Ficool

Chapter 31 - Revelaciones

En la enfermería, Madame Pomfrey terminaba de limpiar el equipo de transfusión de sangre. Nunca imaginó que tendría que usarlo en Hogwarts.

Al mover el recipiente que contenía la sangre de Severus Snape, un destello dorado iluminó el cristal. La enfermera frunció el ceño y retrocedió un paso; el resplandor desapareció. Intrigada, volvió a acercarse… y la luz reapareció.

Su mirada se deslizó hacia la mesa, donde yacían unas vendas manchadas de sangre. No eran de Snape, sino de León Wool.

—Accio —susurró, levantando su varita.

La venda voló hasta sus manos. Cuando estuvo lo bastante cerca del recipiente, el resplandor dorado volvió a intensificarse.

Poppy Pomfrey se quedó pensativa. Algo no encajaba. Caminó rápidamente hacia una estantería y sacó un libro grueso de tapas marrones, pasando las páginas hasta dar con una fórmula concreta. Preparó una poción siguiendo las instrucciones y, con manos firmes, arrojó a su interior la venda y unas gotas de la sangre de Snape.

La mezcla comenzó a agitarse sola, girando en remolinos cada vez más rápidos. Un brillo dorado inundó el caldero, tan intenso que tuvo que entrecerrar los ojos. Después, de forma abrupta, la luz se apagó, dejando la poción completamente inerte.

Pomfrey se quedó inmóvil. Sabía lo que aquello significaba. Era algo importante… demasiado importante. Pero, ¿cómo decirlo?

Al día siguiente, el castillo estaba lleno de risas y pasos apresurados. Los estudiantes se despedían y subían al Expreso de Hogwarts, ansiosos por volver a casa para las vacaciones de verano.

En uno de los compartimentos, León y Astoria charlaban animadamente sobre sus planes para las vacaciones.

La puerta se abrió y Penélope Clearwater asomó la cabeza.

—Hola… ¿puedo pasar? —preguntó con una sonrisa tímida.

—Claro, Penélope, no nos importa —respondió León.

Astoria ladeó la cabeza, curiosa.

—¿Ustedes se conocen?

—Sí —contestó Penélope, sentándose—. Conocí a León cuando creí que él era el heredero de Slytherin. Pero luego, descubrimos que Ginny era quien dejaba los mensajes en las paredes.

León la observó con atención.

—¿Te estás ocultando de alguien, Penélope?

Astoria lo miró sorprendida por la pregunta.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Penélope, frunciendo el ceño.

—Es simple —respondió León—. Desde que entraste, has mirado por la ventana cada 5 segundos. Además, que vinieras a buscarnos es raro; la mayoría de personas viajan con sus amigos.

Penélope soltó un suspiro y sonrió con resignación.

—Eres muy listo, León. Deberías haber estado en Ravenclaw.

—Lo dudo —replicó él, esbozando una sonrisa—. El Sombrero me asignó mi casa en menos de un segundo.

Astoria no se contuvo.

—¿Por qué te escondes, entonces?

Penélope sonrió de nuevo, esta vez con un toque de diversión.

—Terminé con mi novio. No quiero saber nada de él… ni de su familia.

León decidió no presionar más. Astoria, en cambio, no pudo contener su curiosidad y empezó a preguntarle por su relación.

—No hubo mucho —respondió Penélope encogiéndose de hombros—. Lo máximo fue tomarnos de la mano. Luego… bueno, pasó todo lo del heredero de Slytherin.

Astoria asintió, algo decepcionada, y el tren siguió su curso, meciendo suavemente el compartimento mientras la conversación derivaba hacia otros temas.

Mientras tanto, en Hogwarts, Harry se encontraba en la oficina de Dumbledore.

—Me disculpo por pedirte que no subas al tren, Harry —dijo el director con voz serena—, pero necesito tu ayuda para algo.

—Claro, profesor. Puede contar conmigo —respondió Harry sin dudar.

—Te lo agradezco, Harry. Y no te preocupes, Hagrid se encargará de llevarte a Privet Drive.

