Martes 15 de abril.
Desperté hoy. No pensé que podría dormir después de todo lo que pasó estos últimos días. Aún no sé cómo terminé aquí, y sinceramente... solo quiero volver a casa. Pero no he encontrado la forma.
Me puse la misma sudadera roja de siempre y el pantalón negro que, para ser honesto, nunca me quito. Suelo dormir sin ellos, pero hoy Scott estaba al lado. Hubiera sido raro.
Él ya estaba despierto.
—Buenos días, Edd —dijo con tono sarcástico mientras se rascaba la cabeza—. Al parecer dormiste bastante bien... porque son las diez de la mañana.
—¿Y tú cómo sabes la hora? ¿Aquí funciona igual?
—No, le pregunté a Susie. Al parecer el tiempo aquí corre diferente... en el mundo real —o el no-real, ya no sé cómo llamarlo— todavía es madrugada.
Eso me sorprendió, pero otra cosa me llamó aún más la atención.
El chico que dejé entrar anoche, de sudadera gris y cabello similar al mío... Igor.
Ya no estaba.
—¿Dónde está Igor?
—¿Quién? —preguntó Scott, justo mientras le robaba una manzana a Susie con la naturalidad de quien lleva años ahí.
—El tipo que dejé entrar anoche. Parecía de nuestra edad. Y ahora ya no está.
—¿Dejaste entrar a alguien aquí, en un pueblo que no conocemos? Wow.
Ese tipo siempre tan despreocupado.
—Olvídalo, seguro se fue en la mañana.
—Yo creo que lo imaginaste. Si realmente alguien más hubiera estado aquí, me habría dado cuenta.
—Claro. Con lo dormido que estabas, un terremoto no te habría despertado.
En ese momento, Susie apareció desde la parte delantera de la tienda, justo cuando nos escuchó hablar.
—Oiga... ¿usted conoce a alguien llamado Igor? —preguntó Scott, esta vez algo más serio.
—¿Igor? —repitió mientras sacaba un cepillo que apenas usaba, intentando arreglar un poco su cabello que asomaba bajo la capucha—. No, no me suena. Aunque tampoco conozco a todo el mundo por aquí. Tal vez no encontró refugio.
Esa palabra me hizo ruido.
—¿Refugio? ¿Por qué necesitaríamos eso en la noche?
—Ah, bueno... por las Sombras. A veces aparecen cuando cae el sol. Atormentan a la gente. Y sí, pueden hacer daño.
—Igor me mencionó algo parecido...
Antes de que pudiera seguir con la conversación, alguien abrió la puerta con fuerza. Era Stan, el guardián que nos trajo a esta ciudad.
—¡Por fin los encuentro! Busqué por todos lados, maldita sea...
Scott lo miró con recelo. Se notaba.
—¿Qué? ¿Ayer no los maté, cierto? Entonces no me miren así. ¡Vamos! —rió Stan, como si todo fuera un chiste.
Susie se despidió de nosotros con un gesto amable. Salimos con Stan. Scott parecía tranquilo, aunque notaba que aún estaba inquieto. Supongo que el shock todavía lo tenía sacado de onda. Yo, por otro lado, solo quería creer que todo era un mal sueño.
Como si leyera mi mente, Scott preguntó:
—Señor Stan... ¿cómo volvemos a casa? De verdad necesitamos regresar antes de que alguien empiece a preocuparse.
Stan se detuvo en seco. Aunque solo podíamos ver sus ojos blancos brillando entre la sombra de su capucha, su mirada se volvió grave.
—No pueden. El Dreamscape ha estado... fallando. Las cosas aquí ya no funcionan como antes. No lo controlamos del todo.
—¿Cómo que fallando? —preguntó Scott, alarmado.
—Lo que pasa es que ni siquiera deberían haber entrado. La puerta que vieron, oculta en el suelo... nadie debería poder verla. Pero hubo un error. Una falla. Ustedes la vieron, y ahora están aquí.
