(2018, Tokio. Tres años han pasado desde el pacto con la Muerte.)
La ciudad brillaba con su esplendor artificial. Luces de neón, rascacielos imponentes y un cielo negro sin estrellas. Tokio nunca dormía, pero bajo su aparente normalidad, algo se gestaba en las sombras. En un penthouse de un edificio de lujo, Ryuusei y Aiko acababan de terminar su misión. La Muerte les había encargado "cortar el hilo de la vida" de un conocido político corrupto.
A un costado del balcón, Ryuusei, ahora con 17 años, observaba la ciudad desde lo alto. Su capa oscura ondeaba con el viento nocturno. Su cuerpo había cambiado: más alto, más fuerte, con cicatrices que contaban historias de batalla. Sostenía firmemente sus martillos de guerra, armas que habían cobrado la vida de incontables enemigos. Su mirada afilada recorrió la escena antes de hablar.
—¿Crees que él lo sintió, Aiko? —preguntó, su voz un susurro que no rompía el silencio.
Desde la sombra de una antena, Aiko asintió, su rostro de 12 años había perdido la inocencia infantil. Su Espada, un arma que vibraba con energía oscura, estaba guardada. Aiko, con el "Hilo de la Vida" en la mano, un hilo etéreo que solo ellos podían ver, se lo entregó a Ryuusei.
—No. Le dije que no había nada que temer —respondió Aiko, su voz suave. —Le prometí que todo estaría bien.
Ryuusei asintió. Él y Aiko habían aprendido a hacer su trabajo de una manera que los distinguía del resto de los heraldos. Mientras otros se deleitaban en la crueldad, ellos habían perfeccionado el arte de la misericordia. Se acercaban a sus víctimas, hablaban con ellas, les prometían paz y luego cortaban el hilo de la vida de manera delicada, para que no sintieran dolor. Era su forma de aferrarse a su humanidad.
—Vamos —dijo Ryuusei, su voz fue un susurro—. Es hora de entregar el hilo a la Muerte.
Saltaron desde la azotea, cayendo como espectros entre las sombras. Tres años atrás, desde el día en que firmaron el pacto, la Muerte les otorgó poder y misiones. Algunas eran sencillas, como obtener información o robar dinero. Otras, en cambio, eran crueles: eliminar a quienes habían cumplido su "propósito" en la vida. Sin embargo, lo que diferenciaba a Ryuusei y Aiko de los demás heraldos era su renuencia a asesinar sin sentido.
Otros no compartían esa moral. Daichi, Kenta y Haru, sus antiguos aliados, se deleitaban en el caos. Se habían convertido en fanáticos de la Muerte. No cuestionaban sus órdenes, disfrutaban de la masacre. Mientras Ryuusei y Aiko se volvían más fuertes para desafiar el destino, Daichi y su grupo se hundían más en la oscuridad.
El objetivo de su nueva misión era un almacén de una corporación corrupta. La Muerte les había encomendado la misión de recuperar documentos que contenían los secretos de la empresa, pero la realidad era distinta. Él y Aiko no eran simples peones. Ellos tenían sus propias motivaciones, y esa misión era la excusa perfecta para obtener información de sus enemigos.
El almacén estaba silencioso. Dentro, guardias armados patrullaban los pasillos. Ryuusei y Aiko se movieron como sombras. Los guardias nunca los vieron venir. Ryuusei se movió primero, desatando sus dagas. En un instante, apareció detrás de un guardia y lo noqueó. Aiko hizo lo mismo, deslizándose entre las sombras con una rapidez que dejó a los enemigos sin oportunidad de reaccionar. Su trabajo era impecable.
—Los otros… no lo harían de esta forma —susurró Aiko, mientras noqueaba a otro guardia.
—No —respondió Ryuusei, sus ojos fijos en la caja fuerte. —Ellos se deleitan en el dolor.
Llegaron al objetivo: una caja fuerte con documentos sobre transacciones ilegales de la empresa. Ryuusei preparó un dispositivo para abrirla cuando sintió algo… un cambio en el aire. La energía oscura de la Muerte se hizo presente, pero era distinta a la que ellos solían usar. Era una energía más agresiva, más oscura.
—Nos encontraron —Aiko susurró, la tensión en su voz.
Las luces parpadearon. El aire se hizo más pesado. Una figura familiar emergió de la oscuridad. Era Daichi, su Lanza del Juicio brillando con una luz oscura. Su voz era un eco profundo, un sonido que Ryuusei no había escuchado en tres años.
—Ryuusei… Aiko… —Su voz era monótona, vacía de emoción. —Sabía que terminarían traicionándonos.
