Capitulo 5: Una Hora eterna: el instante en que todo cambió
11:00 en punto. Faltaba solo una hora para el mediodía. Ubicación: Minamikoshigaya.
Un estruendo colosal sacudió el aire, como si la guerra hubiera estallado en medio de la ciudad. El suelo tembló violentamente, y una densa nube de tierra cubrió por completo el campo de batalla. No se podía ver nada. Solo el polvo, los escombros y el eco de la destrucción llenaban los sentidos.
Entre el caos, se oyó una voz apagada, sin emoción, como si observara todo desde una altura lejana:
—¿Esta es la capacidad humana en su límite...? Patético —murmuró Reik, con frialdad absoluta.
De pronto, otra voz irrumpió con una fuerza arrolladora:
—Ansoku no Mai... Danza del Descanso Eterno.
Algo se movió dentro de la tormenta de polvo con una fluidez sobrehumana. No era fuerza bruta, era arte. Una danza letal. Cortes precisos fueron ejecutados en sucesión rápida, cada uno dirigido no a matar, sino a inmovilizar, a neutralizar sin sufrimiento. Era una técnica pensada no para destruir, sino para terminar la batalla con dignidad.
La niebla de polvo se disipó tan rápido como había llegado.
Y entonces lo vieron.
Kiku.
Su figura estaba cubierta de heridas; su ropa, hecha trizas; su respiración, agitada. Pero seguía en pie. Inmóvil. Silencioso. La sangre corría por su brazo, pero sus ojos brillaban con determinación.
No luchaba por gloria.
Luchaba para que nadie más tuviera que hacerlo.
Y lo había hecho sin odio. Con una sonrisa leve, serena... como si el dolor nunca hubiera sido suficiente para quebrarlo.
Reik recibió de lleno el ataque de Kiku... y ni siquiera se inmutó. Ni un paso atrás. Ni una grieta en su expresión.
—¿Eso es todo lo que tienes? —murmuró con desdén, mientras su voz resonaba como una sentencia—. Decepcionante. Por eso deben perecer... malditos humanos.
Su existencia no sirve para nada. Solo saben destruirse entre ustedes.
Comenzó a acercarse lentamente, paso a paso, como una sombra que no se puede evitar. Kiku, agotado, sin fuerzas ni aliento, apenas lograba mantenerse en pie. Su cuerpo temblaba. No podía moverse. Solo observaba, con la mirada nublada, al enemigo que se acercaba con una calma escalofriante.
—La vida cometió un error... el mayor de todos —continuó Reik, su tono cada vez más oscuro, más venenoso—. Pero no te preocupes. Yo voy a corregirlo.
Se detuvo frente a Kiku, levantando la mano lentamente, como si ya pudiera ver el final.
—Voy a matarte ahora mismo. A ti... a esta ciudad maldita... y luego, al mundo entero.
El aire se volvió más denso. El momento, insoportable.
Pero Kiku seguía ahí.
Reik tomó a Kiku por el cuello con una sola mano, levantándolo sin esfuerzo. Su mirada estaba llena de desprecio.
—Merezcan su destino, malditos humanos —escupió con frialdad—. Deben perecer.
Nuestra mera existencia no vale nada. Solo sabemos destruirnos entre nosotros.
Fueron un error... un fallo de algún poder superior.
Kiku intentaba respirar, luchando por mantenerse consciente. Pero incluso al borde del abismo, sus ojos seguían encendidos con una chispa que Reik no entendía... una chispa que no pudo aplastar.
—Estás equivocado... —susurró Kiku con voz rasposa.
—¿Qué dijiste? —gruñó Reik, levantando su otra mano, listo para el golpe final.
—Shizuka Giri.
Un corte limpio. Silencioso. Invisible.
Atravesó a Reik directamente.
El demonio se quedó paralizado. No supo en qué momento había sido herido. Sus ojos se abrieron con incredulidad mientras, lentamente, su agarre se aflojaba y Kiku caía de pie al suelo, libre.
—La vida... es bella —dijo Kiku con dificultad, pero con firmeza—. Tiene momentos buenos y malos...
