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Chapter 19 - Capitulo 19 - ​Un Adiós Agrio y un Secreto Mortal: La Partida y la Vigilancia

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...

Shane consultó su reloj de pulsera, un resistente modelo digital que, por pura casualidad o tal vez por el meticuloso cuidado que le dedicaba, seguía funcionando y marcando la hora con precisión en este mundo desahuciado. Satisfecho con la hora, alzó la vista y, al ver que sus dos compañeros aún estaban lejos de la camioneta, pegó un grito que cortó la quietud matutina.

–¡NOS VAMOS! –Su voz, áspera y cargada de impaciencia, no dejó lugar a dudas.

Se acomodó en el asiento del conductor con un movimiento brusco, el cuero del asiento crujiendo bajo su peso. Un poco más allá, Glenn parecía una figura de desolación.

La tristeza lo embargaba tras la acalorada pelea que había tenido con Maggie apenas unas horas después de hacer oficial su relación. Lanzó una última mirada llena de esperanza hacia la casa de los Greene, anhelando verla salir, corriendo hacia él para detenerlo o al menos despedirse. Pero la puerta permaneció cerrada. Su rostro se demudó, la decepción fue un peso tangible sobre sus hombros. Arrastró los pies por la tierra como un condenado y se introdujo con pesadez en los asientos traseros de la camioneta.

El rubio, que había observado toda la escena con una leve sonrisa de complicidad, contuvo una risa al ver el melodrama del coreano. Apenas ayer hicieron oficial su relación y ya pelearon. Estaba a punto de dirigirse hacia el vehículo cuando una mano se cerró alrededor de su brazo, deteniéndolo con firmeza.

–Vamos, Beth, no voy a la guerra –dijo él, volviéndose para enfrentar la mirada preocupada de la joven-. Te juro que volveré completo.

Beth lo miró fijamente, sus ojos verdes escudriñando los suyos durante unos segundos de silencio cargado. –Sí, y muchos le dijeron eso a sus esposas antes de irse, y no regresaron. Ni vivos, ni incompletos –replicó, su voz temblaba ligeramente. –¿Y por qué vas? Mucho hiciste con salvarle la vida al niño como para que ahora arriesgues la tuya–.

'Esto es karma', pensó el rubio internamente. Un suspiro escapó de sus labios. Con suavidad pero determinación, tomó ambos hombros de Beth, obligándola a mirarlo directamente. –Prometo que regresaré con vida –aseveró, su tono era inusualmente serio. –Y también veré si te puedo traer algo–.

En ese preciso momento, la estridente bocina de la camioneta de Shane rompió el momento. El rubio lanzó una mirada cargada de fastidio hacia el vehículo, lo que solo sirvió para aumentar la ansiedad y el enojo de Beth.

–Me voy –anunció él.

Aprovechando que la distracción del claxon había desviado por un instante la atención asesina de Beth (que parecía estar intentando fulminar a Shane con la mirada), el rubio se inclinó y le plantó un beso rápido pero firme en la mejilla. Antes de que ella pudiera reaccionar, más que por la sorpresa que por el acto en sí, él ya se había desprendido y caminaba a paso rápido hacia la camioneta. Subió de un salto al asiento del copiloto-nunca había aprendido a manejar-y cerró la puerta de un golpe.

Beth se quedó plantada, una mano llevándose inconscientemente a su mejilla, su rostro era una mezcla de confusión, sorpresa y un residual enfado dirigido hacia Shane.

Dentro de la camioneta, Shane se tronó el cuello hacia los lados con un crujido audible. –Bien...–masculló. –Vámonos–.

Encendió el motor, que rugió toscamente, y aceleró por el camino de tierra, levantando una nube de polvo que se fue alejando gradualmente de la casa de los Greene. Por la ventanilla trasera, la figura de Beth se hizo cada vez más pequeña hasta desaparecer, mientras Glenn, desde el asiento de atrás, no apartaba la mirada de la casa de su novia, su perfil era la viva imagen de la melancolía y el arrepentimiento.

.....

Había pasado siete minutos desde que los tres partieron de la granja, y un silencio denso y incómodo se había apoderado del interior de la camioneta. Shane conducía con la mirada fija en el camino polvoriento, sus manos firmes sobre el volante. El rubio, en el asiento del copiloto, observaba los potreros amarillentos y secos que se extendían a ambos lados, un paisaje marchito bajo un sol implacable. En la parte trasera, Glenn estaba sumido en una profunda melancolía con la cabeza gacha, repasando mentalmente la pelea con Maggie. Por primera vez en su vida había conseguido una novia, y sentía que, sin haber hecho nada realmente malo, ya lo había echado todo a perder.

