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Chapter 23 - Navidad II

Al día siguiente, la directora del orfanato anunció con entusiasmo:

—¡Niños, hoy iremos de visita al parque de diversiones! ¡Prepárense para un día lleno de diversión!

Los niños estallaron en gritos de alegría, algunos exclamando que valió la pena esperar y que subirían a todos los juegos, especialmente a la casa embrujada. La directora levantó las manos para calmarles y añadió:

—¡Calmense, niños! Mejor alístense, el autobús vendrá a recogernos en una hora.

Todos respondieron al unísono con un entusiasta:

—¡Siiiiiiiii!

Mientras tanto, en su habitación, Lyon miraba con atención el dinero muggle que había conseguido y la poción multijugos que había comprado. Pensaba en las posibilidades que eso le brindaba para sus planes futuros.

De repente, alguien abrió la puerta y dijo con tono apresurado:

—¡Leon, apúrate! El autobús nos va a dejar.

Él se giró rápidamente y respondió con calma:

—Claro, Anya. Ya estoy listo. Vamos.

Todos los niños ya estaban subidos al autobús cuando la Srta. María pasó lista. Una vez terminada la revisión, el vehículo partió rumbo al parque de diversiones.

El viaje fue animado; los niños cantaban y reían mientras el autobús avanzaba entre risas y expectativas. Al llegar, los cuidadores dividieron a los niños en grupos de diez según su edad, cada uno con su respectivo encargado. Sin embargo, la Srta. Amanda se acercó a Lyon y le dijo:

—Leon, este no es tu grupo. Deberías ir con los de tu edad.

Leon sonrió y respondió tranquilo:

—No hay problema, Srta. Amanda. Prefiero estar junto a Anya.

Anya ya sabía que Leon y ella se trataban como hermanos, así que aceptó sin problemas esa decisión. Juntos comenzaron a pasear por el parque, admirando los coloridos juegos y atracciones antes de subir al carrusel. Desde afuera, Leon observaba cómo Anya disfrutaba del momento; cada vez que ella lo veía, le saludaba con una sonrisa cálida.

Mientras tanto, Leon miro un puesto ambulante. Le indicó a la Srta. Amanda que iría allí por unos minutos y ella asintió advirtiéndole que no se alejara mucho. Leon miró las mercancías: binoculares, linternas, walkman, cámaras digitales e instantáneas, collares y billeteras. Decidió comprar una cámara instantánea para poder tomar fotos con todos más tarde.

Luego volvió a mirar hacia donde estaba la Srta. Amanda; ella ahora observaba a los niños en el trenecito. Aprovechando ese momento de tranquilidad y tiempo libre, Leon caminó sigilosamente hacia un grupo de personas haciendo fila en un puesto cercano. Con rapidez cortó un poco de pelo del cabello del hombre que estaba delante suyo —una acción rápida pero calculada— y salió corriendo hacia a buscar un puesto de ropa.

Al encontrar uno cercano, compró prendas grandes pensando en la talla del hombre al que le cortó el cabello. Cuando vio que se demoraba demasiado en volver con las compras improvisadas, Leon apuró el paso para reunirse con los demás.

Al llegar donde estaban la Srta. Amanda lo regañó suavemente por haberse alejado tanto. Leon le pidió disculpas explicándole que solo quería conseguir esa cámara para tomarse fotos con todos ellos; su intención era buena.

La Srta. Amanda sonrió al entenderlo y vio cómo Leon empezaba a tomar fotos: capturando sonrisas felices de los niños mientras posaban juntos o hacían travesuras espontáneas. Incluso ella misma aceptó posar para una foto junto a todos.

Horas después, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las nubes navideñas decorando el parque, todos se reunieron en el estacionamiento del parque para subir al autobús y regresar al orfanato Wool. Los niños llevaban consigo recuerdos felices —y muchas fotos.

La noche cayó sobre el orfanato Wool, y en el comedor todos estaban reunidos, esperando ansiosos el pavo de la cena de Navidad. Los niños comían con entusiasmo, riendo y jugando entre ellos, sabiendo que al día siguiente recibirían sus regalos. La alegría llenaba el ambiente, un espíritu cálido y mágico que parecía envolverlos a todos.

Una vez terminada la cena, todos se dirigieron a sus habitaciones para descansar. Sin embargo, Lyon no tenía intención de dormir todavía. En silencio, colocó almohadas en su cama y las cubrió con una manta, preparándose para lo que planeaba hacer esa noche.

Desde la puerta de su habitación, miró a ambos lados del pasillo para asegurarse de que nadie lo viera. Cuando estuvo seguro de que no había nadie cerca, salió con cuidado sosteniendo su mochila. Caminó sigilosamente por los pasillos vacíos hasta llegar al patio trasero del orfanato.

Allí, usando su magia de hielo, creó una escalera brillante y resplandeciente que subía por el muro exterior. Con un poco de esfuerzo, trepó por ella y desde lo alto contempló las luces titilantes de la ciudad nocturna. Sonrió con satisfacción, disfrutando del momento de libertad y aventura.

Luego, repitió el proceso: creando otra escalera para bajar del muro sin dejar rastro. La escarcha producida por su magia se deshizo en pequeñas partículas brillantes cuando tocó el suelo.

Lyon caminó por las calles silenciosas y frías hasta llegar al metro. Entró en uno de los baños públicos cercanos y sacó la ropa que había comprado anteriormente —una prenda grande y adecuada para su transformación— junto con la poción multijugos que ya había preparado con cabello obtenido esa mañana.

Con cuidado, dio un sorbo a la poción, soportando el desagradable sabor mientras sentía cómo su cuerpo comenzaba a cambiar. La magia hacía efecto rápidamente: su figura se transformaba en la de un adulto. Cuando terminó la transformación, se colocó la ropa comprada y salió del baño con una nueva identidad.