Pero los seres humanos aprendemos. Nos levantamos. Nos volvemos más fuertes.
Y seguimos adelante, no por perfección... sino por amor, por esperanza.
Kiku levantó la mirada hacia Reik, con la voz más firme que nunca:
—Esa es la verdadera razón de nuestra existencia.
Y unos demonios sin propósito, sin alma...
jamás podrán entenderla.
Apretó con fuerza las empuñaduras de Fukuin y Ansoku, mientras su aura se elevaba como una tormenta que contenía tanto la furia como la compasión.
El aire se tensó. Incluso el tiempo pareció contener el aliento.
—¡Tenrin Sōzetsu... Juicio del Cielo Giratorio! —rugió con una voz que parecía venir del mismísimo firmamento.
Sus pies giraron con una precisión letal, y sus espadas cruzadas formaron un halo radiante de luz y sombra. El giro se volvió feroz: 350 grados de pura energía divina condensada en un solo corte.
En un destello cegador, Kiku liberó el ataque.
Una rueda sagrada descendida del cielo. Un juicio imparable.
La explosión de energía —mezcla de lo sagrado y lo maldito— envolvió todo el campo. Reik, a pesar de su poder, fue lanzado hacia atrás como una hoja en el viento. El suelo tembló. Un surco en espiral marcó el lugar donde la justicia fue ejecutada.(Cuando el polvo se asentó, Kiku bajó lentamente sus espadas.
Jadeaba. Sangraba. Pero sus ojos ardían como llamas vivas.
—No permitiré... que lastimes una sola vida más.
No mientras yo siga de pie.
Reik se estrelló violentamente contra el edificio del complejo Kidai, que ya tenía un enorme agujero en su estructura, producto de un ataque previo de Kaos. El impacto final fue suficiente para hacer colapsar la construcción por completo.
El edificio se vino abajo en cuestión de segundos.
Un silencio pesado cayó sobre el campo de batalla... hasta que, entre los escombros, algo se movió.
Antes de salir, Reik perdió por completo la compostura. Una furia incontrolable ardía en sus palabras mientras emergía lentamente, envuelto en polvo y odio.
—¡No voy a perder contra un maldito mortal ciego! —rugió con los dientes apretados.
El ojo incrustado en su espada —que había permanecido en calma hasta entonces— brilló con intensidad. Finalmente alcanzaba su punto límite: se tornó completamente rojo, vibrando con una energía oscura y viva.
Reik alzó vuelo como una sombra acelerada, desplazándose directamente hacia Kiku con una velocidad brutal. Y mientras avanzaba, gritó con voz demoníaca:
—Kurayami no Gōka... ¡Llamas Malditas de la Oscuridad!
De inmediato, el aire se volvió denso, casi irrespirable. La luz del entorno fue absorbida, como si una niebla negra envolviera la escena, devorando todo rastro de claridad.
El ojo de la espada brilló intensamente una última vez... y en un único movimiento descendente, una llamarada negra estalló desde la hoja.
Era fuego, sí... pero no como el humano lo conoce.
No ardía con luz, sino con pura tiniebla.
Kiku avanzó a toda velocidad, sus pasos firmes retumbaban como un tambor de guerra. Alzó sus espadas con decisión y gritó con voz resonante, no hacia su enemigo, sino hacia todos los que ya no podían hablar:
—¡Este ataque... no es solo mío! ¡No es mi poder...! ¡Es el eco de todas las personas inocentes que has destruido! ¡Yo solo soy el recipiente... el contenedor de su voluntad!
En ese instante, una escena imposible se desplegó a su alrededor, como un reflejo del alma colectiva que lo acompañaba:
A su derecha, un niño pequeño apareció, imitando su postura con una simple rama de árbol como si fuera su espada.
A su izquierda, un anciano encorvado sostenía su bastón como si fuera un arma, su mirada llena de resolución.
Y sobre él, una mujer joven flotaba levemente, con una cuchara de cocina alzada como si fuera una lanza, lista para pelear.
