Antes de comenzar
Nota sobre el estilo narrativo:
Para mejorar la claridad y coherencia en la lectura, a partir de este capítulo se aplican las siguientes convenciones de escritura:
Pensamientos internos del protagonista se presentan entre comillas angulares (<< >>), para distinguirlos de la narración y los diálogos. Esto ayuda a identificar rápidamente qué ocurre dentro de la mente del personaje.
Diálogos están marcados con guiones largos (—), el estándar en narrativa en español. Esto separa lo que dice un personaje del resto del texto.
Estas decisiones buscan ofrecer una experiencia de lectura más fluida y evitar confusiones entre narración, diálogos y reflexiones internas.
Conoces a esos trabajadores que cargan objetos pesados y sobreviven comiendo lo que pueden, sin preocuparse por la nutrición. Siempre los admiré: algunos, aunque pocos, tenían espaldas anchas, brazos marcados, cuerpos curtidos. Tal vez no se les veían los abdominales, pero sabías que había fuerza bajo esa capa de grasa. En aquellos tiempos, confieso que sentía celos. Pero ahora... ya no. Ya no tanto.
Porque yo también lo he conseguido. He crecido, mi cuerpo es más fuerte, más firme, aunque no es un cambio explosivo. Solo estoy en mejor forma. Solo un poco más de masa, más tensión en los músculos. Lo suficiente como para sobrevivir en estas calles, como para ser audaz. Claro, sigo teniendo precaución, pero ya no huyo de las bestias como antes. A veces incluso les planto cara.
Desde aquella pelea con el gato, algo cambió. Ese momento marcó un antes y un después. Me pregunto si podré integrarme de alguna forma al submundo de esta ciudad... pero de forma independiente. No soportaría trabajar con bestias. Las detesto. Me hierve la sangre solo de pensarlo.
Todo sería mejor si no fuera por esa maldita herida que me dejó el gato. Se infectó. Han pasado dos semanas y ahora arde, supura, me debilita. Me arrepiento de no haberlo matado cuando pude. Necesito dinero urgente. Pienso seriamente en robar, pero me aterra que me atrapen. Aunque, si no hago algo pronto, la infección se expandirá. Maldita sea...
Otra vez cae la noche y salgo a buscar algo de valor en la basura. Faltan pocas horas para el amanecer. Nada. Chasqueo la lengua.
Escucho voces en el callejón. Me asomo por una esquina con cuidado. En un baldío cerrado y abandonado, una coneja envuelta en mantas sucias y rotas protege entre sus brazos a una cría, de no más de dos años. Frente a ella, una hiena se alza, algo más alta que yo, con una postura segura y mirada cruel. Su aspecto sugiere que no es del todo callejera: parece pertenecer al bajo mundo.
La hiena sonríe apenas. La escena me incomoda, pero también me da una idea.
—Vamos, no lo hagamos largo. Dame la cría. Te doy algo de dinero. Te deshaces del problema y todos ganamos. ¿Lo ves? No es difícil. Pero tú lo haces complicado.
—¡No! No lo ves porque estás podrido por dentro. Eres un enfermo que no tiene moral.
—¿Moral? ¡Por favor! ¿No es por falta de eso que estás como estás ahora?
—No importa lo que digas. No te la voy a dar. Aunque tenga que morir. Nunca más cometeré ese error... y menos por una bestia como tú.
—Peor para ti —responde la hiena, avanzando con firmeza.
Cuando estaba a unos pasos de la coneja, aprovecho el momento. Salgo de mi escondite y le golpeo con un palo en la parte trasera de la cabeza.
La coneja se sorprende al verme. Sus ojos se abren con un destello de duda y esperanza.
—¿¡Qué te pasa, maldito imbécil!? ¿Estás deseando morir? —gruñó la hiena mientras se tambaleaba, recuperándose del golpe en la cabeza.
Con un rugido rabioso, lanzó un zarpazo directo hacia mí.
<<¿Acaso no saben hacer otra cosa estos carnívoros? Solo atacar>>.
Ladeé mi cuerpo justo a tiempo, esquivando por poco. Contraataqué con una patada al torso que lo hizo retroceder unos pasos, con dificultad para respirar. Aproveché y lancé una piedra con fuerza, pero fallé.
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La hiena no perdió el ritmo. Se lanzó otra vez, prediciendo mi movimiento. Tiró una patada baja justo hacia donde me movía. Un segundo más tarde, me lanzó un golpe al pecho que me arrastró medio metro por el suelo.
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Análisis rápido: Fuerza: alta Resistencia: alta Velocidad: media Agilidad: media Letalidad: muy alta Y además... sabe pelear.
Me levanté lo más rápido que pude, adoptando una guardia básica de boxeo. La hiena se acercaba despacio, confiada. Me miraba como un cazador seguro de su presa. Lanzó un golpe al abdomen; lo bloqueé con una mano, pero el dolor fue inmediato. Mala idea.
Me agarró del brazo y me arrastró hacia él. Sin dejarme reaccionar, me clavó una rodilla en el estómago. Escupí sangre al instante.
Antes de que me diera otro golpe, me giré con esfuerzo y lo lancé hacia adelante con todo lo que tenía. Logré zafarme. Tosí sangre en mi mano.
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Saqué otra piedra con la mano libre y la arrojé directo a su cabeza. Esta vez acerté. Sangró... pero no se detuvo.
—Vamos, Darwin... concéntrate. Respira. Exhala. Abrí bien los ojos. Reacciona. Anticipa. Piensa...
