Las vacaciones de Navidad llegaron a su fin, y los alumnos de Hogwarts comenzaron a regresar a sus aulas, cargados de historias y recuerdos felices. Lyon y Astoria caminaban juntos por los pasillos, bajando hacia las mazmorras, donde se encontraban su sala común.
Mientras avanzaban, conversaban sobre cómo habían pasado la Navidad. Lyon le contó a Astoria acerca del regalo del libro y el peluche de tigre, y cómo había sido especial poder compartir esa celebración con sus amigos y con ella misma. Astoria sonrió con calidez y le agradeció una vez más:
—Gracias, Lyon. Las fotos que me enviaste fueron increíbles, y el peluche… me encanta.
Al día siguiente, las clases en Hogwarts transcurrían con normalidad, aunque los profesores no dejaban de asignar tareas. Sin embargo, esa mañana, el profesor Lockhart decidió sorprender a todos y en lugar de darles su típica clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, los llevó a un aula de teatro. La sala se llenó de risas y gestos exagerados mientras Lockhart les enseñaba técnicas dramáticas y expresiones faciales. El libro elegido para esa clase fue Vacaciones con las brujas, una lectura ligera y divertida. Lo único positivo de esa clase fue que, poco a poco, las fans de Lockhart comenzaron a disminuir, cansadas ya de sus historias repetidas.
Luego de la clase, todos salieron en grupo hacia las mazmorras para su lección de pociones. La puerta del aula se abrió de golpe y el profesor Snape entró azotando la puerta tras de sí. Todos se quedaron en silencio absoluto, sintiendo la tensión en el aire.
Snape avanzó con paso firme hasta la pizarra y, con un movimiento preciso de su varita, hizo que apareciera la lista de ingredientes y las instrucciones para preparar El antídoto para venenos comunes. La receta podía encontrarse en Filtros y Pociones Mágicas, página 56. Sin más preámbulo, dijo con voz severa:
—Comiencen.
Leon se acomodó en su asiento junto a Astoria. Mientras tanto, le susurró:
—¿Sabes por qué el profesor Snape está tan molesto?
Astoria lo miró con curiosidad y respondió:
—Lo que sucede es que alguien robó materiales del gabinete privado del profesor. Hasta ahora no sabe quién fue.
Leon asintió lentamente.
—Ya veo —dijo—. Pero no crees que sería fácil descubrir al culpable.
Astoria frunció el ceño y respondió:
—Lo dices en serio, Leon tienes una idea.
Antes de que pudieran seguir hablando, Snape los interrumpió desde atrás con una voz cortante:
—Sr. Wool, ya que está muy a gusto conversando con la señorita Greengrass, no le importará hacerlo conmigo después de clase, ¿verdad? Comiencen a preparar las pociones.
Leon se volvió rápidamente hacia él y asintió respetuosamente mientras sacaba sus ingredientes. La tensión en el aula era palpable; todos sabían que Snape no toleraba distracciones ni errores cuando se trataba de pociones peligrosas o temas delicados como el robo reciente.
Mientras tanto, Astoria empezó a medir cuidadosamente los ingredientes para la poción, concentrada en seguir cada paso al pie de la letra. La clase continuaba entre murmullos nerviosos y el sonido constante de cucharas y calderos burbujeando.
Cuando terminó la hora de clases, el profesor Snape recorrió los calderos de todos los estudiantes, bajando puntos y lanzando críticas severas a quienes cometían errores. Su presencia imponía silencio y tensión en el aula. Al llegar a los calderos de Astoria y Lyon, simplemente se detuvo, los miró con expresión severa pero no dijo nada.
Astoria susurró en voz baja:
—Parece que no encontró ningún error.
Leon, por su parte, frunció el ceño y respondió en voz baja:
—Parece que sí.
De repente, sonó la campana indicando el final de la clase. Todos comenzaron a recoger sus cosas y a salir apresuradamente del aula, menos Leon, quien quedó sentado. Snape se acercó lentamente y, con una sonrisa irónica en el rostro, le dijo:
—Ilumineme, señor Wool. ¿Cómo se puede averiguar quién robó materiales de mi gabinete?
Lyon no captó la ironía en su tono y respondió con sinceridad:
—Profesor, podemos usar Veritaserum. Leí en la biblioteca que es un suero de la verdad.
Snape lo miró con una expresión pensativa y contestó con tono sarcástico:
—Una idea interesante, pero no tonta. Debo recordarle que el uso del Veritaserum está regulado por el Ministerio de Magia y su uso está prohibido sin autorización.
