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Chapter 18 - Cap 18 - El Resurgir de la Esperanza: Desesperación y el Inicio de una Búsqueda

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...

El rubio contempló a Carl, tendido en el suelo con los ojos cerrados. El niño se había desmayado, ya fuera por el dolor insoportable de la mordida, el shock de ver su propia mano separada de su cuerpo o la pérdida masiva de sangre. O quizás por las tres razones a la vez. El caso era que había perdido la conciencia, lo que, en cierto modo, fue una bendición.

El procedimiento en sí había sido brutalmente rápido y eficaz. Con la mente fría que solo años de entrenamiento mortal podían proporcionar, el rubio había acomodado al niño en el suelo y, en cuestión de segundos, calculó visualmente el punto exacto del corte. Se guió por las venas que, bajo el efecto de la infección zombi, ya comenzaban a oscurecerse y resaltar de forma antinatural bajo la piel pálida del niño. Con un movimiento preciso y despiadado, separó la parte contaminada, dejando solo lo que esperaba que fuera tejido sano.

Para Lori, que forcejeaba en brazos de su esposo, todo pareció ocurrir a cámara lenta. El destello del cuchillo, el crujido sordo del hueso, la mano de su hijo volando lejos del cuerpo... Fue una imagen tan grotesca y surrealista que su mente simplemente se negó a procesarla. Sus ojos se volvieron hacia atrás y, con un suspiro ahogado, colapsó en los brazos de Rick, desmayada. ¿Qué madre, que amara a su hijo, podría soportar semejante visión? Su cerebro eligió el apagón como mecanismo de defensa.

Rick, el sheriff, tenía los ojos inyectados en sangre e hinchados por el llanto silencioso y desesperado. Las lágrimas nublaban su vista, apenas podía distinguir la figura de su hijo tendido en la tierra, junto a un charco oscuro y creciente.

El rubio, por su parte, analizó fríamente el resultado de su acción. Había rebanado la mano de Carl en un acto de puro instinto de supervivencia, pero ahora, con la adrenalina bajando, se enfrentaba a un nuevo dilema: ¿y ahora qué?

Por pura casualidad, su mirada se posó en el muñón sangrante. La sangre brotaba a borbotones siniestros. Entonces, un recuerdo le vino a la mente: Sakura, en medio del campo de batalla, aplicando torniquetes con lo que tuviera a mano a un Sasuke herido, a un Kakashi destrozado o a él mismo. No era medicina fina, era trabajo de campo, sucio y urgentemente.

Actuando por puro reflejo condicionado, sacó la camisa que acababa de lavar en el río y que había metido en el bolsillo de su pantalón. La enrolló con decisión y la apretó con fuerza contra el muñón de Carl, ejerciendo una presión firme para contener la hemorragia.

–Sakura lo hacía así... –murmuró para sí, casi como un mantra–. También los otros médicos ninja en la guerra... Ya está. Con esto debe ser suficiente por el momento.

La presión surtió efecto; el flujo de sangre disminuyó notablemente. Pero la pregunta persistía: ¿ahora qué? Él no era médico. No tenía el conocimiento de Sakura. En ese momento, la presencia de la kunoichi médica habría sido invaluable.

Fue entonces cuando otro recuerdo acudió a su rescate: Carl ya había estado al borde de la muerte antes, herido por Otis, uno de los hombres de Hershel, que lo confundió con un venado. Según Beth, el viejo granjero había logrado salvarle la vida entonces. Si lo hizo una vez, quizás, solo quizás, podría hacerlo de nuevo. Y las posibilidades aumentarían si dejaban de perder el tiempo valioso.

Con movimientos cuidadosos pero decididos, cargó a Carl, asegurándose de no desprender el improvisado vendaje. Se acercó a Rick, quien seguía abrazando el cuerpo inconsciente de su esposa, perdido en un mar de horror e impotencia.

–Rick –dijo el rubio, con una voz más firme de lo que se sentía–. Rick. –Tuvo que sacudirlo levemente para sacarlo de su estupor–. Hay que llevarlo con Hershel. Ya lo salvó una vez... tal vez pueda hacerlo una segunda. Tú lleva a tu esposa. Yo me encargo de Carl. Vamos. Ahora.

No había espacio para dudas, ni para el duelo, ni para el shock. Solo para la acción. La carrera contra la muerte había comenzado de nuevo.

