Leon abrió los ojos lentamente, sintiendo un mareo intenso. Cuando pudo enfocar la vista, se dio cuenta de que ya no estaba en el baño. En su lugar, se encontraba en un lugar completamente diferente: una sala oscura y fría, dominada por una enorme estatua de un rostro esculpido en piedra, con rasgos severos y ominosos. A su lado, había una especie de piscina o estanque negro, cuyas aguas parecían reflejar la poca luz que entraba.
De repente, una voz resonó detrás de él.
—¿Ya despertaste? —dijo la voz con tono calmado pero amenazante.
Se volvió lentamente y vio a un joven estudiante con el uniforme de Slytherin, parado junto a Ginny Weasley. El joven tenía una expresión fría y segura.
—Por fin despertaste, sangre sucia —continuó—. He estado esperando mucho tiempo que abrieras los ojos.
Leon no dijo nada. En su mente, rápidamente evaluaba la situación: sus manos estaban atadas contra la espalda, y ese tipo tenía su varita en la túnica. Al reconocer cómo sobresalía la varita del bolsillo del joven, supo que debía ganar tiempo para idear un plan.
Con cautela, le preguntó:
—¿Quién eres? Nunca te he visto en la sala común.
El joven soltó una carcajada burlona.
—Jajaja… esa es tu última pregunta —dijo—. Concedo tu deseo. Me llamo Tom Riddle y además… —se detuvo al notar algo—…
Pero entonces, Ginny empezó a caer al suelo como si estuviera desmayándose. Antes de que pudiera tocar el piso, Tom la sujetó por el brazo y la llevó a una esquina cercana con cuidado.
Leon observó con atención y confirmó lo que sospechaba: ella debía ser cómplice de Tom. La joven parecía agotada; seguramente había usado toda su magia para llegar hasta allí.
Tom regresó con una sonrisa fría y dijo:
—¿En qué nos habíamos quedado?
Para sorpresa de Leon, este logró liberarse en ese instante. Las cuerdas que lo ataban cayeron al suelo rotas en pedazos;
Tom quedó sorprendido al ver esto.
—Parece que tienes mucha fuerza física —comentó con una sonrisa irónica—. Sin darte cuenta, parte de las cuerdas estaban congeladas en hielo.
Leon no respondió; simplemente adoptó una postura defensiva, preparado para atacar.
Tom se rió entre dientes.
—Jajaja… crees que yo seré quien peleé contigo. No pienso ensuciarme las manos contigo —dijo mientras miraba hacia la estatua—. Pero tengo un amigo así…
Luego miró a la estatua del rostro de Slytherin y murmuró en Parsel:
—Háblame, Slytherin…
Pero Leon fue más rápido. levantó su mano y grito "polvo de diamante", este ataque lo habia practicado en su tiempo libre, este ataque lo aprendio de los dibujos que vio en navidad junto a anya.
Una ventisca helada avanzó rápidamente en dirección al joven mago; Tom esquivó por poco el ataque alejándose unos pasos, pero la ventisca siguió avanzando implacable.
Tom frunció el ceño furioso y gritó también en Parsel:
—¡Háblame, Slytherin! ¡El más grande de los Cuatro de Hogwarts!
Pero nada ocurrió. La estatua del rostro de Slytherin estaba congelada por varias capas gruesas de hielo que cubrían sus rasgos severos e imponentes.
Enfurecido, Tom gritó:
—¡Maldito sangre sucia!
Y justo cuando parecía que iba a lanzar un hechizo, Leon se acercó rápidamente con intención de golpearlo. Tom retrocedió instintivamente y levantó su varita creando un escudo protector justo a tiempo.
Pero Leon ajustó el ángulo de su ataque y desde su mano surgió un carambano de hielo afilado como cuchilla que perforó el pie de Tom. Este gritó de dolor mientras saltaba hacia atrás.
—¡Bombarda! —exclamó Tom lanzando un hechizo explosivo contra suelo para alejarlo aún más.
La explosión fue potente; ambos magos quedaron separados por la onda expansiva del hechizo mientras el humo llenaba el aire.
El humo empezó a disiparse lentamente, revelando una escena que helaba la sangre: Tom estaba allí, curando con cuidado la herida en su pierna, mientras miraba a Leon con odio y desprecio. La presencia de aquel mago oscuro era imponente, y su mirada transmitía una amenaza latente.
Tom, con una sonrisa siniestra, se volvió hacia Leon.
—Bien —dijo—. Acabaré personalmente contigo.
Leon le respondió con una sonrisa desafiante.
—Como si te tuviera miedo.
En ese momento, Tom movió su varita con rapidez y conjuró una bola de fuego que empezó a crecer rápidamente en tamaño. La lanzó hacia Leon, quien vio cómo esa bola de fuego tomaba forma de una serpiente gigante de llamas ardientes. La criatura rugió en el aire y avanzó directo hacia él.