Harry asintió, imaginando por un momento las caras de su tía Petunia y su tío Vernon al ver llegar a Hagrid.

Ambos abandonaron la oficina y caminaron por los pasillos hasta llegar al segundo piso. Harry reconoció de inmediato el lugar: el baño de Myrtle la Llorona.

—Harry, sostén esto —dijo Dumbledore, entregándole un objeto.

Harry lo tomó y abrió los ojos con asombro: era el Sombrero Seleccionador.

—¿Qué vamos a hacer, profesor?

—Es hora de cazar un basilisco, Harry —respondió el director con una media sonrisa. Luego, alzó la voz—: Fawkes.

Una esfera de fuego apareció sobre ellos, y al desvanecerse las llamas reveló al majestuoso fénix de Dumbledore.

—Sujétate de mí —indicó el director.

Harry se aferró a su brazo, y Fawkes, extendiendo sus alas, los tomó por los hombros y los elevó. En un instante, descendieron a través de la abertura hacia la Cámara Secreta, listos para enfrentarse a la monstruosa criatura.

En otro lugar del castillo, en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, Minerva McGonagall estaba furiosa.

—¡Ha escapado! —exclamó, refiriéndose a Gilderoy Lockhart.

Snape, con un tono cargado de burla, replicó:

—Debimos arrestarlo desde el primer día. Pero se decidió confiar en el juicio de Dumbledore… y ahora todo el mundo sabe que nuestro profesor de Defensa contra las Artes Oscuras es un estafador y un fraude. Excelente publicidad para la escuela, ¿no cree, Minerva?

La subdirectora no respondió; sus labios permanecían apretados por la rabia.

Snape dio media vuelta y se dirigió a su oficina. Apenas había llegado cuando llamaron a la puerta.

—Adelante —dijo.

Entró Madame Pomfrey, con el rostro serio.

—Severus… sé que esto es difícil de decir, pero… León Wool es tu hijo.

Snape frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando? Debes de estar confundida.

—No lo estoy —negó ella con firmeza—. He preparado la poción de linaje tres veces, y el resultado siempre fue el mismo: León Wool es tu hijo.

Snape se quedó inmóvil. Por primera vez en mucho tiempo, su rostro no mostraba control ni frialdad… sino puro desconcierto.

La puerta se cerró suavemente tras la salida de Madame Pomfrey, dejando a Snape solo en su despacho.

Por un instante, no se movió. Permaneció de pie junto a su escritorio, mirando un punto vacío en la pared, como si su mente se hubiera quedado atrapada en las palabras que acababa de escuchar.

"León Wool es tu hijo."

Snape inspiró hondo, pero el aire le supo amargo. Se dejó caer en la silla, apoyando los codos sobre la mesa y llevándose una mano a la frente. Su mente repasaba cada interacción que había tenido con el chico: las miradas de desafío, los comentarios agudos, la forma en que reaccionaba bajo presión… y esa extraña sensación de familiaridad que nunca había querido analizar.

Recordó un día, semanas atrás, en el que León había hecho un gesto con la varita casi idéntico al que él solía usar en sus primeros años como estudiante. Snape lo había pasado por alto en ese momento, atribuyéndolo a mera coincidencia. Ahora, no estaba tan seguro.

"¿Cómo es posible? ¿Por qué nadie me lo dijo antes?"

Las preguntas se acumulaban, pero ninguna respuesta llegaba. Si Pomfrey había usado la poción de linaje tres veces, no había error posible. Y eso significaba que en algún momento de su pasado, antes de que todo se volviera… irreversible, había dejado algo —alguien— en el mundo que ahora lo miraba como a un profesor severo, y no como a un padre.

Un sentimiento incómodo se removió en su interior. No era cariño, no todavía, pero sí una mezcla de protección y una rabia silenciosa hacia quien fuera que había criado al muchacho sin decirle la verdad.

Snape se recostó en la silla y cerró los ojos. Sabía que, tarde o temprano, tendría que decidir: mantener el secreto… o decírselo a León. Y cualquiera de las dos opciones cambiaría su vida para siempre.

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