Todos los ojos se posaron en Leon, el pequeño primer año y Samuel Burke, un alumno de quinto año conocido por su arrogancia y talento, se acercó con una sonrisa burlona.
—¿Estás listo? —preguntó con tono desafiante.
Leon asintió, apretando los puños. La tensión creció rápidamente; no hubo tiempo para más palabras. Burke lanzó un hechizo de fuego directo hacia él en un abrir y cerrar de ojos.
Leon esquivó por poco el hechizo ardiente, Movió su varita rápidamente y pronunció:
—¡Incarce….!
Pero Burke no le dio tiempo para completar su hechizo. Con una sonrisa cruel, lanzó un hechizo punzante que atravesó el aire y golpeó a Leon en el pecho.
El impacto fue fuerte, y Leon sintió como si una corriente helada recorriera su cuerpo. A pesar del dolor, se negó a caer. Su rostro mostraba una expresión de sufrimiento, pero sus piernas seguían firmes.
Desde las sombras, algunos estudiantes de Slytherin comenzaron a sonreír con malicia al ver cómo empezaba la tortura para el "sangre sucia" que había entrado en su casa. Astoria, preocupada por Leon, se levantó rápidamente y fue hacia su hermana Daphne para pedir ayuda.
—¡Daphne! ¡Haz algo! —susurró angustiada—. ¡No puede ser así!
Pero Daphne negó con la cabeza, manteniéndose firme.
Mientras tanto, Burke aprovechó la ventaja y empezó a lanzar una serie de hechizos rápidos y precisos: golpes mágicos que impactaban en los brazos y piernas de Leon uno tras otro. Cada impacto parecía desgarrar más su resistencia; casi todo su cuerpo era golpeado sin piedad.
El último hechizo fue tan potente que hizo que Leon chocara contra la pared trasero de la sala con un estruendo sordo. Quedó allí tendido unos instantes, respirando con dificultad mientras el dolor le nublaba la vista.
Un grito desesperado salió del pecho de Astoria:
—¡Leon!
Pero antes de que pudiera acercarse, Daphne le sujetó la mano con fuerza para detenerla.
—No —le susurró—. No podemos interferir todavía.
La risa burlona de Burke resonaba en toda la sala mientras observaba al pequeño primero año tambalearse sobre sus pies debilitados. Los demás estudiantes ya no disimulaban sus risas ni sus miradas despectivas; estaban disfrutando del espectáculo cruel.
Leon apenas podía mantenerse en pie. Con dificultad, logró levantarse lentamente mientras todos lo miraban expectantes o despreciativos. Sus manos temblaban; ya no tenía varita —la había perdido en medio del combate— pero aún así decidió actuar.
Con determinación, juntó sus manos frente a él y pensó en algo que pudiera sorprenderlos: algunos pensaron que pedía piedad o rendición… pero Leon sabía muy bien qué hacer.
De repente, un enjambre de mariposas hechas de hielo surgió desde sus palmas y voló rápidamente hacia Burke. Las mariposas brillaban con un azul cristalino bajo la luz tenue del sótano.
Burke soltó una carcajada:
—¿Eso es todo? ¿Mariposas? —bregonando— Esto no me hace ni cosquillas.
Antes de que pudiera reaccionar, todas las mariposas desaparecieron en un instante cuando Leon corrió hacia él a toda velocidad. Se inclinó bruscamente y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas en el estómago.
Burke se encogió por el golpe inesperado y cayó al suelo jadeando por el dolor. Aprovechando esa oportunidad, Leon levantó ambas manos y gritó:
—¡Puño de hielo!
Su puño se cubrió rápidamente con una capa gruesa de hielo brillante antes de impactar contra el rostro de Burke. El golpe fue brutal: Burke quedó boca arriba en el suelo, inconsciente; su rostro ensangrentado mostraba una nariz partida y algunos dientes faltantes.
Toda la sala quedó en silencio absoluto ante aquella escena violenta e impactante. Nadie podía creer lo que acababa de suceder: aquel pequeño primer año había logrado vencer a uno de los alumnos más mayores y peligrosos del castillo.
Astoria soltó un grito ahogado mientras intentaba correr hacia Leon para ayudarlo. Pero Daphne le sujetó firmemente del brazo:
—¡No! ¡Es peligroso! —dijo con voz temblorosa pero decidida—. Déjalo así…
Montague observaba desde lejos con una expresión seria pero satisfecha. Los demás estudiantes permanecían boquiabiertos o murmurando entre sí sobre lo ocurrido.
Leon apenas podía mantenerse en pie; su respiración era agitada y dolorida. Pero había ganado esa batalla —y quizás mucho más importante: había demostrado quién era realmente él mismo: valiente hasta el final.
Un silencio pesado llenó la sala después de la brutal pelea. Algunos estudiantes estaban encantados, sorprendidos por la valentía y la destreza del pequeño primer año. Otros, sin embargo, mantenían una expresión de miedo o desprecio, convencidos de que Leon no era más que un "sangre sucia" que no merecía estar allí.
