El tiempo de descanso finalmente terminó, y los estudiantes de Slytherin y Gryffindor comenzaron a dirigirse hacia las mazmorras para su próxima clase. La atmósfera era diferente a la del Gran Comedor; ahora predominaba un aire de expectación y cierta tensión por la materia que iban a enfrentar.
Al bajar por las escaleras húmedas y estrechas, el sonido de sus pasos resonaba en los pasillos oscuros. La luz tenue de las antorchas iluminaba las paredes de piedra, creando sombras que parecían bailar con cada movimiento. Los rostros de los estudiantes reflejaban nerviosismo y algo de cansancio tras el alboroto anterior.
Finalmente, llegaron a la sala de pociones, un lugar que siempre imponía respeto. Las mesas estaban alineadas en filas ordenadas, cubiertas con manteles negros y llenas de frascos, ingredientes y utensilios mágicos. En el frente, una figura severa esperaba con los brazos cruzados: era el profesor Severus Snape.
Snape los observó con una expresión fría y evaluadora. Su voz, baja y cortante, resonó en la sala:
─No agitaran sus varitas a lo loco ni haran encantamientos tontos en clase. ─Asi de seco y cortante era el famoso Snape.
─No espero que muchos aprecien la sutil ciencia y el arte exacto de crear pociones.
─ Su mirada recorrio todo el lugar tratando de ver esas ilusas caras de los nuevos alumnos, mezclados con los de cursos superiores, tratando de comprender porque la hostilidad del profesor.
— Sin embargo la minoria selecta que posea la predisposicion yo le puedo enseñar como hechizar la mente y entrampar los sentidos...
— se acomoda la tunica y observa a los alumnos de la primera fila de asientos
— Yo les puedo enseñar a embotellar la fama, elaborar la gloria... y hasta detener la muerte.
- Se volvio hacia la pizarra que tenia detras y levantando la varita permitio que los caracteres comenzaran a escribirse sobre ella.
—No espero que lleguen a entender la belleza de un caldero hirviendo suavemente, son sus vapores relucientes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... tal vez me equivoque, si son algo más que los alcornoques a los que habitualmente tengo que enseñar.
— dicho esto se giro nuevamente hacia los alumnos —Filtros y pociones mágicas de Arsenius Jigger... Si no poseen el libro les recomiendo que se larguen de mi clase —
— Abran el libro en la pagina seis, el primero que me diga los ingredientes de una Poción Volubilis tendrá cinco puntos para su casa — exclamo mientras le daba la espalda a todos acomodando su tunica y esperando claramente que alguno de esos pequeños inutiles diera una respuesta.
Snape se giró lentamente hacia los alumnos, su mirada fría y penetrante. Con voz cortante, preguntó:
—El primero que me diga los ingredientes de una Poción Volubilis tendrá cinco puntos para su casa.
Hubo un silencio incómodo en la sala. Nadie parecía dispuesto a responder; algunos estudiantes se miraron entre sí, dudando o temiendo equivocarse ante el severo profesor. La tensión aumentaba con cada segundo que pasaba.
De repente, levantó la mano con determinación Lyon, quien parecía ser el único que no temía al desafío. Snape lo observó con interés y le indicó que hablara.
—Los ingredientes para la Poción Volubilis son agua, miel, ramitas de menta, y mandrágora cocida —dijo Leon con confianza.
Snape asintió lentamente, evaluando las palabras del alumno. Luego, volvió a preguntar:
—¿Y qué hace la Poción Volubilis?
Leon respondió sin dudar:
—Es una poción para alterar la voz y también puede restaurarla si ha sido modificada.
El profesor Severus Snape frunció el ceño por un momento, luego levantó una mano y dijo con tono autoritario pero algo más suave:
—Muy bien, Leon. Por tu respuesta correcta, diez puntos para Slytherin.
Un murmullo de aprobación recorrió por los estudiantes de Slytherin en cambio por los de Gryffindor solo mostraron envidia.
Snape alzó la voz, cortando el silencio que se había formado en la sala.
—¡Espero que empiecen a elaborar la poción! —ordenó con tono autoritario—. No quiero ver retrasos ni errores.
