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Un nuevo día llegó con el canto estridente de los pájaros, que fueron despertando lentamente al rubio.
–Esos hijos de puta –murmuró, entrecerrando los ojos contra la tenue luz que se filtraba por la lona de la tienda.
Lo primero que vio al abrir los ojos por completo fue el techo verde claro de su carpa. Al bajar la mirada, hacia la derecha, distinguió el rostro sereno de Beth durmiendo sobre su pecho, casi en el hueco de su hombro. La noche anterior, la joven lo había visitado y, en el reducido espacio, habían encontrado que la posición menos incómoda era ella recostada sobre él. Para el rubio, sin embargo, había sido una noche de incomodidad y vigilia intermitente.
Con sumo cuidado, se deslizó de ella, acomodándola sobre la almohada y arropándola bien con la manta por el frío de la madrugada. Salió de la tienda en silencio, y su primer instinto fue buscar a los "pequeños bastardos" que lo habían despertado tan temprano. Escudriñó las ramas de los árboles, pero los pájaros ya se habían ido, afortunadamente para ellos, muy lejos.
–Malditos bastardos... Un poco más tarde y eran mi desayuno –gruñó, aún con sueño.
De pronto, un bostezo incontenible lo recorrió. Cedió al impulso de estirarse, alzando los brazos hacia el cielo, poniéndose de puntillas y arqueando la espalda. Este pequeño ritual matutino pareció expulsar toda la malevolencia de su corazón, dejándolo relajado y con una sonrisa de satisfacción. Volvió a asomarse a la tienda para asegurarse de que Beth estuviera bien, luego tomó su chaqueta y su protector frontal, colocándoselo con la familiaridad de quien ha realizado el gesto miles de veces.
¿Por qué lo llevaba? Simple y sencillamente, era un recordatorio tangible del esfuerzo titánico que le había costado convertirse en genin. Luego, tras la muerte del Tercer Hokage, su ascenso había sido olvidado en el caos, como le sucedió al original. Pero cuando terminó la Cuarta Gran Guerra, exigió su ascenso a Jōnin—junto con unas bien merecidas vacaciones—por haberle dado una patada galáctica en el trasero blanco de Kaguya. No era tan tonto como para someterse a más exámenes; con el poder que había alcanzado, eran una formalidad innecesaria. Y a diferencia del Naruto original, que habría seguido las reglas como un perro fiel, él había plantado cara.
"¡Naa, me dan mis vacaciones, mi ascenso o me largo a la chingada! ¡Elija, Tsunade!" Lo dijo en español en su momento, luego tradujo la esencia: vacaciones, ascenso o se iba de Konoha. La cara de Tsunade cuando "Naruto" destrozó su nuevo escritorio de un puñetazo fue una obra maestra de furia contenida. El valor que había reunido se esfumó tan rápido como llegó; incluso con todos sus power-ups, no se atrevería a provocar a Tsunade en serio. La fuerza de la mujer no era broma; un solo golpe bien puesto lo mandaría al hospital por un buen tiempo. Afortunadamente, todo terminó con la Hokage suspirando de exasperación y una conversación "civilizada" en la que él salió victorioso.
–Sip... Una de las experiencias de muerte más vividas de mi vida –murmuró para sí, otro bostezo escapándole.
Al terminar de bostezar, buscó cuatro piedras pequeñas en el suelo. Tras encontrarlas, se mordió el pulgar de la mano derecha y, con cuidado, escribió un kanji y otros símbolos personales del clan Uzumaki en cada una. Cuando terminó, rodeó la tienda y colocó una piedra en cada esquina, a una distancia específica. Al posar la última, un brillo rojo emanó de ellas y un escudo energético del mismo color envolvió la carpa, formando un cuadrado perfecto, y después se volvió transparente.
Luego, formó una cruz con los dedos. Un poof sordo anunció la aparición de un clon de sombra, que, sin necesidad de órdenes, se transformó en una roca pequeña que el rubio colocó frente a la entrada de la tienda, a la derecha de la cremallera.
Mejor prevenir que lamentar.
Con Beth a salvo de zombis o humanos con malas intenciones, el rubio se encaminó con las manos en los bolsillos de su chaqueta—que había cerrado por el frío matutino— algo que no solía hacer porque disfrutaba del efecto del viento agitándola, como la capa de Superman o Batman, pero en su estilo personal único.
