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Chapter 17 - Orfanato Wool

Severus Snape había llegado recientemente al Gran Comedor, su rostro habitual de seriedad y concentración. La razón de su visita fue una conversación que mantuvo con el director Dumbledore, en la que le relató su última charla con Lucius Malfoy. En esa conversación, Lucius le insinuó que algo importante iba a suceder en Hogwarts, pero no reveló detalles específicos; solo mencionó que sería "una gran sorpresa". Dumbledore, calmado y enigmático como siempre, le respondió que solo podían esperar para descubrir de qué se trataba.

Mientras caminaba hacia su lugar en la mesa de profesores, Snape observó con atención al único estudiante que quedaba.

Sus ojos se posaron en Leon, quien parecía estar acumulando comida en sus bolsillos y sobre la banca donde estaba sentado. La cantidad de bocadillos y dulces que llevaba era sorprendente. Snape frunció el ceño con desconcierto.

—Eso no es un simple bocadillo de media noche —pensó—. No puede ser solo para comer aquí.

De repente, Snape vio cómo Leon se sacaba la capa de su túnica y la extendía sobre la mesa o los bolsillos, usándola como una especie de bolsa para guardar los pasteles y dulces. La cantidad era demasiado grande para ser simplemente un capricho; parecía más bien un intento de esconder comida para después.

Snape decidió actuar con cautela. Con un movimiento rápido y silencioso, lanzó un hechizo sin palabras, invisible para los demás, destinado a evitar que la comida se ensuciara con crema o restos en su uniforme. La magia hizo que los pasteles y bocadillos quedaran perfectamente organizados en pequeños paquetes invisibles.

Lyon, concentrado en reunir sus bocadillos, se sorprendió al ver frente a él una caja de cartón aparecer mágicamente sobre la mesa. Giró rápidamente buscando quién lo había hecho, pero no vio a nadie cerca. Pensando que quizás algún elfo había intervenido para facilitarle las cosas, decidió aprovechar esa ayuda y guardó cuidadosamente todos los dulces en pequeños paquetes ordenados.

Al día siguiente, Leon se levantó temprano con un objetivo claro: ir a la Torre Oeste, conocida también como la Torre de las Lechucerías.

Allí se acercó a una de las aves y le ofreció un pedazo de tocino. La lechuza recibió el regalo con alegría y empezó a devorarlo rápidamente, moviendo sus plumas con entusiasmo.

Luego, Leon le pidió ayuda para enviar un paquete a su hermana Anya. La lechuza ululó en señal de confirmación y sujetó suavemente el paquete con sus garras antes de elevarse en vuelo y desaparecer en el horizonte.

En el orfanato Wool, Anya había llegado a casa después de un largo día en la escuela. Aunque intentaba mantener una sonrisa, su corazón estaba lleno de tristeza. Extrañaba mucho a su hermano Leon y se preocupaba por él. Pensaba que quizás, en su ausencia, él podía olvidarse de ella o estar haciendo cosas que ella no sabía. Esa idea le producía un nudo en el pecho y lágrimas que amenazaban con salir.

De repente, algo golpeó suavemente su ventana. Anya se acercó lentamente y miró hacia afuera. Para su sorpresa, vio una lechuza gris posada en el alféizar, con un pequeño paquete atado a sus patas. La lechuza sostenía con cuidado un pergamino enrollado. Confundida, abrió la ventana y la lechuza entró volando con gracia, dejando caer el paquete sobre su cama antes de alzar vuelo y desaparecer en el cielo gris del atardecer.

Anya quedó allí unos momentos, sorprendida y curiosa. Se acercó al paquete cuidadosamente y vio que tenía una carta pegada con cinta mágica. En ella estaba escrito claramente: "Para Anya, de Lyon." Sin dudarlo, empezó a leer.

Querida Anya,

Espero que estés bien y que no estés llorando en cada esquina —gritó en voz alta— ¡Yo no hago eso!

Luego continuó leyendo con atención:

No te preocupes, es solo una broma.

Sé que eres fuerte, la más fuerte del orfanato Wool. Aquí en Hogwarts estoy estudiando mucho; he hecho una amiga. ¿Puedes creerlo? ¡Una amiga! Se llama Astoria. No es como mis compañeras en mi antigua escuela, que solo buscaban su conveniencia. Te puedo asegurar que es una gran persona.

En cuanto a Hogwarts, es un castillo antiguo pero muy bien conservado. Estoy clasificado en Slytherin; mi habitación está en el sótano del castillo —pero no te preocupes— todo es mágico y estamos casi debajo del lago. Pude ver una sirena allí… ¿Puedes creerlo? Pero no es como las sirenas de los dibujos; si la ves te decepcionará bastante.

Pero ahora en Navidad regresaré al orfanato para pasarlo contigo y tengo una sorpresa preparada. No pienses que me olvidaré de ti.

Posdata: Te envío muchos pasteles y galletas para que los disfrutes. La próxima vez te enviaré tocino… pero no para ti —sonrió Lyon—; es para la lechuza. Ellas son muy inteligentes y si les pides ayuda amablemente, podrás enviarme cartas a través de ellas.

Con mucho cariño,

Tu hermano Leon

Anya leyó la carta varias veces, sus mejillas se sonrojaron por la alegría y el alivio de saber que Leon estaba bien y pensaba en ella tanto como ella pensaba en él.