.....

Hershel, el granjero y patriarca de la propiedad, la miraba y se mecía suavemente en su silla, disfrutando de un sorbo de café tibio que su esposa le había preparado hacía apenas unos minutos. La mañana transcurría con una paz engañosa, una calma que el mundo exterior ya no merecía.

Mientras saboreaba su café, quitado de la pena, creyó vislumbrar un borrón rubio cruzando el potrero a una velocidad antinatural, viniendo desde el bosque detrás de su casa. Se incorporó de golpe en la mecedora, parpadeó incrédulo y, al abrir los ojos nuevamente, el rubio estaba ya a menos de seis metros de él, como surgido de la nada.

Hershel abrió los ojos desmesuradamente, atónito por la aparición casi mágica. Miró su taza de café, preguntándose por un instante si estaba vencido y le estaba provocando alucinaciones absurdas.

–¡Hershel, mordieron al niño! – La voz del joven, tensa y urgente, cortó cualquier duda.

Hershel desvió su mirada del rubio hacia el bulto que cargaba en sus brazos: era Carl, pálido e inconsciente. Su mirada se clavó en el muñón vendado toscamente donde antes estuvo la mano del niño. Asintió para sí mismo, con gravedad. La serenidad que años de experiencia médica le habían otorgado tomó el control. Se puso de pie con determinación.

–Por aquí – indicó con voz firme, guiando al rubio hacia el interior de la casa.

Entraron de nuevo en la habitación que había servido de quirófano improvisado la vez anterior. Entre los dos, acostaron con cuidado al niño en la cama, esa misma cama que ya conocía el dolor del pequeño.

–¿Qué pasó? – preguntó Hershel, su tono era calmado pero impregnado de una seriedad absoluta. Mientras hablaba, sus manos ya estaban trabajando, revisando con profesionalismo el vendaje improvisado y el estado del muñón.

–No lo sé, Hershel. Cuando llegué, ya le habían mordido la mano. Corté la parte que se veía... contaminada. Se la envolví para contener la hemorragia, pero no sé si sea suficiente – explicó el rubio, manteniendo una distancia respetuosa pero lista para ayudar, su voz era un eco de la gravedad que ambos comprendían.

Hershel asintió, examinando el trabajo de emergencia. –Bueno, por el momento la camiseta está haciendo su trabajo. Pero hay que limpiar y desinfectar el área del corte. Necesitará analgésicos potentes para el dolor que sentirá al despertar, antibióticos de amplio espectro para evitar infecciones y, probablemente, vacunas contra el tétanos y otras enfermedades... –enumeró el viejo, pero su rostro se ensombreció con cada palabra.

–¿Y tienes todo eso?

–No – admitió Hershel sin rodeos. –Usé una gran parte de los analgésicos la vez pasada, cuando Otis le disparó pensando que era un venado. Estoy seguro de que aún los necesita por la operación. Me queda algo para administrar por vía intravenosa; puede que baste por ahora. Pero nos faltan anestésicos. Podemos intentarlo de la forma tradicional—limpiar la herida y desinfectarla sin nada de por medio—, si me entiendes, pero tendríamos que sujetarlo con fuerza. Tampoco tengo vacunas para prevenir enfermedades, y en este caso son cruciales. Y los antibióticos para combatir infecciones... tampoco los tengo.

–Prácticamente no tienes nada – resumió el rubio, la frustración coloreando su voz.

–Exacto.

–Mierda.

–Sí – concordó Hershel.

Hershel suspiró, pasándose una mano por la cabeza. La magnitud del desafío era abrumadora. Se acercó a Carl y, con manos expertas, le insertó una aguja intravenosa para administrarle los pocos analgésicos que le quedaban. El rubio se sentó en el borde de la cama, observando al niño. Si tenían suerte, la amputación radical habría funcionado. Si no... Rick y Lori tendrían que encender la fábrica de nuevo.

De repente, la puerta se abrió de golpe. Lori irrumpió en la habitación, empujando a un lado a Rick, quien entró detrás de ella, aturdido y con el rostro demacrado por el horror.

–¿Có-cómo está? – preguntó Lori, su voz quebrada por el llanto. Tomó la mano sana de su hijo y comenzó a acariciarle suavemente el cabello, las lágrimas nublándole la visión.

