Oliver cerró la puerta tras de sí, resguardando a Gouten de la luz de las estrellas,
y echó a correr hacia donde nacieron los gritos.
A los pocos metros, una silueta se recortó entre las sombras.
Oliver aceleró sin pensar, embistiendo al sujeto con fuerza.
—¡Oliver! —gritó Hanabi, entre asombro y alivio.
—¡Hanabi, vete de aquí! —le gritó él, mientras ambos perdían el equilibrio.
Pero no vieron la colina.
No hasta que fue demasiado tarde.
—Maldita sea…
Los tres cayeron.
Rodaron cuesta abajo, rebotando contra el suelo.
Oliver, con puro instinto, logró agarrar a Hanabi del brazo y atraerla hacia él.
Cubriéndola con su cuerpo, soportó cada golpe, cada roca, cada raíz que se les cruzaba.
Finalmente, llegaron al terreno plano.
Hanabi cayó unos centímetros más allá.
Oliver, jadeando, se levantó.
Frente a él, el raptor se incorporaba con torpeza.
Pero antes de que pudiera hacer algo…
Otra silueta emergió de la sombra de un árbol.
Levantó el brazo.
Apuntó.
El impacto en la frente fue inevitable.
—¡No! —gritó el raptor—. ¡Es un niño, ¿cómo te atreves!?
Giró bruscamente hacia el tirador, indignado.
—Deja de llorar —replicó Do'cientos con frialdad—. Es el niño que derrotó a Gorgo.
Mira…
Señaló a Oliver.
El muchacho, tambaleante, seguía de pie.
Su rostro agachado, sus ojos temblando. Una delgada gota de sangre descendía desde su frente, trazando una línea por el costado de su nariz, el metal de la bala cayó al suelo aplastado como si fuera una moneda.
—No me jodas… —murmuró Richarzon, quedando sin aliento.
—¡Mátenlo! —ordenó Do'cientos, mientras golpeaba a Hanabi y la arrastraba del brazo hacia un auto que acababa de encender sus luces.
—¡Suéltenla! —gritó Oliver.
Levantó el brazo con rabia, y en su palma se formó una esfera de energía.
Pero antes de lanzarla, Richarzon se interpuso.
Le golpeó el antebrazo con fuerza, desviando el proyectil.
El ataque estalló en la oscuridad, sin alcanzar a nadie.
Oliver levantó las manos con fuerza. El movimiento hizo que el atacante subiera la guardia por reflejo… y en ese instante, Oliver le encajó una patada en el estómago, lanzándolo hacia atrás.
El auto estaba a punto de arrancar.
De un salto, Oliver aterrizó sobre el techo del vehículo y lo golpeó con ambos puños, dejando una gran hendidura.
Richarzon reaccionó al instante: lo sujetó de la ropa y lo arrojó al suelo con violencia.
Un golpe seco retumbó al estrellarse el cuerpo del niño contra la tierra.
Pero Oliver no se detuvo.
Giró hacia atrás, justo a tiempo para esquivar un nuevo ataque.
El puño de Richarzon se clavó en el suelo, levantando tierra y dejando una marca profunda.
El hombre alzó la vista… solo para ver venir la planta del pie de Oliver.
El impacto lo lanzó de lleno contra la puerta del automóvil, abollándola con su cuerpo.
― ¡suelten a Hanabi! ― les grita Oliver, quien rápidamente tiene que correr para escapar de una tormenta de balas que buscan acribillarlo.
2 hombres armados no le querían dar descanso a Oliver.
― ¡levántate y mátalo! ― le ordena Do'cientos a Richarzon.
― ¡dame un segundo! ¡¿no te das cuenta de que el mocoso tiene más fuerza que yo?!
Oliver dio un brinco a la derecha, saliendo de la cobertura justo cuando la pared de balas lo rozaba. Pero al alcanzar su posición… clic.
Las armas se quedaron en silencio. Gatillos vacíos.
Sin perder tiempo, de una patada barrió a los dos hombres armados y los arrojó al suelo. Corrió sin pensar hacia el auto, que ya comenzaba a avanzar.
Y se lanzó.
Cayó con brutalidad sobre el capó del vehículo, abollándolo con su propio cuerpo. El motor gimió y algo dentro se rompió. El coche se detuvo.