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Hogwarts

Leon se encontraba en su dormitorio, sentado en la cama con las manos entrelazadas y la mirada perdida en el techo. La situación económica en el orfanato Wool no era fácil, y él sabía que debía encontrar una manera de conseguir algo de dinero sin gastar demasiado. Solo le quedaban tres galeones, y cada uno era valioso.

Pasó horas pensando, dándole vueltas a diferentes ideas. No quería arriesgarse demasiado, pero tampoco podía seguir sin recursos. Entonces, de repente, una idea le cruzó por la mente: las apuestas.

Era un juego popular en Hogwarts, especialmente en los partidos de Quidditch. Pero Lyon no quería apostar solo a quién ganaría; quería asegurarse una victoria constante.

Se le ocurrió que podía manipular las apuestas aumentando el porcentaje de ganancia para quienes acertaran el marcador exacto del partido. Así, si alguien apostaba por un resultado correcto, recibiría más galeones, aunque las probabilidades serían menores para los que solo dijeran quién ganaría. De esa forma, podría atraer a más apostadores y aumentar sus ganancias con apuestas seguras.

Pero también necesitaba una apuesta infalible: una donde tuviera la victoria asegurada. Para eso, tendría que hacer un acuerdo con alguien confiable o crear un socio ficticio con peso en el mundo mágico. Pensó en nombres fuertes y reconocidos dentro del castillo o incluso fuera de él.

Al día siguiente, Leon entró al Gran Comedor con su habitual actitud tranquila. Mientras caminaba entre las mesas, sus ojos se posaron en dos estudiantes de Ravenclaw.

 Leon observaba con interés a los dos jóvenes de Ravenclaw que jugaban ajedrez mágico en una mesa cercana. Las piezas se movían con precisión y sin necesidad de manos, solo mediante órdenes de voz. La magia del juego le parecía fascinante; era una muestra más de las muchas cosas que podía aprender en Hogwarts.

De repente, su atención fue interrumpida por algo inesperado: aparecieron dos tazas de té humeante y un plato con galletas sobre la mesa donde él estaba escondido. Lyon sonrió al ver esa escena, reconociendo que alguien había preparado ese pequeño momento de tranquilidad para los estudiantes o quizás para él mismo. Sin duda, era un gesto amable, pero sabía que no podía permitirse distracciones si quería llevar a cabo su plan esa noche.

Decidió esperar hasta la noche para actuar. Asistió a sus clases como siempre, participando en las lecciones y manteniendo su apariencia tranquila. Después, se despidió de Astoria con una sonrisa cordial

No quería aprovecharse demasiado de su amistad con Astoria ni levantar sospechas, así que decidió hablar con Crabe o Goyle.

Leon esperó pacientemente a que Crabe se quedara solo en un rincón del castillo, lejos de las miradas curiosas. Cuando estuvo seguro de que nadie más lo escuchaba, se acercó con una expresión de interés genuino.

—Disculpa, Crabe verdad—dijo en voz baja—. Escuché algo interesante y quería preguntarte… ¿tu familia pertenece a los 28 sagrados?

Levantó una ceja, sorprendido por la pregunta. Por un momento, pareció dispuesto a largarse, pero Leon rápidamente fingió admiración y curiosidad, mostrando un interés sincero.

—¿Qué significa eso? —preguntó con tono respetuoso—. He oído hablar de esa nobleza, pero no sé mucho.

Crabe sintió ganas de presumir y decidió aprovechar el momento para alardear un poco sobre su linaje. Se enderezó con orgullo y empezó a explicar con detalle:

—La familia a la que pertenezco es parte de los 28 sagrados, una de las familias más antiguas y respetadas en todo el mundo mágico. Nuestra historia se remonta a siglos atrás, cuando nuestros antepasados ayudaron a proteger Hogwarts en tiempos difíciles. La nobleza de nuestra sangre nos confiere privilegios especiales y una responsabilidad enorme para mantener viva la tradición y el honor familiar.

Leon escuchaba atentamente, asintiendo con interés fingido. Luego, aprovechando la oportunidad para profundizar en su conocimiento sobre los elfos domésticos, volvió a preguntar:

—¿Y tu familia tiene elfos? —preguntó con cautela.

Crabe asintió orgulloso.

—Sí, muchas familias nobles tienen sus propios elfos domésticos. Son criaturas mágicas que existen para servir a sus amos. Solo las grandes familias pueden poseer el control total sobre ellos; los elfos obedecen órdenes estrictas y sin cuestionar.

Leon sonrió internamente. Con esa información ya sabía cómo tratar con los elfos y qué esperar de ellos si alguna vez necesitaba su ayuda o quería manipularlos discretamente.

—Muchas gracias por la información —dijo cortésmente antes de dar unos pasos atrás—. Esto me será muy útil en el futuro.

Crabe lo observó marcharse con cierta curiosidad, sin sospechar las verdaderas intenciones del joven Slytherin. Leon se retiró tranquilamente hacia su sala común, satisfecho por haber obtenido datos valiosos sin levantar sospechas. Con lo aprendido en la biblioteca y ahora esta conversación, tenía todo lo necesario para manejar mejor a los elfos domésticos y preparar su próximo movimiento en silencio.

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