―Eso fue espeluznante… ―bufó Richarzon, caminando junto a Gorgo entre los árboles húmedos del bosque, mientras buscaban una ruta hacia la ciudad.
― ¿Qué rayos era esa cosa?… Tú los enfrentaste antes, ¿tienes una idea? ―insistió, todavía con la voz temblorosa.
― ¿Podrías callarte al menos dos minutos? Estoy analizando la situación… ―replicó Gorgo, llevándose una mano a la frente.
―Me siento mareado… confundido… ¿Cómo pasé de estar en una oficina en Estados Unidos… a terminar en un bosque de Japón?
―Ay… lo había olvidado… ― soltó Richar
Gorgo lo miró de reojo. ― ¿Qué cosa?
―Do'cientos… te había metido en un traje Handling.
El ceño de Gorgo se frunció. ― ¿Y qué demonios es eso?
Richarzon apretó los dientes, todavía aturdido. ―Es como si alguien te pusiera cuerdas… para convertirte en un títere.
―Hijo de puta… ―soltó Gorgo con rabia, pateando una rama seca.
― ¿Por qué estoy en Japón otra vez? ¿Por qué había una bestia atacándonos?
Se quedó en silencio unos segundos, la mente repasando la silueta de Max y Baldur apareciendo en medio del desastre.
― ¿Por qué estaban ellos dos ahí?
Richarzon tragó saliva. ―Do'cientos secuestró a la nieta del viejo… Y la bestia… antes era un niño. Tú mismo le diste con un rayo de plasma en el pecho. Entonces… le salió una cola y ¡pum! Hombre lobo–gorila–león apareció frente a nosotros.
La mirada de Gorgo se endureció, como si una pieza clave acabara de encajar.
― ¿Cómo se llamaba el niño?
―Creo que se llamaba… Oliver.
Al escuchar ese nombre, Gorgo se dio la vuelta sin decir más y comenzó a caminar de regreso, hacia la zona del caos que habían dejado atrás.
― ¿Qué haces? ―preguntó Richarzon, desconcertado.
Gorgo no miró atrás. ―No sé qué pasa… no sé por qué ahora es un animal sin control… Pero ese mocoso necesita ayuda.
― ¡Pero son nuestros enemigos!
― ¡No! No son nuestros enemigos, tal vez si los tuyos, pero los míos no… ―aclaró Gorgo, señalándolo con el dedo. ―Esos tipos me perdonaron la vida, yo les debo un favor.
― ¿Tienes algo en contra? Dímelo ahora y lo resolvemos aquí…
―Wow… tranquilo… ―exhaló Richarzon, levantando las manos―. No hay por qué enemistarnos.
―Elige tu bando entonces… ―respondió Gorgo con voz amenazante.
―Eso quisiera… ―replicó Richarzon, señalándose el cuello, mostrando el collar que llevaba ajustado.
―Tú lo tienes fácil, a ti te pusieron un traje de Iron-Man, a mí me amarraron una bomba al cuello.
La mirada de Gorgo se suavizó ante la revelación.
―Yo estaba a punto de romperle la nariz a Do'cientos cuando me enteré de que te metió en el traje… ―dijo, dejando que sus palabras cayeran―, pero resulta que yo tenía una bomba colgando del cuello por más de diez años.
―Escúchame… entiendo que te sientas en gratitud con ellos o lo que sea… pero si no vas a estar de mi lado, no te metas.
―Cuando se entere de que te liberaste y revelaste… me ordenará matarte, y no tendré otra opción que…
―Ya tomé mi decisión.
― ¡Vas a hacer que nos maten a los dos! ―gritó Richarzon, sintiendo cómo el pánico le subía por la garganta.
―Yo hace años estaba dispuesto a pagar la pena de muerte para asumir mis actos… morir hoy es un privilegio.
―Que tú te aferres a la vida, sabiendo la basura que fuiste… me deja en claro lo egoísta que somos y fuimos… ―agregó Gorgo, con voz grave, casi un susurro, mientras su mirada se perdía en el bosque.
