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Chapter 8 - Ceremonia de selección I

Mientras el tren avanzaba por el paisaje que se volvía cada vez más verde y misterioso, Leon y Astoria continuaron conversando animadamente. La emoción en sus voces llenaba el vagón, y pronto comenzaron a hablar sobre Hogwarts, ese lugar mágico del que tanto habían oído hablar.

—¿Sabes? —dijo Astoria con entusiasmo—. En Hogwarts hay cuatro casas: Slytherin, Hufflepuff, Ravenclaw y Gryffindor. Cada una tiene sus propias características y valores. Mi hermana mayor está en segundo año en Slytherin, y me ha contado muchas cosas sobre los hechizos que aprenderemos.

Leon la miró con interés.

—¿Y qué te ha dicho? —preguntó.

—Pues, que los hechizos son increíbles. Mi hermana dice que en primer año aprenden a hacer cosas básicas, como encender una vela o mover objetos con la mente. Pero también me contó que la profesora McGonagall, la jefa de Gryffindor, ¡le encanta transformarse en gato! Es una animaga.

Ella dice que eso le ayuda a entender mejor los hechizos de transformación.

Leon frunció el ceño un poco, curioso.

—¿Se puede hacer magia dentro del tren? —preguntó.

Astoria asintió rápidamente.

—Sí, claro. La mayoría de nosotros practicamos magia en el tren sin problemas. Mi hermana hizo un hechizo para encender su varita y no recibió ninguna notificación del Ministerio. Eso significa que no está mal hacerlo aquí, siempre y cuando no cause problemas ni moleste a nadie.

Leon sintió una chispa de emoción recorrerle el cuerpo. Recordó lo que Astoria había mencionado y decidió intentarlo. Sacó su varita con cuidado y pensó en el hechizo que quería practicar: Lumus, para hacer una pequeña luz brillante.

—¿Me puedes ayudar? —preguntó con una sonrisa nerviosa.

Astoria le dio algunos consejos: mantener la varita firme, concentrarse en la intención del hechizo y pronunciar claramente las palabras.

—Lumus —susurró Leon con determinación.

Al principio, nada sucedió. Pero entonces, tras unos segundos de concentración intensa, una pequeña chispa de luz emergió en la punta de su varita, iluminando suavemente el interior del vagón.

—¡Lo lograste! —exclamó Astoria emocionada—. Solo necesitas practicar un poco más para controlarlo mejor.

Leon sonrió orgulloso y agradecido por la ayuda. La luz seguía brillando tenuemente en su varita mientras ambos continuaban hablando sobre lo que les esperaba en Hogwarts.

El tren finalmente llegó a la estación, y los estudiantes comenzaron a bajar en masa, llenos de emoción y nerviosismo. La plataforma se llenó de voces y risas mientras todos se preparaban para su primer día en Hogwarts. De repente, un grito resonó por toda la estación:

—¡Los de primer año por aquí! —clamaba una voz fuerte y clara.

Luego, otro gritó:

—¡Los de primer año por aquí!

Y otro más:

—¡Por aquí, por aquí!

En medio del bullicio, un gigante con una lámpara en la mano caminaba lentamente entre los estudiantes, señalando con su luz el camino correcto. Sus pasos pesados resonaban en la plataforma mientras guiaba a los nuevos alumnos hacia un sendero que parecía brillar con magia.

Leon y Astoria siguieron el camino, cruzando entre grupos de estudiantes y familias que se despedían con abrazos y lágrimas de alegría. Al final del sendero, llegaron a un pequeño muelle donde varios botes estaban esperando. Sin dudarlo, Astoria y Leon subieron a uno de ellos, seguidos por dos estudiantes más que también parecían ser nuevos en Hogwarts.

El gigante levantó su lámpara y señaló hacia el lago.

—¡Adelante! —dijo con voz profunda—. ¡Naveguen hacia el castillo!

Los botes comenzaron a deslizarse suavemente sobre las aguas tranquilas del lago negro. La noche era clara y estrellada, reflejándose en la superficie del agua. Después de unos minutos navegando en silencio, el gigante volvió a hablar.

—Bajen la cabeza —ordenó con tono grave.

Todos obedecieron sin cuestionar. Cuando bajaron la vista, vieron cómo las aguas se abrían ante ellos para revelar una vista impresionante: el castillo de Hogwarts emergía majestuoso desde la colina, iluminado por miles de luces que brillaban como estrellas caídas del cielo.

—Miren hacia la derecha —les indicó el gigante.

Y allí estaban: las torres altas, los muros antiguos cubiertos de hiedra y las ventanas que destellaban como ojos mágicos vigilando todo. Era aún más hermoso de lo que Leon había imaginado.

Finalmente, llegaron al puerto donde los esperaba un grupo de estudiantes y profesores. Subieron por las escalinatas empedradas hasta llegar al gran recibidor del castillo. La puerta se abrió lentamente y allí estaba ella: la profesora McGonagall, con su característico sombrero puntiagudo y su expresión severa pero amable.

—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El banquete

de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupéis vuestros lugares en el Gran Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts. Tendréis clases con el resto de la casa que os toque, dormiréis en los dormitorios de vuestras casas y pasaréis el tiempo libre en la sala común de la casa.

»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin.

Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables

brujas y magos. Mientras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán

que las casas ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo para la casa que os toque.

»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente

al resto del colegio. Os sugiero que, mientras esperáis, os arregléis lo mejor

posible.

—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia —dijo la

profesora McGonagall—. Por favor, esperad tranquilos- mientras salía del vestíbulo.

Entonces sucedió algo que le hizo dar un salto en el aire... Muchos de los

que estaban atrás gritaron.

—¿Qué es...?

Resopló. Lo mismo hicieron los que estaban alrededor. Unos veinte

fantasmas acababan de pasar a través de la pared de atrás. De un color blanco

perla y ligeramente transparentes, se deslizaban por la habitación, hablando

unos con otros, casi sin mirar a los de primer año. Por lo visto, estaban

discutiendo. El que parecía un monje gordo y pequeño, decía:

—Perdonar y olvidar. Yo digo que deberíamos darle una segunda

oportunidad...

—Mi querido Fraile, ¿no le hemos dado a Peeves todas las oportunidades

que merece? Nos ha dado mala fama a todos y, usted lo sabe, ni siquiera es un

fantasma de verdad... ¿Y qué estáis haciendo todos vosotros aquí?

El fantasma, con gorguera y medias, se había dado cuenta de pronto de la

presencia de los de primer año.

Nadie respondió.

—¡Alumnos nuevos! —dijo el Fraile Gordo, sonriendo a todos—. Estáis

esperando la selección, ¿no?

Algunos asintieron.

—¡Espero veros en Hufflepuff—continuó el Fraile—! Mi antigua casa, ya

sabéis.

—En marcha —dijo una voz aguda—. La Ceremonia de Selección va a

comenzar.

La profesora McGonagall había vuelto. Uno a uno, los fantasmas flotaron a

través de la pared opuesta.

—Ahora formad una hilera —dijo la profesora a los de primer año— y

seguidme. pasaron por unas puertas dobles y entraron en el Gran Comedor.

Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabecera del comedor, había otra gran mesa, donde se sentaban los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alumnos de primer año y los hizo detener y formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudiantes, los fantasmas tenían un neblinoso brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Leon levantó la vista y vio un techo de terciopelo negro, salpicado de estrellas.

La profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio.

 

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