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Chapter 7 - capitulo 6

Capítulo 6

El amanecer bañaba los muros de la Fortaleza Roja con un resplandor dorado que parecía ocultar, tras su calidez, las tensiones invisibles que se gestaban en cada pasillo. Desde las ventanas altas del salón, la ciudad se extendía como un mar de tejados y humo, pero allí dentro, en la mesa larga del desayuno real, el aire estaba más cargado que en cualquier fragua de herrero.

Viserys I Targaryen presidía la mesa, con el porte cansado de un hombre que cargaba más con recuerdos que con coronas. Sus cabellos, antaño brillantes como plata, estaban apagados y desordenados. Sus ojos, sin embargo, guardaban destellos de cariño cada vez que se posaban en los pequeños. A su lado, la reina Alicent sostenía el gesto perfecto de quien sabe que está siempre bajo la mirada ajena: espalda recta, sonrisa contenida, cada palabra calculada. Frente a ella, Rhaenyra se mantenía erguida, los labios apretados y la mirada fija en el plato, como si cada bocado fuese un acto de resistencia.

Y yo Jaehaerys ocupaba un asiento más abajo, demasiado joven para ser ignorado y demasiado significativo para ser pasado por alto. Ser Erryk, como siempre, permanecía discreto en un rincón, su armadura blanca brillando bajo la luz de las antorchas. Aegon, Helaena y Aemond, aún pequeños, se agitaban bajo la vigilancia de doncellas y sirvientes.

El silencio inicial fue roto por el tintinear de las copas.

—Una mañana espléndida —dijo Viserys con una sonrisa forzada, como si con esas palabras pudiese conjurar armonía donde solo había fracturas—. El otoño avanza suave este año, los dioses han sido generosos.

Alicent asintió con suavidad.

—Generosos, sí, Su Gracia. Aunque los rumores en la ciudad dicen que el invierno llegará antes de lo esperado.

—Rumores siempre habrá —replicó Viserys, quitando importancia, y llevó un trozo de pan a la boca—. Lo importante es mantener la paz dentro de estas murallas.

Rhaenyra levantó apenas la mirada, clavándola en Alicent.

—La paz dentro de las murallas es difícil de mantener, cuando algunos prefieren alimentar serpientes padre.

El comentario cayó como una daga sobre la mesa. Alicent apretó las manos sobre su regazo.

—Si te refieres a mí, Rhaenyra —dijo con voz suave, pero afilada—, ten la seguridad de que no me ocupo de rumores. Mis deberes están con el rey y mis hijos.

Rhaenyra alzó una ceja, con una sonrisa ladeada.

—Claro. Siempre tan devota.

Viserys dejó escapar un suspiro, cansado.

—Basta, basta. ¿Es que no podéis compartir un pan sin lanzaros veneno? —La mirada del rey se suavizó al posar en Jaehaerys—. Hijo mío, ¿dormiste bien?

El niño lo observó, midiendo sus palabras como siempre.

—Sí, padre. He soñado con dragones volando sobre Rocadragón, espero pronto conseguir uno.

Viserys sonrió, genuinamente complacido.

—Ah, dragones… buenos presagios. Quizás los dioses nos sonríen después de todo, todo vendra a su tiempo hijo mio.

Jeahaerys solo asintio, pero de reojo observaba las caras de Alicent y Rhaenyra.

Aegon, con apenas cuatro años, golpeó la mesa con su cuchara.

—¡Yo quiero un dragón más grande que el de Rhaenyra!

Todos giraron hacia él. Rhaenyra no pudo evitar una mueca irónica.

—Los dragones no son juguetes, Aegon, y ya tienes a sunfyre.

Alicent colocó suavemente una mano sobre el hombro de su hijo.

—Déjalo soñar. Un príncipe debe aspirar siempre a lo más alto.

Rhaenyra respondió con una carcajada breve, amarga.

—Claro, porque soñar es suficiente para ser rey, ¿no?

El silencio volvió, denso como plomo. Jaehaerys nego con la cabeza y se pregunto que tenia de especial una silla echa de espadas, "Debe ser incomoda solo sentarse ahi", penso para si mismo consciente de que cada palabra en esa mesa era un movimiento en un juego que apenas comprendía, pero en el que él era pieza central al ser el hijo varón mayor del rey

Viserys, intentando recomponer la atmósfera, cambió de tema.

—He decidido que pronto viajaremos a Rocadragón. Es necesario que los príncipes conozcan la isla, y allí hay dragones jóvenes que esperan ser domados.

Los ojos de Rhaenyra brillaron un instante, aunque enseguida retomó la compostura.

—Una decisión sabia. Rocadragón siempre ha pertenecido a los "Targaryen", padre.

Jaehaerys percibió la punzada que esas palabras provocaron en Alicent. Su hermana mayor sonrio con gracia, divertida de la reacción de Alicent.

—El legado no se reparte como dulces, mi reina —respondió con un filo apenas contenido—. El Trono de Hierro no admite divisiones.

Viserys golpeó suavemente la mesa con la palma, más en súplica que en autoridad.

—Ya basta. Ni hoy ni en Rocadragón quiero escuchar disputas sobre herencias. Tenemos tiempo de sobra para eso.

Pero todos en esa mesa sabían que el tiempo era precisamente lo que menos tenían, el consejo ya esta dividido y pronto se harian escuchar.

