La caravana Stark rompió la frontera del Bosque Real y el cambio de atmósfera fue inmediato, casi ofensivo para los sentidos norteños. Para los hombres del Norte, el Sur parecía un reino artificial, cubierto de una indulgencia excesiva. El aire era pesado, sofocante, dulce con el olor de flores exóticas y la tierra húmeda, un contraste desagradable con el aire frío, limpio y penetrante del pino y la escarcha que reinaban en los dominios de Invernalia. Los árboles se alzaban en bóvedas frondosas, pero les faltaba la solemnidad ancestral y la dura majestad de los arcianos.
El **Campamento Real** era un microcosmos de todo lo que el Norte detestaba. Se extendía a lo largo de un vasto claro, un despliegue teatral de opulencia. Docenas de pabellones de seda y terciopelo se hinchaban como burbujas de colores, y los estandartes relucientes de las grandes Casas se agitaban al unísono. En el centro, la tienda principal del rey Viserys I destacaba por su inmensidad, confeccionada con seda carmesí y bordes profusamente ornamentados con hilo de oro.
A su alrededor, el estandarte del león dorado de los Lannister competía con la rosa verde y oro de los Tyrell, y sobre todos, el dragón tricéfalo Targaryen, un recordatorio del poder que los había convocado.
Lord Rickon Stark, acompañado por su heredero Theon y el robusto **Lord Roderick Dustin** de Fuerte Túmulo (un hombre de barbas rojizas y cicatrices de batalla), observó el espectáculo con una mueca de seriedad profunda.
—El Norte no compite en bordados ni en el hedor de los perfumes —dijo Rickon a sus acompañantes con calma, mientras ordenaba a sus hombres levantar su pabellón.
El campamento Stark fue deliberadamente austero: lona gris, cuero grueso y lana de oveja. Los estandartes, sobrios y firmes, se alzaron alejados del núcleo principal, junto a las tiendas más discretas. Era un mensaje silencioso a la corte: que el Norte era duro, independiente y orgulloso de serlo.
**Cregan Stark**, el menor, miraba a su alrededor con una incomodidad palpable. El aire estaba saturado de olores a vino especiado, incienso de Essos, aceite de caballo caro y la mezcla compleja de los perfumes.
—Demasiado calor… y demasiado ruido —murmuró a su hermano.
Theon, con su porte elegante y una túnica de lana de colores tierra, sonrió apenas.
—Acostúmbrate, Cregan. No todos los reinos huelen a escarcha y ceniza. Nuestro deber como nobles es estar aquí, no disfrutarlo. Es política.
La llegada de los Stark no pasó desapercibida. Los sureños, vestidos con capas de pieles ligeras y joyas, observaban a los norteños con una curiosidad condescendiente. Los rumores se aceleraron: el Señor de Invernalia había venido en persona para la gran cacería por el onomástico número doce del príncipe Jaehaerys.
Cregan notó las miradas.
—No me gustan sus ojos —dijo en voz baja, refiriéndose a los nobles que los examinaban.
Theon le revolvió el cabello con una sonrisa, notando la molestia infantil.
—Si alguien te incomoda, solo dímelo, hermano.
Un grupo de damas sureñas cercanas soltó risas suaves, dirigidas a la belleza sencilla de Theon. Cregan, ofendido por la burla indirecta, apartó la mirada.
—Puedo defenderme solo —replicó con la barbilla en alto, apretando el puño bajo la capa donde se ocultaba Invierno.
—Lo sé, lobo pequeño. Pero recuerda comportarte. Padre, Lord Dustin y yo iremos a presentarnos ante el rey.
El muchacho asintió, observando el incesante ajetreo de caballeros, escuderos y nobles. Las banderas ondeaban por todas partes; el rugido del dragón Targaryen parecía dominar sobre el viento. Era el corazón palpitante del poder del reino.
Y los lobos del Norte acababan de entrar en la jaula de los dragones.
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