Este fanfiction se actualiza primero en Wattpad —> 2-3 capítulos por semana —> Está hasta el capítulo 36 —> link de Wattpad en la sipnosis por si quieren ir.
...
"Es un poco intensa la rubia, ¿no?", comentó Sofía, rompiendo el silencio cómplice que había entre ellos.
"¿Quién?", preguntó el rubio.
"No te hagas... Hablo de la rubia que te hace ojitos cada vez que te ve", insistió ella. Una sonrisa traviesa se asomaba en sus labios.
"Ah... ¿Intensa dices?" respondió *Naruto*, fingiendo reflexionar.
"Ummu", asintió Sofía, esperando su veredicto.
"... Na... No sabes lo que es alguien 'intenso' de verdad", replicó el rubio con una risa burlona, como si conociera a alguien más.
"¿Y tú sí?", preguntó ella, arqueando una ceja intrigado.
"¡Claro!... Hay... Sentí un calambre por la espalda de solo acordarme", exclamó el rubio, exagerando un escalofrío dramático.
Ya habían pasado varios días desde su llegada a la granja—tres, cuatro, quizás más. En el apocalipsis, el tiempo había perdido su significado preciso; contar los días se había convertido en un lujo trivial entre problemas mayores. El rubio, por su parte, se había integrado a la rutina de trabajos bajo las órdenes de Hershel, una actitud que había ganado el favor del anciano patriarca.
Lo que más había llamado la atención de Hershel era la obediencia casi instintiva del joven. En todos sus años, nunca había visto a alguien acatar órdenes tan diligentemente y sin cuestionamientos. Sus peones de antaño siempre tenían algo que decir—pereza, excusas, intentos de delegar el trabajo pesado a otro. La mayoría eran jóvenes locales buscando dinero fácil o inmigrantes tratando de ganarse la confianza del granjero. Hershel siempre fue cauteloso, verificando permisos con los padres de los muchachos y manteniendo una vigilancia estricta, su escopeta nunca muy lejos, especialmente con sus hijas pequeñas e ingenuas.
Pero el rubio era un enigma. Lo que Hershel ignoraba era que "Naruto" provenía de un mundo donde la cadena de mando y la ejecución de órdenes eran fundamentales para la supervivencia. La vida de un shinobi, especialmente de un genin, consistía en escuchar al Hokage, obedecer al líder de equipo, completar la misión, reportar y, si había suerte, cobrar y descansar. Para el rubio, las tareas sencillas de la granja y las directrices de Hershel eran casi unas vacaciones no remuneradas, un respiro de la constante paranoia y el derramamiento de sangre.
"¿Y cómo te ha ido con tu madre?", preguntó el rubio, cambiando de tema.
"Bueno... Ha estado un poco, no, muy sobreprotectora", confesó Sofía, apoyando la barbilla en los dedos entrelazados sobre la cerca de madera–. No lo voy a negar, me gusta... Pero no sé, ya no es lo mismo.
Los dos rubios estaban de espaldas al campamento, mirando hacia el bosque que bordeaba la granja. Era una tarde tranquila, alrededor de las cinco, aunque ninguno de los dos llevaba la cuenta exacta. Compartían un momento de paz, un raro lujo en su nueva realidad.
"Bueno... La entiendo", dijo el rubio. "Si mi hija desapareciera, yo también la chinearía hasta el cansancio, más en un apocalipsis. Y en el caso de que volviera con vida, obviamente"
Su mirada se perdió entre los árboles. El sol comenzaba su descenso, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. Ambos suspiraron casi al unísono, contemplando el fin de otro día.
"Por cierto... No me has devuelto el kunai", mencionó el rubio de pronto.
¿No era un regalo?", replicó Sophia con inocencia calculada.
"No"
"Bueno... Ya me encariñé con él", confesó ella, sonriendo con picardía.
...
Regresaron al campamento cuando la luz empezaba a escasear. Sofía se reunió con su madre, y el rubio se dirigió a la carpa que Hershel le había asignado. Estaba plantada a unos ocho metros de la casa principal, cerca del camino de entrada, con un árbol robusto a un lado y un columpio rudimentario colgando de una de sus ramas.
Abrió la cremallera de la tienda con un movimiento fluido. El interior era espartano: una sábana extendida en el suelo como colchón, una almohada y una manta que Beth, la hija menor de Hershel, le había prestado con una sonrisa tímida. El rubio notó la vena que se le había marcado en la frente a Hershel cuando Beth le entregó los artículos, y mentalmente se disculpó con el anciano por el drama innecesario.
Se acomodó sobre la sábana, extendió la manta y apoyó la cabeza en la almohada, cerrando los ojos con la esperanza de que el insomnio le diera una tregua esa noche. Por un momento, pareció que lo lograría, hasta que un ruido sordo fuera de la carpa captó su atención.
Abrió los ojos alerta. Los pasos eran suaves, deliberadamente sigilosos, pero no lo suficiente para evadir sus sentidos agudizados. No eran los arrastres torpes de un caminante, ni los pasos ligeros de Sofía. Eran de un adulto, y se dirigían directamente a su tienda.
