Ficool

Chapter 12 - EL PACTO CON LA MUERTE

El aire era pesado, cargado con el olor a sangre y ceniza. Cinco figuras permanecían en pie, sus cuerpos marcados por heridas que deberían haber sido letales. Daichi, con un corte profundo en el brazo, miraba con su habitual estoicismo. Kenta temblaba ligeramente, sus ojos aún reflejaban el pánico del abismo. Haru se mantenía erguida, su postura calculada revelaba una frialdad que había crecido con cada muerte que presenció.

Aiko se aferraba a Ryuusei, que estaba de rodillas, con su cuerpo destrozado y su espalda aún en llamas por el dolor insoportable. Y, sin embargo, estaban vivos. Frente a ellos, una sombra oscura, la misma entidad que había guiado sus destinos en las últimas pruebas, se alzaba con una presencia imposible de ignorar.

—Han llegado al final —susurró La Muerte con una voz que era un murmullo y un trueno a la vez, una voz que resonaba en sus mentes y en sus almas—. Han sobrevivido. Han superado mis pruebas, mis juegos. Y por eso, ahora deben tomar una decisión.

Levantó una mano y en su palma se materializó un objeto etéreo, un antiguo artefacto cuyos fragmentos parecían contener el eco de incontables almas perdidas.

—Cada generación —continuó La Muerte, su voz como una melodía fúnebre—, ocurre un gran temblor o terremoto donde miles de personas perecen. Pero entre los sobrevivientes, cinco almas son seleccionadas para unirse al Comité de la Muerte.

Para proteger este ciclo. Para evitar que el mundo caiga en el olvido. Ustedes son los elegidos para reemplazar a los antiguos Heraldos Supremos y continuar con el ciclo.

—¿El Comité de la Muerte? —murmuró Kenta, su voz temblando. —¿Qué significa eso?

—Significa que nos convertiremos en heraldos como la criatura a la que Ryuusei mató —dijo Haru, su voz seca y sin emoción. —Significa que seremos los nuevos Heraldos Supremos, ¿no es así?

La Muerte asintió. —Así es. Serán mis nuevos Heraldos. Mis nuevos ejecutores. Continuarán con mi labor.

—¿Nuestra labor? —preguntó Daichi, su voz grave—. ¿Nuestra labor es matar sin sentido? ¿Dejar que los inocentes mueran en masacres para que cinco almas sean seleccionadas para servirte?

La Muerte inclinó levemente la cabeza, evaluándolos a todos con una indiferencia perturbadora. —La vida y la muerte son un ciclo. Los mortales mueren para dar vida. Nosotros aceleramos ese proceso. Es una labor necesaria para el equilibrio del universo.

Ryuusei frunció el ceño, sintiendo cómo un escalofrío recorría su columna. Sus ojos se fijaron en los de Aiko, que lo miraba con una mezcla de miedo y determinación. —Y si nos negamos?

—Serán cazados sin piedad —respondió La Muerte, su voz volviéndose gélida. —No pueden escapar de lo que ya son. Sus almas ya están ligadas a mí. Y sus vidas, también.

Los demás guardaron silencio, sus miradas apagadas y frías. La Muerte los había roto. La sangre en sus manos, la traición, el terror del abismo… los había cambiado. Pero Aiko dio un paso adelante, con su determinación reflejada en sus ojos.

—No acepto esto. No mataré sin sentido por un ente que solo nos ha llenado de miedo. Y no te serviré.

Ryuusei asintió, sintiendo que su propia sangre hervía. —Exacto. No somos sus marionetas. No somos los que matarías para divertirte.

Un profundo silencio reinó antes de que La Muerte inclinara la cabeza, evaluando a Ryuusei con un interés casi divertido. —Eres diferente. En ti hay caos y paz a la vez. Un equilibrio imposible. Aún te aferras a lo que eres, a lo que fuiste.

—No soy tuyo —respondió Ryuusei, sus ojos llenos de una rabia controlada. —No somos de tu propiedad.

Con un movimiento de su mano, La Muerte formó una máscara oscura, el símbolo del Ying-Yang grabado en su superficie.