Después de recorrer una buena distancia por el camino de tierra que conducía a la granja de Hershel, llegaron al cruce donde la tierra dio paso al asfalto desgastado de la carretera. Shane giró a la izquierda sin reducir la velocidad, y continuaron su trayecto hacia el pueblo donde, con un poco de suerte, encontrarían una farmacia con al menos parte de lo que Carl necesitaba desesperadamente... y quizás algo para ellos también.

.....

Minutos después, el rubio divisó a su lado un letrero descolorido que anunciaba el pueblo a 40 metros. Dio un par de toques secos con los dedos en el codo de Shane.

–Aquí está bien –indicó, su voz rompiendo el silencio por primera vez.

–Sí –asintió Shane lacónicamente.

Accionó las marchas con precisión y orilló la camioneta con cuidado, saliendo completamente de la calzada y ocultándola parcialmente tras unos arbustos resecos. Glenn, sacudido por el cambio de velocidad y la detención, alzó finalmente la cabeza.

–¿Qué pasó? –preguntó, desconcertado.

–Caminaremos desde aquí –explicó Shane, abriendo su puerta y rodeando el vehículo hasta la parte trasera.

Abrió la caja de la camioneta y sacó su mochila, ya preparada con provisiones esenciales y, lo más crucial, las armas. Glenn, aún confundido, se bajó y repitió su pregunta.

–¿Por qué?–

–Porque llamaremos mucho la atención entrando en carro –respondió el rubio, que ya estaba fuera, ajustándose a la espalda una mochila vieja que llevaba entre los pies. La colocó de manera que quedara ceñida pero cómoda, ni demasiado floja ni ajustada, lo justo para que no fuera incómodo.

–El rubio tiene razón –apoyó Shane, cerrando la caja con un golpe seco. –No sabemos si ese lugar es un nido de caminantes o si fue tomado recientemente y sirve como base momentánea para otros grupos–.

Le extendió a Glenn una pistola compacta, un modelo de bolsillo. El joven coreano la tomó casi por reflejo, sintiendo el peso frío del metal en su mano.

–Ya sabes –dijo Shane con un tono que pretendía ser tranquilizador. –Apunta y dispara. Nada difícil. Y trata de darles en la cabeza–.

Glenn parpadeó varias veces, mirando fijamente el arma antes de sostenerla con más firmeza. Luego, volvió a los asientos traseros para sacar su propia mochila, que por sugerencia de los otros dos también había traído. Pronto se unió a Shane y al rubio, que ya comenzaban a adentrarse a pie por fuera de la carretera, usando la vegetación como cobertura.

Tras un tramo de caminata silenciosa y alerta, la entrada del pueblo se divisó a lo lejos: un simple arco de metal oxidado y un letrero desgastado con el nombre del lugar, que ninguno se molestó en leer. Shane se agachó, se quitó la mochila y sacó unos binoculares, escudriñando la "entrada" del pueblo con atención.

–¿Algo? –preguntó el rubio en un susurro, agachado a su lado.

Los dos estaban agazapados detrás de una pequeña elevación del terreno, una especie de colina baja, camuflados por las hojas secas del suelo y los árboles circundantes. El rubio, previsor, se había quitado su característica chaqueta naranja y ahora vestía una camiseta verde oscuro con manchas que le habían prestado del grupo de Rick-algo similar a un patrón militar-, junto con unos pantalones negros y botas militares del mismo color. Amaba el naranja, pero no era tonto; sabía que en misiones como esta era un blanco ambulante.

–No... por el momento no –respondió Shane, sin bajar los binoculares, ahora pecho a tierra para minimizar su silueta.

Se habían movido paralelos a la carretera, siempre entre los árboles, evitando la ruta obvia. Entrar e ir por la calle principal sería tan estúpido como llegar en carro.

–Bien, este es el plan –anunció Shane en voz baja, guardando los binoculares. –No entraremos por la puerta principal. Buscaremos otro punto de entrada. Luego, nos movemos sin hacer ruido y nos dirigimos a la farmacia. Según Hershel, debemos tomar la calle recta y después doblar a la derecha, seguir derecho hasta ver el letrero que dice "Farmacia". Pero no vamos a entrar directamente. Primero, busquemos un lugar por el lado derecho del pueblo que nos lleve a la calle que va hacia allá. Yo iré adelante, Glenn en el centro, y tú, rubio, irás atrás, cubriéndonos la retaguardia. ¿Ok?–

Glenn, que había estado observando el pueblo con nerviosismo, asintió con determinación. El rubio también asintió, su expresión seria.