― ¿Me acabas de llamar basu…? ―enfrentó Richar, pero se quedó helado al sentir un brazo abrazándolo del cuello.
― ¿Ustedes dos por qué están discutiendo? ―preguntó una voz maliciosa.
Gorgo se dio la vuelta, apretando los dientes de la sorpresa.
Garuda se apareció de la nada, como si siempre hubiera estado allí.
― ¿Creyeron que no los había visto cuando desperté?
―El muchacho y el viejo fueron divertidos… pero ustedes faltaron en la diversión… ―dijo, con una sonrisa torcida que helaba la sangre.
Richarzon solo levanto las manos en símbolo de Paz, Garuda dio unos pasos atrás con un gesto asqueado y decepcionado.
Gorgo miró como Richarzon temblaba y el sudor se deslizaba por su frente, al bajar la mirada, pudo ver un manchón oscuro y húmedo entre sus piernas.
―de todos los seres intergalácticos, mortales, divinos y miserables… tú eres el más repugnante… ― le menciona Garuda.
Repentinamente, Garuda levantó el brazo y detuvo en seco el puñetazo de Gorgo.
El impacto lo arrastró unos centímetros hacia atrás, marcando la fuerza brutal del golpe.
Gorgo no se detuvo. Un balanceo a la izquierda… luego a la derecha. Movimientos rápidos, suaves, como un depredador buscando el ángulo perfecto.
Garuda lo observaba, hipnotizado por aquel ritmo.
Entonces, el puño de Gorgo partió la brisa y chocó de lleno contra sus costillas. El estruendo seco resonó como madera quebrándose.
Y, sin embargo, en su mirada había calma. Una sonrisa fascinada se dibujó en el rostro del semidiós, como si el dolor fuera un espectáculo privado.
Los ojos de Gorgo se abrieron como platos: Garuda había recibido su puñetazo como si fuera aire.
En un instante, la cola del semidiós se enroscó en su brazo y lo arrastró hacia abajo. La cara de Gorgo se estrelló de lleno contra la rodilla de Garuda con un crujido seco.
―¡Aaagh!― escupió sangre, tambaleando.
Richarzon, desesperado, aprovechó el mínimo descuido. Corrió hacia Garuda, saltó y lanzó una patada recta con ambos pies.
El impacto apenas lo sacudió, pero lo suficiente como para que gotas del repugnante líquido de sus pantalones volaran en el aire y cayeran sobre el pecho inmaculado del dios.
El gesto de Garuda se torció de asco… y en el mismo instante, Richarzon fue enviado de cabeza contra el suelo, quedando incrustado como si lo hubiesen clavado ahí.
Despegó su ensangrentada cara del suelo y se incorporó tambaleante, listo para contraatacar… pero lo único que alcanzó a ver fueron los nudillos del semidiós a centímetros de su rostro.
El impacto le desplazó la mandíbula con un chasquido seco. El hombre salió despedido, estrellándose contra un árbol mientras lanzaba un grito agudo de dolor.
Apenas se recompuso, recolocando su quijada a la fuerza, un nuevo golpe de Gorgo sacudió a Garuda. Esta vez lo sorprendió: había ganado fuerza.
El semidiós tardó exactamente 0,7 segundos en rastrear las memorias de Oliver y entender el don de la bestia.
—Así que… cada puñetazo lo vuelve más fuerte… —susurró, fascinado.
Sonrió con entusiasmo y, llevado por la emoción, descargó un brutal impacto en la nuca de Gorgo. El gigantón se desplomó, inconsciente.
Garuda parpadeó, mirando incrédulo su propia mano.
—¿Qué? … Me dejé llevar y lo dormí de un golpe…
Alzó la vista con una sonrisa torcida.
—Bueno… si tengo suerte, despertará aún más fuerte.
Giró hacia Richarzon, observándolo con repudio absoluto.
—La próxima vez que te vea… te mato.
Le apuntó con dos dedos, y de pronto, la mano del hombre explotó en una lluvia de sangre y hueso. El alarido desgarró el aire, rebotando entre los árboles.