Leon, con dificultad, empezó a recuperarse lentamente. Había usado su magia de hielo para aliviar los moretones y heridas menores que tenía debajo de su ropa. El dolor aún persistía, pero sentía cómo el frío curaba sus heridas y le daba fuerzas para mantenerse en pie.
Astoria corrió rápidamente hacia él, con una sonrisa orgullosa y cálida en el rostro.
—¡Lo lograste! —le dijo mientras le estrechaba las manos—. ¡Eres increíble!
Leon le sonrió débilmente, agradecido por su apoyo. A pesar del dolor y del esfuerzo, sentía una chispa de orgullo en su interior.
Desde lejos, Montague se acercó con paso firme y ordenó:
—Lleven a Burke a la enfermería —dijo con tono autoritario—. Y asegúrense de inventar alguna excusa convincente para justificar lo ocurrido. No queremos problemas con los profesores.
Los estudiantes comenzaron a moverse rápidamente para cumplir con las órdenes del prefecto. Algunos ayudaron a Burke a levantarse mientras otros se encargaban de llevarlo en brazos o apoyarlo en un carrito improvisado.
Luego, Montague dirigió su mirada hacia los primeros años y les indicó:
—Ahora que todo ha terminado, les mostraré dónde estarán sus habitaciones. La del lado derecho será para las chicas; la del lado izquierdo para los chicos. En las puertas verán sus nombres grabados.
Los niños se miraron entre sí nerviosos, pero también curiosos. Algunos todavía temían a Leon por lo ocurrido, pero otros empezaban a pensar que quizás no era tan diferente después de todo.
Mientras caminaban por los pasillos oscuros y serpenteantes del sótano, algunos chicos murmuraban entre sí:
—¿Creen que sea mejor no meterse con él? Después de lo que hizo… parece fuerte.
Otros preferían ignorarlo por completo y seguir su camino en silencio.
Las chicas también intercambiaron miradas pensativas. Algunas pensaban que Leon era solo un "sangre sucia" sin importancia; otras estaban demasiado asustadas o confundidas como para opinar mucho.
Al llegar a las puertas de sus habitaciones, cada uno encontró su nombre grabado en una placa plateada sobre la madera oscura. La mayoría entró en silencio, todavía procesando lo ocurrido.
Leon se quedó unos instantes frente a su puerta, respirando profundamente. Aunque el dolor aún le punzaba en el pecho y en los golpes recientes, sabía que había dado un paso importante: había demostrado quién era realmente y qué podía hacer cuando enfrentaba sus miedos.
Astoria se acercó nuevamente y le dio una sonrisa cálida.
—No importa lo que digan ellos —le dijo suavemente—. Tú eres valiente y eso es lo que importa aquí.
Leon asintió lentamente, sabiendo que aquel día marcaría un antes y un después en su vida dentro de Hogwarts. Aunque todavía quedaba mucho por aprender y demostrar, ya había dado un gran paso hacia adelante: había enfrentado sus miedos… y había salido victorioso.
Desde las sombras del pasillo oscuro, Severus Snape observaba con atención toda la escena. Sus ojos negros brillaban con una mezcla de sorpresa y reflexión. Había llegado justo a tiempo para ver cómo Lyon, un primer año, había demostrado su valor en medio de aquella brutal prueba.
Snape cruzó los brazos, manteniendo su postura fría y calculadora. Aunque no había intervenido directamente, su mente trabajaba rápidamente. Sabía que Leon había dado un paso importante —pero también que en Slytherin, el poder no solo se medía por hechizos o valentía, sino también por conexiones, alianzas y la capacidad de sobrevivir en un entorno hostil.
Cuando Leon logró vencer a Burke y salir adelante pese a todo, Snape sintió una chispa de respeto. Pero también recordó sus propios días en Hogwarts: en aquella época, no bastaba con demostrar fuerza; era necesario tener influencias, contactos que respaldaran tu posición. Sin esas conexiones, incluso los más fuertes podían caer.
Ahora, en el presente, Snape sabía que Leon necesitaba entender esa realidad si quería prosperar en Slytherin. No podía permitirse que sufriera lo mismo que él sufrió cuando era estudiante: ser marginado o despreciado por no tener respaldo suficiente.
Por eso, decidió acercarse a Montague. Se deslizó silenciosamente por el pasillo hasta llegar a donde el prefecto se encontraba conversando con algunos otros miembros de la casa.
—Montague —susurró Snape con voz baja pero firme—. Necesitamos hablar.
Montague levantó la vista y asintió lentamente.
—¿De qué se trata? —preguntó nervioso.
Snape le miró fijamente a los ojos.
—Slytherin debe estar unido. La casa siempre ha sido vista como enemiga de las otras tres —dijo con calma—. Pero esa enemistad no puede ser solo por rivalidad o orgullo. Debe estar basada en la fuerza y en la lealtad interna. Si queremos que esta casa prospere y mantenga su prestigio, debemos asegurarnos de que todos sus miembros entiendan eso claramente.