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Chapter 34 - Prologo II

Pensaba hacer una encuesta, pero ya no, si bien uso chatgpt, pero primero escribo un borrador, después lo paso por chatgpt.

FIN DEL ARCO DE LA CAMARA SECRETA

INICIO DEL ARCO DEL PRISIONERO DE AZKABAN

En un taxi destartalado viajaba un trío peculiar: un hombre de aspecto severo, un muchacho de cabello blanco y una niña de cabellos rosados.

Lo más llamativo de ellos era, precisamente, esa diversidad en el color de sus cabelleras, como si no tuvieran nada en común… salvo el destino.

La niña se inclinó hacia adelante y comenzó a cantar con entusiasmo:

—En el auto de papá nos iremos a pasear.

Vamos de paseo, pi pi pi,

en un auto feo, pi pi pi,

pero no me importa, pi pi pi,

porque llevo torta, pi pi pi…

Luego miró a los dos que estaban a su lado con una sonrisa traviesa.

—¡Vamos, canten, León! ¡Tú también, papá!

León sintió que las mejillas le ardían de la vergüenza. Snape, en cambio, se quedó completamente rígido al escuchar aquella palabra: papá.

Por un instante, no supo cómo reaccionar.

Retrocediendo en el tiempo…

En la oficina de la directora del orfanato, padre e hijo estaban frente a frente. La tensión era tan espesa que apenas se podía respirar.

—No pienso irme sin mi hermana —dijo León, con una firmeza que sorprendió a Snape.

—¿Hermana? —repitió Severus, desconcertado.

—No es mi hermana de sangre, pero crecimos juntos. Somos más que amigos… somos hermanos.

El profesor lo miró con seriedad.

—La relación de hermanos… cuando uno tiene magia y el otro no, no siempre acaba bien, León.

—Ella no es así —replicó él con un brillo desafiante en los ojos—. Ya sabe que no tiene magia, lo acepta, y tiene su propio sueño. Y yo siempre voy a apoyarla. Así que lo repito: no me voy sin mi hermana.

Las palabras del muchacho calaron hondo en Snape. Durante un instante, no vio a León frente a él, sino a Lily y Petunia, su amistad rota, su resentimiento, el odio que había nacido por la magia.

Severus inspiró lentamente.

—Fui testigo de cómo hermanas que se amaban terminaron odiándose por culpa de la magia —dijo, con voz grave—. Sé en lo que puede convertirse una relación así.

León lo interrumpió, alzando la voz.

—¡No me compares con ellas! Yo soy yo, y Anya es ella. ¡No somos iguales a esas tontas!

Snape se quedó helado. Nunca nadie había hablado así de Lily en su presencia. Pero lo extraño fue que no sintió rabia, sino algo distinto: comprendió que las palabras de su hijo no llevaban malicia, sino apenas una burla adolescente.

—¿Estás seguro de esto, León? —preguntó entonces, en un tono más grave que nunca—. Aún estás a tiempo de arrepentirte.

El muchacho sostuvo su mirada sin pestañear.

—No. No pienso arrepentirme de esto.

El silencio entre Severus y León se prolongó unos segundos más, hasta que Severus llamo a la Sra. Sarah la directora, para decir que adoptara a León y a Anya.

La Sra. Sarah que esperaba otro rechazo se sorprendió al ver que sucedió todo lo contrario.

—Profesor Snape, ¿desea conocer a la niña?

León se incorporó de inmediato.

—Sí. Quiero que conozcas a Anya.

Snape asintió en silencio. Su expresión era inescrutable, aunque por dentro su mente giraba con dudas.

Poco después, la puerta volvió a abrirse y entró una pequeña figura. Era una niña de cabello rosado, corto y desordenado, que se detuvo en el umbral. Sus ojos grandes y brillantes parpadearon al ver al hombre alto y vestido de negro.

—Anya, él es… —empezó León, pero se detuvo un instante antes de decirlo.

—Soy el profesor Snape —se presentó Severus con voz grave, inclinando levemente la cabeza.

La niña lo observó con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Luego miró a León.

