*DANIEL*
Cuando recibí la llamada de mi jefe, no tenía idea de lo que estaba a punto de suceder. Él me dijo que alguien quería verme en una sala de reuniones en privado, algo que me pareció extraño, pero no le di mucha importancia. Lo que sí me llamó la atención fue que cuando llegué a la sala, vi a un hombre parado fuera de la puerta. No reconocí su rostro de inmediato, pero algo en su postura y presencia me dio una sensación incómoda.
Entré, y al cruzar el umbral de la puerta, fue cuando todo se esclareció. Los padres de Sofía estaban sentados, uno en cada extremo de la mesa. No esperaba verlos allí, mucho menos a ellos dos, ni mucho menos de la manera en que estaba sucediendo. Mi corazón dio un pequeño vuelco al verlos, y mi mente empezó a trabajar rápidamente para entender qué estaba pasando.
El hombre que estaba sentado en el extremo de la mesa era, sin duda, el padre de Sofía. Su porte y mirada eran imponentes, y aunque no había dicho una palabra aún, ya podía sentir la tensión en el aire. Su madre estaba sentada a su lado, pero su presencia era más bien tenue comparada con la intensidad del padre.
Me quedé quieto por un momento, observándolos. Aunque ellos ya sabían quién era yo, aún no sabía exactamente qué buscaban de mí. Decidí no esperar más y, con una respiración profunda, hablé.
"Buenos días," dije con calma, intentando sonar lo más sereno posible. "Daniel, un gusto conocerlos."
El padre de Sofía no perdió tiempo. No hubo cordialidades ni palabras innecesarias. Su mirada fija en mí me recordó la sensación de ser observado por un depredador que esperaba detectar cualquier signo de debilidad. Sin embargo, no iba a ceder.
"Así que tú eres el famoso Daniel," dijo con voz firme, sin ningún intento de suavizar el tono. "¿Sabes lo que significa que estés aquí? ¿Lo entiendes?"
Lo miré directamente a los ojos, sintiendo la presión, pero no dejando que me afectara. Sabía que este momento iba a llegar tarde o temprano. No iba a dejarme intimidar por su actitud, y mucho menos permitir que me juzgara sin saber absolutamente nada de mí.
"Sí, lo entiendo," respondí con firmeza, manteniendo la calma. "No soy ajeno a las expectativas que tienen sobre mí, pero quiero que sepan que no estoy aquí a pelear. Solo estoy para hablar."
El padre de Sofía me observó en silencio por un momento, su mirada intensa casi penetrante. Pude ver que estaba evaluándome, buscando algo en mí, una señal, una respuesta que pudiera cambiar su opinión. Su postura no cambió, pero sus palabras no tardaron en llegar.
"Te crees muy... seguro de ti mismo, ¿no?" dijo, la crítica evidente en su tono. "No te voy a mentir, no me gusta lo que estás haciendo con mi hija. ¿Sabes lo que esto significa para nuestra familia?"
"Lo sé perfectamente," respondí, sin titubear. "Pero también sé lo que significa para mí, y no pienso retroceder. Sofía es una persona adulta, capaz de tomar sus propias decisiones."
El padre de Sofía se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada no se apartaba de la mía. Podía sentir cómo su enojo comenzaba a crecer, pero también pude notar una pequeña chispa de algo más, tal vez respeto o una incertidumbre que no había mostrado antes.
"No te creas que este será un camino fácil," dijo finalmente, con un tono más bajo pero lleno de amenaza. "Tu relación con ella no será aceptada sin más. Tienes mucho que demostrar, muchacho."
"Lo entiendo," contesté, manteniendo mi postura. "Y lo demostraré. No necesito que me acepten de inmediato, pero sí me aseguraré de que entiendan que Sofía y yo tomamos nuestras propias decisiones. No soy el chico del que tal vez esperan que me arrepienta."