Me mantuve en silencio, escuchando con atención.
—Miren... hay una profecía. Habla de una persona, llamada Edd, que resolvería todos los problemas de este lugar. Sí, ya sé que suena a cuento viejo... pero ahora, con todo lo que está pasando, y tú aquí, Edd... bueno, la gente empieza a creer que es real.
Levanté la cabeza, confundido.
—¿Qué tipo de problemas?
—El rey de este lugar... ya no puede mantener la realidad como antes. Y cuando el poder se debilita, la gente empieza a desconfiar. Quieren reemplazarlo. El Dreamscape entero está al borde del colapso.
Pause para procesarlo, pero noté que el cielo era de un color mas bajo.
—¿Notan eso? —dije sin pensarlo—. El cielo se ve... raro.
Stan apenas giró un poco la cabeza.
—Sí. Es señal de que el corazón del Dreamscape se está inestabilizando. Antes no pasaba. El cielo nunca bajaba tanto.
—¿Y a dónde vamos? —preguntó por fin Scott.
Stan se detuvo un segundo, como si considerara si debía decirlo o no.
—A ver al Oráculo.
—¿El qué? —pregunté, dudando si lo había escuchado bien.
—El Oráculo es lo único que podría tener una respuesta ahora. O al menos eso espero. Vive en los bordes de la ciudad, cerca del Límite.
—¿Límite? ¿Qué límite?
—El de la realidad —respondió simplemente Stan.
Scott y yo intercambiamos miradas. Ninguno sabía si eso era una metáfora o algo literal.
—¿Y qué se supone que hará ese Oráculo? —preguntó Scott, frunciendo el ceño.
—Quizás nada. Quizás algo. Nadie entiende al Oráculo. Pero si hay alguien que puede explicar por qué ustedes están aquí... o cómo podrían volver a casa... es él.
La idea de volver a casa me hizo caminar un poco más rápido, aunque una parte de mí dudaba si realmente quería respuestas. Porque mientras más respuestas encontrábamos... más confuso se volvía todo.
El cielo seguía bajando.
Gael
Gael resolvía a toda prisa uno de los ejercicios de matemáticas que el profesor había dejado de tarea. Estaba a punto de entregarlo sin la firma de sus padres, sabiendo perfectamente que no la aceptarían así.
—Aquí está la tarea —dijo, extendiéndola con desdén.
El profesor la tomó sin mucha expresión, pero lo miró fijamente, como si analizara cada uno de sus movimientos. Con voz seca respondió:
—No tiene firma. No puedo recibir esto.
Gael estaba a punto de replicar. Lo hacía siempre. Discutía por cualquier cosa con ese profesor. Solía hacer la tarea a último momento, y más de una vez había intentado la vieja técnica de pedirle a sus padres que firmaran primero para después hacer el trabajo, aunque nunca había tenido éxito con este maestro en particular.
Justo cuando abría la boca para empezar su reclamo, una prefecta entró al salón con paso firme.
—Buenos días a todos —dijo, y luego hizo una breve pausa, bajando un poco la voz—. Bueno... como ya saben, hay dos alumnos de este salón que están desaparecidos.
El comentario hizo que Gael se quedara en silencio. Por un instante pensó en soltar un chiste sarcástico, pero algo en el tono de la prefecta lo hizo callar.
—Ayer se sumó un tercer desaparecido. No es de este salón, pero sí de la escuela. Se llama Henry. Solo les pedimos tener mucho cuidado. Nadie sabe aún qué está ocurriendo.
Desde su pupitre, James escuchaba con atención. No apartaba la vista de la prefecta. Recordó de inmediato lo que pasó en la tienda de videojuegos... cómo el vendedor desapareció frente a sus ojos. Nadie le creyó, y hasta él mismo empezó a dudar.
Pero ahora no. Algo está pasando. Y James lo sabía.
De vuelta a Edd