La mente de Ryuusei era un torbellino de pánico. Sus dagas se activaban y desactivaban con una furia descontrolada, haciéndolo saltar por los techos de Tokio a una velocidad vertiginosa. El comunicador de Aiko permanecía en silencio. No había respuesta. El lugar de encuentro que le había dicho era un viejo almacén en las afueras de la ciudad, un sitio que conocían bien. Ryuusei intentó calmarse.
"Es solo una misión," se dijo. "Ella es fuerte. Ella está bien." Pero la voz de La Muerte se repetía en su cabeza, un susurro venenoso que se burlaba de su fe. "Tu camino es el de un Heraldo Bastardo. Solo tienes una persona en la que confiar. Y ni siquiera de esa persona puedes estar seguro."
La inquietud de Ryuusei no era solo por la seguridad de Aiko; era por lo que este encuentro significaba. Los Heraldos Supremos no hacían nada sin un propósito, y convocar a Aiko a solas, después de su tenso encuentro, era una declaración de guerra. Sus puños se cerraron, los martillos vibrando con una luz oscura. La paranoia se apoderaba de él, pero no podía permitirse dudar de la única persona en la que confiaba.
Aiko se sentó en el borde de una mesa de piedra en la habitación oscura donde la habían citado. El lugar era un viejo salón de entrenamiento, con paredes de hormigón crudo y una sola bombilla que parpadeaba, proyectando sombras alargadas que se movían con cada movimiento. Sus ojos recorrían a Haru, Kenta y Daichi, quienes estaban de pie frente a ella con expresiones serias, casi pétreas.
El aire era pesado, denso con una hostilidad que era demasiado familiar. Aiko notó que sus armas no estaban a la vista, pero la energía oscura de La Muerte se sentía en el aire, pulsando como un segundo corazón. No entendía por qué la habían llamado a solas, pero algo en la atmósfera le indicaba que no era solo para ponerse al día.
—Bueno, ¿van a decirme por qué me llamaron o tengo que adivinarlo? —preguntó con calma, cruzándose de brazos. Su voz no temblaba, pero sus ojos estaban fijos en los de Daichi, el más peligroso de los tres.
Kenta fue el primero en hablar, sus labios se curvaron en una sonrisa burlona.
—La Muerte nos dijo que la misión era solo para ti.
Aiko arqueó una ceja, su paciencia agotándose. —¿Quién les dijo eso?
—La Muerte —respondió Kenta, la sonrisa se amplió—. Directamente de nuestro maestro. Nos lo reveló después de que te fuiste, Aiko.
Un breve silencio llenó la habitación. Aiko se puso de pie, su expresión era de pura curiosidad. No tenía miedo, pero la situación era extraña.
—Interesante —dijo, apoyando las manos sobre la mesa—. Siempre hemos trabajado juntos. Mi maestro y yo siempre hemos trabajado juntos. ¿Pero ahora resulta que me necesitan a solas? ¿Por qué?
Haru intercambió una mirada con Kenta y Daichi, como si dudara en responder.
—No lo tomes personal, Aiko —dijo finalmente, su voz monótona—. No es una misión común. Es una misión que solo tú puedes cumplir.
Aiko soltó una pequeña risa, amarga. —¿Desde cuándo alguna de nuestras misiones es común? Desde que firmamos el pacto, no ha habido nada normal.
—Desde nunca —admitió Daichi con su voz fría y vacía. —Pero esta es diferente. Esta es una misión que te concierne solo a ti.
Aiko inclinó la cabeza, su paciencia agotándose. —Dejen de darle vueltas y díganlo de una vez. ¿Qué tiene esta misión que no pueda hacer Ryuusei?
Kenta apretó los puños, pero mantuvo la compostura. Se acercó a Aiko, su rostro a un centímetro del de ella.
—Porque esta vez la misión no es recuperar algo. No es robar un documento, ni matar a un político corrupto.
Aiko sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los ojos de Kenta brillaban con una luz sádica, como si disfrutara del terror que estaba infundiendo en ella.
—Entonces, ¿qué es? —susurró Aiko, su voz apenas audible.
Nadie respondió de inmediato. Fue Haru quien finalmente soltó las palabras que cambiarían todo.
—Nos dieron la orden de eliminar a alguien.
La habitación pareció encogerse de golpe. El silencio fue ensordecedor. Aiko sintió que el aire se volvía más pesado, como si la Muerte misma se hubiera materializado para presenciar el momento. El Hilo de la Vida que ellos podían ver, el hilo que cortaban con cada misión, estaba a punto de ser cortado.
—¿Qué? —susurró Aiko, su voz apenas audible.