Rick se situó al lado de Hershel, mirando fijamente a su hijo con los ojos hinchados y enrojecidos. El viejo granjero les repitió, con una paciencia fatigada, la misma cruda evaluación que le había dado al rubio. Cada palabra parecía aumentar el peso de la angustia que abrumaba a los padres.

–¿De dónde sacaremos todo eso? –la pregunta, sin respuesta, flotó en la habitación cargada de desesperanza.

En medio de la tensión, alguien tocó la puerta suavemente dos veces. El rubio fue el primero en volverse. Era Beth, que había estado desayunando y, al ver la expresión grave de su padre y la presencia apresurada del rubio con el niño en brazos, había intuido que algo grave ocurría. Había esperado, comiendo rápido, y ahora estaba en la puerta, su rostro era una máscara de preocupación contenida.

Poco después, el apuro de Rick y Lori por entrar la había obligado a apartarse, y ahora, al percibir que la conversación dentro había amainado, llamó de nuevo a la puerta.

Al captar la mirada de la rubia, este se levantó de la cama. Viendo que su presencia ya no era crucial, y dando por entendido que los padres necesitaban privacidad en su vigilia, se dirigió a la puerta. La cerró con cuidado detrás de él, aislando el drama interior, y se encontró con la mirada inquisitiva y llena de un significado complejo de Beth.

Bajo la mirada inquisitiva de Beth, el rubio bajó la vista y por primera vez se percató de su propio estado: torso completamente desnudo, con la piel aún húmeda del rocío matutino y el sudor de la carrera. Una sonrisa incómoda se dibujó en sus labios. Solo entonces cayó en la cuenta de que había atravesado medio bosque y llegado hasta la casa de Hershel semidesnudo, como un Tarzán rubio y fuera de lugar, e incluso había hablado así con el patriarca.

Instintivamente, cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto discreto de pudor. Beth no pudo contener una risa suave y burlona.

–He, ¿por qué te tapas? –preguntó, con un deje de diversión en la voz–. No veo nada malo.

–Tal vez tú no –respondió él, con un tono más seco de lo que pretendía–, ¿pero y tu madre y tu hermana? ¿Qué pensaría una mujer al ver a un hombre semidesnudo caminando por su casa?

Beth, lejos de sentirse disuadida, entrelazó su brazo con el de él con una naturalidad desconcertante y lo guió por el pasillo.

–No hay problema con Maggie –explicó–, no está en casa. Anda con ese ruidoso de Glenn. Y mi madrastra fue al granero hace unos minutos.

–Ya veo –murmuró él, permitiendo que lo guiara–. ¿Y adónde vamos?

–Aquí.

Beth soltó su brazo y abrió una puerta que conducía a su dormitorio. Con un empujón suave pero firme, lo introdujo en la habitación.

La estancia estaba bañada por la luz natural del sol que entraba a raudales por la ventana, iluminando cada rincón con una calidez dorada. El aire olía a limpio, con una tenue y dulce fragancia a perfume que flotaba delicadamente. La cama, de madera barnizada, estaba tendida con sábanas blancas impecables y almohadas mullidas en tonos rosa y blanco. A cada lado, sendas mesitas de noche con lámparas de base robusta. Pero lo que captó inmediatamente la atención del rubio fue el gran ropero de madera barnizada, situado cerca de la ventana a la izquierda.

Beth se acercó a él y abrió las puertas de par en par. De su interior, rebuscó entre las prendas y sacó una camiseta negra, lisa excepto por un discreto logo de un balón en el pecho. Se la tendió al rubio con una sonrisa que no llegaba del todo a sus ojos.

Él la tomó, pero su expresión fue de confusión pura. ¿Por qué Beth tendría ropa de hombre en su armario? No fue el logo lo que delató el género de la prenda, sino su corte: no estaba diseñada para acomodar las curvas de un busto femenino, y el tamaño claramente excedía las medidas de la propia Beth, quien le llegaba apenas al pecho y tenía hombros notablemente más estrechos.

Alzó una ceja, mirándola con una pregunta silenciosa pero evidente.

Ella captó su duda de inmediato y se apresuró a explicar, su voz perdiendo un poco de su brillo inicial.

–Era de mi hermanastro... –dijo, con un tono que de pronto se volvió nostálgico–. Es un recuerdo de él. Lo quería como a un hermano de verdad.

