—Ya era hora, ¿no?
—Llegó un tiempo.
—¿En serio? —se fija en el reloj de su muñeca.
— ¿Qué más da? Empecemos de una vez. Solo sígueme, tenemos que ajustar cuentas con un local de McPaws.
—¿McPaws?
—¿No lo conoces? Están por todas partes. Esos locales de comida rápida con un payaso como mascota.
—…
—Para resumirtelo: tienen ciertos negocios que no están a la vista del público y, obviamente, no son legales. Nosotros los cubrimos y protegemos. Pero, por alguna razón, dejaron de darnos nuestra parte. Ni siquiera responde. Algo los está frenando, y nuestro trabajo es descubrir qué.
Solo asiento. Quiero terminar esto rápido.
La noche está helada. Por suerte tengo esta máscara, no sé cómo se llama, pero me cubre toda la cabeza, excepto los ojos y la boca. Junto con el traje que llevo, parece el personaje de cierto videojuego.
No entraremos por la puerta principal. Ágata me conduce por un callejón oscuro junto al local hasta lo que parece un almacén.
Toc, toc.
Nadie responde.
Entonces, lo que hace Ágata es… romper la puerta metálica de una patada. Apenas se escucha el chirrido de las bisagras cayendo. Me quedo quieto por un momento. Pero no tengo tiempo para sorprenderme porque Ágata solo entra ya mí solo me queda seguirlo.
—¡Hola! ¿No hay nadie?... ¡Responde! —grita en medio del almacén vacío.
Al no obtener respuesta, avanza hacia la puerta que conecta con el local. Yo, mientras tanto, tanteo la pared buscando un interruptor de luz. Pero justo cuando estoy por dar otro paso, Ágata me detiene con un brazo y nos tira al suelo, detrás de unas cajas, en medio del almacén.
Un segundo después… disparos.
El eco metálico retumba en todo el lugar.
Solo me queda suspirar ante esta desgracia imprevista.
Inhala, exhala. Lo repito dos segundos. Escucho... cierra los ojos para pensar en alguna solución a esto y entonces... los abro.
Por el sonido de los disparos y lo que veo, las ráfagas vienen de dos direcciones: al menos hay seis atacantes. Tres en la entrada y tres en la puerta que lleva al local.
De mi espalda dos granadas de gas lacrimógeno y las lanzo, cada una hacia cada flanco de donde nos atacan. Luego, del bolsillo interno de mi saco, saco un cubrebocas, que apenas me dará unos segundos más.
—¡Maldito loco! ¿Qué estás haciendo? —me grita Ágata, luego de que tire las granadas.
Ignoro su grito, espero unos segundos… y los disparos cesan. Se escuchan toses y luego, por último, gritos de dolor que hacen eco por todo el almacén. Pero mis ojos también lagrimean, y Ágata empieza a sufrir el mismo efecto.
Me levanto y corro hacia los gritos, cerca de la salida. Ya afuera, en el callejón por donde vinimos, me encuentro con tres lobos: dos arrodillados y uno apoyado contra la pared. Todos tosiendo y lagrimeando por el gas.
Saco un tanto de mi espalda, bajo mi saco. Me acerco lo más rápido posible al que está apoyado contra la pared. Le hago una llave con un brazo para levantarle la cabeza y dejar expuesta su cuello. Con el brazo que me queda libre lo corto con todas mis fuerzas. Su sangre salpica mi mano, el sacudo para quitarme la mayor cantidad posible.
—Uno menos —es lo único que alcanzo a decir antes de escuchar gruñidos a mi costado. Los desgraciados, no sé cómo se pudieron siquiera poner de pie.
Uno, dos y tres zarpazos intentan encajarme en el pecho. Los esquivo, pero igual me rozaron y con eso bastó para destrozarme el traje y dejar marcas rojas en mi brazo y pecho.
Me seco las lágrimas que ya me están molestando mientras retrocedo. Trato de concentrarme y planear qué hacer, pero no me dejen pensar, porque el lobo que quedaba, aún gimiendo de dolor, se reincorpora como puede. Ambos, con los ojos llenos de lágrimas y las pupilas totalmente dilatadas, me dirigen una mirada que me dice que me quieren más que muerto.
Arrancan en frenesí a correr hacia mí. Uno me tira un zarpazo muy amplio al torso y el otro trata de morderme alguna parte de abajo. No importa cuál llegue a conectar: me voy a arrepentir si me dan. Así que solo puedo rogar por mi supervivencia en mi mente.
Me agacho y tacleo las piernas del que me quiere dar el zarpazo antes de que llegue a mí. Al mismo tiempo me impulso hacia arriba, haciendo perder el equilibrio y caer de cara contra el piso. Apenas tengo tiempo para levantar la vista y el otro lobo ya está por morderme otra vez. Pongo mi brazo lo más rápido que puedo frente a mi cara.
Siento cómo sus dientes presionan tan fuerte que mis huesos lo resienten. Solo puedo contorsionar mi rostro de dolor y soltar el cuchillo que aún sujetaba, para sacar mi pistola con urgencia. Le apunto a su mentón y disparo. La bala le atraviesa la cabeza. Afloja la mordida.
Me libero y veo a su compañero intentando huir tras escuchar el disparo y ver a su aliado caído. Le descarga siete tiros en la espalda hasta que cae al suelo. Y, para asegurar, uno más en la cabeza.
Ante la calma, me desplomo de rodillas cerrando los ojos por un momento debido al dolor y las lágrimas.
“Inhala, exhala...” lo repito una y otra vez esperando que alivie mi dolor en el pecho y los ojos. ¿Lo hace? No sé la verdad… pero ¿realmente importa ahora mismo?
—El dolor es solo mental —me lo repito hasta poder levantarme como puedo y recoger mi cuchillo.
Entonces escucho pasos en el almacén. Con las pocas fuerzas y visibilidad que me quedan logro reconocer a Ágata: manchado de sangre, pero sin daño aparente. Muy enojado, por lo que alcanzo a ver en su rostro.
--------------------------------------------------------------------------------------------------
Perdón por la demora, quise asegurarme de que quedara lo mejor posible. Espero que lo disfruten y me encantaría leer sus comentarios, me ayudan a saber si lo estoy haciendo bien.