― ¡Suéltenla! ―rugió Oliver, su voz vibró como un trueno entre los árboles.
El parabrisas estalló desde el centro, quebrándose en un patrón de telaraña que se expandía hacia los bordes.
Y entonces, otra vez…
Una bala impactó directo en su frente.
—Qué rabia que sea inmune a las balas… —murmuró Do'cientos entre dientes, bajando el arma con frustración.
Pisó el acelerador a fondo.
El rugido del motor llenó el bosque mientras el coche se sacudía con violencia. El impacto fue inmediato: Oliver salió despedido por los aires, volando por encima del techo como un muñeco de trapo y cayendo de espaldas sobre la tierra.
Pero el auto no fue mucho más lejos.
Las ruedas delanteras, deformadas por el golpe previo, no giraban bien. El vehículo patinó descontrolado y se estrelló contra un árbol con un crujido seco.
Do'cientos golpeó el volante con el puño, maldiciendo en voz baja. Sacó su teléfono, temblando de rabia.
—¡Tráiganme otro auto! ¡Ahora!
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Do'cientos bajó del auto y, para sorpresa de Oliver, echó la cabeza hacia atrás justo a tiempo, esquivando una patada veloz que rozó su rostro. Aprovechó el impulso para golpear de frente con el puño... pero en cuanto sus nudillos chocaron con el rostro del niño, una punzada le recorrió la mano.
—¡Tsk…! —gruñó el ejecutivo, sacudiendo los dedos, mientras Oliver ya se movía de nuevo.
Con un salto ágil, el muchacho pisó el capó del vehículo y se impulsó hacia la izquierda, lanzando una patada giratoria. Do'cientos la esquivó agachándose de forma torpe y poco ortodoxa… pero suficiente.
—¡¿Cómo?! —exclamó Oliver, sin tiempo para reaccionar.
Richarzon apareció como un toro desbocado, embistiéndolo por el flanco. Ambos chocaron con el costado del auto, y el cráneo de Oliver rompió la ventanilla lateral con un estallido de vidrios.
Aturdido, giró la mirada hacia adentro.
Allí estaba Hanabi.
Sus ojos, abiertos como platos, lo observaban. Llenos de miedo.
Pero no por el enemigo.
Por él.
Gotas de sangre mancharon el asiento como tinta caliente.
El corte en su frente ardía como fuego, y con el cuerpo de Richarzon aplastándolo contra la puerta del auto, Oliver no pudo evitar soltar un grito ahogado de dolor.
—¡¿Cómo demonios un vidrio lo hiere y balazos no?! —escupió Do'cientos con rabia, alzando el arma.
Sin pensarlo, vació el cargador directo al pecho del chico. Las balas no lo perforaban, pero cada impacto lo sacudía con fuerza. Los moretones comenzaban a formarse bajo su ropa.
Oliver apretó los dientes y, con un impulso desesperado, giró la cabeza hacia la izquierda. El golpe seco contra el rostro de Richarzon sonó como un hueso quebrándose... pero no fue el del guardia.
Richarzon ni siquiera parpadeó.
No parpadeó… hasta que Hanabi, con un gesto desesperado, se abalanzó desde adentro y le clavó los dedos en los ojos a través del hueco de la ventanilla.
El corpulento guardia gruñó con sorpresa, aflojando la presión contra Oliver.
Eso fue todo lo que el chico necesitaba.
Con un grito ahogado de rabia, Oliver giró su cuerpo, marcó una postura firme, y descargó un golpe directo al pecho de Richarzon, cargado de kime.
—¡KIAAA! —el grito acompañó el impacto como una detonación contenida.
El grandulón salió volando hacia atrás, estrellándose contra el capó del auto con un estruendo metálico.
Sin perder el impulso, Oliver giró sobre sí mismo y repitió la postura, ahora apuntando a Do'cientos.
Pero justo cuando el impacto iba a salir, algo metálico y brutal lo golpeó de lleno, lanzándolo hacia atrás como si lo hubiese arrollado un tren invisible.
El mundo giró.
Oliver no supo si era otro enemigo, una máquina, o algo más… pero ahora estaba en el suelo, con el cuerpo temblando y el pecho ardiendo.