Al escuchar mis palabras, vi que el padre de Sofía se quedó en silencio por un momento, y aunque su expresión no cambió, hubo algo en su mirada que, aunque no lo demostrara abiertamente, parecía reconocer que no tenía un control absoluto sobre la situación.
La madre de Sofía, por otro lado, se mantenía al margen, casi como si no estuviera completamente involucrada. La energía entre nosotros dos era palpable, una especie de batalla no verbal que solo podía intensificarse.
No iba a ceder ante él, y eso se sentía en el aire.
El padre de Sofía continuó mirándome fijamente, con una expresión seria y calculadora. Su tono se volvió aún más incisivo, como si estuviera probando cada palabra que decía, buscando alguna grieta, algo que pudiera utilizar en su contra. "Lo que no entiendo es por qué una chica como Sofía, que ha sido tan responsable y disciplinada, se ha involucrado con alguien como tú. Alguien que, por lo que he descubierto, tiene un pasado algo turbio."
Su mirada me atravesó como una lanza, pero no cedí. Me mantuve erguido, sin bajar la mirada. "Lo que me conoces de mi pasado no define quién soy ahora. Soy una persona diferente. Y Sofía sabe eso, sabe lo que soy y lo que represento. Eso es todo lo que importa."
El padre de Sofía parecía molesto, pero su expresión permaneció fría. "No sé si deba creerte. Después de todo, no es cualquier cosa involucrarse con mi hija. Y no solo eso, sino que ahora parece que está todo tan rápido, tan fuera de control."
"Todo lo que tengo con Sofía es real," respondí, mi voz firme, sin titubeos. "Nos tomamos el tiempo que necesitamos, pero no me arrepiento de nada. Si eso no les gusta, lo lamento, pero no voy a cambiar por ellos."
Dentro de mí, el pensamiento de confesar lo que realmente estaba ocurriendo entre Sofía, Mariana, Valeria, Laura y yo comenzó a rondar mi mente. Sabía que sería un caos, que probablemente sería la última cosa que este hombre podría soportar. Pero por otro lado, estaba tan cansado de las mentiras y de esconder mi verdad, esa verdad que nos unía a todos.
El silencio entre los dos se alargó, una tensión palpable en el aire. Aunque intentaba mantenerme impasible, no pude evitar pensar en que, tal vez, debía hablar ahora y revelar lo que estaba ocurriendo. A lo mejor sería un alivio, de alguna forma, enfrentar la verdad de una vez por todas, en lugar de seguir viviendo en las sombras.
El padre de Sofía se inclinó hacia adelante, su mirada se endureció aún más. "Te crees muy seguro de ti mismo, pero no entiendes lo que está en juego. No es solo mi hija lo que estás poniendo en peligro. Estás arriesgando mucho más. Yo no te daré mi permiso tan fácilmente. Y si crees que esta va a ser una relación sin consecuencias, estás muy equivocado."
Mi respiración se hizo más profunda. Sentía una presión creciente en mi pecho, no porque su amenaza me intimidara, sino porque sabía que la siguiente decisión era crucial. "Entiendo lo que dices, pero no necesito tu permiso," respondí, manteniendo la calma, pero con un deje de firmeza. "Sofía y yo tomamos nuestras propias decisiones, y las consecuencias, si las hay, las asumiremos."
Su mirada se endureció aún más, pero en sus ojos pude ver algo: una chispa de duda. Quizás estaba empezando a comprender que no estaba hablando con alguien que simplemente cedería ante sus presiones. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejar la conversación ahí.
"Voy a dejar que el tiempo lo diga," dijo con voz fría. "Pero espero que estés preparado para enfrentar lo que vendrá."
Por dentro, sabía que las cosas se iban a complicar. Si ya había tensiones con la madre de Sofía, ahora con su padre iba a ser aún peor. Pero no iba a retroceder.
Mientras me preparaba para salir de la sala, mi mente seguía dando vueltas. Sabía que había llegado el momento de enfrentar todo, de dejar de esconder la verdad. Si todo esto iba a desmoronarse, mejor hacerlo ahora, de una vez por todas. ¿Qué sería peor? ¿Revelar que Sofía no era la única en mi vida y arriesgarlo todo? O ¿seguir guardando secretos y vivir con el peso de la mentira sobre mis hombros?
