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Chapter 5 - capitulo 4

Capítulo 4: El Fantasma en la Cuna

El tiempo perdió todo sentido en la penumbra de la nurserie. Los días y las noches se mezclaban en una sucesión interminable de sueños intranquilos, hambre, frío y el cambio de pañales. Pero sobre todo, de sonidos. Sonidos que eran su único vínculo con este nuevo mundo aterrador.

Su frágil cuerpo de bebé dormía la mayor parte del tiempo, pero su mente, la mente del intruso, estaba atrapada en una vigilia perpetua de terror y asombro. Aprendió a orientarse por los ruidos: los pasos firmes de las nodrizas, el suave crujir de la madera del suelo, el lejano repique de campanas desde la ciudad, y las voces. Siempre las voces.

Fue a través de ellas que el rompecabezas comenzó a armarse, pieza a pieza, cada una más pesada que la anterior.

Una voz, serena y siempre calculadora, era la más frecuente. La de un hombre que visitaba a menudo, no por cariño, sino por deber. Hablaba con las nodrizas en tonos bajos. "—¿El príncipe Jaehaerys ha tomado bien la leche?" "—Sí,Lord Otto. Duerme plácidamente."

Lord Otto. El nombre le resultaba vagamente familiar. Un eco de un villano secundario, quizás. Pero fue el título lo que le golpeó: Príncipe Jaehaerys. Él. Ese era su nombre ahora. Una losa pesada y antigua.

Otra voz, áspera y cargada de un fastidio apenas disimulado, llegaba a veces. Una mujer de rostro severo, la nodriza jefe, susurraba a una compañera: "—La princesa Rhaenyra no ha preguntado por su hermano.Ni una sola vez. El rey está deshecho. Y el príncipe Daemon… ese solo merodea por los patios con una sonrisa de lobo." Princesa Rhaenyra. Príncipe Daemon. El Rey.Los títulos sonaban como actos de una obra de teatro macabra. Pero eran reales. Eran las personas que lo rodeaban.

La revelación más grande llegó una tarde. La voz del rey, la de los brazos temblorosos, llegó a la nurserie. Sonaba cansada, vieja. "—Dile a Lord corlys que cancele la audiencia.Iré a ver a mi hijo."

Un susurro de respuesta, la voz de Otto: "—Como desee,Su Gracia. Viserys."

Viserys. Hightower. Los dos nombres chocaron en su cerebro como platillos.Viserys. No solo un rey, Viserys Targaryen. Corlys Velaryon. Otto Hightower. La Mano del Rey. De repente, los fragmentos de cultura pop, los memes, los tráilers vistos por encima, se precipitaron en una cascada caótica pero reveladora.

No estaba solo en un mundo de fantasía. Estaba en ese mundo. En Poniente. En la época de House of the Dragon.

El pánico que siguió fue tan abrumador que hizo que su pequeño cuerpo se agitara y rompiera en un llanto fuerte y desconsolado. La nodriza acudió rápidamente, meciéndolo con brusquedad. "—Chissst,pequeño. ¿Qué tienes? ¿Cólicos?"

Él no lloraba por cólicos. Lloraba por la verdad. Lloraba porque recordaba. Recordaba la escena del funeral. A la niña de pelo plateado y ojos violeta llenos de odio. Rhaenyra. La heredera. La que sería usurpada. Recordaba al hombre de mirada fría y peligrosa que merodeaba. Daemon. El principe canalla.

Y recordaba la historia. A grandes rasgos, de manera torpe y llena de lagunas, pero la recordaba.

La Danza de los Dragones.

Una guerra civil. Targaryen contra Targaryen. Dragón contra dragón. Una carnicería familiar por el Trono de Hierro. Desencadenada porque el rey Viserys tenía una hija, Rhaenyra, como heredera, pero luego tuvo un hijo, Aegon, con su segunda esposa. Los Verdes y los Negros. Alicent Hightower. La traición. La muerte. Dragones cayendo del cielo. Familias enteras aniquiladas.

Un hijo. Aegon. El heredero varón que todos deseaban.

Él se quedó quieto, el llanto muriendo en su garganta, reemplazado por un frío que le heló el alma.

Aegon.

