Este trabajo me trae recuerdos que, la verdad, preferiría no repasar: violencia, extorsión, corrupción, muerte… cosas de las que ya estaba harto. Por eso, uno de mis principales objetivos en esos tiempos era largarme de ese lugar asqueroso, putrefacto. Me enferma el solo hecho de pensar en esas cosas tan desagradables. Eran tantas, que si las apilaras serían más altas que la torre de Babel.
Me alegra ya no estar ahí, pero igual me molesta que el entorno actual se parezca, en ciertas cosas, al que dejé. Estaría bueno irse a Canadá. Acá, los asiáticos a veces me resultan muy extraños, y otras veces… me dan más miedo que los de Occidente.
Bueno, dejemos de pensar, porque si no, la comida se enfría.
Qué bien huele la comida bien hecha —huelo un poco el aroma que desprende mi hamburguesa recién hecha. Claro, no me bastaba con una. Así que preparé varias bandejas, con los ingredientes separados, para tener una hamburguesa caliente cada vez.En una bandeja transparente, sellada herméticamente, está la carne. En otras, al aire libre, la lechuga, el tomate, el pan, la cebolla y, claro, pan recién tostado. Una delicia. Todo acompañado de una buena bebida azucarada. No será del calibre de cierto "elixir", pero sirve.
Cuando estoy a punto de darle un mordisco, escucho pasos que vienen desde fuera de la habitación.
La puerta se abre particularmente lento, y desde ahí sale Dolf. Aspira el aire.
—Huele bien. ¿Cocinaste algo? —dice, antes de fijarse bien en la mesa donde estoy sentado con todas las cosas que preparé.
Se queda un momento parado en la puerta, luego se dirige a la bandeja hermética donde está la carne.
—¿Puedo?
Solo asiento. Había preparado una docena, una menos no afecta.
Saca una, la mastica lentamente y después comenta algo que hace mucho no escuchaba:
—Está un poco seca, se cocinó de más. Para la próxima, deberías darle vueltas seguidas hasta que esté en un punto intermedio. Así la carne es más jugosa y mantiene su sabor.
—La carne está bien cocida. A mí me gusta así.
—Ok, gustos son gustos —responde mientras yo sigo comiendo mi hamburguesa.
—Sabés… nadie te va a juzgar.
—¿Qué?
—Digo que no hace falta que escondas que estás comiendo carne.
—Pero no lo estoy escondiendo. ¿De qué estás hablando?
—Me refiero a que no hace falta que la escondas entre pan y verduras —dice, mirando mi hamburguesa.
—Mmm... no es eso. Es solo que me gusta así.
—Qué extraño. Bueno…
Yo, mientras tanto, sigo esperando a que me diga a qué vino. Que yo recuerde, ya hice todo lo que se me ordenó.
—Mmm... ok, gustos son gustos. Dejando eso de lado: tenés trabajo. Surgió un imprevisto, así que esta vez no te acompañaré. Será esta noche a las 10. No llegues tarde al punto de reunión designado. Ágata te acompañará para hacer ciertos cobros.
—Ok... — A trabajar, aunque no me apetezca. Igual, no es que exista un trabajo en el que me apetezca estar más de ocho horas diarias para que te exploten.
Cuando me dirijo al punto de encuentro —prácticamente un callejón poco concurrido que conduce al mercado de carne—, veo algo que me trae ciertos recuerdos.
—Mamá, ¿por qué no le diste nada al señor si tenías monedas?
—Nosotros no tenemos dinero. ¿Y creés que voy a regalarle plata a un vagabundo que seguro la va a usar para drogarse o para cualquier otro vicio que lo llevó a estar así? Pobre sucio, inútil, un inadaptado social. Por eso, hijo, no dejes de estudiar. Tenés que priorizar la estabilidad y la seguridad. Solo así vas a ser alguien: un buen empleo, una casa y, si querés... o mejor dicho, si podés, hijito... una familia —esto último lo dijo con una risa leve.
—Está bien, mami.
Pero a pesar de eso, una vez tuve compasión de alguien… y el muy desgraciado me mintió. Se aprovechó de mi inocencia, le regalé cosas y después me enteré de que se las vendió a un vecino. Drogadicto, mentiroso, vago. A veces quisiera que ese tipo de personas desaparecieran como en ciertos países con gobiernos bastante autoritarios.Claro, no todos son así… pero es difícil distinguir entre ese tipo de gente y los músicos o estudiantes de filosofía.Aunque eso último, claro, es un chiste.
Veo a la coneja de la otra vez, tapándose como puede con una manta, y a su cría envuelta en otra, aunque apenas cubre algo. Pero igual, este frío no perdona. Me quedo un momento pensando… en aquel favor que le debo.Suspiro, paso al lado de ella y simplemente le tiro un fajo de billetes, bastante grueso.
Ella deja de mirar el suelo y levanta la vista. Sus ojos negros, parecidos a pequeñas piedras como las de un muñeco de nieve, se cruzan con los míos. Marrones, comunes allá de donde vengo, pero raros aquí, donde todos son diferentes y únicos.Al instante, a pesar de mi pasamontañas que cubre toda mi cara, sabe quién soy. Y antes de que diga algo, me retiro silenciosamente, sin decir una palabra.
Mientras camino, recuerdo otra conversación...
—Mamá, si tuvieras mucho dinero, y de verdad esa persona lo necesitara, y sabés que no lo va a usar para cosas malas… ¿le darías?
—Mmm... podría ser. No es nada malo, pero depende de cada uno. Porque recordá que, no importa quién seas o cuánto tengas, siempre lo vas a necesitar más vos que él.Porque lo que abunda primero no es el dinero... sino las deudas, hijo. Siempre le vas a deber algo a alguien.Por eso tenés que tener prioridades. Y una vez que las cumplas, podrás hacer lo que quieras con tu dinero.