La respuesta era clara. Tenía que ser honesto, no solo con ellos, sino con todos los involucrados.
Me detuve en la puerta, sintiendo una mezcla de frustración y decisión. Algo dentro de mí sabía que este momento tenía que llegar, y ya no podía seguir retrasándolo. Respiré hondo y me volví hacia ellos, dejándome llevar por una oleada de adrenalina.
"¿Saben qué?" comencé, con una firmeza que incluso me sorprendió. "Díganme todo lo que quieran, cuestionen lo que quieran, pero les voy a decir algo claro: esta es mi decisión. No solo con Sofía, sino con las tres chicas también. Todas ellas decidieron estar conmigo, y yo con ellas. Y eso no va a cambiar. Pueden estar de acuerdo o no, eso ya no me importa. Este es el camino que elegimos, y ustedes no tienen que aceptarlo, pero tampoco lo van a cambiar."
El silencio en la sala se volvió pesado. El padre de Sofía me miraba fijamente, casi como si intentara descifrarme, pero no dijo nada de inmediato. Por un segundo, la atmósfera estuvo cargada de tensión.
"Vuelve a tomar asiento," dijo finalmente, con voz grave, su tono lleno de desdén. "¿Y qué se supone que es todo esto? ¿Una relación con cuatro mujeres? ¿Qué clase de monstruo eres?"
Mi pulso se aceleró, pero no dejé que su insulto me afectara. Ya lo había anticipado, y ahora no podía dar marcha atrás.
"Monstruo, según tu definición, puede ser cualquiera que no siga el camino 'correcto' que tú has establecido. Pero déjame decirte algo: yo nunca deseé que esto sucediera. Lo que menos quería era llegar a esto. Y aunque parezca increíble, intenté enterrar todo lo que sentía por ellas. Todo, hasta el más mínimo pensamiento. Sé lo que estaba en juego, lo sabía desde el principio. Intenté apartar esos sentimientos, creí que podía mantener la distancia, que podría ignorarlos."
La rabia en su rostro creció, pero seguí adelante, cada palabra me parecía más liberadora.
"Pero cuando las chicas se abrieron y compartieron lo que sentían por mí, todo cambió. Y no pude hacer más que aceptar lo que estaba sucediendo. No quería estar en esta situación, pero aquí estoy. No solo con Sofía, sino con ellas. Y todas ellas lo saben. Este es el camino que elegimos."
El padre de Sofía dejó escapar un resoplido de incredulidad. "No me digas que estás tratando de justificarlos. ¿Cómo piensas que vas a manejar a todas ellas? ¿Cómo crees que va a funcionar algo así?"
"No lo sé," respondí con sinceridad. "Pero estoy dispuesto a intentarlo. He tomado esta decisión, y no voy a esconderme de ella. Lo que haga el resto del mundo o lo que piensen no cambiará lo que soy, ni lo que elegimos. Y sobre todo, no va a cambiar lo que somos, los cinco. Sé que esto no es fácil de entender, pero ustedes no tienen que aceptarlo, ni siquiera tienen que comprenderlo. Simplemente tienen que respetarlo."
Los tres se quedaron en silencio, mientras la madre de Sofía se veía claramente molesta, pero su esposo no dejaba de mirarme, buscando algo en mis palabras, algo que lo hiciera dudar. "Y si esto se descubre," dijo, "si las cosas se salen de control, ¿estás dispuesto a asumir las consecuencias?"
"Sí," respondí sin vacilar. "Estoy listo para enfrentar todo lo que venga, y lo haré con ellas a mi lado. Como ya dije, no se trata de lo que piensen ustedes o cualquier otra persona. Si vamos a enfrentar este caos, lo haremos juntos."