Permaneció inmóvil, fingiendo estar dormido, mientras la cremallera de la entrada se deslizaba lentamente. Entreabrió los ojos lo justo para ver una figura rubia y pálida asomarse, escudriñar la casi oscuridad del exterior para asegurarse de que nadie la viera, y luego deslizarse dentro.
Era Beth.
Eran apenas las cinco y veinticinco de la tarde, demasiado temprano para que alguien se acostara, lo que hacía la situación aún más surrealista. Arrodillada, la joven se acercó con cuidado y, sin más, se deslizó bajo la manta junto a él, acomodándose a su lado y mirando hacia arriba como si fuera lo más natural del mundo.
Naruto abrió los ojos por completo, mirando de reojo el perfil sereno de Beth. No era tonto; había captado sus miradas coquetas los últimos días. Lo que le desconciertaba era el porqué. No había hecho nada para atraer su atención de manera particular. Aunque, reflexionó, a veces la atracción era así de simple e inexplicable. Recordó su propia adolescencia, cómo se había enamorado de una compañera de séptimo grado solo por verla pasar, sin mediar palabra. El intento fracasó—le pidió que fuera su novia—, pero la lección quedó: a veces no hay una razón lógica para enamorarse.
[N/A: No es una anécdota... pipi]
Contempló a la joven a su lado y dejó escapar un suspiro silencioso. Con suavidad, le tocó una mejilla. Beth se estremeció ligeramente y abrió los ojos, encontrándose con la mirada azul gélida del rubio. Un rubor inmediato tiñó sus mejillas.
"¿Sabes, Beth?", susurró él, su voz apenas un hilo de sonido en la intimidad de la tienda.
Ella tragó saliva, incapaz de apartar la vista de esos ojos intensos.
"En el pasado, una chica me espiaba desde detrás de los árboles. Un poco aterrador, pero pasable... Pero en ningún momento se le pasó por la cabeza meterse en mi cama... Creo"
Beth se humedeció los labios antes de responder, su mirada fugazmente perdida en el techo de lona antes de regresar a él.
"Y... ¿Esa chica te gustaba", preguntó, su propio susurro cargado de curiosidad.
"Era... Es una chica muy linda", admitió él. "Pero me daba miedo cómo me espiaba cuando entrenaba... Por el calor, a veces me quitaba la camisa, pero eso no la detenía; se desmayaba y yo tenía que socorrerla... Así estuvimos un tiempo"
"Jeje... Suena como una chica divertida", comentó Beth, acomodándose mejor y cerrando los ojos de nuevo, como si buscara dormir.
"Lo es, para mí al menos lo fue... ¿No estás muy cómoda ahí?", preguntó, sintiendo cómo se acercaba aún más.
"Umm.... Síp, lo estoy", murmuró ella, mientras se dirigía hacia su hombro y apoyaba la cabeza incómodamente sobre el, pero esto no le importó.
El rubio negó con la cabeza, divertido. En las Naciones Elementales, habría dado cualquier cosa por tener a alguien a su lado, pero su vida nunca se lo permitió. Su hogar era un campo de batalla periódico, era un niño soldado cuando dejó Konoha con Jiraiya, y después fueron dos años de viaje constante, sin echar raíces en ningún lugar. Luego Pain, la reconstrucción, la cuarta guerra etc... ¿En qué momento habría tenido tiempo para una novia? Apenas lograba sobrevivir.
"¿En qué piensas?", preguntó Beth, abriendo los ojos al notar su expresión distante. Su mano comenzó a acariciarle el pecho con una osadía creciente.
"En lo duro que ha sido mi vida... Ahora duerme", respondió él, atrapando su mano con suavidad pero firmeza para detener sus avances. Beth lo miró, algo decepcionada pero obediente. Sin embargo, la pregunta que ambos evitaban finalmente surgió.
"¿No me vas a echar?... Mi padre te va a sacar de la granja con la escopeta si se entera"
"¿Y de quién es la culpa, eh?... Espera un momento", replicó él.
Con movimientos rápidos y precisos, formó una secuencia de sellos con las manos, sus dedos moviéndose en una cruz característica. Un poof sordo, casi inaudible, resonó en el exterior de la tienda. Un clon de sombra apareció en la oscuridad, se deslizó hasta la ventana del dormitorio de Beth, saltó con agilidad, se intercambió por un borrador que encontró en el alféizar, apagó las luces de la habitación y, transformándose en una réplica perfecta de Beth, se acostó en su cama.
Dentro de la tienda, la Beth real observó confundida lo que hizo el rubio.
–¿Qué fue eso? –preguntó, sus ojos brillando con curiosidad ante el despliegue de la cruz de la nada y sin explicación.
"Solo un truco de magia", respondió él evasivamente. "Duerme".
"Lo dejaré por ahora", aceptó ella, cerrando los ojos nuevamente.
Pero dormir era imposible. La hora era temprana y la tensión palpable. Permanecieron acostados, susurrando en la penumbra, compartiendo historias triviales hasta que, finalmente, el cansancio venció a Beth y se durmió. Poco después, el rubio la siguió, resignado a la peculiar situación en la que se había metido, preguntándose cómo demonios explicaría esto si Hershel decidía hacer una visita sorpresa con su escopeta.
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