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Chapter 11 - Capítulo 11 - La Filosofía del Shinobi: Un Círculo Vicioso, Cuento de Dos Mundos

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N/A: [Cambio de POV-Flashback: ???]

Antes de renacer, antes de llegar al universo de Naruto, en mi mundo original, creía en conceptos simples: el bien y el mal, la gente buena y la gente mala. Cuando llegué al Continente Elemental, casi caí en la misma trampa de pensamiento, pero con el tiempo entendí una verdad cruda: en ese mundo, no existían personas inherentemente buenas o malas, solo personas menos malas que otras.

A medida que crecí, me adapté a la crueldad inherente de ese mundo. Pasé de ser una persona semi-decente a convertirme en alguien menos malo que los demás. No es que fuera un santo en mi vida anterior; tampoco era exactamente un modelo a seguir. Pensaba principalmente en mí mismo y casi olvidaba la existencia de los demás. Pero, aun así, no le hacía daño a nadie. "Mientras no me mires, yo no te miro". Ese siempre fue mi lema, mi frase del día.

"Y si te veo robar al vecino, mientras no te metas en mi casa, no te denuncio". Ese fue otro de mis dichos. Cínico, pero justo desde mi perspectiva. Si alguien más te lastimaba y yo lo veía, no me culpases a mí por no intervenir; si vas a culpar a alguien, culpa a la pésima suerte que te tocó. Hay que aclarar que donde yo vivía no era el barrio más seguro. Si elegías vivir ahí, sabías en lo que te estabas metiendo y no podías quejarte después. De ahí surgieron mis dos lemas.

Por una extraña jugada del destino-o mala suerte, según se vea-, mi mejor amigo, Alejandro, se mezcló con una de las bandas criminales que llegaron a nuestra zona cuando éramos niños. Nunca me dijo por qué, argumentando que, cuanto menos supiera yo de esos asuntos, mejor. Yo compartía su opinión; no quería meterme en problemas por saber algo que no debía. A pesar de que se unió a gente peligrosa, mantuve su amistad. Cuando teníamos quince años, nuestros padres murieron en un tiroteo entre pandillas. Los familiares que nos quedaban nos acogieron: mis abuelos a mí, y sus tíos a él.

Cuatro años después, murió mi abuela, y un año más tarde, mi abuelo la siguió. Para entonces, yo ya tenía veinte años y solo me quedaba Alejandro, a quien consideraba mi hermano. Sus tíos, viendo cómo la situación se ponía cada vez más peligrosa, decidieron mudarse. Él tenía dieciocho en ese entonces, pero prefirió quedarse. No mucho después, se unió formalmente a la banda.

Cuando tenía tiempo, nos reuníamos. En una de esas noches, me contó lo que había estado haciendo. Pensé unos momentos y solo le dije que tuviera cuidado. ¿Qué más podía decirle? ¿Que se saliera? ¿Para qué? En menos de tres días lo encontrarían en una bolsa negra a la orilla de la calle. No es ningún secreto que en ese mundo la única salida suele ser la muerte. Y si lograbas sobrevivir, tendrías que vivir como una cucaracha, escondiéndote para que no te mataran y saliendo solo por comida en las noches. Al final, se lo dije así de claro, y tuvimos una conversación agradable, bebiendo como los amigos que éramos.

Los años pasaron, y de alguna manera, Alejandro se convirtió en el líder de la organización. Nunca me había dicho a qué banda se había unido, pero cuando salió la noticia de la muerte del anterior líder y sus lugartenientes de uno de los grupos criminales más temidos, y el ahora también buscado nuevo jefe de dicha organización era mi amigo, me enteré.

N/A: [Quiero decir que él nunca le había dicho a cuál banda criminal se había unido, pero que se dio cuenta por las noticias...]

Me di cuenta de a cuál pertenecía-y de la cual se había hecho líder-: una de las más peligrosas de la ciudad, si no del país. La policía me lo confirmó cuando tocó a mi puerta no mucho después. Lo único que les dije fue: "No me lo creerán, pero todavía lo estoy cargando". Me hicieron más preguntas que no respondí, primero, porque no sabía más que ellos, y segundo, porque por muy malo que fuera, seguía siendo mi hermano del alma y nunca me había hecho daño. Y mi lema siempre fue: "Mientras no me mires, yo no te veo".

Los oficiales no se fueron muy convencidos, pero no podían hacer más que irse con el ceño fruncido, supongo que por mi "buen comportamiento"... claro.

Esa misma noche, tocaron a mi puerta. Por costumbre, la entreabrí para ver quién era... cinco gorilas frente a mi departamento, cada uno con armas largas, sus caras inspiraban miedo sin importar hacia dónde miraras. El que había tocado el timbre se adelantó. Sus ojos inyectados en sangre me miraron fijamente, y luego una voz ronca salió de su boca:

"....¿Eres [mi nombre]?... no importa. El jefe quiere verte....."

"... ¿Tu jefe es el que creo que es?... Oh, ¿estamos hablando de otro jefe? Jeje". Decir que no estaba nervioso y asustado sería una mentira vil. Cinco tipos enormes con armas y caras de pocos amigos fueron suficientes para hacerme preguntarme sobre el origen del universo.

