El camino hacia el sur era una interminable sucesión de bosques y campos, muy distinto a la dura y rocosa extensión del Norte. Flanqueando el carruaje principal, una docena de hombres del Norte cabalgaban en silencio. Eran los escoltas personales de la Casa Stark: hombres corpulentos, curtidos por el frío, con gruesas barbas y miradas severas. Sus hombros estaban cubiertos por pieles de oso o de lobo gris, un sello de identidad tan inconfundible como la propia nieve.
Dentro del carruaje, el ambiente era íntimo, aunque cargado de la tensión del viaje y las diferencias generacionales. Sentados cómodamente sobre cojines de piel se encontraban los cuatro miembros principales de la Casa Stark:
1. **Lord Rickon Stark**, Señor de Invernalia. Era un hombre imponente, de anchos hombros que casi desbordaban la cabina, con una altura que rozaba el metro ochenta y seis. Su cabello negro estaba salpicado de gris, y su barba, recortada y pulcra, enmarcaba unos **ojos de color gris pizarra** tan penetrantes como el hielo derretido. En ese momento, conversaba con su hijo menor, la preocupación marcada en el pliegue de su frente.
2. **Cregan Stark**, el hijo menor de Rickon. Un muchacho de la misma sangre, con cabello negro azabache idéntico al de su padre y los mismos intensos **ojos grises**. Aunque era solo un niño, su semblante ya mostraba una testarudez propia del Norte.
3. **Theon Stark**, el heredero. Un joven de unos diecinueve años, de hombros amplios y más alto que su padre, rozando el metro ochenta y ocho. A diferencia de su padre y hermano, Theon tenía un cabello castaño oscuro y profundos **ojos azules**, herencia de su madre. Su tono era de severo reproche.
4. **Lady Gilliane Glover**, la esposa de Rickon. Una mujer de figura esbelta y delicada, con cabello castaño que enmarcaba un rostro de piel clara. Sus **ojos azules** eran más suaves que los de su hijo mayor, y su intervención era el habitual bálsamo entre las fuertes voluntades de los Stark.
La conversación giraba en torno al destino, y era el joven Cregan quien expresaba su descontento sin rodeos.
—Padre, ¿por qué tengo que venir al sur? —protestó Cregan, su voz resonando con enfado—. Preferiría quedarme con mi tío Bennard. El sur está lleno de sanguijuelas chupa sangre y gente de seda.
—Cregan, ¿qué te he dicho sobre eso? —intervino Theon, su voz profunda y autoritaria—. No debes referirte así a los nobles. Podrías meter a toda nuestra casa en graves problemas por la insolencia de tus palabras.
Lord Rickon suspiró, agotado por la familiar disputa entre sus hijos.
Lady Gilliane intervino a favor de su hijo menor, con un tono tranquilizador.
Lady Gilliane intervino con dulzura, su voz suave como la nieve recién caída.
—No te preocupes, hijo. No estaremos mucho tiempo. El rey Viserys ha convocado a los Señores de los Siete Reinos para presentar al heredero del Trono. La Casa Stark no puede faltar. Tal vez podamos forjar algún lazo… o al menos recordarles que el Norte sigue en pie.
El carruaje avanzaba entre caminos boscosos, acercándose al Bosque Real, donde el rey celebraría una gran cacería por el onomástico número doce del príncipe Jaehaerys Targaryen
De pronto, un sutil movimiento en el carruaje capturó la atención de Theon. Una bolsa de tela gruesa, colocada discretamente bajo el asiento de Cregan, comenzó a moverse ligeramente.
—¿Por qué esa bolsa se está moviendo? —preguntó Theon, sus ojos azules fijos en el extraño suceso.
Cregan se puso tenso, deslizando la mano para cubrir la bolsa con una expresión de pánico mal disimulado.
—¿La bolsa? Oh, no debe ser nada. Solo... el aire, Padre, debe ser el aire.
Un chillido breve y agudo, apenas audible, provino de la tela.
—¿Qué fue eso? —inquirió Lady Gilliane, sus ojos azules, antes suaves, ahora llenos de alarma.
*Chillido. Chillido.*
El sonido se repitió, más insistente esta vez. Lord Rickon frunció el ceño. Sus ojos grises se fijaron en la fuente del sonido, su mirada taladrando a su hijo menor.
—Muéstrame lo que escondes, Cregan —ordenó Rickon, sin elevar la voz, pero con la inconfundible autoridad del Señor de Invernalia.
Cregan se dio por vencido, sus hombros cayendo en derrota. Lentamente, desató el cordón de la bolsa. De ella, comenzó a sacar varias capas de piel y telas, y finalmente, asomó una pequeña cabeza de pelaje gris, seguida por el cuerpo tembloroso de un cachorro.
Era una cría de **Lobo Huargo**.
—¡Cregan! ¿Trajiste a Invierno? ¡Te dije explícitamente que no podías traerlo al sur! —Rickon le regañó, la exasperación en su voz.
El cachorro, cuyo pelaje era de un gris ceniza, era una de las tres crías que su hermano, Bennard Stark, había encontrado en los bosques del Norte y regalado a sus sobrinos. Los habían llamado con los nombres de las estaciones: **Otoño, Invierno y Verano**. Theon, el hijo mayor, tenía a Verano, un lobo de pelaje castaño que compartía su tonalidad y temperamento. Otoño había sido entregado a su prima, Sara. Invierno, el más arisco y silencioso, se había quedado con Cregan, y ahora se había convertido en un polizón en la travesía hacia el sur.
El joven Stark bajó la mirada, pero sus labios se curvaron apenas en una sonrisa contenida.
—No podía dejarlo, Padre. El sur no entendería, pero el Norte sí: ningún Stark viaja sin su lobo.
Rickon lo miró en silencio un instante. En su interior, entre el deber y el orgullo, una sombra de comprensión asomó.
El muchacho tenía razón.
El invierno siempre viaja con los suyos
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