El rubio suavizó su mirada. Observó la camiseta por unos segundos, comprendiendo sin necesidad de más palabras que ese "hermanastro" ya no estaba entre ellos. Levantó la vista hacia Beth, cuyo ánimo parecía haberse apagado.

–¿Segura de que quieres dármela? –preguntó, su voz más suave ahora.

Ambos se habían sentado en el borde de la cama, el colchón cediendo levemente bajo su peso.

–Sí... –respondió ella, jugueteando con el dobladillo de su propia blusa–. Es mejor que alguien la use a que esté guardada y se llene de polvo, ¿no?

La tristeza que ahora empañaba sus ojos era palpable. El rubio sintió un impulso poco familiar de consolarla, pero sus habilidades en ese terreno eran notablemente limitadas, forjadas en un mundo donde el comfort emocional era un lujo raro. Las palabras se le atascaron en la garganta, sonando falsas y torpes incluso antes de ser pronunciadas.

En lugar de eso, optó por la acción. Se inclinó hacia ella y la envolvió en un abrazo sencillo pero firme. Beth, después de una breve pausa de sorpresa, respondió al gesto, hundiendo su rostro en su hombro con un suspiro que pareció llevar consigo el peso de muchos recuerdos.

.....

Después de un rato de compartir una calma reconfortante, ambos salieron de la habitación solo para toparse de frente con tres caras conocidas en el pasillo que iban pasando.

Eran Shane, Carol y Sofía.

Shane estaba allí porque el rumor de que Lori y Rick habían llegado llorando desconsolados a la casa de Hershel había corrido como pólvora. Carol, por su parte, era la sombra constante de su hija, y Sofía, con su curiosidad característica, había visto llegar al rubio con premura y quería saber qué ocurría.

Sofía se acercó directamente al rubio y le extendió el puño con un gesto que se había convertido en su saludo característico. Él lo aceptó con una sonrisa de orgullo, chocando su puño contra el de ella con suavidad.

–No voy a preguntar por qué sales del cuarto de una chica –comenzó Shane, con un tono que pretendía ser casual pero no ocultaba del todo su tensión–. Dijeron que Rick y Lori llegaron muy afectados por algo. ¿Sabes qué pasó?

El rubio sostuvo la mirada de Shane por unos segundos, midiendo sus palabras. –El niño fue mordido–declaró, sin rodeos.

La tensión en el pasillo se espesó al instante. Shane se irguió, y Carol contuvo el aire, llevándose una mano a la boca.

Shane abrió la boca para decir algo, probablemente una pregunta cargada de pánico, pero el rubio lo interrumpió antes de que pudiera articularla. –Pero le corté la parte mordida–aclaró, su voz era práctica, casi fría–. Si tiene suerte, vive. Y si no... bueno, no se puede hacer más.

Shane asintió lentamente, procesando la información brutal pero necesaria. Carol simplemente negó con la cabeza, sus ojos reflejando una mezcla de horror y un tenue halo de esperanza por la suerte del pequeño Carl.

–¿Algo más? –preguntó Shane de nuevo, su voz más grave.

–Sí –confirmó el rubio–. Si el niño no se convierte hoy o mañana, va a necesitar medicamentos. Varios. Antibióticos, analgésicos fuertes, quizás vacunas... Pero si quieres saber los detalles exactos, mejor ve y pregúntale a Hershel. Él es el doctor; sabe mejor que yo lo que Carl necesita.

Shane volvió a asentir, esta vez con un gesto de determinación. Sin decir más, giró sobre sus talones y se dirigió con paso firme hacia la habitación donde yacía el niño.

–Nos vemos –se despidió Sofía, dirigiéndose al rubio antes de seguir a su madre, quien ya se encaminaba también hacia la habitación de Carl, probablemente para ofrecer apoyo o simplemente para confirmar con sus propios ojos lo que había ocurrido.

Una vez a solas de nuevo en el pasillo, Beth miró al rubio. –¿Nos vamos?–preguntó, su voz suave rompiendo el breve silencio.

–Sí –asintió él.

Ambos rubios se encaminaron hacia la cocina. Una vez allí, Beth le sirvió al recién llegado lo que quedaba del desayuno familiar: huevos revueltos, un poco de jamón y una rebanada de pan. El rubio aceptó el plato sin dudar. Nunca rechazaba comida gratis; era uno de los dos consejos prácticos que Jiraiya, el Sabio Pervertido, le había inculcado durante sus años de entrenamiento, y el otro, considerable menos apropiado para repetir en compañía, involucraba a mujeres de dudosa moralidad y establecimientos de masajes.

