Ficool

Chapter 8 - Capítulo 8 – Primera misión 

Me dijeron que la primera misión no sería demasiado difícil. Solo tenía que espantar a unos cuantos hangure de un bar perteneciente a nuestro grupo. ¿Qué demonios es un hangure? No lo tengo claro. No presté mucha atención cuando lo explicaron… solo sé que son otros criminales, rivales nuestros. Si hay algo que debo agradecerles, al menos, es este traje que me dieron —me queda bien, me gusta— y, por supuesto, mi adorada arma. 

Mientras caminaba junto a Dolf por un callejon oscuro, mis pasos resonaban con el suyo. Me sentía extraño, incómodo. La ansiedad me carcomía el estómago, y no sabía por qué. ¿Era por el collar alrededor de mi cuello? ¿O por el localizador ajustado a mi pierna? Ambos empezaron a picarme, y mis manos sudaban como si estuviera atrapado en una sauna. Todo pareció ralentizarse cuando Dolf colocó la mano sobre la perilla de la puerta del bar. 

—¿Estás listo, chico? —preguntó sin mirarme. 

—Sí. Listo —mentí. 

—No te mueras. 

—¿OK? 

Sin decir nada más, me empujó adentro. Sin previo aviso. La puerta se cerró tras de mí, dejándome solo en medio del silencio. Su voz sonó por un pequeño auricular. 

—Son cinco. No tienen pistolas. Ya saben que estás ahí, así que acaba con ellos antes de que lo hagan contigo. 

Maldito león. Otra vez me lanza a la mierda. Respira… exhala. Piensa, analiza. 

No hay mucha luz. Puedo distinguir dos habitaciones. Seguro una es de vigilancia. Lo más probable es que de ahí salgan dos, o incluso los cinco. Cálmate. Piensa. El primer cuarto está casi al lado derecho mío. Más al fondo hay otro. En frente, al centro, está la barra. A la izquierda, nada importante. 

Me muevo rápido, agachado, deslizándome hacia la barra. Me arrodillo detrás de ella, usando la oscuridad como aliada. Poco a poco, mi vista se acostumbra. 

De pronto, dos luces débiles surgen a la derecha. Abrieron las puertas. Escucho voces. 

—¿Lo escucharon? Hay alguien aquí. Lo vieron desde el cuarto de vigilancia. 

—¿No serán los... shi... shi... gumi, no? 

—¡Deja de decir idioteces! Si fueran ellos ya estaríamos muertos. Debe ser alguna basura que se metió, y cuando supo que había gente adentro se escondió. Hay que buscarlo antes de que escape. 

—¿Ok… y si es herbívoro, podríamos...comerlo? 

—Y por supuesto, acaso soy tu jefe para decirte algo? 

—Tienes razón... 

Sus pasos. Escucho sus pisadas acercándose. Es lo único que puedo hacer ahora: escuchar y pensar. Me superan en número. Pronto revisarán la barra. Maldita sea. ¡Piensa! 

¡Bang! 

Disparo. Uno cae. Era un tigre. Le di en el pecho. Estaba demasiado cerca de la barra. Todos se quedan en shock. 

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! 

Rompo un foco con un disparo. La oscuridad se intensifica. Ahora están completamente ciegos del lado en el que estoy. Me puedo esconder mejor. 

Quedan quince balas. 

Cuando los oigo avanzar, sujeto la pistola con ambas manos y comienzo a disparar sin pensarlo. 

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! 

Derribo a dos más. Maldita sea, mi puntería sigue siendo un asco. Los tres restantes se esconden detrás de la barra, a unos metros de mí. 

Retrocedo, el arma aún en mis manos. Me alejo de la barra, atento a cualquier sonido. 

¡Crash! 

Una silla sale volando. Me da de lleno en el cuerpo y se rompe al instante. El golpe me aturde. Caigo de rodillas. Dos figuras se acercan corriendo. Un guepardo y un zorro. Son rápidos, muy rápidos. 

¡Mierda! 

Disparo 4 veces más, al azar. Una bala alcanza la pierna del zorro. Se detiene, grita. Pero el guepardo me arrebata la pistola de un solo zarpazo. 

Está por darme un zarpazo. ¡No tengo tiempo! Saca un cuchillo. 

Instintivamente, cubro mi cuello con el antebrazo izquierdo y me lanzo contra él, acortando la distancia. Esquivo sus garras, al acercarme asia el, pero ahora recibo un fuerte golpe por parte de su antebrazo, pero no me tumba. Lo atrapo con ese mismo brazo, lo enredo, lo atraigo hacia mí. Saco un cuchillo. 

¡Apuñálada! 

Intento clavárselo en el cuello. Lo esquiva. Bastardo. Pero antes de que pueda contraatacar, le incrusto la hoja horizontalmente entre las costillas. Grita. No le doy tiempo a más. Levanto el cuchillo y lo entierro en su clavícula. Sangre salpica mi cara. El guepardo se tambalea… y cae. 

Respiro agitado. Mi pecho sube y baja como loco. Miro a mi alrededor. 

El zorro. Está arrastrándose hacia mi arma. ¡No! 

Tomo una silla y se lo lanzo. Le doy en la espalda. No basta. 

¡Corre! ¡Muévete! 

Llego hasta él antes de que se levante. Me abalanzo por detrás y, antes de que pueda morderme, arañarme o agarrar mi arma, agarro la silla que le arroje y se la estampo en la espalda. Gime. 

No es suficiente. Levanto la silla de nuevo y la estrello contra su cuerpo una, dos, tres veces más. Finalmente, un golpe seco en la cabeza. Queda inconsciente. 

Respiro. Me tiembla todo el cuerpo. Estoy cubierto de sudor... y de sangre que no es mía. 

—Muy bien hecho, chico —dice Dolf desde la puerta—. Menos mal que no moriste. Hubieras sido un desperdicio de recursos. 

Hace una pausa. 

—Límpiate. Vámonos. Otros se encargarán de este desastre. 

 

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