Ficool

Chapter 29 - Bajo las llamas de la guerra: capitulo 2

—Me alegra verte como en los viejos tiempos —sonrió con una delicadeza que parecía un disfraz—. Respondiendo a tu pregunta, sí, me ha ido bien desde entonces.

Liliana ladeó la cabeza, midiendo cada palabra que oía, como si pesara su valor antes de aceptarlas. Luego sus ojos se clavaron en Estefan, y en su mente comenzó la ceremonia que reservaba solo para sus enemigos.

—Estefan Bernard, ¿no es así? El detective estrella del reino. Qué inesperado que vengas.

La sonrisa que dibujó era hermosa y cruel, pero él no se inmutó; sabía que eso formaba parte del juego.

—Liliana —respondió con calma—. Sé que tu tiempo es valioso, pero las circunstancias también lo son. Hay muchas preguntas abiertas en mi investigación… y pensé que la mujer más sabia del reino podría ayudarme.

Un brillo fugaz cruzó la mirada de ella, como si disfrutara demasiado de una obra donde ambos conocían el final.

—Lo sabes mejor que nadie: siempre me ha gustado un buen misterio. Adelante, detective, veremos si puedo iluminarte.

Con gestos calculados, sacó una caja de cigarrillos y encendió uno. Cada bocanada parecía parte de su estrategia para enfrentar a quien, años atrás, había sido su señora. El humo se enroscó a su alrededor como una cortina que era incapaz de ocultar el desafío que ardía en sus ojos.

—Entonces, princesa Liliana, ¿puede contarme más sobre su relación con el reino de Saint Morning? Hace once años, usted dejó su hogar buscando un futuro… pero tengo algunas dudas —su voz sonó clara y segura.

—¿Mi respuesta calmará su estupidez y le será de utilidad? —preguntó ella con un dejo de burla—. Además, ¿por qué debería dar detalles sobre mi vida privada?

—Mi trabajo es encontrar las piezas y unirlas. La verdad es la única moneda que acepto en mi oficio —respondió sin perder el ritmo—. Y además hay una pregunta que no logro apartar: si usted se considera una Winter, ¿por qué no asistió al funeral de su familia?

Aparentemente imperturbable, Liliana dejó entrever una fisura en su máscara de serenidad.

—Tienes valentía, eso no lo voy a negar, detective — dijo Liliana, sin romper la calma de su voz.

Luego se puso en pie sin romper el contacto visual y cruzó la sala con la calma de quien está segura de tener el control. Se detuvo frente a un bar personal, acariciando las botellas como si escogiera sus mejores armas. El cristal tintineó apenas cuando sirvió el licor. Tres copas reposaron, alineadas, sobre la mesa.

Ester aceptó con una sonrisa ligera, como si beber fuera un pacto silencioso antes de que todo empeorara en Roster.

Liliana, en cambio, solo sostuvo la suya, haciendo girar el líquido como quien calcula un próximo movimiento.

Mientras Liliana giraba la copa entre los dedos, el corazón de Estefan golpeaba con fuerza, consciente de que aquel intercambio de miradas era más peligroso que cualquier interrogatorio.

Ester, inquieta por la dirección que tomaban los planes del detective, le murmuró:

—Necesitas recuperarte… ¿olvidaste nuestro objetivo?

Estefan dejó escapar un leve suspiro, y en ese instante la tensión que la rodeaba pareció diluirse. Luego alzó la copa, observando cómo el líquido ambarino atrapaba la luz.

—Espero que no hayas envenenado las bebidas —bromeó Estefan, dejando caer una risa leve que no borró el peso en su voz.

—No te preocupes —replicó ella, sin apartar los ojos del remolino dorado en su copa—. Dudo que el veneno tenga efecto en ti. Somos viejos amigos… así que, tranquilo: nada malo ocurrirá.

Sus labios se arquearon en una sonrisa lenta, como si dentro de ese brillo Liliana hubiera escondido una amenaza invisible.

Al sentir el líquido acariciar su paladar, Estefan fue arrastrado a un rincón oscuro de su memoria.