El desayuno transcurrió entre frases cortas y miradas cargadas. Helaena, distraída, jugaba con migas de pan, murmurando versos que nadie entendía. Aemond, en brazos de una doncella, observaba todo con ojos enormes, como si ya comprendiera la tensión. Y yo, en silencio, repasaba cada gesto, cada palabra, cada sombra, almacenándolas como piezas de un rompecabezas imposible, necesitaba adaptarme a esta corte por lo que esta por venir.

Cuando se levantaron de la mesa, la reina tomó del brazo a Viserys con naturalidad.

—Debes descansar, mi amor. La mañana ha sido larga.

El rey asintió, aunque sus ojos se desviaron hacia Rhaenyra y Jaehaerys.

—Después… hablaré con Otto. Hay asuntos que no pueden esperar.

Alicent sonrió, satisfecha.

—Entonces yo me ocuparé de los niños.

Rhaenyra la atravesó con la mirada, pero no dijo nada.

Jaehaerys, mientras caminaba escoltado por Ser Erryk, comprendió algo con absoluta claridad: esa mesa no era un desayuno familiar, era un campo de batalla disfrazado de rutina. Y cada día que pasaba, las espadas invisibles se afilaban más.

El estudio del rey olía a cera derretida y pergamino viejo. Las llamas de la chimenea proyectaban sombras danzantes sobre las paredes, como si dragones espectrales escucharan en silencio.

Viserys se acomodó en su silla, masajeándose las sienes. Frente a él, de pie con las manos entrelazadas, Otto Hightower aguardaba.

—Su Gracia me ha mandado llamar —dijo Otto con su voz suave, siempre medida—. Supongo que es sobre lo acontecido esta semana.

Viserys lo miró cansado, pero con cierto brillo de decisión en los ojos.

—No soporto más susurros, Otto. Ni en la corte ni en mi mesa. ¿Qué dicen en el Consejo?

Otto se inclinó apenas.

—Que la princesa Rhaenyra mantiene su lugar como heredera. Pero también que la presencia de Jaehaerys… complica las cosas. Algunos lo consideran el verdadero heredero, por ser varón y nacido de la reina Aemma.

Viserys cerró los ojos un instante, herido por el nombre.

—Aemma… ¿Cuántas veces debo cargar con su sombra?, Dijo lamentandose de aquel día.

—Las sombras no se disipan con negaciones, Su Gracia. Solo con decisiones firmes —replicó Otto con suavidad, aunque con filo en las palabras—. El reino necesita certeza. Y ahora mismo, la certeza no existe.

Viserys se incorporó, con súbita energía.

—He nombrado a Rhaenyra heredera. Y no cambiaré de decisión como si fuera una capa que uno se quita y pone solo porque sea mujer.

Otto sostuvo la mirada del rey, imperturbable.

—Con el debido respeto, Su Gracia, las decisiones de un rey deben proteger al reino, no a su orgullo. Rhaenyra puede ser heredera… pero el pueblo ve a Jaehaerys como el hijo legítimo que los dioses salvaron. Y los dioses rara vez son ignorados sin consecuencias.

Viserys apretó los puños, pero la verdad de esas palabras lo mordía por dentro.

—¿Sugieres que sacrifique a mi hija? ¿Que la arrebate de su lugar por un niño que ni siquiera entiende lo que significa sentarse en el trono?

—No sugiero nada —contestó Otto con calma, aunque su mirada calculadora lo decía todo—. Solo advierto. La reina Alicent es joven, y ya le ha dado un hijo, pronto más. Los lazos de sangre son la argamasa del poder. Si no decide usted, decidirán otros por usted y un heredero de la edad del principe Jaehaerys se puede corregir para que valla por el camino correcto.

El silencio pesó como plomo. Viserys giró la vista hacia la chimenea, donde las llamas parecían devorar el aire mismo.

—Daemon también espera —dijo al fin, con voz amarga—. Siempre espera en las sombras.

Otto inclinó la cabeza.

—Y esa es otra razón para no titubear. El príncipe Daemon nunca dejará de ser una amenaza mientras exista la más mínima grieta en la sucesión.

"Pero es mi hermano Otto"

Viserys cerró los ojos, agotado.

—Estoy rodeado de lobos. Y mi propia sangre son los más hambrientos, dijo como un suspiro para si mismo

Otto no respondió. No hacía falta. El eco de esas palabras llenaba la sala más que cualquier consejo.

Viserys tomó un trago de vino y se dejó caer contra el respaldo de su silla.

—Déjame en paz, Otto. He escuchado lo suficiente por hoy.

Otto se inclinó con respeto.

—Como desee, Su Gracia. Pero recuerde: el tiempo no detiene su marcha, y el reino tampoco.

Cuando la puerta se cerró tras él, Viserys permaneció solo, rodeado de sombras y llamas. En sus oídos resonaban aún los lamentos de aquella tarde, mezcladas con las palabras de Mellos, con la mirada llorosa de Rhaenyra, con el llanto de Jaehaerys recién nacido.

El rey de los Siete Reinos inclinó la cabeza entre sus manos y murmuró, apenas audible:

¿Cuál de mis hijos terminará pagando el precio del trono de hierro?

Las llamas respondieron con un crujido, como si rieran de su desesperación.

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