—No tenemos opción —continuó Kenta, sus ojos fijos en los de ella—. Es una orden directa.
Aiko los miró a los tres con incredulidad. No había rastro de compasión en sus rostros. Eran como estatuas de piedra, vacías de emoción.
—¿Quién? —preguntó con voz tensa. El nudo en su estómago se hizo más grande, un dolor físico que no podía controlar.
El silencio que siguió fue peor que cualquier respuesta. La mirada de Daichi era fría. La de Kenta, llena de burla. La de Haru, una mezcla de culpa y resignación. Aiko sintió que el tiempo se detenía.
—No… —susurró, sintiendo un nudo en el estómago—. No pueden estar hablando en serio.
Haru bajó la mirada, incapaz de sostener la de Aiko. Daichi, en cambio, sostuvo su expresión firme, su voz era como un eco del mismo vacío de La Muerte.
—Nos dijeron que eligiéramos a alguien —dijo con voz fría—. Y te elegimos a ti.
Aiko sintió que su sangre se helaba. La traición, la misma que habían sufrido, se repetía. Pero esta vez, el objetivo era ella.
—¿Qué demonios están diciendo? —preguntó, su voz temblando entre la rabia y la desesperación.
—Tú eres la más débil, Aiko —soltó Haru, su voz impregnada de algo que Aiko no reconoció al instante—. Si tenemos que sacrificar a alguien, es lógico que seas tú. Eres una niña, no eres un combatiente. No tienes el poder de Ryuusei. Eres prescindible.
La mente de Aiko se nubló por un instante. Durante años habían luchado juntos, se habían protegido mutuamente. ¿Y ahora simplemente la iban a eliminar porque les dieron la opción de hacerlo? La Muerte, siempre el manipulador, había convertido el juego en un acto de traición.
—No pueden estar hablando en serio —murmuró, su respiración acelerándose.
—No es personal, Aiko —dijo Kenta, aunque su voz no tenía ni una pizca de duda.
Aiko se levantó lentamente, sus ojos fijos en los de Kenta.
—¿No es personal? —repitió con una sonrisa amarga—. ¿Así de fácil? ¿Después de todo lo que hemos pasado? ¿Después de lo que hicimos para que sobrevivieran?
Daichi desenfundó su Lanza del Juicio sin vacilar. La hoja de su arma brillaba con una luz oscura.
—Lo sentimos, pero así son las reglas —dijo con voz monótona.
El aire se volvió denso. Aiko dio un paso atrás. No iban a detenerse. No estaban dudando. Daichi había sido el primero en traicionarlos, y ahora, era el primero en atacar. La traición se había vuelto su única verdad.
Kenta fue el primero en moverse. Un destello plateado pasó frente a Aiko, quien apenas tuvo tiempo de esquivarlo. No dudaron. No se contuvieron. Estaban atacando con intención real de matarla.
—¡Malditos! —gritó Aiko, rodando por el suelo para evitar el segundo ataque de Haru, una flecha oscura que se incrustó en el hormigón detrás de ella.
Su mente trabajaba a toda velocidad. Tres contra uno. No podía ganar. Debía escapar. Daichi lanzó un tajo en su dirección, pero Aiko se inclinó a tiempo, sintiendo el filo de la hoja cortar una parte de su ropa. Retrocedió de un salto y desenfundó su Espada, su arma brillando con una luz oscura, una luz que solo un Heraldo Bastardo podía poseer.
—¿Así que realmente van a hacerlo? —dijo, su voz temblando entre rabia y desesperación.
Haru se lanzó contra ella, y Aiko apenas pudo bloquear el golpe con su espada. El impacto la hizo retroceder varios pasos, su brazo entumecido por la fuerza del ataque.
—No lo hagas más difícil, Aiko —dijo Kenta, moviéndose para rodearla. —Podemos hacerlo rápido y sin dolor.
—El dolor es lo que los hace felices —respondió Aiko, sus ojos fijos en los de Kenta. —Y si voy a morir, voy a luchar.
Aiko respiró hondo. No iba a morir aquí. No iba a dejar que ellos la mataran. Con un rápido movimiento, arrojó una pequeña bomba de humo al suelo. La densa neblina llenó la habitación en un segundo.
—¡No la dejen escapar! —gritó Daichi. —¡Está escapando!
Aiko usó la distracción para correr hacia la salida. Su corazón latía con fuerza, su mente gritaba. "Esto no está pasando." "Esto no está pasando." Pero sí estaba pasando. Haru, Kenta y Daichi, los que habían luchado a su lado, los que habían sido sus amigos, habían decidido matarla. Y ahora, Aiko tenía que decidir si estaba dispuesta a matarlos a ellos para sobrevivir.