El aire se había vuelto denso por el humo y el olor a metal quemado. La tierra temblaba con cada golpe que la Bestia y Ryuusei, ensangrentado y con la respiración agitada, intercambiaban. La Bestia, una aberración de dientes y garras afiladas, rugía con una furia primigenia, su tamaño eclipsaba a Ryuusei, pero él no retrocedía. Sus compañeros, Aiko, Daichi, Kenta y Haru, no se habían quedado atrás. Después de ver la imprudencia de Ryuusei, lo habían seguido, sabiendo que no podían dejarlo solo.
—¡Es un idiota! —exclamó Haru, corriendo entre los escombros. —¡Salió sin un plan! ¿Qué piensa hacer contra esa cosa?
—Tiene que tener un plan —dijo Aiko, la voz llena de preocupación. —Ryuusei-nii es un genio.
—No hay un plan contra eso, Aiko —espetó Kenta, su rostro pálido. —Esa cosa derrotó al Heraldo, casi mató a Ryuusei-nii antes... ¡Está por encima de su categoría de poder!
—Su categoría de poder es la misma que la de esas criaturas. Recuérdenlo —Daichi respondió con su habitual calma, aunque su ritmo de carrera se aceleró—. No lo hizo solo. Nos tiene a nosotros. Y es más.
Con un movimiento rápido, Ryuusei se teletransportó sobre la criatura, sus martillos descendiendo con fuerza brutal. Crujieron contra el torso de la Bestia, pero esta solo gruñó y se lanzó de nuevo al ataque. Aiko, con el miedo reflejado en sus ojos, sacó un cuchillo corto y corrió entre las rocas para atacar desde un ángulo ciego. Daichi, en completo silencio, analizaba la pelea con la mirada sombría. Kenta, a pesar de su actitud despreocupada, estaba tenso, listo para moverse. Haru observaba con precisión, buscando una oportunidad para intervenir.
—¡Ryuusei, a tu izquierda! —gritó Haru, su voz cortando la tensión.
Ryuusei apenas logró reaccionar cuando la Bestia giró sobre sí misma, sus garras silbando en el aire. Saltó hacia atrás, pero aterrizó mal, cayendo sobre una rodilla. La Bestia no le dio respiro y se abalanzó sobre él.
—¡Ahora! ¡Ataquen, ahora! —rugió Haru.
Daichi, veloz como una sombra, se deslizó detrás de la criatura y clavó su espada en una de sus patas traseras. La Bestia rugió de dolor y, con brutalidad, pateó a Daichi, enviándolo contra una roca.
—¡Daichi! —exclamó Aiko, corriendo hacia él, las lágrimas asomándose en sus ojos.
Kenta y Haru aprovecharon el momento de distracción para lanzarse al ataque. Kenta rodó por el suelo y apuñaló la pierna de la Bestia, mientras Haru le cortaba el costado con precisión quirúrgica. Las heridas sanaban casi al instante, pero el dolor ralentizaba a la criatura lo suficiente para darles una oportunidad.
—¡Sigue atacando, Ryuusei! ¡Nosotros nos encargamos de las piernas! —gritó Kenta, rodando para esquivar un contraataque.
Varios jugadores observaban desde lejos cómo ese grupo de cinco personas le daba pelea, aprovechando las heridas que el Heraldo había infligido a la criatura.
—¡Es ahora o nunca! —gritó Haru.
Ryuusei se levantó con los músculos ardiendo y tomó con firmeza sus martillos. Con un rugido, corrió hacia la Bestia y saltó, girando en el aire. Su martillo descendió con una fuerza brutal, impactando el cráneo de la Bestia con un estruendo ensordecedor. Un chorro de sangre oscura brotó de la criatura.
—¡Ya falta poco! —gritó Haru, su voz llena de una nueva esperanza.
Ryuusei, jadeando, quiso repetir la hazaña, pero esta vez con más impulso. La criatura seguía luchando. Decidió poner a prueba una teoría con sus dagas de teletransportación. Clavó una daga en el suelo, justo al lado de los pies de Aiko, quien lo miró confundida, pero confió en que tenía un plan. La otra la sostuvo con firmeza en su mano derecha.
—¿Qué... qué vas a hacer, Ryuusei? —preguntó Aiko.
—Confía en mí —respondió él, sin apartar la mirada de la Bestia. —Si esto funciona...
Se dijo a sí mismo: "Si lanzo esta daga con fuerza, llegará a lo alto de la cabeza de la Bestia. La golpearé con todas mis fuerzas con ambos martillos y, cuando la criatura esté por caer, recuperaré la daga que tengo en la mano. Si mi teoría es correcta, me teletransportaré al lado de Aiko."
