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Chapter 8 - EL HORROR QUE HABITA

Ryuusei apenas podía mantenerse consciente; su visión era borrosa y su cuerpo, un desastre palpitante de dolor. Sin embargo, incluso en su estado lamentable, lo sentía. Una presión sofocante, un peso en el aire que hacía que su corazón malherido se volviera a encoger. Algo más grande, algo más monstruoso, había llegado.

A unos pocos metros de él, ocultos tras una columna de humo y escombros, el resto del grupo observaba la escena con la respiración contenida. La espada del Heraldo Negro, a punto de asestar el golpe final, se había detenido en el aire. Por primera vez, su postura relajada se tornó rígida, como si algo dentro de él reconociera la amenaza.

—No puede ser… —murmuró el Heraldo, su voz grave y distorsionada mostrando un leve atisbo de sorpresa.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué se detuvo? —susurró Aiko, con sus ojos llenos de lágrimas.

Haru, agachada y con su mirada calculadora fija en el Heraldo, negó lentamente con la cabeza. —No lo sé. Es la primera vez que veo algo así. Ni siquiera La Muerte es así de descuidada. Debe haber sentido algo... o a alguien.

Desde la negrura de los escombros, dos ojos brillaron como llamas grises, sin expresar sentimiento alguno. Un rugido bajo y gutural reverberó en el aire, un sonido que no parecía venir de una garganta, sino del mismísimo suelo. El suelo tembló cuando una enorme silueta emergió de las sombras.

—Oh, Dios... —Kenta se tapó la boca, su voz un hilo de pánico. —Esa cosa... no...

—Esa es la bestia —confirmó Daichi, su voz firme, aunque sus ojos reflejaban un horror que nunca antes se había visto en él. —La que nos atacó primero. Pero… es más grande. Mucho más grande.

La Bestia había llegado. Era un ser de pesadilla. Su cuerpo, una amalgama de músculos y oscuridad viva, se movía con una agresividad contenida. Garras tan afiladas como cuchillas arañaban la tierra con cada paso. Sus fauces se entreabrieron, mostrando colmillos capaces de arrancar el acero como si fuera papel. Pero lo peor era su presencia. Era como si el mismísimo abismo se hubiera materializado en forma de depredador.

El Heraldo Negro, siempre imponente, dio un paso atrás. La grieta que su primer encuentro había causado en el suelo se extendió aún más.

—Tch... Esto no estaba en los planes —siseó el Heraldo, su voz llena de una frustración que contrastaba con su inmutable apariencia.

—¿Planes? —susurró Haru, su mente analítica intentando procesar la información. —El Heraldo tiene planes. La Muerte tiene planes. ¿Y esto no estaba en ellos? Esto es un comodín. Una falla en el sistema.

—¿Y qué significa eso para nosotros? —preguntó Aiko, sus ojos moviéndose frenéticamente entre Ryuusei y la nueva criatura.

—Significa... —Daichi tragó saliva. —Significa que tal vez no somos el objetivo ahora mismo. Significa que, por primera vez, La Muerte ha perdido el control.

Ryuusei jadeó, intentando encontrar fuerzas para moverse, pero su cuerpo se negaba a responder. Apenas podía procesar lo que veía. La Bestia no distinguía aliados de enemigos. Su única naturaleza era la destrucción. El monstruo rugió y el mundo pareció estremecerse.

—¡Corre, Ryuusei! ¡Corre! —gritó Kenta.

Pero Ryuusei no podía. Estaba clavado en el lugar, no solo por el dolor, sino por la pura incredulidad. No entendía. Por primera vez, se sentía como una simple hormiga en un duelo de gigantes.

El Heraldo Negro fue el primero en reaccionar. Con una velocidad imposible, retrocedió varios metros, su espada brillando con energía oscura. Su mirada estaba clavada en la criatura, evaluándola.

—Si crees que puedes interponerte en mi camino, estás equivocado. Eres solo un juguete roto.

La Bestia no respondió con palabras. No lo necesitaba. Simplemente se lanzó.

