Han pasado ya alrededor de dos semanas desde aquella pelea. Pude comprar medicina, pero fue un verdadero problema. Imagínense: si ya se discriminan entre sí, ahora un vagabundo entrando a una farmacia... La atención al cliente era pésima. Pero eso, eso ya lo tengo asumido. Lo que no podía soportar —aunque tuve que aguantar rechinando los dientes— fue ser tratado como inferior por bestias que claramente podría romperles la cara. ¡Malditos comepastos!
El esguince que me hice empeoró más, lo bueno es que solo fue un poco. Era en el tobillo, por lo que aún cojeo un poco. Eso me obligó a dejar de ser tan audaz a la hora de buscar comida. Además, aquí es más peligroso. Hay más bestias merodeando por las noches, y son más agresivos. Pero mientras no me meta con ellos, ellos tampoco lo hacen conmigo. Eso me desconcertó al principio, hasta que descubrí el motivo: en esta zona hay un mercado... de carne.
No sé si sea legal o si el gobierno simplemente hace la vista gorda. No me interesa. Es cosa de esas bestias. A menos que realmente me afecte, lo dejaré para el futuro.
Mientras tanto, aquí estoy. Un poco más desnutrido. Si sigo así, dentro de unas dos semanas mi cuerpo empezará a devorarse a sí mismo. No literalmente... bueno, sí, en parte. Mis músculos, aunque pequeños, servirán de reserva energética. Si eso ocurre, perderé la fuerza que tanto sufrimiento me costó conseguir. Ya no sé qué hacer. Tendré que pelear otra vez.
Merodeando esta noche una vez más, con la decisión de siempre: pelear... o morir.
Ahora soy más fuerte, sí, pero también es más difícil sobrevivir aquí. Hay más competencia, y son más feroces. Pero haré lo que sea necesario.
Caminaba lentamente por los adoquines húmedos del callejón. El paso era firme, aunque todavía cojeaba un poco. Apenas perceptibles. Doblé en una esquina y lo vi.
Pelaje naranja, traje de dos piezas, melena peinada hacia arriba en un copete más oscuro que el resto del cuerpo. Era uno de la mafia de los leones.
Intenté pasar desapercibido, haciéndome a un lado mientras él avanzaba. Pero a propósito... me chocó con el hombro.
-¡Ey! ¿Qué te pasa? Fijate por dónde vas... ¿o acaso quieres pelear? —rugió el león con descaro.
—Disculpa... —murmuró.
— ¿Cómo? No te escuché, maldito. ¡Más fuerte! ¿O quieres terminar en uno de los puestos del mercado?
—Lo siento... —repetí con rabia contenida.
—Si realmente lo sentís, arrodillate y pedí clemencia, basura.
Me arrodillé, los premolares crujían de la tensión. Estaba a punto de perder el control.
—Ahhh, vos sos aburrido —se burló el león—. Te diré la verdad: en noches libres como esta me gusta hacer una de tres cosas: tener sexo, matar... o ambas. Hoy me toca matar. Y por cómo apretabas los dientes, se nota que sos un herbívoro, ¿no? Así que tu muerte no será ilegal. Agradecé... qué mala suerte la tuya.
De pronto, sin que pudiera reaccionar, me tomó por la nuca con su mano izquierda. Su fuerza era brutal. Intenté zafarme, pero era inútil. Con la derecha me agarró del cuello, apretando como una maldita prensa hidráulica. Lo golpeé, intenté cegarle los ojos, rasguñarlo... nada servía. Y justo cuando ya veía todo blanco, mi capucha se deslizó de mi cabeza.
Sus ojos se abrieron como platos. Me miró directamente a los ojos.
—Pero mirará nada más... ¿qué tenemos aquí? ¿Un mono lampiño? ¿Qué sos, eh? Da igual, igual vas a morir.
Estaba por perder la conciencia cuando una voz grave, fuerte y serena interrumpió la escena.
-Gratis. Apresúrate. Tenemos que volver a la base —dijo otro león que emergía lentamente desde la penumbra.
Tenía una puerta firme, ojos calculadores y una calma que imponía respeto. Llevaba gafas que reflejaban la escasa luz del callejón. Su expresión cambió al verme. Frunció el ceño apenas, confundido, pero rápidamente retomó su actitud fría.
—Libre. Suéltalo. Ahora.
-¡No! Esta noche el jefe me dejó desahogarme y vos lo sabés. Así que dejame terminar. Te alcanzo después —gruñó Free con impaciencia.
Volvió a apretar con más fuerza. Yo luchaba con desesperación por liberarme.
—Suétalo. A-ho-ra, Gratis. Este tipo... es el que estábamos buscando. Ha habido rumores de un vagabundo cerca de esta zona. Uno de nuestros proveedores no pudo cumplir con la cuota por culpa de un incidente con un vagabundo. Ese mismo parece andar ahora por aquí —explicó el león de las gafas.
Hizo una pausa para observarme.
—Y además, no parece alguien común. Sin pelaje denso por el cuerpo. Solo en la cabeza. Nariz piramidal, orejas como las de un chimpancé. Ciertamente parece un mono... pero a la vez, no. Interesante. Suéltalo ya, Gratis. O tomaré medidas.
La tensión entre los dos era palpable. Free apretó los dientes y finalmente pasó.
-Bah. Tampoco estaba tan interesado —masculló, soltándome al piso.
Me derrumbé, jadeando, con el cuello adolorido. Alcé la vista, alerta. El león de gafas me observaba con atención.
—Bien. Decime. ¿Sos vos el vagabundo de los rumores? —me preguntó, director.
No sabía qué hacer. Si dijera que sí, probablemente me secuestrarían. Si decía que no, Free quizás me mataba ahí mismo.
—... Soy una especie muy rara. Humano. Homo sapiens. Pariente de los primates —gruñí, con veneno.
—Muy bien —dijo el de gafas con una leve sonrisa—. Tendrás que dar más detalles. A nuestro jefe le interesará. Una especie exótica no se ve todos los días. Si te resistís, ya viste lo que Free puede hacerte.
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