Un tosido seco le recorrió el pecho como una cuchilla. Sintió un ardor feroz subir por su garganta, y al escupir, un hilo de sangre carmesí manchó el suelo.
La respiración le dolía.
Levantó la mirada entre jadeos… y lo vio.
Un ser robusto, imponente, con un traje metálico que parecía absorber la luz de la noche. Su figura brillaba con reflejos oscuros, como si estuviera hecho de acero líquido. No se movía. Solo lo observaba.
Oliver parpadeó varias veces. Su visión nublada apenas alcanzaba a distinguir el contorno.
Una silueta familiar. Un peso extraño en el pecho.
—¿Q-qué…? ¿Quién eres? —balbuceó, limpiándose la sangre con el dorso de la mano.
La figura no respondió.
Solo se inclinó levemente, y los ojos del casco brillaron con una intensidad rojiza.
Sus pasos al frente eran una respuesta directa a Oliver que no estaba ahí para hablar, el metal de sus botas resonaba como un juicio inminente.
Oliver apenas se incorporó. El ardor en el pecho le atravesaba como una lanza, pero no podía detenerse.
Dio un salto hacia atrás, cargando energía en ambas manos. Sus ojos se encendieron con decisión.
Pero el enemigo ya estaba encima.
Una patada descendente le cayó como un rayo. Sus brazos fueron forzados contra el suelo.
—¡Gah! —gritó Oliver, justo cuando la energía acumulada estalló sin control.
Una explosión amillenta lo envolvió todo.
El impacto lanzó a Richarzon y a Oliver en direcciones opuestas, envueltos en una nube de tierra, humo y ese zumbido agudo que ahogaba los sentidos.
Oliver se incorporó temblando, contemplando sus brazos heridos, llenos de quemaduras y cortes. A su derecha, Richarzon se sujetaba el tobillo con una mueca: la explosión lo había alcanzado de lleno.
Pero no hubo respiro.
Una figura robusta, cubierta de un traje metálico, se acercó al chico. Lo tomó del pecho y lo levantó en el aire con facilidad sobrehumana.
—¡Oliver! —gritó Hanabi desde el interior del auto.
Con los ojos entrecerrados por el dolor, Oliver alcanzó a ver otro vehículo aproximarse. A Hanabi siendo arrastrada dentro, y al sujeto de la corbata verde subiendo con una sonrisa triunfante.
—¿No sabes seguir órdenes? —espetó Do'cientos con fastidio, dirigiéndose a Richarzon y al hombre metálico mientras los demás subían al auto.
—Ya no es necesario… —dijo Richarzon, cojeando hacia el frente—. Llévate a la niña. Deja al mocoso. Ya sabes lo importante que es la nieta para el viejo… No matemos a sus discípulos. Eso complicará las negociaciones.
Do'cientos rió con desprecio.
—Olvidas que tengo la fortuna de mi lado, Richar… Quiero sumarle tensión al viejo. Liquidaré su estima —dijo, señalando el auto destrozado—. Además, tú viste lo que es capaz de hacer este mocoso.
Se giró hacia el ser metálico.
—Gorgo, más te vale matarlo.
Oliver abrió los ojos, atónito.
—¿Gorgo…? —susurró, confundido—. ¡¿Gorgo?!
La respuesta fue brutal: el ser lo estrelló contra el suelo sin soltarlo, como si fuera un trapo.
—¡¿No aprendiste nada desde la última vez?! —gritó Oliver, furioso, mientras luchaba por liberarse del peso aplastante de Gorgo.
Hizo un giro violento hacia la derecha, arrastrando su espalda por el suelo con esfuerzo. Con un tirón desesperado, logró zafarse, aunque el movimiento le arrancó parte de la ropa del pecho, que quedó en la mano metálica de Gorgo.
El joven se incorporó con dificultad, temblando de rabia.
—¿Acaso te dio igual el perdón de mi maestro y mi hermano? —exclamó con la voz rota, antes de lanzar un puñetazo directo al casco de Gorgo.
El impacto fue brutal… pero no para Gorgo.
Oliver sintió cómo sus nudillos se quebraban contra la coraza impenetrable. Un rastro de sangre quedó manchado sobre el metal oscuro.