—¡Va a atacarlo! —gritó Aiko.

—¡No! Va a atacar a la bestia. No, va a atacarnos a nosotros. No, espera, solo a la bestia. ¿Por qué está pasando esto? ¡¿Quién es más fuerte?! —Kenta no podía dejar de hablar, sus palabras se atropellaban entre sí.

—Silencio, Kenta —dijo Haru, su voz gélida. —Observa. Este es un combate entre dos de las creaciones más poderosas de La Muerte. La Bestia es poder crudo, puro, sin técnica. El Heraldo es técnica y frialdad. Es la fuerza contra el arte marcial. Es pura fuerza contra un asesino.

—¿Y quién va a ganar? —preguntó Aiko con voz temblorosa.

—No lo sé —respondió Haru, con una sinceridad que sorprendió a todos. —Nadie. No hay ganador en esto. La Muerte está perdiendo.

El ataque de la Bestia fue instantáneo. La velocidad con la que se movía no correspondía con su tamaño. En un parpadeo, estaba sobre el Heraldo Negro, su garra descendiendo con un golpe capaz de partir una montaña en dos.

¡BOOM!

El impacto levantó una explosión de escombros y fuego. Ryuusei sintió cómo el suelo bajo él se fracturaba por la onda expansiva. Apenas pudo cubrirse el rostro con un brazo para protegerse de la metralla de rocas y polvo. Cuando la nube de polvo se disipó, vio al Heraldo Negro de pie, su espada cruzada en defensa, resistiendo la fuerza aplastante de la Bestia. Pero, por primera vez, había una grieta en su arma, y el Heraldo se estaba esforzando. Se podía sentir.

—¡Lo está haciendo retroceder! —exclamó Kenta.

—El Heraldo está luchando en serio —susurró Daichi, su voz llena de asombro. —No estaba jugando con él. Estaba luchando para sobrevivir.

El monstruo rugió con una furia primitiva y atacó de nuevo, sin darle respiro. Golpes, embestidas, colmillos y garras chocaban contra la guadaña en una danza mortal. El Heraldo Negro se vio obligado a retroceder, desviando cada ataque con precisión milimétrica, pero la diferencia de poder era evidente. La Bestia era un ser de puro instinto, sin estrategia ni técnica… pero con una fuerza descomunal que lo hacía inmune a cualquier forma de resistencia.

Y entonces, Ryuusei comprendió algo aterrador.

"Esto no es una pelea. Es una cacería."

La Bestia estaba cazando al Heraldo Negro.

Pero si esa criatura podía hacer retroceder a su peor enemigo… ¿qué pasaría si fijaba su atención en él? El miedo le apuñaló el pecho. No tenía fuerzas para huir ni forma de defenderse. Si la Bestia decidía atacarlo, estaba muerto.

Intentó moverse, forzar a su cuerpo a reaccionar, pero cada músculo protestó con un dolor insoportable. Solo podía mirar, impotente, mientras los dos seres titánicos continuaban su enfrentamiento.

El Heraldo Negro apretó los dientes. Chispas negras surgieron de su arma. —Maldito engendro... —siseó.

La Bestia no esperó. Volvió a lanzarse, esta vez con una velocidad aún mayor. El Heraldo apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando la garra se clavó en su pecho, lanzándolo a través de una roca colosal.

¡CRASH!

El estruendo resonó en toda la zona. Un enorme cráter se formó en el punto de impacto.

Ryuusei contuvo la respiración. ¿Lo había vencido? ¿Había acabado con el Heraldo Negro?

Pero entonces, algo cambió. El aire se tornó aún más denso. La temperatura descendió bruscamente. Una neblina oscura comenzó a emanar del cráter.

—No... —murmuró Haru, con los ojos bien abiertos por el terror. —No es posible.

Y en medio de la bruma negra, una risa profunda resonó, una risa que no era de la Bestia.

—Hehehe... No creas que será tan fácil...

Ryuusei sintió un escalofrío recorrer su espalda. La batalla no había terminado. Apenas estaba comenzando. Y él estaba atrapado en el centro del huracán.

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