedaban ellos dos.

Y el tiempo se les estaba acabando.

Oliver se tocó la espalda.

El contorno era más grande que antes.

Sabía lo que significaba, pero no dijo nada.

Simplemente respiró hondo.

―Ayer dormí afuera y no me pasó nada…

No me va a pasar nada hoy tampoco.

Confía en mí, Gouten.

Tengo que ir. Si Hanabi está en peligro y no hago nada,

no podría perdonarme.

―Y si no hay ningún problema…

Regreso, y nadie se enterará de nada.

Gouten bajó la cabeza.

Sus puños apretados temblaban un poco.

Quería discutir.

Pero no podía detenerlo.

―Esto es muy estúpido…

―…

Levantó la mirada.

Y con un suspiro, se rindió.

―Está bien… ve…

Gouten se apartó lentamente de la puerta.

Oliver la abrió con cuidado.

La luz de la noche le pegó de frente,

como si la oscuridad misma lo invitara a salir.

Cerró los ojos un segundo,

el corazón latiéndole como tambor.

Estaba cagado de nervios.

Pero no pasó nada.

Suspiró, aliviado por un instante.

Volteó a ver a Gouten.

Seguía allí, quieto, con los brazos cruzados y la cara tensa.

―Ya volveré… ―dijo Oliver.

Y salió.

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