Todos ellos... eran almas. Vidas que habían sido asesinadas por la oscuridad de Reik.
Con un rugido, Kiku giró sobre sí mismo y gritó con ellos al unísono:
—Seirei no Tategami (聖霊のたてがみ) — Melena del Espíritu Sagrado.
Sus espadas brillaron al instante: Fukuin, con un resplandor blanco que parecía la luz del amanecer, y Ansoku, con una sombra azul profundo que absorbía la desesperación y la convertía en calma. Al cruzarlas, una melena espiritual se expandió como una llamarada celestial.
Cuando chocó contra la espada de Reik, el mundo pareció detenerse un segundo. Una onda expansiva rugió hacia afuera, como si millones de voces gritaran justicia al unísono. El impacto hizo temblar el aire,Y un resplandor monumental cubrió todo el campo de batalla.
11:50 falta solo unos minutos para llegar a las 12:00 del mediodia
Viktor volaba a gran velocidad, envuelto en frustración.
Sus pensamientos lo perseguían , iguales a las cadenas que lo tienen atrapado.
—¿Cómo me puedo liberar...? —se preguntaba—. ¿Y cómo fui tan idiota de confiarme contra ese demonio...? ¡Le lancé uno de mis ataques más poderosos y no le hice ni un rasguño!
Ojalá el señor Ogawa esté bien...
Pero no tenía tiempo para lamentaciones.
Frente a él, un edificio se aproximaba rápidamente: una enorme torre de cristal con el logo de un canal de noticias. Dentro, decenas de personas caminaban de un lado a otro entre escritorios, teléfonos y pantallas encendidas. El murmullo era constante, todos hablaban al mismo tiempo intentando confirmar a una sola persona al jefe del la editorial:
—¡¿Los Kazafuyous Esta En Accion?!
—¡Reportaron un demonio no identificada a menos 299 kilometros!
—¡¿Alguien tiene visual de los hechos?! ¡Dijeron que son clase z y c segunda y tercera generación!
En medio del caos, una joven con uniforme de reportera —aunque algo desordenado y cubierto de calcomanías— se acercó a un hombre canoso con gafas y expresión agotada.
—¡Papá! Tengo un "reportaje" en el estómago... ¡me está pidiendo noticias!
El hombre la miró, frunciendo el ceño por un segundo antes de soltar un suspiro.
—jaja denuevo con esa clave... —murmuró, y luego sonrió—. Está bien, pero espera un poco. Tengo que arreglar unas cosas importantes... y luego vamos a buscar esas "noticias nuevas".
(Claramente, ambos hablaban de ir a comer un helado.)
Pero antes de que pudiera responder, una alarma interna se activó, y una voz robótica resonó por los altavoces:
—¡Atención! Un objeto no identificado a alta velocidad se aproxima desde el este. Impacto inminente en menos de diez segundos.
El padre y la hija intercambiaron miradas.
—¿Un meteorito? —preguntó la chica.
—No... algo peor —dijo el padre, girando hacia la ventana.
Y entonces, todos alzaron la vista.
Un cuerpo humano... con un traje blanco y guantes dorados... caía del cielo como un proyectil.
¡Viktor estaba a punto de estrellarse contra el edificio!
Viktor descendía como un meteorito viviente, directo hacia el edificio de noticias.
Las ventanas temblaban. Las alarmas rugían. El pánico era total.
—¡Nos vamos a morir! —gritó una mujer, corriendo hacia las escaleras de emergencia.
—¡¡Evacúen el piso, ya!! —gritaba un guardia de seguridad, mientras empujaba a los reporteros hacia la salida.
Pero no todos se movieron a tiempo.
El jefe del noticiero, paralizado por el miedo, abrazó a su hija para protegerla, como si con sus propios brazos pudiera detener lo inevitable.
Y entonces, en el cielo...
—¡¡GOLD MUSCLES!! —bramó Viktor con un rugido que partió las nubes.
Las cadenas que lo aprisionaban chirriaron... y se rompieron en mil pedazos
La energía liberada fue tan intensa que una onda de luz envolvió su cuerpo.