Hoy era su primer día oficial como "lechero". Hershel se lo había encomendado el día anterior. Aunque el horario era un poco más tardío, los pájaros lo habían despertado antes, así que decidió adelantarse. Su tarea era ayudar a Maggie, la hermana de Beth, a arrear las vacas. A esta hora, ella ya debería estar en ello.
Tras rodear la casa principal, llegó a la parte trasera de la granja y, un poco más allá, divisó el corral de ordeño. En los potreros, la hierba verde estaba salpicada de pequeñas flores blancas, el alimento del ganado. Maggie, montada a caballo, arreaba a las vacas hacia el corral, mientras los terneros encerrados berreaban esperando a sus madres.
El rubio caminó hacia el corral con un palo delgado que encontró en el suelo, por si acaso. Al acercarse, el olor acre del estiércol de vaca lo golpeó, pero era tolerable; había olido cosas peores. Llegó justo cuando Maggie guiaba a las vacas hacia el portón.
Aunque era su primera vez ayudando formalmente con el ordeño, había observado atentamente los días anteriores a Maggie, Beth y Annette cuando realizaban la tarea, pretextando que Hershel le había encomendado aprender. Sabía que debía abrir el portón, y lo hizo antes de que Maggie pudiera desmontar para hacerlo.
–Llegaste temprano –comentó Maggie, guiando a la primera vaca.
Cuando la vaca metió su cabeza entre los postes, Maggie intentó jalar el mecate a uno de los extremos amarillo para encerrarla en el cepo, pero ya estaba hecho. La joven miró al rubio con una mueca de agradecimiento, y él respondió con una media sonrisa. Ella agarró otro mecate para manear (atar) las patas traseras de la vaca, pero el rubio extendió la mano para tomarlo.
–¿Quieres manear la vaca? –preguntó Maggie.
–Sí –afirmó él.
Ella lo miró a los ojos por un momento antes de entregarle el mecate, luego dio la vuelta al animal y tomó un balde con agua y un trapo para limpiar las ubres. El rubio, con aparente facilidad, rodeó las patas traseras de la vaca y jaló el mecate con fuerza pero cuidado, ajustándolo para que el animal no se soltara y esta quedara en una posición fácil de ordenar.
Hecho esto, se apartó un poco, dejando que Maggie hiciera su trabajo.
Ella observó, impresionada, cómo lo había hecho—jalar la vaca—con una sola mano y sin aparente esfuerzo. –Veo que eres fuerte.
–Síp, lo soy –admitió él.
–No te jactes –replicó ella con una media sonrisa mientras limpiaba las ubres.
Maggie, a diferencia de su hermana Beth, era más reservada. Menos directa, más cautelosa. Prefería hacer las cosas discretamente, como sus encuentros secretos con Glenn. Se concentró en ordeñar, y el rubio se dedicó a vigilar que las otras vacas no molestaran. Durante casi dos horas, trabajaron en un silencio cómplice, solo roto por instrucciones breves. El rubio apreció el trabajo en silencio; era eficiente, rápido y preferible para su mentalidad de shinobi: terminar pronto y cobrar.
...
Tras terminar el ordeño, el rubio se dirigió a un río en el bosque cercano para lavar su ropa, que había absorbido tierra, estiércol y orina de vaca. Se quitó la chaqueta, y luego la camisa, quedando torso desnudo, mostrando una musculatura definida y trabajada.
Fue entonces cuando escuchó un ruido detrás de él. Al volverse, se encontró con Rick Grimes, su hijo Carl y su esposa Lori. Por azar del destino, la familia había decidido ir a pescar ese día al mismo río.
–Oh, estabas aquí –fue el saludo de Rick, el primero en acercarse.
–Sí, aproveché para lavar esto y de paso bañarme. Ustedes deberían hacer lo mismo –sugirió el rubio.
Lori lo miró con los ojos entrecerrados. –¿Bañarnos aquí, ahora? –preguntó con un tono que rayaba en la arrogancia.
El rubio escondió una mueca de fastidio. Como estaba mojando la camisa hacia otro lado, nadie lo vio poner los ojos en blanco ante la arrogancia en la voz de la mujer.
