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Chapter 14 - Tres años en la oscuridad

Han pasado tres años desde que todo comenzó. El mundo de Ryuusei y Aiko había cambiado drásticamente. Si bien la sociedad seguía funcionando con la ilusión de estabilidad, la realidad era que la oscuridad se extendía por todos los rincones. En este mundo, donde los héroes y villanos eran parte de la vida cotidiana, también existían entidades más antiguas y peligrosas: los Seres Divinos. Y entre ellos, La Muerte jugaba su propio juego, tirando de los hilos del destino.

Ahora, a sus 17 años, Ryuusei se había convertido en un combatiente temido y letal, con un dominio absoluto sobre sus martillos de guerra y sus dagas de teletransportación. Aiko, de apenas 12 años, había demostrado un crecimiento impresionante, empuñando con destreza la Espada del Heraldo Negro.

Pero no solo ellos habían evolucionado. Daichi, con 20 años, era el más leal a La Muerte. Kenta, de 18, se movía con una precisión letal. Y Haru, de 19, dominaba el Arco del Vacío Carmesí.

La Muerte les había encomendado innumerables misiones en este tiempo. Hoy, su objetivo era un político corrupto que había acumulado una fortuna en un rascacielos blindado. La misión era simple: matarlo y reclamar su "propósito" para la Muerte.

Ryuusei y Aiko, envueltos en sus capuchas, se movían como sombras en el piso ático. La visión de Ryuusei, amplificada por su máscara del Ying-Yang, le permitía ver los miedos del político. Un hombre viejo y asustado, rodeado de guardaespaldas que ya sentían la presencia de la muerte.

Podían escuchar a Daichi, Kenta y Haru en la planta baja, abriéndose camino a través de los guardias de seguridad con una violencia que hacía que el estómago de Ryuusei se revolviera.

—Están disfrutando esto, ¿no? —susurró Aiko, su voz apenas audible.

—Siempre lo hacen —respondió Ryuusei, ajustándose la máscara. —No sé cómo pueden… —Se detuvo, recordando su propia "Regeneración Dolorosa", un tormento que le recordaba que la Muerte le había arrebatado algo más que su humanidad.

Una risa maniaca resonó por el intercomunicador. Era Kenta.

—¡Es increíble! ¡Hay tantos para cortar! —gritó, su voz llena de éxtasis. —Daichi, ¿quieres unirte a la diversión?

—Estoy ocupado —respondió Daichi con su voz calmada y fría. Ryuusei pudo ver, a través de la visión de la máscara, la Lanza del Juicio atravesando un muro, sin dejar rastro de su paso. Una estocada fantasmal.

—Acabemos con esto —dijo Ryuusei.

Se teletransportó justo detrás del político, sus martillos listos para asestar el golpe final. Pero antes de que pudiera hacerlo, una flecha oscura, imbuida de energía carmesí, se incrustó en el brazo del hombre, haciéndolo gritar de agonía. Haru había disparado desde el edificio de enfrente, a más de 500 metros de distancia.

—¿No nos iban a esperar? —dijo Ryuusei con voz tensa.

—¿Esperar? —la voz de Haru sonó por el intercomunicador, llena de burla. —La Muerte dice que el tiempo es esencial. No podemos perderlo en emociones tontas.

El político, con su brazo destrozado, trató de huir. Pero una sombra se extendió por el suelo y Kenta emergió de ella, con sus Guadañas Gemelas del Eclipse preparadas. Daichi también apareció en la habitación, su Lanza del Juicio lista para el golpe. El hombre gritó de terror.

—No lo maten —ordenó Ryuusei. —Ese es nuestro trabajo.

—¿Nuestro trabajo? —se burló Kenta. —Qué aburrido. ¿Por qué no lo hacemos un poco más divertido?

Kenta se abalanzó sobre el hombre. La Danza de la Muerte era un espectáculo terrible: se movía tan rápido que parecía un borrón, cortando la carne del político, pero sin llegar a matarlo. Sus guadañas destrozaban la piel, los huesos, los tendones. El político gritaba, pidiendo piedad, pero su voz se ahogaba en el silencio.

Haru se unió a la tortura, lanzando flechas que se incrustaban en el cuerpo del hombre sin matarlo, cada herida multiplicando el dolor. Daichi, con la Lanza, solo observaba, su rostro una máscara de fría satisfacción. La Lanza del Juicio aumentaba el dolor con cada herida. Los gritos del hombre eran inhumanos.

—Ya basta —dijo Ryuusei, furioso. —Es una orden.

Daichi levantó la mano, deteniendo a Kenta. —El Heraldo de la Singularidad nos ordena. ¿Tenemos que obedecer, Kenta?

—El Heraldo Bastardo me ordena —corrigió Kenta con una sonrisa cruel.