Pero Viktor sabía que no bastaba.
—¡No puedo caer directo! ¡Mataría a todos! —gruñó, con los dientes apretados.
Aún era demasiado rápido.
—¡¡AÚN NO ES SUFICIENTE!! —rugió con desesperación—. ¡¡GOLD... IMPACT!!
Y sin pensarlo dos veces, se golpeó a sí mismo con el puño izquierdo.
Y sin dudarlo un segundo, lanzó su puño izquierdo directo a su propio rostro.
¡KRAK-BOOM!
El golpe desvió su trayectoria en el último segundo.
¡BOOM!
El suelo tembló como si hubiera caído un cometa.
La onda de choque levantó polvo, rompió concreto y sacudió a todos los presentes, pero ni una sola vida se perdió.
Dentro del edificio, todos contuvieron la respiración.
El jefe del la editorial, abrazando a su hija , se asomó por la ventana y vio a un hombre de pie, hincado en medio de un cráter... envuelto en luz dorada que aparecia el mismo sol... jadeando, pero aún consciente.
Viktor Yamada había salvado a todos.
Incluso... de sí mismo.
Una voz se escuchó en la distancia...
Sarcástica, burlona... cargada de veneno.
—Vaya, vaya... por fin te encontré, grandulón.
Viktor apenas tuvo tiempo de girar la cabeza.
El extraño alzó el brazo con desdén y rugió:
—¡Ráfaga Maldita!
Un proyectil de energía negra, como un misil envuelto en sombras vivas, surcó el aire y se estrelló directamente contra el edificio donde acababan de salvarse decenas de personas.
La explosión fue devastadora.
El cielo se tiñó de rojo.
Las llamas envolvieron la estructura.
Partes del edificio, del concreto... y de las personas salieron disparadas por los aires.
La sangre cayó como lluvia sobre la calle.
Viktor se quedó helado.
No por miedo... sino por la horrible certeza de que acababa de fallar.
Todo su esfuerzo... destruido en un parpadeo.
Con el rostro aún salpicado de ceniza y polvo, giró hacia su izquierda... y ahí lo vio.
Kahos.
De pie sobre los restos de una farola, con el rostro iluminado por las llamas, sonreía con los ojos llenos de locura.
—¡Ahahaha! —soltó entre carcajadas—.
—Qué hermoso... fueron como fuegos artificiales... hechos con humanas.
Viktor cayó de rodillas.
El impacto emocional fue tan brutal como cualquier golpe físico.
Sus ojos, que minutos antes brillaban con esperanza y determinación, ahora estaban apagados, sumidos en una neblina densa... como si su voluntad se hubiera rendido antes de que el combate iniciara.
Kahos lo observó con una mezcla de burla y desprecio.
—¿Qué pasó con todo ese entusiasmo por pelear? —escupió con tono venenoso—.
—Parece que desapareció... igual que las personas del edificio.
Viktor no respondió.
Ni siquiera parecía escucharlo.
Un zumbido constante, como una estática sorda, llenaba sus oídos.
Su mente estaba en blanco.
Solo silencio...
Solo el eco del horror repitiéndose una y otra vez en su cabeza ¿porque..... ?.
Kahos chasqueó los dedos.
—Cadenas Malditas...
Unas cadenas negras emergieron del suelo, retorcidas como serpientes hechas de energía maldita, y se enroscaron alrededor del cuerpo de Viktor, inmovilizándolo.
—Mírate ahora... ¿Este es la "organizacion" de los Kazafuyou? —dijo Kahos con una sonrisa cruel—.
—Qué decepción.
Kahos golpeaba una y otra vez. Sin piedad.
Cada puñetazo era brutal, directo, como si quisiera aplastar no solo el cuerpo de Viktor, sino también lo poco que quedaba de su espíritu.
—¿Y esa esperanza que tenías? —rugía entre carcajadas, alzando el puño una vez más—.
—¡Desapareció! ¡Igual que esas malditas personas que no pudiste salvar!
BAM. BAM. BAM.