Comió en silencio, saboreando cada bocado mientras Beth lo observaba con una sonrisa tranquila. Por un momento, en la calma de la cocina de los Greene, el peso de las mordeduras zombis, las amputaciones de emergencia y la escasez de medicamentos pareció desvanecerse, reemplazado por la simple y reconfortante rutina de compartir una comida.

.....

En la noche, un grupo significativo de personas se congregó alrededor de una fogata crepitante. Por un lado, los miembros más activos del grupo de Rick: el propio Rick, Shane, Glenn, Lori, Andrea, T-Dog, Dale, Carol y, tras mucha insistencia, Sofía. Frente a ellos, en una línea menos definida pero igualmente presente, estaban Hershel, observando con mirada penetrante a su hija Maggie (quien, a su vez, estaba sospechosamente cerca de Glenn), y Beth, quien se había acomodado junto al único elemento imparcial de la velada: el rubio, recostado contra el tronco de un árbol cercano. Beth se apoyaba en él con una familiaridad que no pasó desapercibida para su padre. Pobre hombre, si tan solo Hershel supiera que su hija mayor procedió a tener sexo con el coreano a los pocos días solo porque le entraron ganas, quizás no miraría con tanto recelo a su hija menor y al rubio.

–Rick... Siento mucho lo de tu hijo –dijo Glenn, rompiendo el silencio incómodo. Estaba sentado junto al sheriff y le dio unas palmaditas torpes en la espalda.

–Gracias, Glenn –respondió Rick, su voz ronca y sus ojos aún enrojecidos por el llanto y la falta de sueño.

–Rick, ¿para qué nos reuniste? –preguntó Andrea, dirigiéndose al corazón del asunto con su pragmatismo habitual.

Fue Shane quien tomó la palabra, su voz grave cargando el peso del anuncio. –Los hemos reunido para hablar de Carl. Lo mordieron, y aquel de allá –señaló con la cabeza hacia el rubio, que en ese momento susurraba algo a Beth y solo sonrió al ser mencionado– le cortó la mano. Funcionó, por ahora. Pero ahora no se trata de si se convertirá o no... Necesita tratamiento, medicamentos que no tenemos. Por eso los llamé.

–Entiendo –asintió Andrea–, pero eso no explica por qué estamos todos aquí.

–Bueno... –Shane carraspeó–. Rick y yo estábamos pensando en salir a buscar lo que Carl necesita y llevar a otros con nosotros como apoyo. Queríamos ver quiénes están dispuestos a ir. Hershel está aquí para explicar mejor qué es exactamente lo que se necesita.

Todas las miradas se volvieron hacia el patriarca. Hershel, que había estado observando la dinámica entre sus hijas y los forasteros, suspiró y se ajustó las gafas. Por tercera vez esa noche, enumeró la lista crítica: antibióticos de amplio espectro, analgésicos potentes, soluciones intravenosas, material de sutura, antisépticos, vacunas... Cada palabra hacía que los presentes se removieran incómodos en sus asientos. Algunos miraron hacia otro lado, fingiendo interés en las sombras que bailaban alrededor del fuego. Otros, como Glenn y T-Dog, asintieron con solemnidad, comprendiendo la gravedad.

Glenn, aunque joven y a menudo asustadizo, había demostrado ser confiable y dispuesto cuando la situación lo exigía. T-Dog, por su parte, captó la verdadera naturaleza de la "reunión voluntaria": era más una votación con una pistola metafórica apuntando a la sien. Notó demasiado tarde cómo algunos se habían alejado estratégicamente del círculo de luz, dejándolo a él y a unos pocos más en el centro. Su orgullo no le permitió retroceder entonces. 'Mierda', pensó con resignación, de todos modos tendría que salir en algún momento. Ahora o después, poco cambia. Son las responsabilidades de ser uno de los que da la cara.

Dale, el anciano pacifista, observaba con preocupación. Su edad y su rol de vigía en la caravana lo eximían tácitamente de estas misiones de alto riesgo. Otro miembro fuerte, Daryl, estaba ausente, ocupado en sus propias cacerías solitarias no muy lejos de allí.