—¿Ya no tenés más piedras? —me provocó con una sonrisa torcida mientras caminaba hacia mí.
Mantenía las manos más bajas que la guardia tradicional. Me notaba relajado. Tranquilo.
De pronto, todo se aclaró. El cansancio desapareció. El dolor también.
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Vi cómo su hombro izquierdo se echaba hacia atrás, aunque parecía querer golpearme con el derecho.
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Antes de que llegara, levanté la rodilla al frente y le pateé el pecho. Jadeó, pero logró agarrarme la pierna y me arrojó medio metro. Rodé para amortiguar la caída y levantarme de nuevo, pero cuando recién me estaba parando bien, no me di cuenta, no sé en qué momento, pero él se me echó encima y me mordió el antebrazo, empujándome al suelo. Su aliento caliente y su gruñido me llenaban los oídos.
Su mandíbula presionaba. Su garra se levantó, a punto de darme de lleno en la cara...
¡CLAC!
Una cadena golpeó su espalda. La hiena se sobresaltó. Giré la cabeza.
Una coneja. No sé de dónde sacó esa cadena, pero le dio justo en el momento perfecto.
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Aproveché la distracción. Usé mis pies para empujar a la hiena hacia atrás, mientras con una mano le abría la mandíbula lo suficiente para soltarme.
Logré liberarme, pero mi brazo estaba ensangrentado. Sentía los músculos arder. Un zarpazo profundo y varios moretones. Tal vez un esguince... pero al menos, ningún hueso roto.
Respiré. Exhalé. Una y otra vez.
Vamos, concéntrate. Observa. ¿O quieres morir?
¡NO!
Entonces enfócate y sé más rápido.
Sin darme cuenta...
Respiré. Exhalé. Una y otra vez. El mundo se desvaneció. Ya no había ruido. Solo quedábamos él y yo.
No importaba su especie, su fuerza, ni lo que era. Solo importaba leerlo. Ver más allá del rugido y del músculo. Ver los detalles. El leve giro de sus hombros antes de lanzar un golpe. El pie que apoyaba más fuerte. El temblor sutil en su mandíbula.
Mi cuerpo, ya curtido por la vida de calle, se sentía más liviano. Y mi mente… Mi mente trabajaba con una precisión que nunca antes había tenido.
Sin saberlo, esa cosa… esa <
Los pensamientos fluían sin estorbarse. No era genialidad. No era poder. Era necesidad pura y adaptación extrema.
Mi respiración era ritmo. Mis músculos, resortes listos para saltar. Mis ojos no miraban. Analizaban todo lo que estaba a mi alrededor. ¿Por qué?
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—¡Ven acá, perro sarnoso! —lo provoqué, y funcionó. Corría hacia mí, pero yo ya lo veía. Cada paso, cada ángulo.
Estaba cojeando un poco. Su respiración era desigual. Se veían ciertas partes magulladas, su pelaje estaba todo desordenado, su cabeza estaba sangrando de más... <
Sus pies se tensaron. Preparaba un salto. <
Gimió de dolor, pero logró caer de pie. Apenas. Estaba aturdido. Lo suficiente.
Me impulsé y le di un rodillazo en la cabeza. Le di de lleno. Inútilmente cubrió su rostro con los antebrazos. Mal movimiento. Golpeé su abdomen, el hígado. Lo vi retorcerse.
<<¡Toma, maldito perro sarnoso! Jajaja. Al fin está sintiendo los golpes...>>
Golpeé los antebrazos. Bajó la guardia. Un poco. Lo suficiente para que golpeara su defensa y apartara un poco más los brazos. La mandíbula quedó libre.
Le metí un derechazo en la quijada. Se tambaleó. Otro golpe al abdomen. Retrocedió. Pateé su muslo con toda mi fuerza.
Cayó. De cara.
Corrí. Le agarré la cabeza y empecé a golpearla contra el suelo. Una. Dos. Tres veces.
—¡Dormite de una vez...!
Lo levanté. Y con toda la rabia, lo estrellé de nuevo contra el suelo. Su cuerpo quedó inmóvil. La sangre corría por su boca. Los ojos en blanco.
Desmayado.
Respirando con dificultad, le reviso los bolsillos. Dinero. Suficiente, para la medicina. Más de lo que esperaba. Sin sumar el dinero que le quité a aquel cadáver la otra vez.
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Me retiro, cojeando. Pero antes de perderme entre las sombras, siento que alguien me jala la manga.
—Gracias —dice la coneja, con voz baja.
—No te metas conmigo, coneja —escupo sin pensarlo—. Lo hice por mis intereses. No por vos.
—Conozco a ese tipo de gente, por eso sé que tú no eres igual. Por eso te lo agradezco.
—Dejá de molestarme.
—No, de verdad insisto. Por favor, acepta mi agradecimiento. Porque por más que lo quieras negar, me salvaste a mí y a mi hijo. Además, yo también te ayudé. Al menos podrías aceptar eso.
—A ver, yo no te pedí que me ayudaras, así que dejá de molestar.
Ella insiste, pero yo me alejo. Y cuando estaba a punto de hacer algo de lo que me juré nunca hacer...
Veo algo horrible, una cosa que nunca pensé ver de nuevo aquí. Veo la sombra de un hombre, levantando la mano hacia una "madre" con un hijo. Y esa sombra me pertenecía a mí. Me detengo, y me siento... ¿avergonzado?
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