El padre de Sofía no dijo nada más, pero sus ojos ardían con una mezcla de frustración y confusión. Había lanzado su desafío, y ahora solo quedaba esperar su reacción.
El silencio se alargó en la sala mientras el padre de Sofía me miraba, como si intentara encontrar alguna grieta en mis palabras, algo que pudiera usar para derribar mi postura. Su rostro se había transformado en una mezcla de ira contenida y desdén, y no parecía dispuesto a ceder ni un milímetro.
"¿Qué demonios le metiste en la cabeza a mi hija para que aceptara una porquería de esta magnitud?" Su voz era grave, cargada de desprecio. "Una relación con cuatro mujeres, Daniel. No solo eso, sino que mi propia hija está metida en medio de esta asquerosa y ridícula historia. ¿Qué clase de hombre eres para manipular a mi hija de esta forma?"
Lo que sentía por sus palabras era un torrente de indignación, pero no iba a dejar que me arrastrara a una pelea que ya había decidido. Mantuve la calma, aunque por dentro la frustración y la rabia no se detenían.
"Fue Sofía quien me convenció, junto con las otras chicas. No fue algo que las obligara o las presionara a hacer, de hecho, al principio, ni siquiera quería aceptar esta situación. De verdad, quise decir que no, pero todo cambió cuando las cuatro estuvieron de acuerdo. No estoy arrepentido, ni lo estaré. Nos sentamos, hablamos, nos expusimos nuestras ideas, y aceptamos lo que esto significaba, sin rodeos. Sabemos lo que está en juego, lo que implicará, las peleas, los desacuerdos, las tensiones que podrían surgir, los errores que todos podemos cometer, pero lo aceptamos porque confiamos los unos en los otros. Y eso es lo más importante: confianza. Si eso no es suficiente para ustedes, entonces lo que falta no es más que egoísmo por parte de todos."
Mi mirada se mantuvo fija en él, desafiando cualquier intento de menospreciar lo que estábamos haciendo, lo que estábamos viviendo. No era un acto de inmadurez, ni una decisión impulsiva; todo había sido considerado, hablado, aceptado. Si no podían entenderlo, no era mi problema.
"Nos estamos enfrentando al mundo. Y no me importa lo que piensen ustedes o cualquiera más. Hemos establecido reglas claras entre nosotros para evitar que surjan favoritismos o que alguien se sienta menos que los demás. Sabemos lo que implica esto, lo que va a pasar cuando la gente descubra lo que estamos haciendo. Sabemos que las críticas van a llegar, pero ya no hay marcha atrás. ¿Puedo cambiar lo que la gente piensa? No. Pero lo que tenemos entre nosotros, lo que hemos elegido, eso es lo único que importa."
El padre de Sofía me observaba en silencio, su respiración algo agitada, como si estuviera buscando una forma de refutar lo que acababa de decir. Pero las palabras no salían, y eso me hizo sentir más firme. Sabía que no podía convencerlo de inmediato, pero esa no era mi intención. No lo hacía para ganarme su aprobación, sino para darles a ellos, a todos los involucrados, una verdad clara: esta era mi decisión, y no iba a retractarme.
Sofía, las otras chicas, y yo estábamos en esto juntos. Y aunque el mundo entero se opusiera, lo íbamos a enfrentar como equipo, como familia.
La madre de Sofía, que hasta ahora había permanecido en silencio, cruzó los brazos y me miró con una expresión difícil de descifrar. Su mirada no tenía la misma intensidad de furia que la de su esposo, pero era dura, severa.
"Daniel, quiero entender esto de la manera más racional posible, pero me resulta imposible." Su tono era firme, aunque menos explosivo que el de su esposo. "¿De verdad crees que esto tiene futuro? Porque una cosa es que ustedes lo acepten ahora, con el calor del momento, con la emoción de sentirse especiales o diferentes. Pero dime, ¿qué va a pasar en unos años? ¿Te has detenido a pensar en eso?"
Antes de que pudiera responder, su esposo intervino de nuevo, con la voz más grave que antes.