Ahora era un adulto en apariencia, listo para seguir adelante con sus planes sin ser reconocido ni detenido. Con una sonrisa determinada en los labios, Leon desapareció en las sombras de la noche urbana.

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En un casino, un joven que había empezado perdiendo de manera casi desesperada, comenzó a ganar varias veces seguidas. Lo que parecía ser una racha de suerte en un juego de apuestas muy particular: carreras de caballos mecánicos. Pero lo que los demás no sabían era que dentro de esa máquina, cerca de los engranajes que hacían correr a los caballos, había hormigas de hielo. Pequeñas criaturas mágicas que se metían entre las piezas metálicas, retrasando su movimiento y, en algunos casos, destrozándolas desde adentro.

De repente, el caballo número 8 volvió a ganar. Las chicas en la mesa aplaudieron emocionadas, sonriendo mientras miraban al ganador con admiración. Leon, observando desde la distancia, ya había tenido suficiente ganancia y decidió retirarse. Notó que alguien lo vigilaba y prefirió no arriesgarse más. Se acercó para cobrar su dinero cuando dos guardias se le acercaron silenciosamente. Sin decir palabra alguna, pasaron un detector de metales por su cuerpo; al no encontrar nada, lo dejaron ir con cautela.

Con el dinero en mano, Lyon salió del casino y se dirigió hacia la plaza. Aún eran las 10 de la noche y pensaba en tomar un taxi para regresar al orfanato. Pero justo cuando iba a hacerlo, se detuvo en seco. En su mente gritó: ¡Me olvidé del regalo para Astoria!

Miró a su alrededor en busca de alguna tienda abierta o algún lugar donde pudiera conseguir algo rápidamente. Pero todo parecía cerrado: joyerías cerradas, el centro comercial apagado y las tiendas de ropa también cerradas por la hora avanzada. Entonces sus ojos se posaron en un puesto ambulante donde vendían peluches: leones, tigres, elefantes, pingüinos y perros.

Sin dudarlo ni un segundo, compró el peluche más cercano: un tigre grande y suave. Era perfecto para regalarle a Astoria.

Ya en el orfanato, entró sigilosamente en su habitación y despertó a Odin con cuidado. Le entregó el paquete con el peluche y le pidió:

—Por favor, lleva esto a Astoria. Es su regalo de Navidad.

Odin ululó en confirmación y en un parpadeo desapareció en dirección al horizonte con el paquete asegurado entre sus patas.

Cansado pero satisfecho por haber cumplido con su misión secreta, Lyon se acurrucó en su cama y pronto cayó en un sueño profundo, soñando con nuevas aventuras y planes por venir.

Al día siguiente, el aroma a pan recién horneado y dulces llenaba el aire en el orfanato. Los niños se levantaron emocionados y corrieron al comedor, donde un hermoso árbol de Navidad decoraba la sala con luces brillantes y adornos coloridos. En sus ramas colgaban pequeños regalos con sus nombres escritos cuidadosamente.

Leon y Anya también se acercaron al árbol, cada uno tomando su regalo con una sonrisa nerviosa pero feliz. Lyon abrió su paquete primero y encontró un reloj elegante, de diseño clásico y pulido. Anya hizo lo mismo y descubrió que también era un reloj igual al de Lyon. La directora Sarah, que había observado todo desde lejos, sonrió satisfecha. Sabía que ambos se consideraban hermanos y quiso fortalecer ese vínculo especial regalándoles relojes iguales para recordar siempre su hermandad.

Ambos sonrieron ampliamente, colocándose los relojes en las muñecas. La alegría del momento quedó grabada en sus rostros mientras compartían esa pequeña pero significativa muestra de cariño.

Después del desayuno, en la habitación de Leon, Anya se acercó con curiosidad y le preguntó:

—¿Me enseñas a ver la hora en este reloj mecánico? Quiero aprender cómo funciona.

Leon empezó a explicarle pacientemente cómo leer las horas en ese reloj antiguo, señalando las manecillas y mostrando cómo distinguir las horas y minutos. Mientras tanto, Odin golpeaba suavemente la ventana con su pico, llamando la atención de ambos.

Leon se levantó rápidamente y abrió la ventana. La lechuza entró posándose sobre su cama con gracia, llevando en su pico un pequeño paquete envuelto cuidadosamente con papel brillante. Leon lo tomó con cuidado y lo abrió: dentro había dos paquetes envueltos con los nombres de Lyon y Anya.

Anya recibió una muñeca hermosa, vestida con ropas delicadas y ojos brillantes. Leon encontró un libro titulado Animales fantásticos y dónde encontrarlos, una obra llena de criaturas mágicas e historias fascinantes.

Ambos hermanos decidieron comenzar por leer el libro primero, sentados juntos en la cama, sumergiéndose en mundos mágicos llenos de criaturas increíbles.

Mientras tanto, a muchos kilómetros de Londres, en una mansión elegante y rodeada de jardines cuidados, Astoria miraba atentamente las fotos que Leon le había enviado de su salida a los juegos mecánicos. En su cama descansaba un peluche de tigre grande y suave —el mismo que Leon le había comprado— que ahora parecía acompañarla en sus pensamientos.

Sonriendo mientras hojeaba las imágenes llenas de risas y aventuras, Astoria sentía que esa Navidad sería aún más especial gracias a los pequeños gestos que Leon había hecho desde lejos.

En Hogwarts dentro de la sala de los menesteres se encontraban dos elfos domesticos brindando mientras beben hidromiel.

Merry y Bumy gritaban por el señor león y su regalo

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