Había entablado una buena relación con Rick, pero Lori siempre lo trató con desconfianza y frialdad, vigilándolo como si fuera un criminal. No le importaba su opinión, pero la forma en que sembraba discordia—"discretamente"—entre Rick y Shane lo había puesto en alerta; ya había tenido suficiente con mujeres problemáticas como Sakura.
–Obviamente no aquí, no ahora –aclaró, manteniendo la calma–. Pero sería bueno que dejen el agua potable para beber, no para lavar ropa o bañarse.
Rick, que se había agachado a su lado, reflexionó sobre sus palabras. –He pensado lo mismo... pero el problema es convencer al grupo. Los hombres podrían bañarse por turnos, pero las mujeres... dudo que quieran estar desnudas al aire libre. Además, ninguna sabe usar un arma; está el tema de la protección también. No sé cómo abordarlo.
El rubio consideró la situación. Estuvo de acuerdo en ciertas cosas, está seguro de que los hombres pueden bañarse juntos siempre y cuando ninguno vea las miserias del otro, en cuanto a las mujeres. En las Naciones Elementales, las kunoichi no tenían esos reparos; las de verdad, al menos. Fue en y después de su generación que las mujeres ninjas se hicieron más delicadas—algunas—, como Sakura e Ino y muchas más, pero es bastante obvio, eran tiempos y costumbres diferentes.
–Bueno... pueden aprender a usar armas y cuidarse unas a otras por turnos. O ser acompañadas por uno de los hombres, y que una de ellas vigile mientras las demás se asean. Hay opciones.
Rick meditó las soluciones, encontrándolas viables. Lo difícil sería convencer a todos. Suspiró profundamente.
–Bueno, Rick, te dejo –dijo el rubio–. No quiero que tu esposa me mate por robarte tiempo en familia.
Señaló discretamente a Lori, que estaba de pie con Carl, con una expresión de estrés palpable. Rick palideció ligeramente y sonrió de manera incómoda. –Es cierto... Nos vemos.
Mientras Rick se reunía con su familia, el rubio emprendió el regreso a la granja. Decidió disfrutar del paseo en lugar de saltar por los árboles. Durante el camino, avistó un venado a lo lejos. Se acercó con sigilo ninja; sería un buen tributo para Hershel y los demás.
El animal, ajeno a su destino, pacía tranquilamente. El rubio, utilizando una hoja caída como punto de teletransporte (Kawarimi no Jutsu), se materializó justo detrás de él y, con un golpe preciso, lo noqueó. El venado cayó al suelo, muriendo en segundos.
Estaba a punto de cargarlo cuando un grito desgarrador cortó el aire. Provenía de la dirección del río donde había dejado a la familia Grimes. Dejó el venado al cuidado de un clon que invocó al instante.
–Cuídalo. Más tarde vendrán por él –ordenó.
Luego, saltó ágilmente a las ramas de los árboles, desplazándose a toda velocidad hacia el origen del grito. Al llegar, encontró a Rick sosteniendo a Carl en sus brazos, ambos padres llorando desconsoladamente. El niño estaba pálido, se retorcía de dolor y tenía claras marcas de mordedura en el brazo.
–¡¿Qué pasó, Rick?! –preguntó el rubio, corriendo hacia ellos.
Rick, cegado por la desesperación, no respondió. El rubio examinó rápidamente la herida. –Mierda, Rick... esto es serio.
Vio el cuchillo de Rick tirado en el suelo, corrió a por él y regresó. –Escucha, Rick... RICK –voceó, agarrando al hombre por los hombros–. Toma a tu esposa y agárrala fuerte. Me va a querer volar la cabeza con lo que voy a hacer. Déjame a tu hijo.
Rick, recuperando un ápice de lucidez, y entendiendo todo, asintió con terror en los ojos y sujetó a Lori con fuerza, que forcejeaba y gritaba. El rubio tomó a Carl con suavidad pero firmeza.
–Lo siento mucho, niño... pero tal vez te salve la vida–murmuró, apretando el mango del cuchillo mientras calculaba el ángulo preciso para una amputación que quizás, solo quizás, le salvara la vida.
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