Al día siguiente, la noticia se extendió rápidamente por todo Hogwarts: otra víctima del heredero de Slytherin. Esta vez, se trataba de Colin Creevey, un alumno de primer año de Gryffindor. La noticia cayó como un balde de agua fría en la escuela, y el ambiente se volvió aún más tenso.
En Gryffindor, la preocupación era palpable. La comunidad del león se sentía vulnerable y en alerta máxima, temiendo que cualquiera pudiera ser el próximo objetivo. La tristeza por Colin se mezclaba con el miedo a lo desconocido.
Mientras tanto, en la mesa de Slytherin, la atmósfera era mucho más tranquila. Los estudiantes allí parecían confiados, convencidos de que solo los "sangre sucia" y los "squibs" serían atacados. Sin embargo, algunos mestizos mostraban signos de nerviosismo, conscientes de que la amenaza no discriminaba completamente.
Astoria miraba a Leon con preocupación. Se acercó a él lentamente y le dijo con voz suave:
—Por favor, camina siempre conmigo —susurró—. No quiero que te pase algo.
Leon la miró confundido y preguntó:
—¿Por qué? No entiendo… ¿Qué pasa?
Astoria le explicó con cuidado:
—Están atacando a los que tienen origen muggle… Temo que algo te pase a que sigue cerca de mí.
Leon le sonrió tranquilizador y respondió:
—Estaré bien, no te preocupes.
Las clases continuaron con normalidad durante el día, pero en el almuerzo se abrió un mercado improvisado en uno de los pasillos: vendedores ambulantes ofrecían productos de protección contra posibles ataques del heredero de Slytherin. Entre ellos, Astoria se acercó para comprar un cristal protector. Pero Leon la detuvo suavemente.
—Son falsos —le dijo—. No hace falta gastar en eso. Mejor vamos al lago; he escuchado que hay un calamar gigante viviendo allí.
Desde lejos, Daphne observaba a su hermana con desaprobación. Ya había hablado con ella sobre mantenerse alejada de Lyon por su seguridad; temía que el heredero pudiera atacarla también si seguían juntas. Pero Astoria insistió en que Lyon era su amigo y no pensaba abandonarlo.
Pansy también miraba desde su lugar con una expresión dura y despectiva.
—¿Cuánto tiempo crees que le queda a ese sangre sucia antes de ser atacado? —preguntó con sarcasmo—. Espero que no mucho.
Daphne no respondió; no le desagradaba ni le agradaba Lyon, pero prefería mantener las distancias por precaución.
Milicent, que había estado escuchando desde otra mesa cercana, intervino con una sonrisa irónica:
—Creo que sería mejor si atacaran a Granger… Esa sabelotodo es insufrible.
Pansy asintió sin dudarlo:
—Sí, tienes razón. Mejor sería atacar a esa molesta Gryffindor.
Mientras tanto, en las orillas del lago, Lyon y Astoria caminaban lentamente por el borde, disfrutando del aire fresco y de la tranquilidad que ofrecía ese rincón apartado del castillo. Sin embargo, a pesar de su paseo, no lograron avistar al calamar gigante que se rumoraba vivía en esas aguas profundas.
La conversación pronto se desvió hacia sus planes para la Navidad. Astoria le contó con entusiasmo:
—Yo viajaré con mi familia para esas fechas. Vamos a pasarla en casa, con toda la familia reunida.
Lyon sonrió y respondió:
—Yo lo pasaré con mi hermana. Además, el orfanato organiza una excursión al parque de diversiones ese día. ¡Y no pienso perderme eso!
Astoria levantó una ceja, curiosa:
—¿Un parque de diversiones? ¿Qué tipo de lugar es ese?
Lyon le explicó con entusiasmo, aunque todavía algo confundido por los detalles:
—Es un lugar grande con muchas atracciones: montañas rusas, juegos mecánicos, puestos de comida… Es muy divertido. Te enviaré unas fotos para que puedas verlo.
Astoria le sonrió con expectativa y dijo:—¡Me encantara verlas!
Ambos continuaron caminando junto al lago, soñando con las festividades y las aventuras que les esperaban en Navidad.
Al día siguiente, un grupo de estudiantes se agolpaba frente al tablón de anuncios, ansiosos por leer el pergamino recién colgado. Finegan fue quien anunció con entusiasmo:
—¡Van a abrir un club de duelo! —dijo para que todos lo escucharan—. La primera clase será esta noche.
Al acercarse más, vieron que en el cartel se especificaba que las clases comenzarían después de la tarde, en horario nocturno. Tras salir del tumulto, Leon se lo contó todo a Astoria, emocionado por la iniciativa.
Viendo que tenían la tarde libre, Lyon le propuso a Astoria algo diferente:
—¿Quieres conocer las cocinas? Es un lugar interesante y lleno de magia… y los elfos domésticos son muy amables.
Astoria, curiosa, aceptó sin dudar. Lyon le enseñó cómo entrar allí: hizo cosquillas a una pera mágica que colgaba en una esquina, y esta reveló una manija oculta en la pared. Al abrirla, encontraron un pasadizo que conducía a las cocinas mágicas.