—¿Qué es esa teoría? ¡Ryuusei, habla! —gritó Haru.
—Pongámoslo a prueba —murmuró Ryuusei.
Hizo exactamente lo que había planeado. Clavó la daga junto a Aiko y, luego, con toda su fuerza, lanzó la otra. En ese momento, las dagas resonaron en su mente, una conexión que no había sentido antes. La daga en el suelo y la de su mano derecha. Sintiéndose atraído por una fuerza invisible, Ryuusei sintió que una parte de él se desgarraba de su cuerpo, siendo atraído por sus martillos.
—¡Qué carajo...! ¡Siento que algo me está jalando! —exclamó, sorprendido por la velocidad con la que se movía, una velocidad que superaba por mucho su límite físico.
En un instante, apareció sobre la Bestia y, con toda su furia, descargó una lluvia de golpes con sus martillos de guerra. El odio que sentía hacia la criatura, el terror, la rabia, todo se canalizó en una fuerza brutal y desmedida. Sus golpes fueron tan demoledores que los ojos de la Bestia saltaron de sus cuencas, bañando el suelo en sangre.
Para el golpe final, sacó la espada del Heraldo Negro y, con un grito de pura rabia, la clavó en el cráneo de la criatura.
—¡MUEEEEEERE, MALDITA CRIATURA!
La Bestia cayó. Su cuerpo de sombra se desvaneció. Antes de que su cuerpo tocara el suelo, Ryuusei hizo un movimiento rápido con sus manos y sintió nuevamente esa extraña fuerza tirando de él. En un parpadeo, apareció junto a Aiko.
—¡LO LOGRASTE, RYUUSEI! ¡VENCISTE A LA BESTIA! —exclamó Aiko, exagerando su emoción, su rostro iluminado por el alivio.
—Espera, ¿cómo...? ¿Qué fue eso? —Kenta se acercó, su boca abierta por el asombro.
—Al parecer, las dagas responden automáticamente al lugar y el momento exacto en que debo moverme cuando las uso —murmuró Ryuusei. —No es solo teletransportación. Es… una teletransportación a un punto específico de mi voluntad. Un poder de Quinta Generación, supongo.
—Ryuusei… —dijo Haru, su voz, por primera vez, llena de temor.
Pero entonces, un dolor horrible atravesó su espalda. Un latigazo de agonía recorrió su columna, como si mil cuchillas ardientes se clavaran en ella al mismo tiempo. Ryuusei cayó de rodillas, temblando, apenas sosteniéndose con las manos.
—¡AAAAAAAAAHHHHH! ¡MI ESPALDA! ¡MI MALDITA ESPALDA!
El aire se volvió denso. Su visión se nubló por un instante. Intentó moverse, pero el más mínimo gesto hacía que su cuerpo entero se estremeciera de agonía.
—¿Qué pasa? ¿Estás herido? —Aiko se arrodilló a su lado.
—¡No… no puede ser! ¡Nooo! ¡No puedo… no puedo moverme bien!
Su respiración se volvió errática. Sentía los latidos de su corazón en su nuca. La adrenalina se disipaba, dejando al descubierto el verdadero horror.
—¿Qué te hizo esa cosa, Ryuusei? —preguntó Kenta, su voz temblando.
—¡MALDICIÓN! ¡¿ASÍ SE SIENTE?! ¡ES COMO SI ME HUBIERAN PARTIDO EN DOS!
Cada intento de incorporarse era un tormento. Sus uñas se clavaron en la tierra mientras apretaba los dientes con furia.
—¡NO VOY A CAER AQUÍ! ¡NO VOY A...!
Pero otro espasmo lo hizo callar de golpe. Un grito desgarrador rompió el silencio del campo de batalla.
Entonces, una carcajada resonó en el aire, una voz fría y femenina que se mezcló con los escombros y el viento. Desde su trono de huesos, La Muerte aplaudió lentamente, con una sonrisa de diversión.
—No está mal —dijo—. Pero ya me aburrí. Vamos a hacer esto más interesante.
El suelo comenzó a colapsar. Grietas se abrieron bajo sus pies y el caos se desató. A lo lejos, Heraldos Negros emergieron de las sombras, formando un camino de espadas y muerte.
—Solo hay una salida —anunció La Muerte, su voz resonando en las mentes de todos—. El que logre atravesar la meta que mis Heraldos han creado… vivirá. Y el que no… morirá.
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