Pero su nombre era Jaehaerys. No Aegon. Él había nacido de Aemma Arryn. No de Alicent Hightower. Viserys no se había vuelto a casar. Todavía no.

Las piezas no encajaban. La historia estaba mal. Él era el hijo varón de la primera esposa. El heredero "legítimo" que Viserys siempre quiso. El que debería haber evitado toda la disputa. Pero en la historia que él recordaba… ese hijo nunca existió. Aemma murió, sí, pero el bebé murió con ella. Viserys no tuvo un heredero varón con ella. Solo tuvo a Rhaenyra. Por eso la nombra heredera. Por eso se casa con Alicent. Por eso nace Aegon. Por eso estalla la guerra.

Un pensamiento tan monstruoso que casi lo hizo vomitar la leche que había tomado se abrió paso en su conciencia.

Yo no debería estar aquí.

Él era el hijo. El hijo que vivió. El hijo por el que Viserys sacrificó a Aemma. Pero en la historia real… ese hijo murió. Él era un fantasma. Un error. Una anomalía.

"No soy un príncipe cualquiera", pensó, y el pensamiento era un susurro aterrado en la prisión de su mente. "Soy una abominación contra la historia. Estoy vivo cuando no debería estarlo."

Cada visita de Viserys tomó un nuevo significado. El dolor en los ojos del rey ya no era solo por la pérdida de su esposa. Era la culpa de un hombre que había jugado a ser dios y había ganado, cargando ahora con el fruto envenenado de su elección. Él era ese fruto. El hijo por el que mató a la madre. El príncipe de la culpa.

Y entonces, entendió la mirada de Rhaenyra. No era solo el dolor de una niña que perdió a su madre. Era el instinto político primal de una heredera que ve cómo su lugar es arrebatado por un recién nacido. Él no era su hermanito. Era su rival. Su usurpador. La encarnación de que su padre prefería un hijo varón antes que a ella.

Y Daemon… ¿qué pensaría Daemon? El hermano ambicioso, el heredero presunto durante años, que de repente ve cómo no solo es desplazado por una sobrina, sino por un sobrino recién nacido. Un rival mucho más peligroso.

El mundo se cerró a su alrededor, no como una cuna, sino como una celda. Cada susurro de las nodrizas era ahora una potencial conspiración. Cada visita de Otto Hightower, un movimiento en un juego del que él era la pieza central sin quererlo.

La Danza no era algo que iba a pasar. Ya había comenzado. Los bandos se estaban formando en silencio, en las sombras de los corredores de la Fortaleza Roja, y él, un bebé indefenso con la mente de un extraño, estaba en el ojo del huracán.

No tenía poder. No tenía palabras. No tenía aliados. Solo tenía un conocimiento maldito: sabía cómo debía terminar esta historia, con fuego y sangre, y sabía que su mera existencia la había vuelto mil veces más compleja y peligrosa.

Una desesperación profunda se apoderó de él. ¿De qué servía saber el futuro si era un futuro que él ya había destrozado con su nacimiento? Era como tener un mapa de un territorio que había sido arrasado por un terremoto. Inútil.

Esa noche, cuando la nodriza lo alimentó, él bebió con una determinación nueva. No era hambre. Era supervivencia. No lloró cuando le cambiaron los pañales. Observó. Escuchó. Aprendió.

El miedo seguía allí, un nudo de hielo en su estómago. Pero ahora, debajo de él, brotaba algo más: una fría y clara resolución.

Si esta era su realidad, si él era el error que había que corregir o la pieza que todos querían controlar, entonces no se quedaría quieto en su cuna esperando el final.

No sabía cómo, no sabía cuándo, pero encontraría una manera. Sobreviviría. Y tal vez, solo tal vez, podría torcer el brazo de un destino que ya había demostrado ser maleable.

Después de todo, él era la prueba viviente de que la historia podía cambiar.

Por primera vez, cerró los ojos no con desesperación, sino con un propósito. El fantasma en la cuna había despertado, y aunque el mundo fuera vasto y él fuera pequeño, tenía una ventaja que nadie más tenía.

Conocía la canción. Y estaba decidido a no bailar al ritmo que le marcaran.

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