Ficool

Chapter 25 - La Gota que Derrama el Vaso

Hace 10 años:

¡Qué día tan largo ha sido este! Mis pisadas gritaban desilusionadas en cada paso que tomaba. El mugroso rechine de mis zapatos de cuero resonaba combinándose con los sonidos de la noche. Las luciérnagas chivateando, el viento silbando irritantemente bajo la luz de la luna y el sonido de las ranas croando a lo lejos ayudaba a terminar de desesperarme.

¡Siempre es lo mismo! Siempre soy yo el que debe realizar todo. Siempre soy yo el que recibe los regaños. Siempre soy yo el que recibe las burlas de la gente. Siempre soy yo el que termina humillado. Siempre soy yo el hijo rebelde y malvado. 

En contraste, Lucian siempre ha sido el bueno, el perfecto; el niño que cualquier padre hubiese querido. No importa si mi hermano se tira un pedo, mis padres le aplaudirán tal logro. Eternamente se usará la excusa de que nació débil para defenderlo a él y atacarme a mí por criticar tremendo consentimiento.

Una inmensa rabia se apoderó de mi cuerpo, mis cejas comenzaron a fruncirse al mismo tiempo que apretaba la bolsa de basura con una fuerza inimaginable. Quería gritar, berrinchar desesperado a los cuatro vientos. Este malogro tenía que irse de una manera u otra.

Di la vuelta a la esquina de la cabaña para acudir a la parte trasera. Grande fue mi sorpresa al encontrarme a Lucian esperándome. ¡¿Qué hacía este niño acá?! Lo último que quería ver en ese momento era su horrible figura.

-¿Hermano, estás bien? -preguntó inocentemente-.

Esa pregunta fue la gota que derramó el vaso. Mi mano derecha liberó su agarre dejando caer el saco de desechos al suelo, un crujido plástico seguido de un golpe sordo reverberó atrás de la casa; mis piernas comenzaron a caminar lentamente en dirección de Lucian y mis dedos se curvaron para formar un potente puño.

En mi mente todo explotó, aquel coraje resentido por más de 2 años fue liberado en un solo instante. No pensaba con claridad, solo quería ventilar mi dolor.

Con mi brazo izquierdo agarré el suéter de mi hermano mientras tensaba mi extremidad diestra para cargar hacia adelante. La cara de mi gemelo mostró un pánico descomunal mientras veía mi puño embistiendo contra su cara.

-¡Pafff! -el golpe resonó en toda el área-.

El fuerte impacto mandó a Lucian al suelo, cayó con su espalda chocando con la tierra.

-¡No juegues conmigo, hermano! -le vociferé en aquel instante-. ¡A ti nunca te han regañado, tienes a papá y a mamá comiendo de tu palma! ¡Estoy cansado de ti, ojalá nunca hubieras nacido!

Mi gemelo primero mostró una expresión de conmoción mientras usaba su mano izquierda para cubrirse la mejilla donde le había atacado. Sus ojos abiertos como platos ante la situación, y su cara más vulnerable de lo normal.

Sin embargo, después de unos segundos de procesar las palabras salidas de mi hocico, su boca comenzó a temblar formando una curva de tristeza. Su nariz empezó a moquear intensamente y lágrimas comenzaron a caer de su rostro. 

Pequeños lloriqueos de cachorro pequeño retumbaron en las paredes. De verdad se le veía muy afligido por mis palabras.

Yo, todavía enojado, observé la escena condescendiente por unos segundos. Un nudo se formó en mi estómago, mis entrañas me reprochaban por lo que acababa de hacer; un acto tan repulsivo que jamás hubiese imaginado que podría yo cometer. Una mezcla de emociones me invadía en aquel momento.

¡¿Pero acaso no se lo merecía?! ¡Toda mi vida estuve aguantando ser la sombra de un debilucho que ni siquiera puede defenderse!

El golpe que le había proporcionado a mi hermano no terminó de achacar mi enojo.

Decidí marcharme del patio trasero. ¡Lo hecho, hecho estaba! Era muy orgulloso para retractarme de mis acciones y disculparme.

Di media vuelta y empecé a caminar hacia la puerta principal de la casa. Mi hermanito Lucian quedó tirado en el piso con ambas manos tapando su rostro lleno de vergüenza y aflicción mientras seguía derramando lagrimones.

Abrí el portón de mi hogar, me dirigía directo a mi cama.

-¿Ya dejaste la bolsa de basura atrás? -escuché nada más entrar a la cabaña-.

-Sí mamá, eso hice -respondí algo indiferente y sin energías ya para otra discusión-.

-Que bueno. Ven a comer que la comida está lista.

-No, voy directo a dormir, no tengo ganas de comer.

-¿Estás seguro? -cuestionó ella con confusión en su semblante-.

-Sí, solo quiero descansar.

Crujidos en la madera eran creados por cada pisada hacia mi habitación. Un cuarto que Lucian y yo compartíamos desde los 6 años. Llegué a mi lecho y me dejé caer exhausto en el colchón. Una colchoneta que no era suave en lo absoluto, tiesa como un pedazo grueso de cartón, pero peor era nada.

No paso mucho tiempo antes de que mi hermano entrara por la puerta principal también. Me era imposible saber exactamente qué estaba pasando, pero las paredes dejan entrar el sonido casi como si no hubiese muros. 

-¡Lucian, amor! ¿¡Qué te sucedió en el rostro!? -interrogó mi progenitora muy preocupada-.

Involuntariamente, mi cuerpo entero se puso rígido esperando lo peor. Los latidos de mi corazón eran tambores que se podían escuchar claramente por toda la vivienda. Un sudor frio se formó en mi frente y cayó por mi mejilla izquierda.

-¡No fue nada, mamá! Me caí mientras jugaba afuera de la casa -exclamó mi hermano gemelo-.

-¡Ay, bebé! ¡Déjame buscarte algo para bajarte la hinchazón! -pronunció mi madre-.

¿Por qué mintió de esa manera Lucian? ¡No tenía ningún sentido la acción que acababa de tomar!

Mi hermanito caminó hacia nuestra habitación después de recibir tratamiento de parte de mamá. Apareció en el marco de la puerta y se paró por un instante, dirigió su vista hacia mí. Yo me hice el dormido y me quedé quieto como una estatua mientras mantenía mis párpados cerrados.

Mi gemelo prosiguió su camino hasta su litera donde se acostó colocándose unas sábanas para brindarse calor. Yo por mi parte seguí con mis ojos cerrados hasta que logré conciliar el sueño.

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