Ficool

Chapter 2 - Un nuevo comienzo

Pasaron los meses en el orfanato, y León seguía siendo un niño muy diferente a los demás. No lloraba, no reía, solo fruncía el ceño con una expresión seria que parecía más propia de un adulto que de un bebé. Su mirada era profunda y distante, como si guardara secretos que ningún otro niño podía comprender.

Muchas cuidadoras y visitantes se sentían confundidos ante su comportamiento. Algunos pensaban que quizás era un bebé muy especial, otros simplemente evitaban mirarlo demasiado por miedo a lo desconocido. Pero para la Sra. Sarah, aquella actitud le traía recuerdos muy antiguos.

Mientras limpiaba una habitación vacía, su mente voló a hace más de 30 años, cuando ella misma era una practicante en este mismo orfanato. Recordó claramente aquel día terrible.

Pero sus recuerdos fueron interrumpidos debido a un grito que alarma a todos.

una joven practicante había dejado al bebe León cerca de la ventana del segundo piso sin darse cuenta del peligro. La ventana estaba abierta por el viento, y en un instante, el pequeño cayó desde la altura de dos pisos.

León fue llevado de urgencia al hospital. Estuvo en coma durante dos semanas. Nadie sabía si despertaría alguna vez o si quedaría con secuelas permanentes. Pero milagrosamente, sobrevivió. Solo quedó una cicatriz en su cabeza, oculta por su cabello oscuro en aquel entonces.

Con el tiempo, la cicatriz se convirtió en una marca casi imperceptible, y el niño empezó a mostrar signos de recuperación. Sin embargo, algo cambió en él cuando despertó: su actitud dio un giro de 360°.

Ahora León llora, ríe, ya no tiene esa expresión seria, ahora es como los demás niños.

Esto hizo feliz a la Sra. Sarah porque ahora puede afirmar que León no será igual que ese niño, el que le asustaba cuando ella era practicante.

Ahora debo hablar con la pobre Cintia esa chica está llena de culpa debido a su descuido, pero cuando le diga que León está bien de seguro que alegrara pensó la Sra. Sarah.

Los años pasaron rápidamente en el orfanato. León, ahora con ocho años, había cambiado mucho desde aquel niño serio y distante. Ahora reía con frecuencia, correteaba por los pasillos y jugaba con los otros niños en el patio. Su energía era contagiosa y su sonrisa, aunque rara, iluminaba su rostro cuando estaba rodeado de amigos.

Sin embargo, a medida que los niños crecían, también comenzaban a formar sus propios grupos. Algunos se unían por ideas afines, otros por intereses comunes o simplemente por afinidad de carácter. Pero León parecía estar fuera de esas agrupaciones. No porque no quisiera integrarse, sino porque su apariencia —su cabello blanco como la nieve— lo hacía diferente a todos los demás.

Los niños solían mirarlo con curiosidad o incluso con cierto recelo al principio. Algunos le decían cosas sin malicia, como "pareces un muñeco" o "eres raro". Pero León no se molestaba; simplemente seguía jugando solo o con quienes le permitían acercarse.

A él no le importaba ser diferente. Para León, lo importante era divertirse: saltar la cuerda, correr tras las pelotas o explorar los rincones del patio. La alegría en su rostro era genuina y pura, sin importar si los demás lo aceptaban o no.

Con el tiempo, algunos niños empezaron a notar que León no parecía tener amigos cercanos ni pertenecer a ningún grupo en particular. Pero eso tampoco le preocupaba demasiado; él disfrutaba de su libertad y de sus juegos sin preocuparse por las etiquetas sociales.

Entonces la directora Sarah dio una noticia que alegro a todos los niños tendrían una excursión.

El orfanato organizó una excursión a la playa. Los niños estaban emocionados, corriendo y gritando de alegría mientras subían a los autobuses con sus mochilas llenas de toallas, sombreros y juguetes. León también estaba entre ellos, con su sonrisa tranquila, disfrutando del aire fresco y del sonido de las olas.

Desde la ventana del autobús, algunos niños miraban a León con curiosidad. Otros le lanzaban pequeñas risas o comentarios sobre su cabello blanco, pero él simplemente se acomodaba en su asiento, observando el paisaje con esa mirada profunda que parecía atravesar todo.

Al llegar a la playa, el grupo se dispersó rápidamente: unos corrían hacia el agua, otros construían castillos de arena y algunos simplemente se tumbaban a tomar el sol. Sarah caminaba entre los niños, asegurándose de que todos estuvieran bien y disfrutando del día.

León se acercó a la orilla del mar y se quedó allí unos momentos, dejando que las olas le acariciaran los pies. La brisa marina revolvía su cabello y por un instante pareció más relajado que nunca. Sin embargo, algo en su expresión cambió cuando notó que algunos niños lo miraban desde lejos, murmurando entre ellos.