"Sí, dime, muchacho. ¿Qué sigue después? Porque aunque el resto de las familias lo acepten, aunque eventualmente nosotros mismos lo hiciéramos—cosa que te aseguro, no pasará fácilmente—¿qué harás entonces? ¿Planeas casarte con todas? ¿Tener hijos con todas? ¿O solo es un juego hasta que la realidad los aplaste y los haga arrepentirse de todo?"
El bombardeo de preguntas continuó sin darme tregua.
"¿Quién tomará las decisiones en la relación? ¿Cómo manejarán los problemas de celos y favoritismos cuando inevitablemente surjan? ¿Cómo planeas mantener esa relación estable cuando las cosas se pongan realmente difíciles?"
"¿Y qué hay de los hijos?" La madre de Sofía entrecerró los ojos, observándome con incredulidad. "Si llegan a tenerlos, ¿qué les dirás cuando te pregunten por qué su familia no es como las demás? ¿Cómo enfrentarás el hecho de que la sociedad nunca verá esto como algo normal? ¿O es que piensas criar a niños en medio de un caos emocional?"
Respiré hondo. No podía perder la paciencia. Había esperado este tipo de reacción, pero eso no hacía que fuera más fácil de manejar.
"Me preguntan si he pensado en el futuro, y la respuesta es sí." Manteniendo la calma, los miré a ambos con la misma firmeza con la que había enfrentado a su esposo desde el inicio. "Sé que lo que tenemos no es lo convencional, pero no es una fantasía pasajera ni un capricho. Desde el momento en que aceptamos esto, lo hicimos sabiendo que no sería fácil. No somos niños jugando al amor. Sabemos que habrá momentos complicados, que enfrentaremos prejuicios, que tendremos que luchar más que cualquier otra relación convencional. Pero estamos dispuestos a hacerlo."
Hice una pausa, asegurándome de que mis palabras calaran antes de continuar.
"¿Que cómo manejaremos los problemas? Igual que cualquier otra relación: con comunicación, compromiso y respeto. Ya hemos puesto reglas claras, ya hemos tenido esas conversaciones difíciles, y lo seguiremos haciendo. No somos perfectos, pero tampoco somos ingenuos."
La madre de Sofía resopló, cruzando las piernas. "Eso sigue sin responder lo que te preguntamos sobre el matrimonio y los hijos."
Suspiré, pasándome una mano por el cabello. "Sobre el matrimonio... en nuestra situación, legalmente no podemos casarnos todos, pero eso no significa que no podamos encontrar una manera de formalizar lo que tenemos. Si en el futuro todas quieren un compromiso más serio, encontraremos la manera de hacerlo, sin importar si la ley lo reconoce o no."
Mis palabras no parecieron calmar a ninguno de los dos.
"Y sobre los hijos..." Me crucé de brazos, sintiendo el peso de su mirada sobre mí. "Si llega el momento en que queramos tenerlos, no voy a huir de esa responsabilidad. Es algo que discutiríamos entre todos, como lo hemos hecho con cada decisión hasta ahora. Y si el mundo no lo entiende, entonces que no lo entienda. Pero les aseguro algo: si llega a pasar, esos niños crecerán en un hogar lleno de amor y apoyo. Porque si hay algo que tengo claro es que no voy a permitir que mis hijos crezcan en un ambiente donde no se sientan seguros o amados."
El silencio se hizo pesado. La madre de Sofía me miraba con una mezcla de desaprobación y algo más que no lograba identificar. El padre, en cambio, aún parecía furioso, pero también algo desconcertado. Como si no supiera si seguir gritándome o considerar mis palabras.
Era el mismo tipo de conversación que tuve con Anni cuando le conté todo. Pero esta vez, el peso era mayor. No solo estaba enfrentando la incredulidad de mi hermana, sino la ira de dos padres que veían mi relación como una aberración.
Sabía que esto no terminaría aquí. Pero ya había dado mi respuesta.