Los estudiantes comenzaron a seguir las instrucciones del libro, concentrados en sus tareas. Leon, por su parte, tomó la iniciativa y empezó a preparar los ingredientes con destreza. Primero separó cuidadosamente las hojas de menta y las trituró con rapidez para facilitar su cocción. Luego, remojó la mandrágora cocida en agua para que absorbiera humedad y no mostrara resequedad, asegurándose de que estuviera lista para ser añadida en el momento adecuado.
Mientras tanto, Leon empezó a hervir el agua en su caldera. Cuando el agua alcanzó el punto de ebullición, añadió la miel lentamente. La mezcla comenzó a cambiar de color, tornándose rosa brillante. Sin perder tiempo, volvió a calentarla y la poción adquirió un tono naranja vibrante.
Luego, incorporó las hojas de menta trituradas y siguió mezclando con cuidado. La poción cambió de color varias veces: primero se volvió azul intenso, luego añadió la mandrágora y continuó removiendo; la mezcla se tornó naranja otra vez. Después, vertió jarabe en la mezcla y esta adquirió un hermoso tono turquesa.
Leon mantuvo el calor hasta que la poción empezó a burbear y cambió a un rojo vivo. Sin detenerse, siguió calentando hasta que alcanzó un amarillo brillante. Finalmente, retiró del fuego y dejó que reposara unos segundos antes de verterla en su frasco.
Snape observaba atentamente toda la escena sin decir palabra. Cuando Lyon terminó, el profesor caminó lentamente hacia su mesa y examinó la poción con una expresión severa pero satisfecha.
—Muy bien —dijo Snape finalmente—. Por tu trabajo correcto y tu conocimiento… diez puntos para Slytherin.
Un murmullo de aprobación recorrió a los estudiantes de esa casa mientras los de Gryffindor miraban con cierta envidia a Leon. La tensión era palpable; Snape vigilaba cada movimiento con atención estricta, lo que mantenía a todos nerviosos y temerosos de cometer errores.
Los alumnos de Gryffindor intentaron seguir adelante con sus propias pociones, pero algunos tropezaron en los pasos o añadieron ingredientes incorrectos por nervios. Snape no dudaba en quitarles puntos si detectaba fallos o distracciones.
Finalmente, cuando todos terminaron o fueron interrumpidos por alguna equivocación, Snape se acercó nuevamente y observó las pociones terminadas. Con una mirada fría y evaluadora, dijo: que lo rehagan
Mientras Leon notó que a su lado Astoria parecía tener dificultades. La joven de Slytherin parecía nerviosa, y su poción había comenzado a mostrar signos de error: el color no era el correcto y algunas burbujas indicaban que algo no iba bien.
Sin dudarlo, Leon se acercó con una sonrisa tranquila y le susurró:
—Astoria, déjame ayudarte. Mira, si añades un poco más de miel ahora, la mezcla se estabilizará y evitarás que se vuelva demasiado ácida. Además, remueve suavemente para que los ingredientes se integren mejor.
La joven lo miró sorprendida por la confianza y el conocimiento que transmitía Lyon. Ella nunca había visto a alguien manejar los ingredientes con tanta precisión y seguridad.
—¿Cómo sabes tanto? —preguntó con curiosidad mientras ajustaba su poción siguiendo sus consejos.
Lyon sonrió modestamente y respondió:
—En mi escuela anterior, tomé clases de botánica y química mágica. Aprendí lo importante que es entender las propiedades de cada ingrediente: cómo funciona, qué efectos tiene y cuál es la mejor forma de usarlos para obtener el resultado deseado. Saber eso me ayuda a aprovechar al máximo cada elemento y evitar errores.
Astoria lo miró con admiración, sintiendo que quizás podía aprender mucho de él si prestaba atención. La confianza en Leon le daba esperanza de poder salvar su propia poción antes de que Snape llegara a revisarla.
—Gracias —susurró ella—. Voy a seguir tus consejos.
Lyon asintió con una sonrisa cálida, mientras Astoria ajustaba su poción con mayor seguridad. La clase seguía avanzando, pero ahora ella sentía que podía controlar mejor su trabajo gracias al conocimiento compartido por Lyon.
Las pociones quedaron sobre las mesas como testimonio del esfuerzo realizado… aunque algunos estaban claramente nerviosos por las próximas evaluaciones bajo la mirada implacable del profesor Snape.