Leon no se rindió y volvió a insistir:
—Entonces, ¿podemos usar otro método, profesor?
Snape frunció el ceño confundido y preguntó:
—¿Otro método? No veo cuál podría ser.
Lyon sonrió ligeramente y explicó con calma:
—No existe un crimen perfecto, profesor. El culpable siempre deja pistas sin saberlo. En este caso, debemos concentrarnos en los días anteriores a cuando desaparecieron esos materiales. Él fue quien los vio por última vez. En esos días debió pasar algo fuera de lo común.
Severus Snape se quedó pensativo, meditando en silencio mientras su mente repasaba los sucesos recientes. De repente, recordó algo fuera de lo común que había ocurrido unos días atrás. Una explosión que llenó de humo el laboratorio, dejando a todos los estudiantes afectados por la nube densa y el caos que siguió. Pero lo que llamó su atención fue cómo descartaba esa explosión: solo ocurrió con los estudiantes de segundo año.
Mientras observaba, se dio cuenta de un patrón inquietante. Los otros grados simplemente volcaban sus pociones al suelo o fundían sus calderos sin mayores problemas, pero los de segundo año estaban rodeados de humo y confusión. Además, esos estudiantes ya sabían que debían tener cuidado; no eran primerizos. La situación era sospechosa.
Con una sonrisa satisfecha, Snape pronunció con autoridad:
—Diez puntos para Slytherin. Por una buena deducción. Ahora puede retirarse.
Leon no entendía exactamente a qué conclusión había llegado el profesor Snape, pero decidió que era mejor marcharse. Tenía cosas que hacer y no quería perder más tiempo en ese momento. Se levantó lentamente, recogiendo sus cosas mientras pensaba en las palabras del profesor.
Severus Snape, al ver que Leon se retiraba, decidió que era momento de informar a Dumbledore. Había llegado a una conclusión importante: había descubierto quiénes eran los culpables del robo en su gabinete y las sospechas que lo atormentaban desde hacía semanas.
Las semanas pasaron rápidamente y pronto llegó el día del siguiente partido de Quidditch: Hufflepuff contra Gryffindor. El estadio estaba lleno de espectadores emocionados, muchos con boletos en mano y apuestas en juego. En una de las tribunas de Gryffindor, los estudiantes conversaban animadamente sobre sus apuestas.
—Aposté a la victoria de Gryffindor —decía Cormac con confianza.
Desde detrás de él, otra voz añadió:
—Yo aposté a que Potter atrapará la Snitch al comienzo del partido.
Un tercer estudiante intervino:
—Yo apuesto a un marcador de 150 a 40 a favor de Gryffindor.
Y así, varios otros compartían sus predicciones y apuestas, creando un bullicio de entusiasmo en la grada.
En la tribuna de Ravenclaw, una voz confusa resonó entre los murmullos:
—Marieta, ¿estás segura de apostar? —preguntó Cho.
—Claro que sí, Cho. Es una apuesta segura. Gryffindor ganará. Además, Potter tiene su Nimbus 2000; Digory no podrá seguirle el paso —respondió Marieta con convicción.
Cho frunció el ceño y dijo:
—Lamentablemente tienes razón. Pero no te preocupes por la cláusula que dice que si suspenden el partido, no devolverán el dinero.
Richar, un estudiante de séptimo curso, intervino con tono despreocupado:
—No hay por qué preocuparse. Desde que estoy en primer año nunca se ha suspendido un partido. Hasta hemos jugado con lluvia y granizo —dijo con una sonrisa confiada—. Ves, Cho, no hay motivo para preocuparse.
Mientras tanto, Leon salía apresuradamente de las cocinas cuando fue interceptado por una estudiante de Ravenclaw llamada Penélope Clearwater. La chica lo miró con desconfianza y le preguntó:
—¿Qué haces aquí? Aquí no es la sala común de Slytherin.
Lyon frunció el ceño y respondió con cierta molestia:
—¿Me estás acusando de algo?
Penélope con su varita levantada y apuntó hacia él con expresión seria.
—Solo respondo a menos que tengas algo que ocultar —dijo en tono firme.
Leon levantó las manos en señal de paz y replicó:
—Si quieres que responda, preséntate primero. No suelo hablar con desconocidos sin motivo.
La chica dudó por un momento, pero luego se presentó:
—Me llamo Penélope Clearwater, prefecta de Ravenclaw.