–Ok –confirmó Shane-. Vamos.

Con movimientos sigilosos, los tres se adentraron en los límites del pueblo, abandonando la relativa seguridad de la arboleda para sumergirse en el silencioso y potencialmente mortífero desconocido.

.....

En la granja, la calma era un bien preciado y frágil. Un pequeño pájaro, aparentemente un colibrí de cola de espátula-el más hermoso y peculiar entre su especie-, se posó en una rama cerca de la ventana de Beth. Desde allí, observó a la joven, quien estaba absorta en la lectura de un pesado libro de veterinaria que había pertenecido a Hershel. En un mundo sin internet, cualquier distracción era bienvenida. El colibrí, satisfecho al verla tranquila, asintió casi imperceptiblemente y emprendió el vuelo, surcando el cielo para sobrevolar los límites de la granja.

Pero este no era un colibrí cualquiera. Era un clon de sombra transformado, dejado allí por el rubio como una niñera escondida, un guardián invisible para Beth y toda la familia Greene. Su vigilancia también se extendía a Sophia y al grupo de Rick, pero su prioridad era claramente Beth, la única con quien había entablado una conexión genuina, seguida de lejos por Rick, con quien había tenido algunas conversaciones cordiales pero que no llegaban a la amistad, solo conocidos que se llevaban bien.

Como extensión del "original", el clon entendía que la supervivencia de los Greene hasta ahora había sido una cuestión de suerte, un recurso que sabía finito. Por eso, él era el can guardián silencioso, listo para arrancarle la cabeza a cualquiera que intentara algo "gracioso", especialmente dirigido hacia Beth o contra ese tipo-cuyo nombre ya había olvidado-que siempre merodeaba alrededor de la joven, buscando su atención pero siendo constantemente eclipsado por la presencia del rubio. Por eso, lo mantenía bajo estricta vigilancia.

Mientras volaba, su mirada se posó en el granero. Descendió en picado y se coló por una ventana superior, posándose en una viga para observar el interior. Ayer, cuando el "original" había regresado con el venado como tributo para Hershel, había visto a la señora de la casa, Annette, salir con disimulo hacia el granero poco después de que la carne fuera repartida, y regresar poco después sin ella. No era la primera vez que observaba un comportamiento similar; antes había visto a Beth y a Maggie hacer lo mismo. La curiosidad lo carcomía.

Esa misma noche, recordó, el rubio (él mismo, pero el original) se había levantado con sumo cuidado de la cama de Beth-sí, esta vez dormía en una cama decente porque ella lo había invitado, y entre eso y el suelo, la elección era obvia-y había salido por la ventana hacia el granero para resolver el misterio. Siendo honesto, el rubio esperaba encontrar a Hershel criando un león, un oso o incluso un tigre. ¿Pero quién hubiera imaginado que el hombre estaba domesticando zombis? Había vuelto a la cama y dormido satisfecho, el enigma resuelto.

El clon, ahora en forma de colibrí, alejó el fragmento de memoria y centró su atención en el presente. Vio cómo la puerta del granero se entreabría ligeramente y alguien lanzaba un trozo de carne al interior antes de cerrarla de nuevo rápidamente. El tintineo metálico de las cadenas al tensarse resonó en el silencio polvoriento.

El pequeño "colibrí" observó la escena con profunda desaprobación. Voló hacia abajo para identificar al autor de semejante estupidez. Fue Jimmy, quien se alejaba con las manos en los bolsillos, tan campante, como si no hubiera hecho nada potencialmente catastrófico.

Al clon le dieron ganas de transformarse en un pitbull-no recordaba la raza exacta; para él todos los perros se categorizaban simplemente como pequeños o grandes-. En su mente surgió la imagen de un monstruo en miniatura de pelaje café, ojos pequeños y feroces, orejas cortas, una expresión facial que prometía una mordida dolorosa y un cuerpo tan musculoso que parecía inyectado con esteroides. Imagino correr hacia Jimmy, ladrando ferozmente, dando un susto de muerte y, tal vez, propinándole un mordisco bien puesto en el trasero. Estaba seguro de que el pobre se orinaría encima.

El "colibrí" hizo lo que pudo por reír internamente ante su propia imaginación, un leve viboreo siendo el equivalente aviar de una risita. Finalmente, sacudió sus pequeñas alas y se elevó de nuevo, decidido a ir a ver qué estaba haciendo Beth. Su deber, después de todo, era velar por ella.

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