Capítulo 5: El Eco de los Pasos Ajenos (111 años depués de la conquista)
El amanecer sobre Desembarco del Rey teñía las torres de la Fortaleza Roja de un rojo incandescente. Desde su ventana, Jaehaerys, de seis años, contemplaba la ciudad. Para él, aquella fortaleza era una jaula majestuosa, con barrotes invisibles y cerrojos hechos de susurros y miradas.
—Mi príncipe, el día le espera —dijo Maysie, su doncella, con la misma constancia de siempre—. El maestre Mellos aguarda para su lección de historia.
Seis años. Ese era el tiempo que llevaba habitando aquel cuerpo. Seis años desde que la conciencia de un extraño había quedado atrapada en un recién nacido que lloraba. Seis años aprendiendo a vivir como un príncipe Targaryen.
El niño se deslizó de la cama. Delgado, de cabello plateado y ojos azules, siempre lograba arrancar un gesto de sorpresa a los cortesanos que lo veían por primera vez. Maysie lo vistió con eficacia: primero lino, luego terciopelo negro. Mientras ella trabajaba, la mente de Jaehaerys repasaba lo que había visto y aprendido en esos años.
El primer año estuvo marcado por la cercanía de Viserys. Su padre lo visitaba con ternura torpe, como si temiera que el niño pudiera quebrarse. Sus ojos reflejaban una pena que nunca terminaba de ocultar.
En el segundo año aprendió a caminar y a hablar. "Padre", "agua", "no". Sus progresos fueron rápidos, atribuidos a una inteligencia precoz. No era eso: era la necesidad de comprender el mundo al que había sido arrojado. También fue el año en que Alicent Hightower apareció con más frecuencia, primero como compañía discreta, luego como presencia constante junto al rey. Rhaenyra, por entonces de doce años, la observaba con creciente desconfianza.
El tercer año nació Aegon. Con él, Alicent se convirtió en reina, y los susurros de la corte cambiaron de tono. Ya no era solo "el príncipe Jaehaerys", sino "el otro príncipe", el hijo de la difunta Aemma. Alicent lo trataba con cortesía gélida. Otto Hightower, siempre sonriente, lo miraba con una benevolencia que nunca llegaba a sus ojos.
El cuarto y quinto año lo vieron como espectador de la corte. Rhaenyra creció, convertida en una adolescente orgullosa y hermosa, heredera oficial de Viserys y jinete de Syrax. La tensión entre ella y la reina Alicent ya era un hilo tenso que todos percibían. Daemon, su tío, iba y venía como una tormenta. A veces provocaba con su sola presencia; otras desaparecía durante meses, hasta que una fuerte discusión con Viserys lo alejó de Desembarco.
—El jubón, mi príncipe —dijo Maysie, mostrándole la prenda con los tres dragones bordados.
Jaehaerys levantó los brazos. El sonido de una armadura anunció la llegada de su sombra.
Ser Erryk Cargyll apareció en el umbral, impecable en su armadura blanca. Su seriedad era la de un hombre que había hecho del deber su vida.
—Su guardia está lista, mi príncipe —dijo con una leve inclinación.
Ser Erryk, su protector asignado por el Lord Comandante Westerling, era un caballero de honor intachable. Aunque Jaehaerys dudaba si su lealtad era hacia el niño o hacia la Corona. Aun así, su presencia era un pilar en medio de una vida extraña.
—Gracias, ser —respondió Jaehaerys mientras se acomodaba la ropa.
El camino hacia las aulas era siempre el mismo. Sus pasos pequeños acompañados por el retumbar metálico de la armadura. Retratos de ancestros Targaryen lo observaban desde las paredes, sus ojos lilas contrastando con los suyos, azules.
La primera lección era con el maestre Mellos: Historia de los Siete Reinos. El viejo hombre, que olía a polvo y pergamino, hablaba de batallas y linajes.
Lo que no enseñaba eran las preguntas que más lo intrigaban. ¿Qué causó la Perdición de Valyria? Ni en los libros ni en las palabras del maestre encontraba una respuesta satisfactoria.
Cuando dome un dragón, iré a verlo con mis propios ojos, pensó el niño.
—Pequeño príncipe, ¿me escucha? —preguntó Mellos, notando su distracción.
—Sí, maestre. Disculpe —respondió Jaehaerys con una sonrisa fingida.
Al terminar la lección, fue a desayunar con su familia. Aquella costumbre se había vuelto más frecuente. Rhaenyra, que antes solía ausentarse, ahora se unía a menudo tras haber sido nombrada heredera por su padre. Era el único momento del día en que toda la familia se reunía.