Ryuusei se teletransportó en el centro de la habitación, con su máscara del Yin-Yang brillando. Su visión del abismo le mostró los miedos de Kenta y Daichi. El miedo a la soledad, el miedo a la insignificancia. A Daichi, el miedo de que su lealtad fuera inútil. A Kenta, el miedo de que su velocidad no fuera suficiente para escapar de algo que no podía ver. Y el miedo de Haru, el miedo de que su flecha no alcanzara a su objetivo.

—Entreguen el objetivo —ordenó Ryuusei, su voz fría como el hielo.

Haru, que había aparecido en la habitación, se rio con burla. —El Heraldo Bastardo está enojado. ¿Qué harás? ¿Llorarás, como lo hiciste cuando te abandonamos?

Esa frase golpeó a Ryuusei como un puñetazo. Se quedó inmóvil por un momento, el recuerdo de la lluvia de sangre y la traición de sus amigos regresando a su mente.

—Nosotros también estamos en la cima, Ryuusei —dijo Daichi con voz tranquila. —Somos los Heraldos Supremos. Nosotros somos la orden. Tú y Aiko… son la anomalía.

—Somos los que no disfrutamos matar —respondió Aiko, dando un paso al frente, su espada en la mano.

Kenta se rio. —Crees que eres mejor que nosotros. Pero no lo eres. Eres un monstruo, como nosotros.

El político, aprovechando el momento de tensión, trató de escapar. Ryuusei lo vio y sintió la ira de su "Toque de la Entropía" manifestarse. Sus martillos se tornaron negros. Corrió hacia el hombre y lo tocó con su martillo. La piel del hombre se desintegró, su cuerpo se volvió ceniza. Un segundo después, los martillos de Ryuusei volvieron a la normalidad.

—Ya está —dijo Ryuusei, su voz temblando por el odio que sentía por sus "compañeros". —Misión cumplida.

La Muerte les había encomendado innumerables misiones en estos años: robar fortunas, capturar o asesinar a aquellos cuyo propósito en la vida ya se había cumplido. Sin embargo, mientras Ryuusei y Aiko preferían cumplir sus órdenes con rapidez y sin sufrimiento innecesario, Daichi, Kenta y Haru disfrutaban de la crueldad, torturando a sus víctimas con métodos sádicos antes de darles el golpe final. Cuerpos destrozados, gritos ahogados en la oscuridad… una obra de arte macabra que complacía a la Muerte, pero que poco a poco generaba un abismo entre ellos.

—Tu lealtad es un problema, Ryuusei —dijo Daichi.

—Mi lealtad es a la verdad. No a la crueldad.

—La crueldad es la verdad —respondió Haru con una voz gélida. —La Muerte nos enseñó eso.

Ryuusei se quedó en silencio. En estos años, él había entrenado sin descanso, superando a todos los demás en combate. Sus martillos de guerra aplastaban cualquier defensa, mientras que sus dagas de teletransportación le permitían moverse con una rapidez aterradora. Aiko, con su Espada del Heraldo Negro, se había convertido en su mejor aliada, aprendiendo de él y perfeccionando su técnica. Pero algo está cambiando.

La Muerte susurraba constantemente a Ryuusei, insinuando que sus padres están muertos. Sin embargo, una duda se siembra en su mente… ¿Y si no lo están? ¿Y si siguen vivos en algún lugar? Mientras tanto, la relación con Daichi, Kenta y Haru se tensa cada vez más.

Ryuusei decidió confrontarlos.

—¿Por qué creen todo lo que les dice? ¿No han pensado que tal vez nos está usando? —preguntó Ryuusei.

Daichi se rio. —No necesitamos pensar. Tenemos un propósito. Tenemos un título. Tenemos un lugar en el mundo. Tú y Aiko no tienen nada.

—Tenemos nuestra humanidad —respondió Ryuusei.

—Tu humanidad te costará todo —dijo Kenta.

—O tal vez… —dijo Ryuusei, mirándolos a los ojos. —Les costará a ustedes.

Un silencio pesado cayó sobre la habitación. Daichi, Kenta y Haru se quedaron inmóviles por un momento. El abismo entre ellos era tan profundo que era imposible de cruzar.

Y entonces, La Muerte susurró en la mente de Ryuusei. —Tus padres están muertos. Pero la información del mundo es tuya. Busca. Y lo sabrás.

Ryuusei sintió una punzada de dolor, pero también una chispa de esperanza. Se miró las manos, sus puños cerrados.

—Aiko, vámonos —dijo Ryuusei.

Se teletransportó con Aiko a su lado, dejando a los tres Heraldos Supremos atrás, solos en la oscuridad. El aire se sentía pesado, una sensación de inevitabilidad. Algo está a punto de romperse.

Y cuando lo haga, nada volverá a ser igual.

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