De repente, uno de los niños más traviesos —un pequeño llamado Tomás— decidió acercarse con una pelota en mano. Con una sonrisa burlona, le lanzó la pelota suavemente.

—¿Quieres jugar? —preguntó Tomás con tono desafiante.

León lo miró sin decir nada. En lugar de responderle con palabras, levantó una mano y tocó su propia cabeza donde aún se notaba la cicatriz oculta bajo su cabello. Luego sonrió tímidamente y asintió.

El juego empezó lentamente: León atrapaba la pelota con destreza sorprendente para alguien tan pequeño. Los demás niños empezaron a interesarse más en él; algunos incluso dejaron sus juegos para observarlo jugar.

Pero entonces alguien lanzo la pelota demasiado fuerte que termino en el agua, la corriente alejaba la pelota, León reacciona rápido y se metió al agua para salvar la pelota.

La Directora que los vigilaba se alarmo y grito.

"León regresa es peligroso"

Pero León ignoro los gritos, decidido a recuperar la pelota, mientras se le dificultaba seguir con la cabeza a flote.

Pero entonces sintió que pisaba al solido que le permitió mantener la cabeza fuera del agua, y el agua empujo la pelota a sus manos, pero sin que él lo supiera debajo del agua se había formado un camino de hielo.

León regreso a la orilla con la pelota y la pateo para seguir jugando.

De repente, escuchó la voz de la directora llamándolo desde la playa.

—¡León! ¡Ven aquí ahora! —gritó con tono serio.

León se acercó lentamente, sintiendo que le ardían las mejillas. La directora Sarah lo miraba con una expresión preocupada.

—¿Por qué nadaste tan lejos? —preguntó ella.

—Solo quería recuperar la pelota —respondió León bajando la cabeza.

—Eso no está permitido. Es peligroso —dijo la directora, dándole una advertencia y un pequeño castigo.

Los otros niños que estaban allí no perdieron tiempo en burlarse. Algunos se rieron y señalaron a León con burla.

—¡Mira al valiente que casi se pierde en el mar! —dijo uno de ellos entre risas.

León sintió cómo su corazón se encogía por las burlas, pero trató de mantenerse fuerte. Sabía que no era justo, pero eso no le importaba mucho en ese momento.

Al día siguiente, en la escuela, todos estaban hablando sobre algo nuevo cuando la directora Sarah entró en el aula con una pequeña niña de tres años.

—Niños, quiero presentarles a Anya —dijo sonriendo—. Ella es nueva aquí.

Anya tenía el cabello rosa claro y unos ojos grandes y brillantes. Caminó tímidamente entre los niños, que rápidamente comenzaron a murmurar y señalarla.

—¿Por qué tiene el pelo rosa? —preguntó uno de los niños con curiosidad.

—Es muy raro —añadió otro riendo.

Anya se quedó quieta, sintiendo cómo las miradas se clavaban en ella. Pero entonces, León levantó la mano y dijo con voz tranquila:

—No importa cómo sea su pelo. Todos somos diferentes y eso nos hace especiales.

"Si claro, como si tuvieras voto"

"eres igual de raro que ella"

La directora Sarah dijo: chicos. Lo importante es ser amables y respetuosos con todos.

Ya nadie mas dijo nada porque ellos entendían que la directora se estaba enfadando.

Los días pasaron que se convirtieron en una semana y nada había cambiado en el orfanato hasta ahora.

Era una tarde tranquila en la escuela. Los niños jugaban en el patio, pero León y Anya estaban un poco apartados, sentados bajo un gran árbol. Nadie parecía querer jugar con ellos, y las risas estaban lejos de sus corazones.

León miró el suelo, sintiendo que su corazón pesaba.

—¿Por qué nadie quiere jugar conmigo? —preguntó con voz baja.

Anya le dio una sonrisa tímida.

—Yo tampoco tengo muchos amigos aquí… La gente se burla de mí por mi pelo rosa.

León levantó la vista, sorprendido.

—A mí también me pasa lo mismo… La gente dice que soy raro por mi cabello blanco.

Se miraron por un momento, compartiendo esa sensación de soledad. Luego, Anya sacó un pequeño dibujo que había hecho en su cuaderno: era un sol brillante con muchos colores diferentes.

—Mira —dijo ella—. Dibujé esto porque, aunque todos sean diferentes, podemos ser como ese sol: lleno de colores únicos.

León sonrió por primera vez en mucho tiempo.

—Me gusta esa idea —dijo él—. Quizá no necesitamos a los demás para ser felices si tenemos a alguien que nos entienda.

Anya asintió con entusiasmo.

—¿Quieres ser mi amiga? —preguntó tímidamente.

León tomó aire y respondió con una sonrisa sincera:

—¡Claro que sí! Me encantaría tener una amiga como tú.

 

Desde ese momento, ambos niños dejaron atrás las burlas y la soledad. Se prometieron apoyarse mutuamente y descubrir juntos lo valioso que es ser diferente.

 

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