Ficool

Chapter 11 - El Punto de No Retorno

La luz de la luna caía como un velo plateado sobre el patio trasero, tiñendo todo de un brillo irreal. El aire estaba cargado de humedad, y el murmullo lejano del tráfico apenas rompía el silencio. Kenji permanecía inmóvil, con la mirada fija en las dos figuras que se acercaban con pasos firmes. Cada latido sonaba como un tambor en su pecho.

Sakura fue la primera en detenerse, a un par de metros de él. Llevaba el cuaderno apretado contra el pecho, los ojos brillando con algo que no era solo timidez: había determinación en su mirada, aunque su respiración temblaba. Sawada, en cambio, se quedó ligeramente detrás, con los brazos cruzados y una expresión pétrea que no lograba disimular la tensión en sus hombros.

—Gracias por venir —dijo Kenji finalmente, rompiendo el silencio que los envolvía. Su voz sonó más calmada de lo que se sentía por dentro.

Sakura dio un paso adelante, apretando los dedos contra la cubierta de su cuaderno.

—Kenji… yo… no quiero que pienses que vine para molestarte. Pero… —tragó saliva, bajando la vista un instante antes de volver a mirarlo—, no puedo seguir fingiendo que todo está bien.

Kenji sostuvo su mirada, sintiendo cómo algo dentro de él se retorcía.

—¿Por qué fingir? —preguntó con suavidad.

—Porque… me importas —las palabras salieron como un susurro, pero en el silencio de la noche sonaron como un trueno—. Desde hace tiempo. Y sé que hay muchas chicas que te miran, que hablan de ti, pero… no quería quedarme callada.

Cada sílaba era un golpe en el corazón de Kenji. Quiso responder, pero Sawada lo interrumpió, avanzando hasta colocarse al lado de Sakura.

—¿Ya terminaste? —preguntó con tono gélido, mirando a la castaña antes de clavar sus ojos en Kenji—. Porque yo tampoco pienso quedarme callada.

Kenji inspiró hondo, preparándose para el choque.

—Desde el primer día que te vi, pensé que eras un tipo que me caería mal. Sonriente, perfecto, siempre en control. Y lo odio —las palabras salieron cortantes como cuchillas, pero su voz tembló apenas, traicionándola—. Lo odio porque… ni siquiera puedo dejar de mirarte.

Sakura giró la cabeza hacia ella con sorpresa, y el aire entre las tres figuras se volvió tan denso que parecía imposible respirar.

Kenji cerró los ojos un instante. Había deseado evitar esto, pero ahora no había escapatoria. Las dos lo miraban, cada una con el peso de sus sentimientos a flor de piel.

—No quería que esto pasara —dijo al fin, con voz grave—. No quería que ninguna de ustedes se sintiera herida por mi culpa.

—Entonces elige —interrumpió Sawada, dando un paso más cerca. Sus ojos oscuros ardían bajo la luz lunar—. Dilo ahora, Kenji. ¿Quién es para ti?

El silencio cayó como una losa. Sakura lo miraba con los labios entreabiertos, temblando apenas. Kenji sintió el frío morderle la piel, pero dentro de él ardía un fuego salvaje. Podría haber dicho un nombre. Podría haber terminado con todo en un segundo. Pero no lo hizo.

—No puedo elegir —susurró, y esas tres palabras fueron como una bomba que explotó entre los tres.

Sakura bajó la cabeza, los hombros sacudiéndose apenas. Sawada lo miró con una mezcla de rabia y dolor que le atravesó el pecho.

—Cobarde —escupió ella, dándose media vuelta. Pero antes de que pudiera alejarse, una voz los congeló a los tres.

—¿Se puede saber qué demonios están haciendo aquí?

Kyoko estaba de pie junto al árbol más cercano, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Su mirada oscilaba entre furia y desconcierto. Se acercó con pasos firmes, y el aire pareció electrificarse aún más.

—¿En serio, Kenji? ¿Una telenovela en el patio? —su voz era baja, pero cada palabra llevaba veneno.

Kenji abrió la boca para responder, pero Kyoko levantó una mano, cortándolo en seco.

—No digas nada. ¿Saben qué? —miró a Sakura y Sawada, que se quedaron petrificadas—. Él no vale que se peleen por él. Y si piensan que lo conocen, se equivocan. Ni yo lo conozco ya.

Las palabras lo atravesaron como cuchillas. Kyoko giró sobre sus talones y se alejó sin mirar atrás. Sakura la siguió con la mirada, mordiéndose los labios antes de murmurar un débil "lo siento" y salir casi corriendo. Sawada se quedó unos segundos más, con los ojos brillando de furia contenida.

—No puedo creer que me gustes —dijo con una voz que sonaba rota, antes de marcharse, dejando tras de sí un vacío que pesaba más que cualquier silencio.

Kenji se quedó solo bajo la luz fría de la luna. Sintió el impulso de gritar, de correr, de romper algo, pero no hizo nada. Solo dejó que el viento helado le golpeara el rostro mientras las palabras de Kyoko retumbaban en su mente: "Ni yo lo conozco ya."

Cuando llegó a casa, Yuriko lo esperaba en la sala, sentada con las manos entrelazadas sobre el regazo. No dijo nada, pero su mirada lo desarmó más que cualquier sermón. Kenji se sentó frente a ella, incapaz de sostenerle la mirada.

—¿Sabes qué me duele más? —dijo ella al fin, con voz baja—. Que parece que intentas cargar el mundo sobre tus hombros… y no te das cuenta de que no tienes que hacerlo.

Kenji cerró los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el peso de su idea de perfección comenzaba a quebrarse.

Esa noche no tocó la guitarra. No escribió. No sonrió. Solo se recostó en silencio, mirando el techo, preguntándose si su meta de ser perfecto no lo estaba convirtiendo en algo peor que imperfecto: alguien incapaz de sentir sin lastimar.

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