"... Sí... es el mismo. Ahora vamos". Hizo una señal, y dos de los gorilas ajustaron sus armas y caminaron hacia mí. Sin esfuerzo, me obligaron a abrir la puerta y cada uno se posicionó a mi derecha e izquierda, me agarraron por debajo de las axilas y me levantaron como si fuera algodón de azúcar.

"... Cierren bien la puerta... la delincuencia está bien jodida estos días...". Simplemente me resigné al trato e intenté bromear... lo bueno es que no tuve que caminar.

El líder gruñó en respuesta y, con otra señal, uno de los otros gorilas la cerró. Salimos del edificio, nos subimos a una camioneta negra con vidrios polarizados y nos dirigimos a Dios sabe dónde.

...

Al rato, la camioneta se detuvo y bajamos frente a una mansión enorme. Había más gorilas custodiando el perímetro, cada uno con armas que solo se ven en películas de acción, y sus miradas decían claramente: "Si no quieres terminar como un queso suizo, no te acerques aquí". Los dos que custodiaban las puertas principales las abrieron y nos dejaron pasar. Después me llevaron a una puerta. El interior estaba deliberadamente oscuro, iluminado solo lo suficiente para no tropezar. Al fondo de lo que parecía una oficina , detrás de un escritorio de roble macizo, Alejandro revisaba algunos documentos.

Había una silla frente al escritorio, y me dejaron caer en ella-¿hace falta decir que me llevaron cargado todo el trayecto? Alejandro me miró desde la distancia y soltó una carcajada al verme tratado como un fardo.

"Si lo que querías era asustarme, lo lograste, hombre... ¿por qué mandas a estos tipos?... sin ofender, claro... pero sus caras bien dicen que van a matar a alguien". Se hizo un silencio incómodo. Todos los matones me miraron como si me hubiera crecido otra cabeza. Y este loco, ¿de dónde salió? No fue necesario preguntar qué estaban pensando; sus caras lo decían todo.

"Lo siento, lo siento... solo quería ver tu cara... pero dejando eso de lado". Sacudió su mano derecha y luego juntó las yemas de los dedos de ambas manos, su rostro adoptando una seriedad poco habitual. Yo también me compuse e puse la cara más dura que pude.

"Escuché que la policía te visitó por la mañana". En ese momento, una sirvienta llegó con dos copas de cristal y una botella de champán. Sirvió ambas copas y se retiró en silencio.

"Esa gente no entiende que los domingos son sagrados y que despertar a alguien antes de las diez es pecado". Tomé una de las copas y di un sorbo. No solía beber alcohol a menudo, y cuando lo hacía, era con Alejandro.

"Bueno... la justicia nunca descansa... ellos mismos lo dicen". Él también empezó a beber.

"Y ahora tienes sirvientas... y esta casa, ¿cómo diablos no te encuentran?".

"Tengo mis trucos... un poco de dinero para los superiores y eso es todo".

"¡Ahhh... maldita gente corrupta! ¡Y luego quieren que pagues tus impuestos!... ¿sabes?... creo que mañana me va a llegar la CIA o el FBI por esto".

"Je... tal vez...".

Como siempre, tuvimos una conversación de hermanos. Luego, me llevaron de vuelta a casa alrededor de las 2 de la madrugada. En medio de todo, me dijo que lo más probable era que no nos viéramos por un tiempo, y que si yo veía o escuchaba algo, sería mejor que me quedara callado. Él podría hacer la vista gorda si yo estaba acorralado y no me quedaba otra que hablar, pero después de todo, el grupo estaba formado por varias cabezas, y él era solo uno de tantos-uno de los fuertes, pero aún quedaban los demás. Le pregunté por qué los otros no habían hecho nada aún, y me respondió que, mientras sus activos e intereses no se vieran afectados, podían matarse entre ellos todo sin importarles lo demás.

También le prometí que no diría nada. Primero, porque realmente no sabía más que la policía. Y segundo, por mis dos viejos lemas.

...

Pero esos dos lemas dejaron de importar cuando llegué al mundo shinobi.

Allí, tuve que abandonar mis creencias pasivas y volverme activo si quería vivir. Matar se volvió normal con el tiempo; me acostumbré. Hombre, mujer, sin importar edad o género-si alguien pagaba el trabajo, yo lo hacía. No importaba si el objetivo era inocente o culpable. Siempre y cuando se le pagara a la Aldea, había que hacerlo.

Si me negaba, me considerarían un rebelde, un traidor. Lo mismo aplicaba para los demás shinobi. Ninguno era inherentemente malo; simplemente hacían el trabajo por el que les pagaban. Pero eso no absuelve el hecho de que muchas de nuestras víctimas eran inocentes. Ya fuera porque alguien pagó para eliminarlas, o porque simplemente estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Un ninja nunca debe dejar testigos. Y si los hay, deben ser eliminados, pase lo que pase. Así es el trabajo. De eso se trataba ser un ninja: una máquina de matar y un espía por excelencia.

A mí nunca me gustó matar gente inocente. Los pedazos de mierda me importaban un bledo, pero los inocentes... lamentablemente, no podía hacer nada. Lo único que estaba en mi poder era darles una muerte rápida y lo menos dolorosa posible. En ocasiones, intentaba que ni siquiera se dieran cuenta.

Por eso llegué a la conclusión de que, en el mundo shinobi, no hay personas buenas. Solo hay personas menos malas que otras. Un mundo donde o eres fuerte, o mueres. Y yo elegí ser fuerte, cargando con el peso de esa elección cada día.

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