Ambos tenían apenas cinco años.

Liliana, la pequeña princesa, estaba rodeada por un anillo de caballeros que la protegían de todo peligro.

Él, en cambio, habitaba en su sombra: sirviente ocasional, aprendiz de caballero, y testigo mudo de cada uno de sus movimientos, como si estuviera condenado a observarla.

Aun así, había algo en ella que ya imponía autoridad.

Había noches en que escondía su rostro tras una máscara de porcelana y permanecía sentada e inmóvil, como una muñeca dispuesta a moverse en cualquier momento.

En la habitación, el único sonido era el eco de un reloj, que marcaba cada segundo como una advertencia.

Aquella imagen bastaba para sembrar el temor en quienes se atrevían a mirarla a los ojos.

Quienes no cumplían con sus expectativas terminaban de rodillas, suplicando miserablemente por sus vidas.

Ella los escuchaba en silencio, dejando que el miedo fermentara en sus voces.

Entonces, con un susurro de promesas que sonaba a salvación, les ofrecía una salida…

Una salida que siempre escondía un precio.

Con una copa de vino en cada mano, ella se erguía como juez implacable.

El cristal capturaba la luz, tiñendo de rojo las paredes como si fueran un presagio.

—En una yace la vida y en la otra la muerte. Elijan bien. Solo uno de ustedes obtendrá mi perdón —anunciaba con voz fría, casi infantil, pero tan segura que helaba la sangre.

Sus víctimas bebían con desesperación, como si en aquel líquido fuera su última esperanza.

El placer se dibujaba en la mirada de Liliana mientras sus rostros se distorsionaban de dolor.

A pesar de su apariencia angelical, era todo lo contrario: su éxtasis solo se apagaba al ver la sangre, espesa y repugnante, manchando su alfombra.

—Nos… prometió… que uno sería perdonado —susurraba alguno, ahogándose en su miseria.

Estefan sonrió al rememorar aquellos momentos tan comunes.

Pero su sonrisa se apagó al recordar lo que no podía perdonar: que Liliana hubiera envenenado a Ester.

El pensamiento aún ardía en su corazón y, sin embargo, al mirarla, sintió que algo dentro de él cedía sin permiso.

El miedo volvió a traicionarlo.

—Ser una princesa implica no solo heredar un legado, sino comprometerse a proteger el reino de futuras guerras.

Mi madre me enseñó que debo salvaguardar esta paz… y que los errores del pasado no vuelvan a repetirse.

Ir a Saint Morning me sirvió para encontrar a esos posibles enemigos.

—Si prefieres no entrar en detalles, está bien —dijo él, dejando el vaso vacío sobre la mesa—, pero ¿cómo te enteraste del secuestro del rey?

En ningún momento te informé, y mucho menos recuerdo haberte dado la dirección exacta de la escena.

Esto me resulta muy sospechoso.

La tensión creció.

La imperturbabilidad de Liliana avivaba la ira en Estefan; había visto a muchas personas quebrarse bajo presión, pero ella parecía hecha de mármol. Su mirada, inexpresiva, era su mayor defensa.

—¿Qué estás insinuando, detective? —preguntó con un tono inquietante.

—Es demasiada coincidencia que, pocos días después de tu regreso a Roster, se llevara a cabo la ceremonia de los fundadores… justo cuando la hostilidad con el norte era evidente.

Y en esa ceremonia, el rey fue raptado.

Por razones obvias, la sospecha se dirige directamente al duque, y no hacia ti.

Dime, ¿por qué elegiste regresar ahora?

Aún me intriga más que no hayas movido un solo dedo para buscar al rey.

Hizo una breve pausa, acercándose con cautela.

—Como dijiste, no me corresponde indagar en tu vida privada.

Pero lo que sí me preocupa es que el caso de Ethan no se esté tratando en el consejo.

Desconozco tus intenciones, Liliana, pero algo tengo claro: la señora Estela habría hecho todo lo posible por encontrar a su pequeño.

No puedo comprender tu actitud… y temo que el rey esté atravesando momentos difíciles.

