Ficool

Chapter 7 - Capítulo 7 – Amor a primera vista 

Hachas, espadas largas, alabardas, lanzas y mazas… esas eran mis armas favoritas. Las veía brillar a través de la pantalla de la televisión o las empuñaba en mis sueños, combatiendo a enemigos invisibles que nunca lograban vencerme. Siempre quise blandir una de ellas con mis propias manos. Nunca imaginé que, al estar atrapado en esta situación, descubriría un nuevo amor. Uno inesperado, peligroso… y hermoso. 

—Trátala como si siempre estuviera cargada. No apuntes jamás a nada que no estés dispuesto a destruir. Mantén el dedo fuera del gatillo hasta el último segundo. Y asegúrate de qué hay detrás de tu objetivo —recitó Dolf, su voz ronca pero firme, como si leyera un antiguo mantra grabado en piedra. 

—Primero asegúrese de que esté descargado. Luego, con cuidado, inserte el cargador hasta que encaje con firmeza. Jala la corredera hacia atrás y suéltala. Ahora está lista —continuó, sin mirarme—. Cuando vayas a disparar, alinea bien las miras. Sostén el arma con ambas manos, firme, ni débil ni tensa. Respiración profunda. Exhala despacio. Y entonces… presione con suavidad. 

Estallido. 

El sonido retumbó en mis huesos. El retroceso recorrió mis brazos, mi espalda y mi alma. Sentí como si el tiempo se detuviera en el instante del disparo. Mis oídos aún zumbaban, pero mi pecho… mi pecho ardía con emoción. 

Nunca pensé que, al estar secuestrado y forzado a trabajar como una herramienta, sentiría algo tan parecido a la felicidad. Una chispa de vida. Había disparado una Glock 17, una de las más comunes, sí, pero también una leyenda en su clase. De acero oscuro y polímero reforzado, era ligera y elegante. Y cuando la sostuve... fue amor a primera vista. 

—No corras el arma con los dedos —gruñó Dolf, refunfuñando—. Usa la parte media de la yema, para jalar el gatillo. No presiones con el hueso, relájate. 

No estaba prestando atención. ¿Cómo podía? Aquella Glock brillaba bajo la tenue luz del campo de tiro improvisado, y mi mente seguía repitiendo el momento del disparo una y otra vez. La precisión. La potencia. La belleza. 

—¡Eh, presta atención! —rugió Dolf, dándome un manotazo en la cabeza. 

—Ok —mascullé, mordiéndome el enojo. Siempre igual, ese león sabe cómo arruinar un momento. 

Dolf, uno de los miembros del alto rango del Shishigumi , era tan imponente como serio. A su lado, uno sentía que hasta el aire pesaba más. 

—Inténtalo de nuevo —ordenó—. Y esta vez, hazlo como te enseñé. 

Asentí sin decir palabra. Mis manos tomaron el arma con más confianza que antes. Alineé las miras. Coloqué el dedo con cuidado. Respirar. Exhalar. 

Estallido. 

El disparo fue más limpio. Más controlado. El retroceso ya no me sacudió como antes. 

—Mucho mejor —murmuró Dolf, con un leve asentimiento—. Ya puedes alcanzar blancos a unos veinte metros con una cadencia decente sin fallar demasiado. No es poca cosa. Practicar con armas de fuego no es ni barato ni fácil, así que agradece el privilegio. 

—Gracias —dije con fastidio. Me dolían los labios al pronunciar esa palabra. 

—Vamos, Dolf, no seas tan duro —intervino Ágata con su voz melodiosa y burlona—. Solo lleva tres meses. Claro que le iba a costar. ¡Mira que ni fuerza tiene! Apenas puede levantar cien kilos, y su mordida… por favor, ¡ni 160 psi! Con ese metro sesenta de estatura y setenta kilos escurridos, parece más un estudiante flacucho que un miembro del Shishigumi. ¿No te da pena? 

¡Maldito león! No necesito que nadie me defienda. Y mucho menos así. Sus burlas no son más que una forma disfrazada de lástima. Algún día me las cobraré. Mientras tanto, solo puedo fingir indiferencia y mantener la boca cerrada. Pero no será para siempre. Apenas tenga la oportunidad, la aprovecharé. 

—Darwin —interrumpió Ágata, tocándome suavemente el brazo con su dedo—. Ahora que lo pienso, nunca nos dijiste tu edad. ¿Cuántos años tienes? ¿Ya eres alcalde? Vamos, no te quedes callado, ¡cuéntame! 

—Veintitrés —dije al fin, sin mucho ánimo, mientras evitaba mirar a nadie directamente. 

—¡Veintitrés!? —Ágata abrió los ojos como platos—. ¡¿En serio?! ¡Yo juraba que tenías como... dieciocho! ¡Con esa cara de cachorro confundida! 

—Sí, ya sé... me lo dicen seguido —respondí, bajando ligeramente la cabeza, no por timidez, sino por fastidio. 

—¡Entonces eso significa...! —Ágata se llevó las manos a la boca como si acabaría de descubrir un secreto de Estado—. Ya no soy la más joven del grupo ¡Sí! . ¡Qué alivio! Por fin alguien menor que yo. 

La escena fue tan absurda que por un segundo olvidé que estaba en una base clandestina rodeada de tipos armados. 

—Ya basta de distracciones, Ágata —gruñó Dolf, seco como siempre—. Recojan todo. Terminamos por hoy. 

Su voz cortó el ambiente como una cuchilla bien afilada. Ágata se puso firme de inmediato y asentado con seriedad. Yo también reaccioné, metiendo los casquillos usados ​​en el contenedor, asegurando la Glock en su estuche, limpiando el sudor de mis manos. 

Pero mientras lo hacía, una idea seguía dándome vueltas en la cabeza: por más humillaciones, por más entrenamiento infernal... esa arma... esa belleza negra y precisa... seguía latiendo en mi mente como un nuevo amor. 

Guardé el arma con cuidado. La desarmé, la limpié, la repasé con los dedos como si acariciara un tesoro. A pesar de la humillación, del cansancio, del dolor muscular constante… no podía dejar de admirarla. Aquella pistola era ahora mi compañera, mi aliada. La autora de futuras tareas, mi símbolo de progreso. Ella no me fallaría. 

Estos tres meses habían sido un infierno. Entrenamiento físico, combates, resistencia, cuchillos, armas… cada día más difícil que el anterior. Pero entre todo ese caos, disparar era lo único que me emocionaba de verdad. 

—Darwin —dijo Dolf, su voz más grave de lo habitual. 

-¿Si? 

—Escucha bien. Esta noche será tu primer trabajo. Prepárate. 

—Entendido, Dolf. Lo estaré. 

Justo cuando creía que ya me estaba acostumbrando al entrenamiento… toca salir al campo. Y ahí no hay margen para errores. 

 

 

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