—¡Polvo de diamante! —gritó Leon, invocando su hechizo mas poderoso.
Una ventisca de hielo surgió desde sus manos y chocó contra la serpiente de fuego. Los ataques se contrarrestaron en un estallido violento, formando una cortina densa de vapor que cubrió toda la sala. Pero justo cuando parecía que la batalla se estabilizaba, Leon sintió un punzazo agudo en su pierna derecha. Un grito de dolor escapó de sus labios.
Al mirar con horror, vio clavado en su pierna un cuchillo afilado. La hoja brillaba bajo la poca luz que entraba en la sala. Tom sonrió con diversión al verlo sufrir.
—Aguantando se quita el cuchillo y lo lanzas a un lado.
Antes de que pudiera reaccionar, Tom comenzó a lanzar una lluvia de hechizos dirigidos hacia él. Leon levantó las manos rápidamente y gritó:
—¡Escudo de hielo!
Un muro transparente se formó frente a él, pero los hechizos golpearon con fuerza y resquebrajaron el escudo en múltiples fragmentos antes de explotar en pedazos dispersos por el aire.
Leon aprovechó ese momento para lanzarse hacia un lado, esquivando los restos del ataque. Tom lo observaba con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasó, sangre sucia? —preguntó— Solo sabes arrastrarte por el piso.
Leon apretó los dientes y respondió con rabia:
—¡No soy un sangre sucia! Tengo un nombre… ¡y es León!
Tom movió su varita lentamente, pero para sorpresa del joven mago, no lanzó ningún hechizo. En cambio, sus ojos brillaron con malicia mientras dos dagas aparecían flotando frente a él.
De repente, dos armas afiladas que emergieron del suelo. El dolor fue intenso; confundido León retrocedió rápidamente y miró horrorizado cómo una tercera daga caía al piso desde el aire.
Entonces lo entendió: esas dagas estaban sobre él todo el tiempo. Miró con odio a Tom.
—Parece que te diste cuenta —dijo Tom riendo—. En realidad invoqué cuatro dagas y las tenía sobre ti todo ese tiempo. Vas a sufrir mucho…
Con un movimiento rápido de su varita, Tom conjuró muchas más dagas que volaron hacia León como proyectiles afilados y peligrosos.
León no dudó: se arrancó las dagas clavadas en sus brazos y gritó:
—¡No eres el único!
En respuesta a su desafío, varias dagas hechas de hielo volaron al encuentro de las armas de Tom en un torbellino mortal.
Pero entonces, al verse superado en número y poder, León concentró toda su energía para crear una escalera mágica hecha de hielo cristalino que emergió del suelo ante él. Sin pensarlo dos veces, dio un gran salto hacia arriba para caer directamente sobre Tom.
Pero justo cuando parecía que iba a alcanzarlo, algo cambió: en sus brazos apareció un enorme mazo hecho completamente de hielo sólido que descendía rápidamente sobre su cabeza.
Tom interrumpió su hechizo justo a tiempo; transformándose en niebla negra espesa, escapó del golpe mortal dejando atrás solo fragmentos rotos del mazo helado que crujieron al romperse contra el suelo y agrietar el piso debajo suyo.
Tom observó sorprendido cómo el suelo se agrietaba bajo sus pies, la fisura se extendía rápidamente por toda la sala, dejando escapar fragmentos de hielo y piedra. Mientras tanto, Leon estaba visiblemente agotado, con la respiración entrecortada y las fuerzas al límite. Sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y desesperación.
Con un movimiento preciso, Tom levantó su varita y conjuró agua desde alguna fuente oculta en la sala. La corriente se arremolinó en el aire y fue lanzada con fuerza hacia Leon, quien sin mucha energía intentó levantar un escudo protector. Pero el agua lo alcanzó con violencia, estrellándolo contra la pared con un golpe seco.
León cayó de rodillas, luchando por mantenerse en pie. La fatiga lo vencía, pero aún mantenía los ojos fijos en Tom, que se reía con desprecio.
—Así es como debes estar ante mi presencia, sangre sucia —dijo Tom con una sonrisa fría—. Pero esto termina ahora. Me divertí jugando contigo, pero ya es hora de acabar.
Tom apuntó su varita directamente a León y pronunció con voz firme:
—¡Avada Kedavra!
Un rayo verde brillante salió disparado hacia León, que no tenía fuerzas para resistir. La muerte parecía inevitable. En ese instante, su mente voló a recuerdos lejanos: la cara de Anya cuando logró dominar el polvo de diamante; ella le había mostrado un dibujo animado que le hacía hacer una pose vergonzosa… y en ese momento sintió una punzada profunda en su corazón.
—¡No puedo abandonarla! —gritó en silencio—.
Y sin pensarlo dos veces, lanzó algo hacia el hechizo mortal para bloquearlo.