Ficool

ECOS DEL EMOCIRITU

Ascalapha
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Synopsis
"A esta historia le eché más ganas, así que, ya saben, no se vale copiar, pero pueden inspirarse y leer los primeros capítu..." Una mano la sujetó por la espalda y la arrastró fuera del cuarto en un instante. El público se quedó boquiabierto, mirando la puerta. De pronto, la misma persona se paró en el lugar de la autora y, con un guiño, dijo: "Lo siento, pero la verdadera estrella de la historia soy yo". Se aclaró la garganta y continuó: "A ver, mis queridos y pacientes espectadores, ¿alguna vez han tenido esa sensación de que el mundo que conocen es solo una capa? Como si hubiera algo más, algo que se esconde justo detrás de la cortina de la normalidad. Yo, Juventina Olivares, fotógrafa de veintiún años con una pasión por los paisajes y un talento innato para llegar tarde a todo, solía pensar que mi mayor problema era encontrar la luz perfecta o que Capricho, mi perro, no se comiera mis lentes de la cámara. Ingenua. Absolutamente ingenua. La sonrisa de Juventina se desvaneció de golpe, su mirada se perdió en la distancia. Susurró, con una voz que era una sombra de la anterior: '¿Y Lior?'"
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Chapter 1 - Capítulo 1: El Conejo, el Perro y la Iglesia

"La vida, mis queridos y pacientes espectadores, es un desorden. O eso es lo que digo yo, Juventina Olivares, mientras intento con todas mis fuerzas no tropezar con la bota que Capricho dejó en el medio del pasillo. Sí, lo escucharon bien. Mi perro se llama Capricho, no por ser un consentido, sino porque tiene una cara de enojón que parece que el mundo entero le debe una explicación. Y no me vengan con que 'puedes cambiarle el nombre', porque esa criatura y yo ya tenemos un pacto de mutuo desprecio y lealtad.

Pero volvamos al desorden. En este preciso instante, el desastre me persigue. La alarma de mi celular, que está en algún lugar debajo de la montaña de ropa sucia, ha estado sonando desde hace quince minutos. Sé que llego tarde a una sesión. ¿Por qué a una iglesia, se preguntarán? No lo sé. Los clientes de fotografía tienen gustos extraños. Uno pensaría que para un lugar de paz y quietud, llegarían a tiempo, pero aquí estamos, con Capricho intentando comerse mi calcetín favorito y yo en medio del caos.

Y luego está él. Mi fiel compañero. Mi confidente. El ser más importante de mi vida, aparte de Capricho. Lior. Mi conejo de peluche. Es negro como la noche, tiene las orejas caídas y un ojo un poco más grande que el otro, y lo tengo desde que tengo memoria. Él es la única constante en mi vida, el que me recuerda que, sin importar lo que pase, algunas cosas nunca cambian. Ojalá, claro, que mis citas llegaran a tiempo. Porque la iglesia está a punto de cerrarme la puerta en la cara, y el sermón de hoy soy yo corriendo en chanclas para no perder mi trabajo."

"Llego a la iglesia. Y no, no fue una llegada gloriosa. Más bien, fue una entrada de película de terror, con yo como el personaje principal sudando y jadeando. El encargado, un señor con cara de haber nacido en 1904, me mira por encima de sus gafas de media luna con una expresión que dice: '¿En serio?'. Y yo, en mi defensa, solo puedo ofrecerle una disculpa mental y una sonrisa forzada.

La sesión, para mi alivio, va bien. Mi cámara, una extensión de mis brazos, parece que piensa por sí misma. Busco las mejores luces, las sombras que le dan misterio a las estatuas, los vitrales que parecen cuentos de hadas. Es en esos momentos que amo mi trabajo. Es como si el tiempo se detuviera y solo existiéramos la luz, la cámara y yo. Los clientes, una pareja de recién casados, son bastante decentes, aunque no dejan de posar como si fueran estatuas. Al menos están tranquilos.

Pero hay algo que me saca de la zona de calma. Me doy cuenta de que no estoy sola en el lugar. Siento que alguien me observa. Es una sensación extraña. Al principio, lo ignoro. Puede que sea un turista. Pero la sensación no desaparece.

Me concentro en mi trabajo, en las fotos. El sol de la tarde entra por un vitral de colores vibrantes, y decido que es el momento perfecto para una foto. Me agacho, enfoco, y justo en el momento en que voy a tomar la foto, veo algo en el rincón. Es la figura de una mujer. Está sentada en un banco, vestida con ropa que no parece de esta época, con el rostro cubierto por un velo. Por un segundo, mi mente trata de encontrar una explicación racional. A lo mejor es una actriz. A lo mejor es una mujer que acaba de salir de una sesión de fotos, como yo.

Pero la mujer se queda quieta. No se mueve, ni parpadea. Cuando al fin logro tomar la fotografía, mi dedo se congela sobre el botón. Hay algo en la foto que no cuadra. En la imagen de la pantalla, la mujer no está. Hay un destello. Un brillo plateado justo donde ella estaba sentada, como si el sol le hubiera dado de frente.

Y ese destello, mis queridos y pacientes espectadores, fue el inicio del desorden."