Mientras tanto, en el interior de su habitación, Leon todavía sentía el dolor físico y emocional del duelo reciente. Pero también llevaba consigo una nueva comprensión: en Slytherin, el poder no solo se demuestra con hechizos o valentía individual… sino también con alianzas sólidas y lealtades firmes.
A la mañana siguiente león se levantó temprano, así que se puso su uniforme y bajo a la sala común, donde decidió sentarse en un sillón cerca a la chimenea para leer un libro, mientras esperaba a los demás estudiantes.
Una hora después varios estudiantes se reunían en el gran comedor, y lo miraban con desdén, algunos susurraban sangre sucia mientras abandonaban la sala comun.
León dedujo rápido el significado con lo ocurrido ayer, ya se dio cuenta que lo discriminaban por su origen, él pensó que estos tipos piensan que su sangre es azul pero más equivocados no pueden estar, su sangre es roja, acaso no recuerdan a Burke.
León se levantó y se disponía a seguirlos desde una distancia prudente, ya que todavía no conocía el castillo y podría perderse.
De repente, una figura familiar apareció a su lado: era Astoria. Ella lo llamó suavemente para que la acompañara junto con su hermana y las amigas de esta.
—Vamos, Leon —dijo con una sonrisa amable—. Te presento a mi hermana y sus amigas.
Astoria llevó a Lyon hacia un grupo de chicas que estaban charlando cerca de la entrada. La primera en presentarle fue a Daphne Greengrass, su hermana mayor, una chica tranquila y observadora.
—Daphne Greengrass —dijo con una sonrisa cortés.
Luego señaló a las otras chicas:
—Pansy Parkinson, Milicent Bulstrode y Tracie Davies.
Las chicas asintieron en silencio al ver a Leon; solo le dedicaron una mirada fría o indiferente. No le dirigieron palabras ni gestos amistosos; parecía que aún mantenían cierta distancia o desconfianza hacia él.
Leon notó esa actitud, pero decidió no hacer caso por ahora. En cambio, caminó junto a Astoria mientras ella quería que volviera a contar cómo había derribado a Burke en el duelo del día anterior.
—¿Puedes volver a contarme qué pasó exactamente? —le pidió Astoria con interés genuino—. Quiero escucharlo otra vez.
León sonrió débilmente y empezó a relatar los detalles del enfrentamiento: cómo esquivó los hechizos iniciales, cómo usó sus mariposas de hielo para distraerlo y cómo terminó golpeando a Burke con el puño de hielo.
Mientras tanto, las chicas estaban delante de ellos, sin intervenir ni mostrar mucho interés.
Después de terminar su relato, Leon miró a Astoria y ella le sonrió con orgullo.
—Eres muy valiente —le dijo Astoria
Leon se volvió hacia Astoria con una sonrisa confiada y le dijo:
—No soy valiente, Astoria. Soy astuto.
Ella lo miró sorprendida, pero Leon continuó, con un tono más serio y seguro:
—Piensa en esto: al no recuperar mi varita, hice que Burke se confiara y bajara la guardia. Después de crear esas mariposas de hielo, su arrogancia creció. Entonces, lo sorprendí con un golpe al estómago y después lo derribé con un puñetazo en el rostro.
Hizo una pausa para enfatizar sus palabras y luego añadió en voz alta, asegurándose de que Daphne y sus amigas escucharan claramente:
—Al fin y al cabo, los magos, a pesar de ser sangre pura o mestizos, son carne y hueso. No somos invencibles —dijo con firmeza—. Solo necesitamos ser inteligentes y aprovechar nuestras ventajas.
Las chicas lo miraron en silencio, algunas con expresión pensativa. Daphne frunció el ceño ligeramente, quizás evaluando si Leon era solo un niño impulsivo o alguien con verdadera capacidad para sorprender.
Astoria lo observaba con admiración. La forma en que Leon había manejado la situación mostraba que no solo era valiente sino también muy astuto. Ella sabía que esa cualidad sería fundamental para sobrevivir en Hogwarts.
Luego llegaron al gran comedor, donde la mesa principal estaba llena de comida deliciosa: huevos revueltos, pan caliente, frutas frescas y jugosos trozos de carne asada. El aroma llenaba el ambiente y hacía que todos sintieran hambre.
Leon tomó un desayuno ligero pero nutritivo, sabiendo que tendría muchas cosas por hacer durante el día. Mientras comía, notó a la prefecta Gemma Farley repartiendo los horarios de clases entre los estudiantes.
Se sentaron juntos en una esquina mientras observaban cómo las diferentes casas estaban organizadas para sus actividades diarias. Notaron que había transformaciones conjuntas con Gryffindor, encantamientos con Ravenclaw y sesiones de pociones con Slytherin —una muestra clara de cómo Hogwarts fomentaba la colaboración entre casas en ciertos aspectos.