Golpes veloces, de fuerza inhumana.
El cuerpo de Viktor se sacudía con cada impacto, como un muñeco de trapo ante la furia del demonio. Su sangre salpicaba el suelo, sus músculos crujían, y su ropa se deshacía en jirones.
Su torso quedó al descubierto, cubierto de heridas abiertas y moretones que se formaban al instante.
Incluso sus lentes, símbolo de su calma y compostura habitual, se quebraron y cayeron hechos pedazos.
—Y pronto... —dijo Kahos, inclinándose hacia su oído con una sonrisa maníaca—
—Pronto también desaparecerán esta ciudad... y luego el mundo entero.
Y siguió golpeando.
Golpeando.
Como si disfrutara destruir lo poco de Viktor.
—Tch... qué pérdida de tiempo —murmuró Kahos con desprecio—. Será mejor que acabe contigo de una vez. Así podré matar al ciego y largarme a divertirnos a otro sitio.
Viktor entrecerró los ojos al escuchar eso.
"El ciego"...
Sabía exactamente a quién se refería: el señor Ogawa.
A pesar del dolor que lo atravesaba y los huesos rotos en su cuerpo, Viktor intentó moverse. Apenas un leve temblor recorrió su brazo, mientras murmuraba, casi sin voz:
—G... go...ld... I...mp...
Kahos lo notó.
—¿Oh? ¿Aún puedes moverte? —rió con crueldad—. Increíble... tienes algo de energía incluso con todos los huesos hechos trizas.
Con una mirada helada, Kahos alzó ambas manos frente a su rostro y formó un triángulo con los pulgares y los dedos anulares.
—Ankoku Maisō... —pronunció con solemnidad—. ¡Sepultura Oscura!
El suelo bajo Viktor se oscureció de inmediato, como si se hubiese podrido. Energía maldita brotó de la tierra y lo arrastró, enterrándolo hasta las rodillas para inmovilizarlo. Un círculo de aura negra comenzó a girar a su alrededor.
—¡Muere, dagas malditas! —gritó Kahos.
De esa oscuridad, surgieron decenas de dagas negras, dentadas y afiladas, formadas con pura maldición. En un instante, se dispararon hacia el cuerpo de Viktor, apuntando a cada articulación y punto vulnerable, dispuestas a convertir su cuerpo en un blanco viviente... clavándose sin piedad.
11:59. Un minuto antes del mediodía.
Kahos observaba el cielo con aburrimiento, la sombra de una mueca de decepción en su rostro.
—Tch... Maldita pérdida de tiempo —murmuró, fastidiado—. Voy a ver si Reik ya acabó con el ciego.
Se giró con desgano y caminó hacia la zona donde antes se alzaba el edificio de la editorial de noticias. Las ruinas aún humeaban. Un leve sonido llamó su atención: un crujido entre los escombros.
Intrigado, se acercó.
Allí, entre las cenizas y el concreto calcinado, vio una escena que casi parecía una pintura macabra.
el hombre de la editorial, completamente quemado, irreconocible como ser humano, yacía abrazando a una joven. Su cuerpo chamuscado ya no mostraba rasgos, pero aún protegía con fuerza a la pequeña... su hija.
La niña tenía quemaduras, heridas, polvo cubriendo su rostro... pero seguía con vida.
Kahos sonrió con sadismo.
—Vaya... al menos algo de diversión me queda. Un nuevo juguete.
Dio un paso hacia ella.
La niña alzó la vista, sus ojos llenos de terror. Con esfuerzo, soltó lentamente los brazos de su padre y lo abrazó por última vez, como si supiera que no volvería a sentir ese calor, ni aunque fuera ardiente.
Luego, con lágrimas corriendo por su rostro sucio, salió corriendo entre los escombros, tropezando, jadeando, arrastrando los pies con dificultad.
Kahos la observó con una mezcla de hastío y diversión.
—Qué fastidio... —suspiró—. Odio cuando mis juguetes intentan escapar.
12:00. El reloj marcó el mediodía.
Kiku seguía enfrentándose a Reik.