Shane escaneó el grupo de "voluntarios" con una satisfacción sombría. Habría preferido ver más iniciativa por parte de las mujeres; significaría menos carga para los hombres y más manos útiles, como en el desastre del campamento anterior. Pero por ahora, se conformaría con lo que tenía. Se levantó del tronco donde estaba sentado, se acercó a Glenn y le puso una mano pesada en el hombro.

–Nos vamos mañana. Hagan lo que tengan que hacer antes de irnos... Tú vienes, Glenn –anunció, con un tono que no admitía réplica.

La reunión se disolvió entonces. Uno a uno, los presentes se levantaron y se dirigieron hacia sus respectivos lugares para dormir. Glenn se quedó un momento paralizado, la orden de Shane resonando en sus oídos. Al menos podrían haberle pedido su opinión, especialmente con su "novia" Maggie observando cómo lo trataban como a un recurso más que a una persona.

Los dos rubios siguieron el ejemplo. Beth y el recién llegado se estaban levantando cuando Rick se acercó. El rubio le indicó a Beth con un gesto que siguiera adelante, y ella obedeció con una última mirada de preocupación.

–Gracias –comenzó Rick, su voz cargada de una emoción genuina–. Gracias por lo de esta mañana. No sé qué habría pasado si no hubieras estado allí. Evitar que la enfermedad lo convirtiera... y por traerlo de vuelta... de verdad, gracias.

–No te preocupes, Rick. No fue nada del otro mundo –respondió el rubio con un encogimiento de hombros–. Además, si te puedo ayudar, lo haré con gusto.

Los dos hombres hablaron con una sinceridad rara en esos tiempos. Rick aún no podía procesar del todo la sucesión de eventos: su hijo baleado, luego mordido, su esposa al borde del colapso... Su propia mente se había nublado, y estaba profundamente agradecido de que el rubio hubiera actuado con una frialdad y velocidad que él no pudo reunir. Incluso sentía curiosidad por cómo se había movido tan rápido; había tardado solo segundos en ponerse de pie con Lori, y para entonces el rubio y Carl ya habían desaparecido de la vista.

–Mira... –continuó Rick, bajando la voz–. Quería ver si nos puedes ayudar con lo de mañana. Sé que es una molestia, pero necesitamos toda la ayuda posible.

El rubio alzó una ceja. No era tanto una pregunta como una súplica, y en principio no tenía problema en unirse. Ya había estado considerando salir a buscar provisiones—"chucherías", como él las llamaba—, comida extra y tal vez algún lujo perdido. Podría matar dos pájaros de un tiro. Pero siempre había un "pero".

–Rick, entiendo que quieras ayuda para Carl. Es tu hijo... –comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado–. Pero si te llevas a todos los hombres que saben usar un arma, ¿no crees que estás dejando a los demás sin protección? Hershel tiene una escopeta y Dale un rifle, pero eso no es suficiente para defender esta granja de una horda de caminantes, y mucho menos de un grupo de vivos con malas intenciones. Hay mujeres aquí, Rick. Serían botín fácil para los violadores que andan sueltos. Y la mayoría ni siquiera sabe usar un machete, y menos una pistola.

Él mismo no sabía usar armas de fuego, pero no las necesitaba. Su arsenal era otro.

–Deberían ir tres. Shane o tú; uno de los dos debe quedarse para proteger la granja. Glenn tampoco es de mucha ayuda aquí, pero sí para cargar provisiones. Es mejor moverse en un grupo pequeño que en uno grande y llamativo.

Rick meditó cada palabra. Una oleada de culpa lo recorrió al darse cuenta de su error. En su desesperación por salvar a Carl, había pasado por alto la seguridad de todos los demás.

–Yo... Hablaré con Shane sobre esto –concedió al final, su voz ahora más pensativa–. Gracias. Gracias por el consejo.

El sheriff se alejó, absorbido por sus pensamientos, dejando al rubio solo bajo la luz de las estrellas. Este último sonrió para sus adentros, pensando en las posibilidades de encontrar una botella helada de Coca-Cola y montañas de comida chatarra. Se rio en voz baja, un sonido casi imperceptible, y se encaminó hacia su tienda con las manos entrelazadas detrás de la nuca, soñando con sabores olvidados en un mundo que se desmoronaba.

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