—¿El será tu papá?

León tragó saliva y asintió.

—Eso dice…

Snape sintió un leve pinchazo en el pecho ante aquella respuesta.

Anya dio unos pasos hacia él, ladeando la cabeza.

—¿Y si eres su papá… también vas a ser mío?

La pregunta cayó como un rayo en la sala. La señora Sarah contuvo la respiración, y León abrió los ojos de par en par.

Snape, sin embargo, no se inmutó. Bajó la mirada hacia la niña y respondió con calma:

—Si acepto llevarme a León… también te llevaré a ti.

Anya parpadeó, sorprendida.

—¿De verdad?

—De verdad —confirmó Severus, aunque en su interior la decisión pesaba más que cualquier otra que hubiera tomado en su vida.

Anya sonrió ampliamente y, sin pensarlo, abrazó a León con fuerza.

—¡Lo ves! ¡Te dije que no nos separarían! Dijo León

Snape los observó en silencio, con sus ojos oscuros ocultando el torbellino de emociones que lo sacudían. Por primera vez en muchos años, se encontraba frente a algo que no sabía cómo manejar: no una poción, ni un conjuro, ni un enemigo… sino una familia.

La adopción fue sorprendentemente rápida. Gracias a la intervención de Snape, que con unos cuantos encantamientos y contactos aceleró todos los trámites, todo quedó resuelto ese mismo día.

Mientras tanto, en el orfanato, la señora Sarah pidió que todos los niños se reunieran en el gran comedor. Su voz sonó firme pero cálida:

—Niños, tengo un comunicado importante.

El murmullo llenó la sala, pero en cuestión de minutos todos los presentes ocuparon sus lugares, expectantes.

La directora se puso de pie frente a ellos.

—Gracias por venir, pequeños. Hoy quiero compartir una noticia especial. Dos miembros de nuestra familia han encontrado un hogar y una familia que los adoptará. Hablo de… León y Anya. Por favor, acérquense.

Un silencio reverente recorrió el comedor. León y Anya intercambiaron una mirada y luego se acercaron a la señora Sarah, envolviéndola en un fuerte abrazo.

—Gracias por todo, señora Sarah —dijo León, con la voz entrecortada.

—Sí, gracias por todo —añadió Anya, apretando el abrazo.

La directora sonrió con ternura y acarició el cabello de ambos.

—No tienen que agradecerme nada, lo hice con gusto.

Entonces alzó la vista hacia todos los demás niños.

—Quiero que les demos un fuerte aplauso a León y a Anya. Hoy parten rumbo a un nuevo hogar, pero recuerden esto: las puertas de este lugar siempre estarán abiertas para ustedes. Si algún día desean regresar, serán recibidos como lo que son: parte de esta familia.

Los brazos de la directora volvieron a rodearlos y les susurró al oído:

—Cuídense siempre el uno al otro… después de todo, son hermanos.

El comedor estalló en un aplauso unánime. Risas, palmas y hasta algunas lágrimas acompañaron la despedida. León y Anya sonrieron, intentando grabar en su memoria aquel momento que marcaba el final de una etapa y el inicio de otra.

Severus ajeno a esto miraba la escena desde un rincón, confundido por la alegría de los niños, pero podía reconocer por las miradas que algunos niños, mostraban envidia, desdén, anhelo, tristeza, alegría.

Recordando cuando se había entrevistado con la Sra. Sarah, la directora, había usado legilemancia para saber más de Leon, pero vio como era difícil mantener un orden, sobre todo con tantos niños, se peleaban, acosaban a los más pequeños, pero lo bueno es que los cuidadores actuaban de manera rápida y les enseñaban a respetar a los demás.

Pero aun así sabía que algunos aprendían, otros solo seguían la corriente, pero al menos no pasan hambre.

Entonces se preguntó si el hubiese sido criado en un orfanato, en vez de estar con Tobías.

El infierno de su infancia nunca hubiera ocurrido, siguió mirando a Leon y Anya, quienes recibían abrazos de los demás niños que les deseaban felicidad.

 

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