El sol comenzaba a ocultarse cuando Kenji llegó al salón donde la banda solía reunirse. La luz dorada se colaba por los ventanales, proyectando sombras alargadas sobre las paredes adornadas con carteles del festival pasado. Aquel lugar, que siempre había tenido un aire caótico pero cálido, ahora se sentía distinto. Había algo en el ambiente, una tensión que no tenía que ver con los ensayos ni con la música.
Marin fue la primera en recibirlo. Estaba de pie sobre una mesa, agitando un cuaderno lleno de bocetos como si fuera una bandera de guerra. Sus ojos brillaban con entusiasmo puro, ese tipo de energía que resultaba tan contagiosa como peligrosa.
—¡Kenji-kun, por fin! —exclamó, bajando de un salto con la gracia de alguien que no conoce el concepto de "cuidado"—. ¡Estaba esperando para soltar la bomba!
Kenji arqueó una ceja, dejando su estuche de guitarra junto a la pared.
—Si la bomba es otra sesión de fotos, paso —dijo, dejándose caer en una silla.
—¡Me ofendes! —Marin fingió un gesto dramático antes de sonreír con picardía—. No, esto es mucho mejor.
El resto del grupo estaba allí: Iura sentado al revés en una silla, girándola como si fuera un escenario; Sengoku repasando una lista de posibles canciones con el ceño fruncido; y Remi hojeando su celular, aunque Kenji sabía que estaba más pendiente de la conversación que de la pantalla.
—Habla de una vez, Marin —intervino Sengoku, ajustándose las gafas con un suspiro—. Tenemos ensayo, no desfile.
Ella dio una vuelta sobre sí misma antes de levantar el cuaderno.
—¡Vamos a presentarnos en el escenario principal del evento cultural!
Un silencio incrédulo se apoderó de la sala durante dos segundos exactos. Luego, Iura soltó un grito que casi hizo retumbar las ventanas.
—¡¿QUÉ?! ¿¡Escenario principal?! ¡Eso es… eso es nivel Dios!
Kenji se enderezó, parpadeando varias veces.
—¿Cómo… cómo conseguiste eso? —preguntó, porque sabía que un lugar así no se obtenía con una simple solicitud.
Marin sonrió, victoriosa.
—Digamos que el comité del evento quedó encantado con nuestra actuación en el festival… y con las fotos que subí. —Hizo una pausa dramática, guiñándole un ojo—. Ahora somos la sensación del instituto.
Kenji pasó una mano por su rostro, sintiendo la mezcla de euforia y ansiedad recorriéndolo. Un escenario principal significaba exposición, no solo a nivel escolar, sino también frente a padres, profesores y estudiantes de otros centros que acudirían. Un error allí no era una simple mancha: era una caída libre.
—¿Cuándo es? —preguntó, con la voz más calmada de lo que se sentía.
—En tres semanas —respondió Sengoku, mostrando el calendario en su tablet—. Lo que nos da exactamente seis ensayos completos y… —miró a Marin con gesto acusador— cero margen para improvisaciones absurdas.
—¡Improvisaciones mis calcetines! —protestó ella—. Esto es nuestra oportunidad para brillar. ¡Con vestuario, luces, coreografía…!
—Coreografía NO —gruñó Kenji, pero no pudo evitar sonreír un poco ante la pasión de Marin.
Mientras los demás discutían sobre listas de canciones y distribución de instrumentos, Kenji se apartó un momento hacia la ventana. Desde allí podía ver el patio iluminado por la luz del atardecer. Estudiantes cruzaban cargando pancartas, decoraciones, cajas llenas de materiales. El instituto entero se estaba transformando para el gran evento. Y él, en medio de todo eso, sentía que caminaba sobre un cable de acero.
Sacó su teléfono, revisando los mensajes. Allí seguía, fijo en la parte superior: "Kenji Hori, nos interesa tu talento. Llama a este número si quieres saber más. Es sobre música."
No respondía a números desconocidos. Nunca lo hacía. Pero algo en ese texto lo inquietaba y lo atraía al mismo tiempo. ¿Quién estaba detrás? ¿Un reclutador? ¿Una broma? Lo peor era que no podía comentarlo con nadie. No ahora, no con todo lo que estaba en juego.
—Kenji, ¡deja de soñar despierto! —la voz de Iura lo sacó de sus pensamientos—. Te toca aprobar la lista de canciones.
Asintió, volviendo al centro de la sala. Pero mientras discutían sobre qué tema sería el cierre del show, una idea comenzó a crecer en su mente: ¿Y si esa oportunidad era real? ¿Y si esto era el primer paso para algo más grande que el instituto?
En otro punto de la casa Hori, la noche caía lenta y silenciosa. Kyoko se dejó caer en el sofá, exhalando un suspiro que llevaba todo el cansancio del día. Yuriko apareció desde la cocina con dos tazas de té humeante. Se las ofreció y se sentó junto a ella, observándola con esa calma maternal que no necesitaba palabras.
—¿Día largo? —preguntó Yuriko, aunque ya conocía la respuesta.
Kyoko asintió, frotándose las sienes.
—No puedo más con los rumores, mamá. Cada vez que reviso el teléfono hay algo nuevo sobre Kenji. Fotos, comentarios, chicas preguntando si está soltero… —Bufó, apretando los labios—. Y lo peor es que ni siquiera sé qué pasa por su cabeza. Antes podía leerlo como un libro abierto. Ahora… es como si llevara mil secretos encima.
Yuriko tomó un sorbo de té, sin dejar de mirarla.
—Está creciendo, Kyoko. Y a veces, crecer significa volverse un misterio para quienes más lo aman.
—¿Y si ese misterio lo mete en problemas? —insistió Kyoko, con una nota de rabia impotente en la voz.
La mujer sonrió suavemente, posando su mano sobre la de su hija.
—Entonces ahí estaremos nosotras. Para recordarle quién es.
Kyoko bajó la mirada, mordiéndose el labio. Por mucho que quisiera enfadarse, esas palabras la envolvieron con un calor familiar que la hizo sentirse menos sola.
Horas después, Kenji caminaba por las calles iluminadas con luces cálidas, su guitarra colgada en la espalda. El ensayo había terminado, pero la tensión no. Su mente seguía anclada en el mensaje misterioso, latiendo como un eco imposible de ignorar. Sacó el teléfono una vez más, mirando el número. Podría borrarlo y olvidarse. Podría seguir con la banda, el evento, la rutina que empezaba a amar.
O podría arriesgarse.
Se detuvo bajo un poste de luz, marcó el número y esperó. Uno, dos, tres tonos. Luego, una voz al otro lado, grave y segura:
—Kenji Hori. Sabía que llamarías.
El escalofrío que recorrió su espalda no tuvo nada que ver con el frío nocturno.
—¿Quién eres? —preguntó, intentando mantener la calma.
—Alguien que cree que tu música no pertenece a un aula, sino a un escenario real. Tenemos que hablar.
Y entonces la llamada se cortó, dejándolo con el corazón latiendo a toda velocidad y una sola certeza: su vida estaba a punto de volverse aún más complicada.