Allí, muchos elfos domésticos los rodearon enseguida para ofrecerles sus servicios con gestos amables y voces suaves. Lyon, con sutileza, dejó a Astoria encargada de atenderse con ellos mientras él hizo una señal discreta a Bumy y Merry.
—¿Podrían averiguar cuándo será el próximo partido de Quidditch? —les preguntó—. También quiero saber qué escobas usan los equipos.
Los elfos aceptaron felices la tarea y prometieron informarles en la noche. Lyon volvió junto a Astoria, quien ni siquiera había notado que él se había alejado unos momentos. Ambos pasaron la tarde conversando con los elfos mientras eran atendidos con esmero.
Pero cuando miraron el reloj, se dieron cuenta de que ya era muy tarde para llegar al club de duelo.
—¡Llegaremos tarde! —exclamó Astoria con pesar—. Dudo mucho que nos permitan entrar ahora.
Lyon no supo qué decir; parecía frustrado por no poder asistir. Justo entonces, Bumy y Merry se acercaron con una sonrisa astuta.
—Podemos hacer que aparezcan cerca del club —sugirieron—. Nosotros podemos usar nuestro hechizo para transportarlos allí sin ser vistos.
Astoria quedó sorprendida.
—¿En Hogwarts? ¿Eso se puede?
Merry asintió alegremente.
—Claro que sí. Solo necesitamos concentrarnos bien y tener cuidado para no ser detectados.
Leon agradeció rápidamente:
—¡Gracias! Contamos con su ayuda.
Ambos elfos tomaron de las manos a Leon y Astoria y pronunciaron un hechizo suave. En un parpadeo, desaparecieron de las cocinas y reaparecieron cerca del gran comedor, justo donde estaban los accesos al club de duelo. Por suerte, nadie los vio llegar ni salir.
Agradecidos nuevamente por su ayuda, entraron en silencio al lugar donde se desarrollaba la actividad. Pero al cruzar la puerta, quedaron paralizados ante lo que vieron: Potter estaba hablando en un idioma extraño a una serpiente gigante. La criatura siseaba y parecía entenderlo perfectamente.
Astoria observó en silencio junto a los demás; sin embargo, Leon no entendía qué tenía eso de raro o extraño. Para él, parecía solo otra conversación mágica entre magos y criaturas mágicas.
Justo cuando todos pensaban que la escena había terminado, Weasley jaló con fuerza a Potter para sacarlo del gran comedor. Granger, que los seguía de cerca, no tardó en unirse a ellos. La multitud que quedó allí empezó a murmurar con intensidad.
—¡Potter habla parsel! —susurraron unos—. ¡Es el heredero de Slytherin!
El rumor se extendió rápidamente entre los alumnos, generando una mezcla de asombro y temor. Algunos miraban a Harry con respeto, otros con recelo. Para calmar los ánimos, el profesor Snape y Lockhart intervinieron rápidamente, levantando la voz para restablecer el orden.
—¡Basta! —ordenó Snape—. Continuemos con las clases de duelo.
Luego, el profesor escogió a Lyon para una demostración frente a todos. Subió al estrado con confianza, pero no esperaba que su oponente fuera Ginny Weasley. Ella lo miraba con una furia que parecía arder en sus ojos; Leon no lograba entender por qué.
Se escucharon los gritos de apoyo a Ginny, especialmente de sus hermanos Ron y Fred, quienes animaban con entusiasmo. Sin embargo, en medio del bullicio, los gritos de Astoria y otros alumnos se perdían en la multitud.
Lockhart dio la señal de inicio. Ginny gritó:
—¡Mocomurciélago! —y lanzó un hechizo hacia Lyon.
Él reaccionó rápidamente: saltó al costado y gritó:
—¡Rictuzempra!
El hechizo de Ginny fue bloqueado fácilmente por un Protego que levantó Lyon con su varita. Sin perder tiempo, ella gritó:
—¡Incarcerus!
Unas cuerdas mágicas volaron hacia Lyon con rapidez. Él sabía que no tenía suficiente espacio para esquivarlas y pensó en su magia natural: hielo. Con determinación, gritó:
—¡Glacius!
Un hechizo de hielo salió disparado desde su varita y congeló las cuerdas justo antes de alcanzarlo. Estas cayeron al suelo en cristales brillantes.
Pero Ginny no se rindió; gritó:
—¡Bombar….!
Antes de que pudiera completar el hechizo, la cuerda congelada golpeó su mano accidentalmente, haciendo que se le cayera la varita al suelo.
La sala estalló en aplausos por la espectacularidad del duelo. Snape observaba con una expresión sorprendida y algo molesta; reconoció el hechizo que Ginny había intentado usar: Bombarda. Estaba preparado para intervenir si era necesario, pero también quedó impresionado por la rapidez y control de Leon.
Lo que más sorprendió a Snape fue el hechizo silencioso que Lyon había usado para bloquear las cuerdas: un hechizo de hielo controlado solo por su pensamiento. No esperaba que un primer año dominara esa magia tan avanzada.
Lyon, ajeno a las sospechas del profesor, se sentía aliviado por haber podido controlar su magia sin problemas gracias a las cuerdas congeladas. Para él, eso significaba haber ganado esa ronda.
En una esquina del salón, Ginny estaba siendo consolada por sus hermanos Ron y Fred, quienes miraban a Lyon con una mezcla de ganas de venganza.