El padre de Sofía apoyó ambas manos sobre la mesa, inclinándose hacia adelante con el ceño fruncido. Su presencia era imponente, pero no me moví ni aparté la mirada.
"¿Y qué pasará cuando alguna de ellas decida que ya no quiere esto?" Su voz estaba cargada de escepticismo. "Porque, por más que digas que han hablado de todo, no puedes garantizar que en unos años sigan sintiéndose de la misma forma. ¿Qué harás cuando una se canse? ¿O cuando todas lo hagan?"
"Eso puede pasar en cualquier relación," respondí sin titubear. "No importa si es una pareja o una relación como la nuestra. Los sentimientos cambian, las personas evolucionan. Pero, si eso llegara a pasar, lo hablaríamos, como lo hemos hecho hasta ahora. No estamos en esto por obligación ni por capricho, sino porque realmente queremos intentarlo."
La madre de Sofía chasqueó la lengua y negó con la cabeza. "Eres terco, ¿verdad? No me sorprende que Sofía se haya fijado en alguien como tú. Pero esto no es sólo sobre ustedes cinco. ¿Te has puesto a pensar en cómo esto afectará a las familias? Porque, aunque dices que no les importa lo que el mundo piense, tus padres, nuestros y los de las otras chicas son parte de ese mundo."
Suspiré. "Sí, lo he pensado. Y por eso estamos tomando las cosas con calma. No esperamos que lo acepten de inmediato. Sabemos que esto no es fácil de digerir. Pero tampoco vamos a dejar que el miedo al rechazo dicte nuestras vidas."
El padre de Sofía resopló, cruzándose de brazos. "¿Y si yo te dijera que no voy a permitir que sigas con mi hija?"
Lo miré sin pestañear. "No puedes decidir por ella."
Un silencio cargado se instaló en la sala. Su mandíbula se tensó, pero no pudo rebatirme. La madre de Sofía me observaba con una mirada fría, como si intentara descifrar hasta dónde llegaba mi determinación.
"Si Sofía llega a sufrir por esto, si en algún momento se rompe por haber elegido estar contigo en esta locura, ¿vas a cargar con esa culpa?" preguntó ella con seriedad.
"Por supuesto," respondí sin dudar. "Pero también sé que ella es fuerte. No estoy con una niña ingenua que no sabe lo que quiere. Sofía tomó su decisión con plena conciencia, igual que las demás."
El padre de Sofía apretó los puños. "Aún no logro entender cómo las convenciste."
Me reí por lo bajo. "Si cree que esto fue solo obra mía, entonces no conoce a su hija."
La madre de Sofía se llevó una mano a la frente, suspirando. "Esto es un desastre…"
"Para ustedes lo es," dije con calma. "Para nosotros, no."
El padre de Sofía golpeó la mesa con el puño. "¡Por supuesto que es un maldito desastre! ¡Mira lo que dices! Te jactas de que están juntos porque quieren, pero ¿qué hay de la realidad? ¡Nada de esto es sostenible a largo plazo! ¡El amor no es suficiente para mantener una relación como esta!"
"Lo sé."
Mi respuesta lo dejó en silencio.
"El amor por sí solo no basta," continué. "Por eso trabajamos en nuestra relación. Porque sabemos que hay más cosas que mantener en equilibrio. No estamos jugando. Entiendo sus preocupaciones, pero no voy a retroceder."
El padre de Sofía respiró hondo, tratando de contener su frustración. "Si crees que con palabras bonitas nos vas a convencer, estás equivocado."
"Entonces no los convenceré," dije, poniéndome de pie. "No es mi trabajo hacer que acepten algo que, de entrada, han decidido rechazar. Sólo puedo decirles la verdad y seguir adelante. Lo que hagan con esa verdad es su decisión."
Ambos me miraron con una mezcla de enojo e impotencia. Yo también me sentía agotado, pero no podía mostrar debilidad.
"Nos veremos de nuevo," dijo la madre de Sofía en un tono que sonaba más a advertencia que a despedida.