—Esta será tu marca. Para que la paz y el caos, la vida y la muerte, el bien y el mal, se unan en ti. Serás mi Heraldo de la Singularidad. Mi heraldo definitivo.

Ryuusei sintió un escalofrío al recibir la máscara, pero su atención no se desvió. —No voy a obedecer tus órdenes. Tarde o temprano te mataré.

Un profundo suspiro resonó en la nada. La Muerte alzó su mano y, con un cruel deleite, hizo que la espalda de Ryuusei se rompiera más de lo que ya estaba, en un crujido horrible que resonó en el silencio del campo de batalla. La regeneración llegó lenta, dolorosa, como si su carne ardiera desde el interior. Mientras los demás adquirían habilidades de regeneración rápida, la suya sería un tormento constante.

—Tus palabras tienen un precio, mortal —susurró La Muerte—. Y si alguna vez mueres, tu destino será el peor de todos. A ellos les daré una muerte rápida. Una muerte de un solo golpe. Pero tú, Ryuusei...

La figura oscura avanzó, su presencia aplastante, se inclinó hacia Ryuusei. —Tu muerte será más dolorosa. Primero te arrancarán el brazo derecho. Luego la pierna izquierda. Te atravesarán el corazón con una espada... Y, finalmente, una hoja atravesará tu cabeza. Así, nunca te regenerarás. Así, tu alma no encontrará paz. Así, tu sufrimiento será eterno.

Ryuusei, a pesar del dolor, esbozó una sonrisa desafiante, una sonrisa que reflejaba la locura que había visto en su interior. —Sabes que los dioses también sangran, ¿cierto?

Un destello recorrió los ojos de La Muerte, un gesto casi imperceptible de sorpresa. No había esperado esa respuesta. No había esperado que un mortal le hablara con esa insolencia, con esa convicción.

Mientras los demás ya se habían vuelto fríos, inhumanos en su forma de matar, Ryuusei y Aiko se aferraban a lo que quedaba de su humanidad. Pero La Muerte había tomado su decisión. —Ya son parte del Comité, aunque quieran o no. Y el caos que se avecinaba estaba escrito en su destino.

El pacto estaba sellado.

Las sombras se disiparon. La Muerte se había ido, dejándolos solos. El cielo carmesí comenzó a desvanecerse, dando paso a un amanecer frío y gris. El silencio reinó entre los cinco.

Haru fue la primera en hablar. —Lo hicimos. Sobrevivimos.

Daichi miró a Ryuusei, que seguía de rodillas, su cuerpo temblando por el dolor. No dijo nada, pero sus ojos estaban vacíos.

—¿Qué… qué ha pasado? —preguntó Kenta, su voz aún temblaba. —Somos… ¿somos Heraldos ahora?

Haru lo miró con una frialdad que le heló la sangre. —No somos nada. Somos lo que ella nos ha hecho.

Aiko se arrodilló al lado de Ryuusei, sus manos tratando de curarlo, pero las heridas se regeneraban con una lentitud insoportable.

—Ryuusei, ¿estás bien? —preguntó, su voz llena de pánico.

—No… no estoy bien —murmuró él. —No siento mis piernas.

Aiko lo abrazó con fuerza. Y en ese abrazo, los demás vieron algo que no tenían. Vieron humanidad. Vieron una conexión que no se había roto.

Haru, con una voz que era un eco del pasado, dijo: —Debemos irnos. Tenemos que encontrar a los otros. Hay reglas. Debemos seguir las reglas.

Daichi y Kenta asintieron. Se habían ido sin decir una palabra. Daichi por su frialdad y Kenta por su miedo. Ahora, simplemente se alejaban, sus cuerpos marcados por la muerte, sus almas vacías.

—No... —susurró Aiko. —No se vayan...

Pero sus palabras fueron ignoradas. Se habían convertido en lo que La Muerte quería. Y Ryuusei… Ryuusei era diferente. Él aún tenía algo por lo que luchar. Y tenía un destino que cumplir. No para ella. Para él.

La guerra apenas había comenzado.

More Chapters