Estefan dejó que el silencio se extendiera, esperando que sus palabras cortaran como cuchillas.

—¿Y qué hay del caballero ejecutor? —preguntó Liliana, ladeando apenas la cabeza, como si evaluara una pieza de ajedrez—.

Él también estaba en la escena del crimen poco después…

¿Acaso me dirás que fue una coincidencia?

¿No te parece extraño que, después, eliminara a los caballeros que envié?

Quizá el ejecutor tiene más interés en este asunto de lo que aparenta.

—No intentes desviar el foco de atención —replicó Estefan con firmeza—.

No sabes qué sucedió en ese momento.

El comandante de la guardia real tuvo una confrontación con tus hombres, y todos sabemos que ellos solo rinden cuentas a la familia real.

Se les ordenó retirarse. Poco después apareció el ejecutor… y sí, les dio un ultimátum.

Hizo una pausa, sin apartar los ojos de ella.

—La confrontación entre el ejecutor y el comandante sigue latente.

Pero no intentes manchar la fidelidad de los caballeros del reino… mucho menos de la fuerza más poderosa que tenemos.

Si fuera tú, estaría preocupada.

El ejecutor te tiene en la mira como posible sospechosa.

Y no olvides algo…

No importa que seas la princesa del reino. Si ante sus ojos eres culpable…

tu cabeza rodará.

—Tus acusaciones, detective, te pueden costar la vida. Faltar el respeto a la familia real ya es cavar tu propia tumba… pero, por nuestra vieja amistad, lo pasaré por alto.

Al terminar, sus ojos se fijaron en Ester, que hasta ese momento no había intervenido.

—Ester, lo sabes mejor que nadie: no puedo actuar a voluntad. Aunque sea princesa, mi poder es limitado.

Tengo entendido que posees el emblema real… y ese objeto te da autoridad para movilizar a los caballeros del reino. Incluso a los Soldados de Fuego, que solo se desplazan cuando la guerra está cerca.

Puede que pronto los necesitemos para calmar las inquietudes de los ciudadanos… cuando se enteren de que el rey fue secuestrado.

—Liliana… puede que no te conozca como Estefan, pero a mí no me engañarás. Lo que buscas es el emblema.

Liliana sonrió, como quien acepta una verdad que le favorece.

—Sin tu emblema y mi poder como princesa, no podremos desplegar ni la mitad de las tropas.

Si deseamos traer a Ethan a salvo, no es momento de dudar. Este apoyo mutuo… es necesario.

Estefan, aunque no intervino, reconocía que las cosas estaban a favor de Liliana. Si Ester accedía, ella aumentaría su influencia para reclamar el trono. Quiso decirle que no… pero cada segundo perdido acercaba a Ethan a la muerte.

—Liliana —dijo Ester—, esta es la cuarta vez que nos vemos. La primera, cuando viajé a Saint Morning en invierno, para traer la medicina de mi señor. La segunda, cuando te encaré para saber si estabas de nuestro lado. La tercera, en la ceremonia de los fundadores… y ahora, esta es la cuarta vez.

Tal como te dije aquella noche, espero que estés de nuestro lado. Porque si me mientes… tendré tu cuello bajo mi espada.

Estefan creyó ver cómo Liliana desvió la mirada, como si evitara cruzarse con los ojos de Ester. Fue un gesto tan fugaz y extraño que casi le arrancó una sonrisa. Aunque… quizá era solo su imaginación, producto del cansancio y del traje arrugado que aún llevaba desde la ceremonia de los fundadores.

—Entonces… ¿aceptas mi oferta?

Ester no se inmutó; su mirada, firme como una muralla, fue toda su respuesta. Aunque sabía de antemano que aquella ayuda era, en realidad, una trampa disfrazada, la aceptó, pues las circunstancias le dejaban sin más opciones.

Horas después, el ejército de la capital emprendió la marcha rumbo al norte. Sin embargo, antes de alcanzar su objetivo, Ester debía sortear un último obstáculo: convencer al duque de los Lobos de permitirles atravesar su territorio.

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