Sin responder, Gorgo levantó la pierna y lanzó una patada que lo hizo volar por los aires, estrellándolo contra un árbol cercano.
Mareado, Oliver apenas tuvo tiempo de ver cómo el brazo de Gorgo se alzaba. De la armadura emergió un cañón integrado. Un zumbido cargado de energía crepitó en el aire…
…y luego, un disparo de plasma rugió directo hacia él.
Hanabi solo pudo observar cómo Oliver caía como un trapo sucio al suelo, mientras el automóvil retrocedía lentamente.
No sabía qué pensar. Sólo apretó los dientes, conteniendo una mezcla amarga de emociones. El niño al que una vez quiso eliminar... acababa de dar todo por protegerla.
El remordimiento se instaló en su pecho, silencioso pero real.
Otro tosido seco hizo que Oliver sintiera un ardor en la garganta. Escupió algo espeso y caliente. Rojo carmesí.
Su mirada se nublaba. Nunca había visto a la luna borrosa… en realidad, nunca se había detenido a observarla como merecía.
Parpadeó, y al abrir los ojos, el mundo era otro.
Un plano gris oscuro lo rodeaba. A su lado, flotando en el aire como una mascota inmóvil, una esfera de luz dorada le hacía compañía. Silenciosa. Presente.
Al girar la cabeza, notó otra esfera, más distante: una luz blanca, quieta, lejana. Separada de él por una distancia imposible de calcular.
El espacio se aclaraba poco a poco, como si el negro denso se diluyera en un gris incierto. Era un vacío… pero un vacío que parecía despejado. Irónico pensar eso de un lugar donde no hay nada.
Y entonces, algo nació.
Del frente, surgió una esfera de luz roja. Tenía el tamaño de la dorada, pero su superficie vibraba, inestable. Comenzó a crecer lentamente, pulsando como un corazón herido.
Oliver dio un paso atrás. Algo en su instinto le gritaba que esa cosa no debía estar ahí.
Entonces, una figura robusta emergió a su lado.
Era el traje metálico. Gorgo. De pie junto a él.
Sin decir una palabra, levantó el pie… y lo apuntó directo a la cabeza del chico.
Fue entonces cuando algo surgió.
Una larga longitud se deslizó desde la base de su espalda, cubierta de un suave pelaje que brillaba con la tenue luz gris del vacío.
Richarzon quedó descolocado. Gorgo, sin embargo, no dudó: levantó el pie y lo dejó caer con brutalidad hacia la cabeza del niño.
Pero el golpe se detuvo. El impacto chocó contra una figura más firme que el acero. Una onda de choque se expandió en el aire, y Gorgo fue lanzado por los aires sin entender qué lo había empujado.
Del centro del cráter, una figura se alzó entre la polvareda.
Oliver.
Un rugido feroz, casi animal, brotó de su garganta. Su cuerpo temblaba, pero no de miedo, sino de una energía salvaje e incontrolable. Su postura había cambiado: no era la de un niño asustado. Era la de un ser que había cruzado un umbral.
Richarzon lo miró boquiabierto. Si no fuera por sus rasgos humanos, juraría que estaba ante una bestia.
O eso pensaba… hasta que lo vio crecer.
El cuerpo del niño empezó a estirarse. Músculos. Huesos. Piel. Todo se expandía, rompiendo la lógica de lo posible.
—¿C-cómo diablos…? —murmuró Richarzon, paralizado.
Los ojos del ente brillaban en un rojo intenso, dos velas encendidas flotando en medio de la oscuridad.
Sin emitir palabra, el niño se arrancó la parte superior de la ropa con un movimiento salvaje, revelando un pelaje que se expandía por sus brazos y parte del torso, denso, oscuro, palpitante.
Colmillos afilados sobresalían de su mandíbula. Una cola, ahora más larga y poderosa, azotaba el suelo con furia contenida.
El cabello le creció con violencia, formándose en una melena salvaje que caía sobre su espalda y hombros. Era como si una tormenta hubiese estallado dentro de su cuerpo.
Y entonces lo fue.
Un ser que no era niño, ni hombre, ni bestia.
Una mezcla imposible de león, lobo, gorila… y algo más.
Algo nacido para destruir.