Aunque ya no tenía tanta dificultad como al principio, la batalla seguía siendo un verdadero reto. El desenlace aún era incierto.
En medio del choque, Kiku cruzó sus espadas en forma de cruz para bloquear un ataque descendente de Reik. La presión era intensa, pero su postura era firme. Con un giro repentino de su cuerpo, desvió el golpe y lanzó a Reik hacia atrás, ganando un respiro.
Reik resbaló unos pasos sobre el suelo resquebrajado, y por un instante, lo reconoció: ese movimiento había sido impecable.
Kiku, por su parte, sintió algo cálido y reconfortante sobre su piel. No era energía espiritual ni una señal maldita...
Era el sol.
El primer rayo del mediodía tocaba su rostro, atravesando la nube de polvo de la batalla.
—¿Qué haces? —espetó Reik con molestia al ver que Kiku bajaba levemente la guardia—. ¿Estás jugando conmigo?
Kiku no respondió de inmediato. Cerró los ojos durante un segundo... y sonrió.
Entonces, en un destello veloz, Kiku alzó ambas espadas y cargó contra Reik con decisión renovada.
—¡No estoy jugando contigo, Reik! —gritó mientras chocaban nuevamente—. Sólo... estaba sintiendo los rayos del sol.
Reik frunció el ceño, confundido.
—¿Qué demonios estás diciendo, escoria humana?
Kiku apretó los dientes con fuerza, deteniendo el siguiente ataque, y respondió con firmeza:
—Porque este sol... es la señal de nuestra victoria.
Kahos se desplazó a toda velocidad, como una sombra maldita.
Apareció detrás de la joven en un parpadeo, su mano extendida, lista para aplastarle la cabeza sin remordimiento.
lo que no notó...
Fue el brillo que empezaba a encenderse donde yacía el cuerpo de Viktor.
Primero un destello.
Luego una ráfaga de luz cada vez más intensa.
Una luz que no pertenecía a este mundo.
Justo cuando su mano estaba a centímetros de alcanzar a la chica, un calor abrasador se desató de repente en el aire, tan sofocante que le hizo fruncir el ceño.
Y entonces... escuchó una voz.
Grave. Firme. Despreciativa.
—Solo un ser débil se aprovecha de una criatura inferior...
—Me das lástima.
¡FWOOOM!
Una llamarada atravesó el aire como una lanza de justicia, cruzando el espacio entre Kahos y la chica en un instante.
Kahos miró su brazo.
O mejor dicho... el muñón humeante donde antes estaba.
Su brazo había sido cortado y calcinado por completo.
La carne se evaporó, los huesos ardieron...
Y el fuego sagrado aún bailaba en el aire, ondeando como una bandera de juicio divino.
Con horror, alzó la vista...
Y ahí estaba Viktor pero no es viktor es otra persona.
Envuelto en una calor de luz solar, de pie entre Kahos y la joven.
Sus ojos brillaban intensamente. De Orgullo y Desprecio... .
Una figura majestuosa, envuelta en un aura de luz solar viviente, de pie entre él y la niña.
Sus ojos brillaban con fuerza descomunal, mezcla de orgullo... y desprecio absoluto.
Durante un segundo, Kahos creyó estar viendo a Viktor.
Pero no...
Este ser era distinto.
Más alto. Más radiante. Más... imponente.
El ser de luz dio un paso adelante, con voz poderosa y burlona:
—¿Compararme con ese débil emocional? No me hagas reír.
—Yo estoy muy por encima de él.
Hizo una breve pausa, su mirada ardiendo como el mismo sol.
La luz descendió lentamente, revelando su forma.
Un hombre de casi cuatro metros. Cabello rubio corto con mechones sobre la frente. Sus brazos ardían con llamas que nacían en los puños y trepaban hasta los hombros. Su mirada...Era como contemplar directamente el sol. Abrumadora. Imposible de sostener sin sentir que te consumía el alma.
Y entonces, habló.Con una voz grave, firme, como el retumbar del cielo al amanecer:
—Tienes el honor... de enfrentarte a Kaen.