Leon, Astoria y un grupo de seis estudiantes del primer año de Slytherin —tres chicos y tres chicas— salieron juntos en dirección al aula de transformaciones que se encontraba en el primer piso. Caminaban en silencio, conversando entre ellos en voz baja, pero sin dirigirse palabras a Lyon. Sin embargo, a él no le importaba; su atención estaba centrada en Astoria, quien guiaba el grupo con confianza.
La joven le había entregado un mapa que ella misma había obtenido, donde estaban señaladas las ubicaciones de las aulas donde se realizarían las clases. Lyon observó que los demás también tenían mapas similares, probablemente proporcionados por sus casas o por los profesores.
—¿Quieres copiar mi mapa? —le ofreció Astoria con una sonrisa amable.
Leon le agradeció con un asentimiento y tomó el papel. La ayuda era bienvenida; así podía orientarse mejor en aquel laberinto de pasillos.
Al llegar al aula de transformaciones, entraron y lo primero que llamó la atención fue un gato sentado tranquilamente sobre la mesa del profesor. Era un animal gris oscuro con ojos verdes brillantes que parecía observarlos con curiosidad.
Los estudiantes de Slytherin se acomodaron en los asientos disponibles mientras esperaban que comenzara la clase. La atmósfera era tranquila pero expectante.
Unos minutos después, los estudiantes de Gryffindor entraron en el aula y se sentaron entre ellos, formando un pequeño grupo cercano. Justo cuando todos estaban acomodados, el gato sobre la mesa saltó con gracia y se transformó en una mujer alta y elegante: era la profesora Minerva McGonagall.
—Bienvenidos a la clase de Transformaciones —dijo con voz firme pero controlada—. Estas clases son serias y requieren respeto y concentración. No permitiré que nadie haga el tonto aquí. Si alguien intenta distraerse o comportarse mal, nunca más podrá volver a entrar en esta aula.
Sus ojos azules recorrieron a todos los alumnos con intensidad, dejando claro que ella no toleraría ninguna falta de disciplina.
Leon observaba atentamente a la profesora; su presencia imponía respeto y también despertaba cierta admiración. En ese momento comprendió que para sobrevivir en Hogwarts necesitaba aprender a respetar las reglas… pero también a ser astuto para no caer en sus trampas.
Mientras tanto, Astoria le susurró al oído:
—Ves te dije que a la profesora le gusta convertirse en gato.
La profesora McGonagall se puso de pie frente a la pizarra y comenzó a explicar con voz clara y firme:
—El arte de transformar requiere primero comprender la estructura del material que deseamos cambiar. Solo así podremos aplicar las fórmulas correctas para lograr una transformación exitosa. Para transformaciones simples, como convertir una cerilla en un objeto diferente, basta con seguir las instrucciones precisas y tener concentración.
Se acercó a la pizarra y empezó a llenar el espacio con fórmulas, diagramas y teorías sobre las transformaciones. Luego, repartió varias cerillas a cada estudiante.
—Para practicar —continuó—, reciten conmigo el hechizo: Transformo.
Mientras recitaba en voz alta, levantó su varita y pronunció el hechizo con autoridad. En un instante, una cerilla en su mano se convirtió en una aguja de metal brillante, con grabados intrincados en su superficie. La aguja parecía casi viva por los detalles minuciosos que tenía.
—Recuerden —dijo—, transformar objetos más complejos o hacer que cobren vida requiere mucha más concentración y poder mágico. Aún no están preparados para esas tareas avanzadas. Intentar forzar una transformación sin cuidado puede ser peligroso e incluso fatal.
Durante toda la hora, los estudiantes practicaron con entusiasmo. Lyon concentró toda su atención en la tarea; sus manos temblaban ligeramente al principio, pero poco a poco logró controlar mejor su magia.
Finalmente, después de varios intentos fallidos, Lyon logró transformar su cerilla en una pequeña figura metálica con detalles finamente grabados. La profesora McGonagall lo observó detenidamente y asintió satisfecha.
—¡Muy bien! —exclamó—. Has ganado 10 puntos para Slytherin.
Leon sintió una chispa de orgullo recorrerle el cuerpo. No era solo por los puntos; había logrado algo importante por sí mismo.
Unos minutos después, fue Astoria quien consiguió transformar su cerilla en un pequeño objeto decorativo similar a una joya antigua. La profesora le otorgó:
—5 puntos para Slytherin —dijo con una sonrisa leve.
Los estudiantes de Slytherin sonrieron con satisfacción mientras miraban con desdén a los de Gryffindor.
Casi al final de la clase, Ginny Weasley logró también transformar su cerilla en un pequeño adorno metálico con éxito. La profesora McGonagall le sonrió con aprobación:
—Muy bien, Ginny. Continúa practicando así y pronto podrás realizar transformaciones más complejas.