Saliendo de Latinoamérica… el sueño de muchos, jaja. Pinche meme todo estúpido, pero es verdad. Están bien ojete la situación… solo espero que mi mamá esté bien estos dos años que me voy.
La fila del aeropuerto avanzaba lento, con gente que corría de un lado a otro como hormigas estresadas. Dejé mi mochila sobre la cinta del escáner y miré a la oficial.
—Ponga su maleta en la cinta, por favor.
—Listo.
—¿Algo que declarar?
—Nah… solo que espero que no nos estrellemos, pero creo que no aplica.
Suspiré y me dejé llevar por la fila. Todo era monótono, aburrido. A mi alrededor, la gente hablaba por teléfono, discutía sobre horarios o miraba con cara de desesperación. Yo solo observaba, pensando en la película que había elegido para el avión: Náufrago.
Cuando anunciaron el embarque, subí al avión y, por alguna casualidad, me tocó asiento junto a una chica asiática. Trescientos asientos, y nos tocó a nosotros.
—Buen asiento, ¿eh? —dijo en japonés, bajito.
—Sí… cómodo, supongo —respondí, también en japonés, intentando sonar casual.
Se rió bajito. Asentí y dejé que la conversación muriera sola. Miré por la ventanilla mientras el avión empezaba a moverse. La ciudad se hacía cada vez más pequeña, los autos parecían hormigas, luces parpadeando.
—Joder, qué aburrido esto —me dije a mí mismo—. Tres mil metros de altura y lo único interesante es la pantalla frente a mí.
Ella miraba su tablet, pero de vez en cuando levantaba la cabeza y nuestras miradas se cruzaban. Intenté entablar conversación, pero mi sarcasmo natural me ganó:
—¿Siempre viajan tan callados o solo hoy?
Se rió y movió la cabeza. Yo sonreí, pensando que esto podía ser entretenido por un rato, nada más.
Pasaron los minutos. Todo seguía monótono: zumbido de motores, anuncios lejanos, luces parpadeando. Incluso empecé a bromear en voz baja conmigo mismo:
—Si alguien se aburre más que yo, que me lo diga, porque esto ya parece tortura.
Miré a la chica de reojo otra vez. Tenía cara de concentración absoluta. Sus auriculares puestos. Me pregunté qué haría si el avión se retrasara otras cinco horas. Probablemente se aburriría igual que yo.
Suspiré y me recosté, dejando que Náufrago me ocupara. Me imaginé a mí mismo flotando en una isla, sobreviviendo, jugando con la idea de que eso era lo más emocionante que me pasaría hoy.
Y entonces… el primer destello.
No un simple relámpago lejano, sino uno que iluminó la cabina como si fuera de día. Un rayo cayó directo sobre el motor derecho. Un estruendo ensordecedor recorrió el avión. Todo se movió violentamente.
—¿Qué carajo? —grité mientras me sujetaba del asiento. La chica gritó también, sus ojos abiertos como platos.
El avión comenzó a tambalearse, y un olor a metal quemado se coló por la cabina. Gritos, personas volando, sangre salpicando los asientos cercanos… un caos absoluto. Un brazo quedó atravesado entre un compartimento que se desprendía; un torso se volteó contra la ventana y el cristal se rompió.
—Mierda… mierda… mierda… —me repetía, tratando de no perder el control.
El fuselaje crujió como si fuera de papel. El avión se partió en tres secciones: la cola, el cuerpo central y la cabina delantera. La chica estaba a mi lado en la sección del medio. Grité mientras sentía que todo se desmoronaba a mi alrededor.
—Aguanta… joder, aguanta —susurré, aunque no estaba seguro si me escucharía o si yo mismo sobreviviría.
El mundo se volvió rojo, metal retorcido, gritos y polvo. Todo lo aburrido, lo cotidiano, lo monótono… desapareció en un instante.