No sé cómo llegué a este lugar, pero lo único que puedo ver es que estoy arrodillado junto a otros leones. Lo único que puedo hacer es bajar la cabeza y contestar lo más corto posible para poder seguir con vida.
—Y dime, ¿de dónde vienes? Porque nunca vimos ni escuchamos algo parecido a ti. A lo mucho, lo más parecido son los simios, pero tu carne no encaja en casi nada con la de ellos. Tus extremidades tampoco —me dice de forma despreocupada y relajada, con los ojos puestos en mi rostro y extremidades.
—Como ya dije, soy un humano. Homo sapiens. Y, por lo que pudiste observar, pariente de los primates. Vengo de un lugar muy aislado, por eso no está en los mapas. Salir o entrar ahí es muy difícil. No tenemos características llamativas, salvo nuestra apariencia. A diferencia de la mayoría de los primates, somos carnívoros.
<
—Por lo que veo, no quiero contar mucho. Se entiende... si estabas en esos lugares, seguro fue por cosas que te obligaron a ocultarte. Siendo sincero, no sé si vender tus partes como algo exótico, guardarte para devorarte más adelante, o simplemente arrojarte a la calle otra vez —suspira con clara vagancia y somnolencia—. Ibuki, ya que tú lo trajiste junto a Free, dime qué deberíamos hacer. No tengo ganas de pensar.
Entre todos los leones formados cerca del jefe, se para uno a su lado: el llamado Ibuki, el que me salvó por conveniencia y lleva gafas.
—Jefe, con todo respeto, tengo una propuesta, pero puede sonar bastante audaz. Si me lo permite, quisiera exponerla.
—¿Y cuál sería esa propuesta? Vamos, dilo. No creo que sea para tanto.
—Sugiero que lo hagamos parte de nuestra organización.
—Oh... esto se puso interesante. Diez centavos más.
—¡Espera, jefe! Con todo respeto, lo que dice Ibuki es demasiado descabellado. ¿Cómo podríamos aceptar a un mono como parte de nuestra organización? ¿Y quién asegura que será fiel o que no se escapará?
— ¿Quién te dio permiso de hablar? ¿Acaso no ves que estás interrumpiendo a Ibuki ya mí? Habla cuando te hablo. Cuando no, ¡callás! ¿Entendiste eso, Gratis?
—Sí, jefe. No volverá a pasar.
—Eso espero. Sigue hablando, Ibuki. Cuéntame más sobre esa propuesta tan... particular.
—Bueno, lo que quiero decir es que este sujeto podría ser útil. Luego de pensarlo, por lo que escuché, es bueno peleando. Si lo entrenamos más, podría ser una adición valiosa. Además, últimamente, con eso de que los herbívoros están ganando apoyo... nuestra apariencia no ayuda. Pero si este humano se une, su aspecto menos amenazante podría abrirnos puertas. Y su mentalidad no es débil. Sabe cuándo mostrar respeto, según lo que me contó Free.
Todo lo dice como si ya me hubiera medido y calculado de manera meticulosa. En el fondo, Gratis no dice nada. Permanece inmóvil, pero en su rostro se lee la incomodidad. El leve apretón de su mandíbula, el rictus tenso en su ceño.
Free apretó los colmillos, desviando la mirada apenas. <
—Todo lo que dices suena bastante bien, Ibuki. Pero no me sirve de nada si nuestro nuevo compañero no sabe controlarse. Por eso llegó a una resolución —dijo el jefe con calma, pero con una chispa de expectativa en la voz. Luego levantó la mirada y ordenó—: ¡Traigan carne ahora!
El ambiente se tensó. Varios miembros del Shishigumi se miraron brevemente antes de salir de la sala. En menos de un minuto, regresaron con una bandeja metálica que humeaba ligeramente. El olor era denso, metálico, real. La colocaron frente a mí sin decir una palabra.
<<¿Carne? ¿Para qué?>>, me pregunté, mientras observaba el vapor subir. Hasta ahora, todo lo relacionado con la carne era casi un tabú. Sabía lo que representaba: una vida tomada, una frontera rota entre lo permitido y lo prohibido. Pero aquí, en este lugar, parecía más que un simple alimento. Era un símbolo. Una prueba.
<<¿Esto tiene que ver con mi control? ¿Quieres ver si puedo resistirme? ¿O si muestro hambre desesperada? ¿Creen que soy un salvaje que no puede pensar más allá de sus instintos?>>
Me mantuve quieto. No debías perder la compostura. Si me dejaba llevar, no sabía qué podría hacerme. Pero la tensión me calaba los huesos. Lo único que podía hacer era mantener la calma y respirar despacio. Y pensar. No dejes que me vean débil. No ahora.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando el jefe me miró fijamente.
—Cómetela —ordenó, con esa voz pesada que no permitía réplica.
—Está bien —respondí, tomando los tenedores con calma. Mire el trozo de carne humeante durante unos segundos. Había pasado hambre, sí... pero no era eso lo que me hacía salivar. Era otra cosa.
Corte un trozo. El cuchillo penetró fácilmente la fibra tierna. Lo levanté y lo llevé a mi boca. Masticaba despacio. No era solo sabor. Era simbólica. Cada mordida era una declaración muda.
La carne era jugosa, ligeramente especiada. Me ardía la garganta, pero no de dolor, sino de una rabia que se mezclaba con satisfacción. <
—Bueno, Ibuki. Al parecer tus conjeturas eran acertadas. Pero, ¿cómo nos aseguramos de que nos sea leal?
—Tranquilo, jefe. Ya lo pensé. La solución más fácil y rápida es ponerle un collar remoto de choques eléctricos, controlado solo por nosotros. Además, le colocaremos una tobillera para rastrear su ubicación.
—Sueña razonable. Lo quiero listo y en las calles trabajando en dos meses. No me engañes, Ibuki. Ah, casi lo olvido: espero que encuentres una presa completamente blanca, como siempre. Lo más pronto posible.
Esto lo decían frente a mí, y yo solo podía pensar en una cosa:
<<¡Maldición, maldición, maldición! ¡Cómo los odio! Primero me hacen sufrir en las calles, y ahora me quieren explotar laboralmente. ¿Y quién sabe para qué más? ¿Sacrificarme? ¿Experimentar conmigo? Sin duda, estos malditos son lo peor. Me tendrán, literalmente, como a su perra... ¡con collar y todo! Y no me queda otra. Porque si no obedezco, lo único que me espera es la muerte. Respira, exhala... para todo hay solución. Menos para la muerte. Mientras siga vivo, algún día me las pagarán... con intereses. ¡Esperen y vean cómo me regocijaré en su sufrimiento!>>
<