Detrás de él, Kenta y Haru aparecieron. La tensión llenó el aire. Kenta sostenía sus Guadañas, que brillaban con una luz fantasmagórica. Haru alzó su Arco, una flecha de energía oscura se formó en la cuerda.
—No estamos aquí para pelear —dijo Ryuusei, tomando una postura firme. —Solo queremos los documentos.
Daichi sonrió, una sonrisa fría y sin vida. —Oh, pero eso es lo que hace la traición tan interesante. No importa lo que quieras, importa lo que decidimos hacer contigo.
Haru alzó su arco, la flecha apuntando directamente a la cabeza de Ryuusei. Kenta giró sus guadañas. La batalla era inevitable.
—¡Ryuusei! —gritó Aiko, su voz llena de pánico.
—Tranquila, Aiko —dijo Ryuusei, su voz tranquila. —No tienen el valor de atacarnos.
—¿No tenemos valor? —se burló Haru. —Nosotros hacemos el trabajo sucio. Nosotros obedecemos a la Muerte. Nosotros somos los Heraldos Supremos. Ustedes son solo los Heraldos Bastardos.
—¿Y qué pasa con la misión? —preguntó Ryuusei.
Daichi dio un paso al frente. —La misión es esta. La Muerte nos ha ordenado detenerlos. Nos ha ordenado matarlos. Nos ha dado el permiso de ser libres de ti y tu patética moral.
—¿Nos están mintiendo? —preguntó Ryuusei. —No creo en ustedes.
—Ryuusei… —murmuró Aiko, su voz temblando.
—Nosotros nunca mentimos —respondió Kenta. —No somos como ustedes. No somos débiles.
—Su debilidad los hace humanos —dijo Haru. —Y su humanidad es una enfermedad.
El abismo entre ellos se había vuelto tan profundo que era imposible de cruzar. Ryuusei sintió el dolor en su espalda, el recuerdo de la traición, el odio, el vacío que sentía en su corazón. Pero también sintió la lealtad inquebrantable de Aiko, y eso le dio la fuerza para seguir adelante.
Daichi, con su Lanza, se dirigió a la caja fuerte. Con un solo golpe, la destruyó. La lanza, a pesar de su gran tamaño, era tan ligera como una pluma. Daichi la manejaba con una facilidad que solo un experto podría. Sacó los documentos.
—No están aquí para los documentos —dijo Ryuusei.
Haru se rio. —No somos como ustedes. No nos importan los documentos. Nuestra misión es detenerte.
—¿Y si les dijera que la misión es otra? —preguntó Ryuusei.
Daichi frunció el ceño. —No hay otra misión. La Muerte nos ha dado una orden.
—Sí la hay —dijo Ryuusei, sus ojos fijos en los de Haru. —Su misión era encontrar a un ser humano con un "Hilo de la Vida" que se está desvaneciendo. Su misión es hacer sufrir a esa persona.
Haru se congeló.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Haru, su voz llena de pánico.
—Porque nuestra misión también era esa —respondió Ryuusei. —Pero nosotros no le causamos dolor. Nosotros les damos paz.
—¡Estás mintiendo! —gritó Kenta, sus guadañas girando con furia.
—No. Y les mostraré la verdad —dijo Ryuusei.
Ryuusei sacó una de sus dagas y la lanzó al aire. En un instante, el aire se distorsionó y el Hilo de la Vida apareció. Era un hilo etéreo, que brillaba con una luz dorada. Ryuusei lo tomó con su mano, la misma que había usado para noquear al guardia, y se lo entregó a Aiko.
—Es el hilo de la vida —dijo Ryuusei. —Y su misión es cortarlo, pero con dolor. Y nosotros… nosotros le damos paz.
Kenta, Haru y Daichi se quedaron en silencio, sus rostros llenos de asombro.
La voz de Daichi fue un susurro, vacío de emoción. —No podemos sentir dolor. No podemos sentir miedo. Es lo que nos ha hecho la Muerte.
—Pero pueden sentir el odio —dijo Ryuusei. —Y el odio es su mayor debilidad.
Haru alzó su arco. Kenta giró sus guadañas. Daichi levantó su lanza. La batalla era inevitable.
—No hay más preguntas —dijo Daichi. —Solo hay una verdad. Y es que la Muerte nos ha dado el poder para matarlos.
—Entonces vengan —respondió Ryuusei, sus martillos brillando con una luz oscura. —Porque este no es el final. Es el comienzo. La guerra contra la Muerte ha comenzado, y en la oscuridad de Tokio, las sombras están en movimiento.
La batalla era inevitable. El odio de Kenta, el miedo de Haru, la lealtad inquebrantable de Daichi… todo estaba a punto de desatar una guerra sin precedentes.