Ficool

Chapter 10 - capitulo 9

Capítulo 9: El Regreso del Dragón

(Dias después)

El rumor de su regreso se deslizó por la Fortaleza Roja como una serpiente invisible.

Para cualquiera, era solo la expectativa de un héroe volviendo a casa.

Para mí, no.

Yo sabía lo suficiente de historia y de hombres para reconocer lo que en realidad estaba pasando: un hombre que volvía de la guerra con una corona en la mano nunca vuelve solo con gloria… vuelve con poder.

Daemon Targaryen.

Mi tío.

El tipo de hombre del que, en otra vida, habría leído como protagonista de una saga sangrienta. Carismático, temerario, amado y temido por el pueblo y odiado por los consejeros. En el tablero del poder, él era la pieza que nadie podía controlar.

El rugido de Caraxes rasgó el cielo antes de que pudiera reflexionar más.

Yo ya había visto dragones antes, claro, pero Caraxes no era un dragón cualquiera: era un espectáculo de violencia viva. Y lo admito, el lado de mí que aún conserva la fascinación de un lector de novelas épicas sintió escalofríos.

El patio de armas se llenó de caos: sirvientes gritando, caballos encabritados, soldados luchando por mantener la compostura. Yo me limité a observar desde la galería, como si estuviera en un palco de teatro con las mejores butacas. Porque eso era lo que era: un teatro político, y Daemon estaba entrando en escena como protagonista absoluto.

Bajó de Caraxes con una calma que parecía un desafío en sí misma. Su armadura seguía manchada de la guerra, un recordatorio de que él había estado donde nadie más de la corte se atrevería jamás. Y en la mano, la corona del Mar Angosto. No en su cabeza, claro. Demasiado pronto para enseñar las cartas.

Nuestros ojos se encontraron.

No sé si fue casualidad, pero sentí que me estaba midiendo.

"Si supieras lo que soy en realidad, tío", pensé. "Si supieras que detrás de estos seis años hay otra vida de recuerdos y pensamientos…".

Pero no lo sabía. Para él yo era solo un niño más. Esa era mi ventaja.

Cuando entramos en la sala del trono, el ambiente era tan espeso que casi podía cortarse con un cuchillo. Otto Hightower estaba tan tenso que parecía a punto de reventar; y mi hermana ingenua brillaba de orgullo, casi disfrutando del espectáculo; Alicent guardaba silencio, pero la incomodidad en sus ojos era evidente. Y mi padre… bueno, mi padre parecía feliz de ver a su hermano. Demasiado feliz. Ese era el problema de Viserys: siempre gobernaba con el corazón antes que con la cabeza.

Daemon se arrodilló.

Sí, el hombre que había hecho arrodillarse a miles en el campo de batalla, ahora doblaba la rodilla ante su hermano.

Un gesto perfecto. Demasiado perfecto, que ocultaba su ambición interior

—Mi victoria no es mía, hermano. Es tuya —dijo, con esa voz firme que resonaba como si hubiera ensayado cada palabra.

Y yo casi solté una risa.

Claro que era suya.

Claro que lo era.

Solo un idiota no lo vería. Pero mi padre… bueno, mi padre quiso verlo como un acto de lealtad.

Cuando Viserys dejó caer la corona al suelo y lo abrazó, el salón estalló en vítores.

Yo también aplaudí, para no desentonar. Pero por dentro pensaba: Un hombre que entrega una corona demuestra, sobre todo, que pudo haberla llevado. Y eso nunca se olvida.

Otto lo sabía. Vi en sus ojos el disgusto disfrazado de serenidad. Rhaenyra también lo sabía, aunque lo interpretaba de otra manera: para ella, Daemon era el héroe que los bardos cantarían durante generaciones.

Yo, en cambio, veía la grieta que se abría.

El reino celebraba la unidad… pero yo ya sabía que ese abrazo entre hermanos no sería el último acto de amor, sino el preludio de nuevas guerras.

Porque Daemon Targaryen no era el tipo de hombre que volvía a casa para retirarse en silencio.

No.

Él había probado la corona en la palma de su mano. Y yo, con mi conocimiento de otra vida, sabía bien que nadie olvida el peso de ese metal, aunque lo rechace en público.

El rugido de Caraxes resonó a lo lejos, como un eco que me recordó la verdad.

El dragón había regresado a Desembarco.

Y con él, la sombra de un futuro teñido de fuego y sangre.

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