"Lo sé," respondí, antes de girarme hacia la puerta.
Esto estaba lejos de terminar.
Antes de abrir la puerta, la voz del padre de Sofía me detuvo.
"Aún no hemos terminado, Daniel."
Me giré lentamente, mirándolo a los ojos. A pesar de su enojo y frustración, su mirada era calculadora, como si estuviera evaluando mis reacciones.
"Si tanto dices que han pensado en todo, dime algo," dijo con un tono severo. "¿Qué harás cuando la sociedad los rechace? Porque no importa cuánto se quieran o cuán bien manejen su relación. En el momento en que esto se haga público, serán señalados, criticados y juzgados."
La madre de Sofía asintió, cruzándose de brazos. "No sólo ustedes. ¿Te has puesto a pensar en los hijos que puedan llegar a tener? ¿Cómo crecerán en un ambiente donde todos los verán como algo extraño, como el resultado de una relación que muchos considerarán inmoral?"
Su pregunta me golpeó más de lo que esperaba. No porque no lo hubiera pensado, sino porque, viniendo de los padres de Sofía, sonaba más real. Más inminente.
Respiré hondo. "Sí, lo he pensado. Y no tengo una respuesta perfecta, porque el futuro es incierto. Pero lo que sí sé es que, si decidimos tener hijos, no los criare en base al miedo o la vergüenza. Les enseñaremos a enfrentar el mundo con la misma seguridad con la que nosotros hemos decidido vivir."
El padre de Sofía soltó una risa sarcástica. "Palabras bonitas, pero la vida real es diferente. No podrás protegerlos de todo."
"Lo sé," admití. "Pero ningún padre puede hacerlo, sin importar el tipo de familia que tenga. Lo único que podemos hacer es criarlos con amor, con valores y con la verdad. Si un niño crece en un hogar donde es amado y apoyado, podrá enfrentar cualquier adversidad."
La madre de Sofía suspiró, como si estuviera cansada de discutir. "Eso suena muy bien, pero sigue sin cambiar el hecho de que esta relación no es normal. Y, si no es normal, será atacada."
"¿Y qué es la normalidad?" pregunté. "¿Lo que la mayoría acepta? Si todos viviéramos solo para cumplir con las expectativas de los demás, nadie sería realmente feliz. Nosotros cinco tomamos una decisión que nos hace felices. No voy a echarme atrás solo porque el mundo no lo entienda."
El padre de Sofía se quedó en silencio por unos segundos, pero luego frunció el ceño con dureza. "Dices que no te importa lo que piensen, pero en el fondo sabes que esto traerá problemas. ¿Cuánto crees que aguantarán antes de que la presión los destruya?"
Lo miré con firmeza. "No lo sé. Pero lo averiguaremos juntos."
La madre de Sofía cerró los ojos por un momento, masajeando su sien, antes de hablar con un tono más bajo. "Entonces, ¿estás dispuesto a perderlo todo por ellas?"
Su pregunta me tomó por sorpresa.
"Si el precio de estar con ellas es perder todo lo demás, ¿seguirás adelante?" continuó. "Si el rechazo de nuestras familias se mantiene, si tus padres también se oponen, si pierdes tu trabajo, si todo se pone en tu contra… ¿seguirás ahí?"
Mis manos se cerraron en puños.
"Sí," respondí con total certeza. "Porque ellas lo valen."
El silencio que siguió fue aún más pesado que antes.
El padre de Sofía se recargó en su asiento, mirándome como si intentara encontrar una fisura en mi determinación. Pero no la había.
"Vete," dijo finalmente, con una voz llena de tensión.
Asentí y abrí la puerta.
Cuando salí.
Apoyé la espalda contra la pared del pasillo, sintiendo cómo mi cuerpo finalmente liberaba la tensión que había estado acumulando durante toda la conversación.
Solté una risa baja y entrecortada. No por diversión, sino porque todavía no podía creer la intensidad de todo aquello. Había sido agotador, pero lo había hecho.